picando a wg
Un día agitado, pero productivo.
Sensación de tranquilidad al final, con ganas de huevear un toque antes de
regresar a casa y ponerme a ver la última película de Brian de Palma. Busqué un
café y lamenté encontrarme lejos de aquel que conocí hace un par de días. Pero
vi uno, cerca de Dos de Mayo, a cuadra y media de la Av. Arequipa. Era el café
que me ayudaría a soportar con dignidad el tráfico de la hora punta.
De mi mochila extraigo una novela de
Wilhelm Genazino, Una mujer, una casa,
una novela. La leí el mes pasado y ahora me acompaña en algunas reuniones. Genazino
falleció a fines de 2018. Para variar, su muerte pasó casi desapercibida para
la prensa cultural latinoamericana, bueno, tampoco se trata de un autor
conocido por el gran público. Si nos ceñimos a las caprichosas taxonomías,
diríamos que Genazino es un autor de culto, es decir, un escritor para
escritores. Hasta hace un tiempo no había asunto que me fastidiara más que esa
calificación de “escritor para escritores”, de la que se aprovechaban tantos
cantamañanas narrativos al paso, de esos que hablan como buenos, dueños de la
autopromoción que no calza con la forzada seriedad del discurso literario que
venden con la etiqueta de la extrañeza.
Me gusta Genazino. Picaba las páginas de
su novela mientras observaba en el televisor del café un espectáculo de ballet
danés, al menos eso fue lo que entendí de la franja del canal de cable. Me
concentré en los pasos de una de las bailarinas, de cabello negro y espigada,
relativamente alta para esta práctica profesional, al menos eso es lo que
sentencian los entendidos en la materia, aunque para mí ese criterio me parece
una idiotez.
La sensación tras el fugaz recorrido de
la novela: satisfacción. El alemán posee una prosa diáfana, cualidad casi
imposible de conseguir, más cuando en esta claridad se presenta una densidad
conceptual que seduce, con el poder epifánico de abstraer al lector, en esta
ocasión, agradecido. Genazino cuenta la vida sin contarla, la piensa en sus
mínimos sucesos cotidianos. De alguna manera, y pensando en el ánimo del verbo,
recordé Stoner de John Williams.
(Cuidado, no las estoy equiparando; y ojalá este dato del norteamericano anime
a alguien a buscar la novela de Genazino.) Bien sabemos que en la novela de
Williams tenemos un narrador protagonista mayor y en la de Genazino uno que
está retirándose de la adolescencia. En ambas sensibilidades hay una luz: la
verdad emocional. No son poseros, ni efectistas, no rehúyen de su configuración
moral, han asumido sus defectos.
Claro, lo de Genazino merece un pequeño
post, pero especial. Haré uno para los próximos días.
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