fuerza, tola
Cuando pensamos en la obra del artista
José Tola, ¿qué es lo primero que tenemos en mente? ¿Qué sensación nos invade
al punto de apreciar y admirar aquello que racionalmente no nos brinda
justificación alguna para ello? Sin duda, la violencia interna que proyectan
cada uno de sus cuadros. Admirar su arte nunca fue cuestión de contemplación,
sino de obligado compromiso ante una transmisión que inquieta y horada los
sentidos. Pero su caso es aún más especial. Pensemos en la persona. Pocas veces
hemos podido ver la coherencia entre vida y obra, cada cual nutriendo a la
otra, como una justificación volcánica que no admite las medias verdades. En un
medio cultural en que los artistas cuidan mucho sus palabras, en el que también
somos testigos de la puesta en escena del relacionismo, Tola nunca se perdió en
quedar bien con la platea. Decía lo que pensaba y hacía lo que quería. Es
decir, es un artista auténtico que nada le debe a la leyenda que los otros han forjado de él. Tola lo sabe,
aún más en estas horas difíciles en las que batalla con un cáncer galopante.
Fuerza.
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