viernes, junio 28, 2019

fuerza, tola



Cuando pensamos en la obra del artista José Tola, ¿qué es lo primero que tenemos en mente? ¿Qué sensación nos invade al punto de apreciar y admirar aquello que racionalmente no nos brinda justificación alguna para ello? Sin duda, la violencia interna que proyectan cada uno de sus cuadros. Admirar su arte nunca fue cuestión de contemplación, sino de obligado compromiso ante una transmisión que inquieta y horada los sentidos. Pero su caso es aún más especial. Pensemos en la persona. Pocas veces hemos podido ver la coherencia entre vida y obra, cada cual nutriendo a la otra, como una justificación volcánica que no admite las medias verdades. En un medio cultural en que los artistas cuidan mucho sus palabras, en el que también somos testigos de la puesta en escena del relacionismo, Tola nunca se perdió en quedar bien con la platea. Decía lo que pensaba y hacía lo que quería. Es decir, es un artista auténtico que nada le debe a la leyenda que los otros han forjado de él. Tola lo sabe, aún más en estas horas difíciles en las que batalla con un cáncer galopante. Fuerza.



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