poeta indignado
Hace un rato estuve ordenando mi
cronograma de actividades de las próximas Fil y Antifil, que no son muchas, lo
cual me alivia. En verdad, no hay nada más burocrático y agotador que estar
agendando actividades literarias, pero
no me quejo de las de este año (participaré en un homenaje y en un conversatorio
(podrá ser polémico), y presentaré una novela que la rompió y el que podría ser
el cuentario del año). Pues bien, me encontraba en esas profundas cavilaciones,
en un pequeño, escondido y acogedor café de la Residencial San Felipe, el cual
pretendo convertir en mi segunda oficina, cuando recibí la llamada de un joven
poeta. Este ser no demoró en contarme
su drama, que resumo así: se dio cuenta de que había sido estafado por un impresor
que le prometió publicar su poemario, el cual escribió febrilmente durante mes
y medio. No sé cómo tuvo acceso a mi número de celular, pero no importa, él
acababa de timbrar y yo cometí la torpeza de responder un número que no tenía
registrado. Me dio detalles de la “editorial” y le dije que podía ayudarlo
siempre y cuando hablara de su situación, pero este ser me dijo más o menos esto: “no puedo, no quiero que me vean como
autor estafado. ¡Yo valgo por mi obra!”.
En vez de mandarlo a la mierda, le di ánimos,
los suficientes para que no dejara de trajinar en el inacabable universo
gaseoso de la indignación.
Seguí en lo mío, pero tampoco me siento
ajeno al malestar de aquella joven promesa poética. Como él, hay muchos en esta
comarca, rubricados por la cólera silenciosa, ese grito contenido por albergar
una rata en el culo. Fácil: si no das la cara, no sirve de nada.
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