lunes, agosto 05, 2019

antifil


Ayer domingo, en la Antifil, presenté el cuentario Todo no es demasiado (Emecé) de Christian Briceño y la novela Esta casa vacía (Peisa) de Marco García Falcón. Como bien saben, son libros muy saludados por la crítica, ambos de autores que respeto y califico de serios. Si aún no los has leído, hazlo, y si ya conoces los textos, recomiéndalos. La primera presentación comenzó a las 5 de la tarde y la segunda una hora y media después. Era el último día de la anti y el primero al que iba.
Desde hace un tiempo vengo escuchando algunos comentarios sobre cómo se estaba conduciendo la Antifil, las opiniones más duras indicaban que era un remedo de la FIL, evento cultural que la justifica incluso en el nombre.
Al respecto, tendríamos que pensar en la anti no solo desde el punto de vista bibliográfico, sino como una alternativa cultural en la que se dan cita variadas expresiones artísticas que no serían aceptadas por el llamado oficialismo cultural. Son estas las que sustentan la fuerza de la Antifil y su derivado natural: el creciente interés de los asistentes que se identifican con lo que propone el proyecto. Si a este interés le sumas buena vibra e irreverentes ganas de hacer cosas y pasarla bien mientras las haces, como que se va por buen camino hacia la morfología de una identidad.
Los errores e involuntarios remedos de la Antifil se pueden enmendar y ajustar en el camino (recién van por la tercera edición); ahora, lo que sí recomendaría es dinamitar el sesgo ideológico y esa silenciosa filiación chavista que, aparte de dejarlos mal parados ante el sentido común, no permite que artistas y autores venezolanos participen en la feria.
En lo personal, la pasé bien, además vi gente de la que no sabía en años y probé el anticafé, que me dicen fue el suceso de los días feriales. No lo niego, fui feliz.





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