domingo, agosto 18, 2019

apuntes: mujeres


Sintonizo con la mayoría de los artículos de Javier Marías, como el de hoy domingo, ¿Evitar a las mujeres a toda costa?, en donde el autor español critica los niveles de intolerancia a los que están llegando los movimientos feministas como el Mee Too.
Sobre MT, tanto sobre su sucursal local y las extranjeras, ya he dicho en más de una ocasión lo que pienso y, en gran medida, apoyo sus acciones, no porque me considere feminista, sino por sentido común y principio de justicia. MT cumple lo que la justicia formal no, pero sí debería reforzar (en discurso sustentado en pruebas y respetando la voluntad de la mujer agraviada de consignar su identidad) algunas denuncias antes de exponerlas.
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Resulta innegable el radicalismo en los movimientos feministas, la presencia de una intolerancia cotidiana que los puede convertir en lo que más critican, sin embargo, este radicalismo podría ser la medida extrema para que a partir de esta se llegue a un punto medio de entendimiento.
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Con o sin radicalismo, hay tener kilos comprimidos de aserrín en la cabeza para negar la realidad: el constante maltrato a la mujer, práctica natural ya institucionalizada en el imaginario y no solo latinoamericano. Al respecto, en el pasado Hay Festival de Arequipa conversé con la escritora colombiana Silvana Paternostro, para quien esta violencia del hombre a la mujer viene a cuenta de la independencia económica y sexual de esta. La mujer, al menos en estas dos últimas décadas, y en mérito a sus esfuerzos, ya no depende del hombre. Esta emancipación horada el orgullo masculino y suscita una violencia no solo macabra, también “teatral”.
En nuestro país, y enfocándonos en el circuito cultural, vemos la presencia de hordas de payasos que dicen estar a favor de las mujeres, mas su histrionismo moral cae en las acequias del cuestionamiento cuando el apoyo a la mujer es condicionado por una peligrosa postura emocional: la cercanía o lejanía con el agresor. Entonces, todo, pero absolutamente todo, se relativiza. El agresor deviene en víctima. La víctima (mujer) es una exagerada, una despechada que no parará hasta destruir al hombre que le arruinó la vida. Esta práctica inmoral se dio hace unos días cuando a un editor local se le denunció por maltrato y abuso sexual (5 testimonios, de los cuales 3 están identificados). El espanto en primera fila: el apoyo al editor, luego el apoyo a las víctimas por parte de quienes apoyaban al editor, es decir, el tictac sabroso del oportunismo. Este espectáculo virtual nos brindó luces de la ética y moral de nuestros llamados artistas e intelectuales. Claro, se podrá decir que no había nada comprobado (nombre y apellido de la víctima) y por eso “me la jugué por el editor”, para luego jugármela por la agraviada. “Oh, cuánto lo siento, no sabía que era un mounstro, para lo que necesites, aquí estoy”. “Mi apoyo, hermano, que se sepa la verdad”. “Te quiero, hermana”… Ante esto, ¿cómo los movimientos feministas de aquí no se van a exacerbar? Hay, pues, razones de sobra para entender los reclamos, aunque uno no sintonice con sus extremos.



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