effio
A estas alturas, ya no tengo dudas: el
cuento es el género literario que ha destacado este año en Perú.
Son pocos los cuentarios los que me han
parecidos irregulares o mediocres. Entre los que me han gustado, no he dudado
en mostrar mis preferencias y simpatías (pueden revisar en los posts anteriores).
Refuerzo más esta impresión tras la lectura de Algunos cuerpos celestes (Peisa) de Augusto Effio.
Seguramente, no pocos interesados en
literatura peruana ubiquen a Effio. En lo personal, no me sorprende. Esta época
de redes ha traído mucha información pero también un injusto olvido de voces
más que atendibles. Es tan bestia este contexto que algunos despistados creen
que la literatura peruana del nuevo siglo comienza a partir de 2010.
Effio se dio a conocer en 2006, con un
cuentario de buena factura, imagino inubicable a la fecha: Lecciones de origami (Matalamanga).
Hablamos de un autor ajeno a las
payasadas promocionales de muchos compañeros generacionales, que abrazaron el
relacionismo, la guerra sucia, el lustrabotismo, el drenatrolismo, el
terrorismo de chat y toda clase de maravillas del arrastrismo. Las
consecuencias son incuestionables: la mayoría acabó en las mesas de remate.
Hemos tenido que esperar trece años para
leer su nuevo cuentario. Effio no se ha desesperado por “estar”, pero la espera
sirvió: estamos ahora ante un autor consolidado.
Uno de los logros de Effio en su primera
entrega fue la densa morfología de su prosa, que revelaba oficio, aunque ello
no lo libró de ciertas caídas, tan naturales en todo libro debut. En esta
ocasión, Effio nos presenta 6 cuentos signados por la exploración en la
violencia interna de sus personajes, no pocos de ellos capaces de lo que sea
con tal de hacer suya la oportunidad que los saque de una vez de su condición
de marginales de sí mismos. En cuanto al aspecto formal, Effio rubrica su
referencia como el autor peruano que en la actualidad maneja a gusto (o mejor)
los tan complicados circuitos del cuento. Pensemos en el homónimo del libro, en
“Berisso y el Oso Maldonado”, “Sacaojos” y en “Si juegas el domingo te incendio
la casa”.
Effio lleva a cabo una presión en las
zonas incómodas de sus protagonistas, porque sabe que esa es la única manera de
poner en alto relieve las sensaciones de vergüenza y humillación que los identifica
y que por extensión las transmite, como tiene que ser, al lector. El autor
cumple con creces ese propósito aunque en contados pasajes se le pase
innecesariamente la mano, resintiendo la luz de los cuentos: la verosimilitud.
Otro factor a destacar es una cualidad
casi ausente en nuestra narrativa actual. Los puristas pondrán el grito en el
cielo, pero no me importa, en verdad no le debe importar a todo lector que no
solo busca calidad, sino también divertimento. Los cuentos de Effio no aburren,
no se pierden en la exhibición imbécil de traumas, menos en soliloquios barnizados
de ingenuidad. Por el contrario, sus textos fluyen, están desprovistos de
solemnidad, tienen vida. (¿Desde cuándo el chancaquismo narrativo es garantía
de calidad?)
Effio es un autor a seguir.
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