"la vida sin armadura"
Hay que tener cuidado cuando los
escritores escriben de sí mismos. Por lo general, no solo suelen exagerar sus
logros, sino también mentir de una manera, por decir lo mínimo, descarada. Para
muchos, no hay punto medio, la polarización del testimonio es la pauta a
seguir. Quizá esto se deba a que es preferible creer en la leyenda que en la
verdad de los hechos. De esta estrategia discursiva han echado mano desde los
llamados grandes hasta aquellos que creen que lo son.
Uno de los destinos de todo escritor de
trayectoria es, precisamente, escribir una autobiografía. Se arriba a un punto
en que sus lectores exigen de él un ajuste de cuentas que les permita escribir
sobre sus vicisitudes y así se pueda entender el nutriente del que se alimenta
su poética.
El recordado narrador inglés Alan
Sillitoe (1928 – 2010) es dueño de una obra narrativa que bien podríamos
calificar de influyente. Por muchos años fue considerado el icono narrativo de
los movimientos de izquierda en todo el mundo, a razón de ser integrante del
movimiento Los jóvenes airados, que
apareció en la década del cincuenta, conformado por escritores de la talla de
Kingsley Amis, ni más ni menos.
Un necesario paréntesis: no se ha sido
del todo justo con la radiación de este movimiento de escritores. Los jóvenes airados inspiraron a muchos
grupos/movimientos de artistas e intelectuales, con mayor razón en un contexto
en el que los discursos entre la izquierda y el imperialismo estaban en su
punto más crítico. En el contexto peruano, no pecaríamos de exagerados si
especulamos con la idea de que estos airados ingleses hayan motivado la
aparición de grupos de escritores con una clara postura política y de denuncia,
pienso pues en el grupo Narración.
Volviendo a Sillitoe.
Cuando leemos sus novelas, llegamos a la
conclusión de que fue un hombre que se hizo solo, que provino de una clase
obrera muy golpeada por la explotación, siendo este un recorrido vital que
canalizó el impacto que generaron novelas monumentales como Sábado por la noche y domingo por la mañana
y en los relatos de La soledad del
corredor de fondo. Señalamos dos títulos que para cualquier interesado
podrían servir de idóneas puertas de entrada a un narrador que podríamos
calificar como un aprovechado discípulo de Hemingway en cuanto a la tersura de
la escritura. Así es: tersura narrativa más experiencia de clase obrera, dos de
los factores que contribuyeron a que los libros de este inglés calaran en más
de una generación de escritores y lectores. La poética de Sillitoe, aparte de contundencia
narrativa, nunca cayó en el proselitismo ideológico. Había sí un componente
ideológico en ella, pero esta se ubicaba en un quinto o sexto lugar, lo primero
que resaltaba en esta era su capacidad de conexión con el lector a razón de la
experiencia literaria. Mientras otros escritores que sucumbieron a la denuncia
ideológica, quedando con justicia en el olvido, la obra de Sillitoe se mantiene
lozana y sin envejecer, con mucho por decir.
Por ello, la publicación de La vida sin armadura (Impedimenta, 2014)
debería significar un genuino acontecimiento por partida doble: primero,
estamos ante el ajuste de personal de Sillitoe consigo mismo, y segundo, somos
testigos de lo que tiene que ser una autobiografía en todo el sentido de la
palabra, de lo que esperaríamos de una que más temprano que tarde se quedará
con nosotros.
El inglés no se guarda nada. Desde las
primeras páginas nos advierte que no contará su vida como otros hacen de la
suya, sino que lo hará dejando la piel en el asador, sin afeites ni versiones
que contribuyan a la leyenda. A él no le interesa quedar como una leyenda de la
narrativa inglesa, más bien, asumió su importancia desde mucho antes que sus
seguidores lo consideraran como tal.
Sillitoe en una exaltado de gracia, dejando
en claro que durante toda su vida fue un resentido, pero no por una cuestión de
clase, sino por la dejadez de parte de su padre que jamás se preocupó por él en
lo emocional, convirtiéndolo desde la niñez en un ser por demás quebrado. Pero
esta autobiografía no está en los cotos del recuento, es también el testimonio
del tránsito de una época, un viaje a la semilla urbana que nos permite
ingresar a su día y día, pero lo más importante, es un canto a la persistencia,
una cachetada a la realidad que lo había ubicado en ruta a un destino que pudo
ser cualquiera, menos el de un escritor. Sillitoe nos habla de sus años de
formación como escritor, podemos ver a un hombre por demás curioso e inquieto
que leía incontrolablemente, a la caza de un estilo que le permitiera expresar
toda la mierda existencial que cargaba como si fuera una mochila demasiada
pesada.
Esta autobiografía es cruda por donde la
mires. En ninguna página somos víctimas de un efectismo barato, estamos
liberados de la gratuidad de la exhibición de atrocidades. La experiencia
literaria cala de a pocos y antes que nos demos cuenta, ya somos guiñapos
sensoriales, sujetos hechos añicos. Pues bien, esto no lo genera cualquier. Hay
que ser un grande para conseguirlo.
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