"canciones desentonadas y alegres aterrizajes para evitar el suicidio"
Para ningún lector de poesía peruana
existe discusión alguna sobre el peso de la tradición poética peruana. No es
para menos, no solo hablamos de sus grandes nombres, sino que si incursionamos
en sus distintos niveles, constataremos que su fuerza no solo depende de sus
medulares voces canónicas. Obviamente, una realidad como esta no solo asegura
el compromiso de sus lectores, también nos presenta un escenario por demás
motivador o aplastante para los poetas que se alimentan de ella.
Bajo distintas miradas, una realidad
queda clara: la tradición poética peruana dista de ser una más en el imaginario
de la poesía escrita en español y no sería una locura catalogarla como la más
fuerte en la parcela poética en español del Siglo XX. Pues bien, una breve
cartografía a nuestra poesía, nos brinda generaciones (hasta que no tengamos
otra vía de denominación, nos seguiremos ajustando a lo que entendemos por “generación”,
basándonos en los principios impuestos por Ortega y Gasset, así más de un
posero con pocas lecturas proteste) de poetas que, aparte de mostrar poéticas
interesantes y con senderos discursivos personales, ofrecían en conjunto más de
un lazo en común, lazos nutridos del contexto político e ideológico de la época
que les tocó vivir.
Si hablamos de una década signada por el
aura de la vida y el compromiso por la poesía, haríamos bien en detenernos y
pensar en lo que hicieron los poetas enmarcados en la llamada Generación del
70. Al respecto, no poco se ha dicho de los poetas que la conformaron. En esos
años nació el Movimiento Hora Zero y también aparecieron poetas con propuestas
que podríamos calificar de insulares, ajenas a la manifestación en conjunto.
Una década rica no solo en número de voces, puesto que somos testigos de la
reciprocidad entre el número y la calidad de lo que publicaban. Para tenerlo en
cuenta: los años setenta son “Los años maravillosos de la poesía peruana”.
Es cierto que hablamos de una generación
de poetas a los que más de un lector conoce gracias a los condimentos de la
leyenda, pero si dejamos de lado la leyenda, el discurso paralelo a la poesía,
hablamos de una década que tuvo de todo en propuestas poéticas. Por esta razón,
habría que prestar más atención a lo que se escribió en esos años, siendo una
tarea pendiente para los celadores de la literatura peruana, que últimamente, y
no sé a cuento de qué, vienen enfocándose más en lo que se hizo en poesía en la
década siguiente, bajo motivaciones indudablemente extrañas que nos muestran
una realidad a combatir: un ninguneo planificado de la poesía escrita durante
la década del setenta. Uno de los hitos de los “Wonder Years” fue la publicación
de la antología Estos 13 de José Miguel Oviedo. Esta fue una antología
polémica en su momento y que con los años se ha convertido en un documento de
insoslayable valor histórico no solo para los conocedores, sino también para
todo aquel lector diletante de poesía peruana. Lo dicho no es poca cosa,
hablamos de una antología que contiene la epifanía de la poesía peruana de los
últimos cuarenta años. No hay poeta peruano que en sus inicios en la práctica
poética no haya tenido como biblia a esta antología.
En E13
encontramos algunas voces que con el tiempo han ido adquiriendo resonancia, que
han ido ganando gusto e identificación con el lector, algo que, dicho sea, no
todos los poetas están llamados a conseguir. Pues bien, uno de los poetas a los
que más se recuerda de la antología de Oviedo es Óscar Málaga. Líneas arriba
señalamos el factor determinante del contexto en la construcción de la poética.
Si bien es cierto que la poesía se nutrió de ese contexto de hartazgo y
protesta acorde a esos años de represión y cruces ideológicos, Málaga supo
conservar una mirada que no se teñía con el afán de la indignación colectiva,
sino que la canalizó hacia una celebración de la vida pautada por la
experiencia vital en su más amplio sentido hedonista del término.
Uno lee sus poemas de esos años y lo que
encuentra es a un poeta al que le interesaba vivir para el exceso y el sexo.
Los años transcurrieron y Málaga publicó poemarios y libros de narrativa muy
bien saludados por la crítica y reconocidos por los lectores. En paralelo a su
obra en construcción, los lectores atentos de poesía peruana hablaban y
escribían (sin ahondar lo suficiente a cuenta de la escasa información que
había sobre él) sobre un perdido poemario de Málaga, el cual había ganado el
concurso de una organización cultural y que nunca se publicó a causa de la
desaparición del texto escrito a máquina. Bajo este suceso nefasto, no se supo
nada de este poemario entrampado entre las décadas del sesenta y setenta.
Por ello, debemos celebrar el rescate
que llevaron a cabo los poetas y atentos lectores de poesía peruana Renzo
Porcile y José Carlos Yrigoyen, puesto que gracias a su pujanza tenemos hoy en
día Canciones desentonadas y alegres
aterrizajes para evitar el suicidio (Apollo Studio, 2016), y vale dejar que
por escrito que la edición le hace justicia a estos poemas que nos entregan a
un Málaga en estado salvaje por la vida.
Así es, si una sensación reflejan estos
poemas de la presente publicación es una apuesta por una sensibilidad
escanciada de excesos que habla por medio de un yo poético con conocimiento de
causa, es decir, una transmisión asociada a la verdad que debe proyectar todo
poema. Pues bien, centrándonos en la esencia de poemas como “En torno de andar
con Bob Dylan”, “Canción a nuestro amor”, “Dos poemas saturados a el viejo Hyeronymos
de Hertengenbosch”, “Acerca de una forma de amar extrañamente tranquila y que
me quema”, “Poema en Barranco”, “Poema para Jack Kerouac”, “Cuarta canción a
Saravanda”, “Historia de Nora en la ciudad Naranja” y demás, podemos aseverar que nos enfrentamos al manifiesto
y compromiso vitales de Málaga con una actitud poética ligada a la intensidad,
esa intensidad que se impone a la forma, en este caso plástica a razón de que
hablamos de los poemas iniciáticos de un entonces joven Málaga. Ni hablar de
los poemas que conforman la sección Anexos (un par de joyitas: “Caminando por
El Pompidou” e “Himno a Lima”). Felizmente, los verdaderos lectores de poesía
peruana no tenemos otro camino: el agradecimiento por este (inmerecido) flujo
de intensidad.
Señores, este es un LIBRAZO.
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