miércoles, junio 20, 2018

disfrutar


La desazón del sábado a causa de la derrota de la selección contra Dinamarca, combinado que nunca fue superior al nuestro… La furia de la hinchada hacia Christian Cueva, que no solo tuvo la presión de anotar en el penal, sino también la contenida carga emocional de millones de peruanos… El mismo hecho de pararse frente al balón y el posterior amague que obligó a Schmeichel a tirarse a la izquierda, fue el anunció de una algarabía que no fue… Sucedió y punto.
Estamos pues en medio de la impresión primeriza, convertidos en firmes creyentes de lograr hasta lo imposible: podemos arrasar en una competencia en la que mínimo tendríamos que llegar a Cuartos de Final. Entiendo esa “certeza”, la selección ha venido mostrando un ordenado despliegue de equipo, una solidaridad en la lucha por el balón perdido, además, ha sabido reponerse a los estragos, tanto en el proceso eliminatorio (lesión de Gallese para los partidos de Bolivia y Ecuador) como en los amistosos preparatorios para el Mundial (ausencia de Guerrero).
Hay, pues, un equipo que sabe a qué juega. Si gana lo que tiene que ganar, bien por todos. Si en caso no, no tendríamos que reprochar nada. Esta no es una idea conformista, como podría pensar algún alucinado, sino real, que se ajusta a la magnitud de nuestra condición futbolística, que viene brindando más de lo que esperábamos en Rusia, ¿acaso pensábamos en esta situación hace tres años? 
Por eso, no me hago problemas, ni me lamento. Solo disfruto de un grupo humano que demuestra compromiso, ganas de aprender y afán de trascendencia, el cual exhibe un fútbol en coherencia con su identidad. Eso: pasarla bien, lo demás es trámite.

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