las mujeres están hablando
En la madrugada leí un artículo de
Gabriela Wiener publicado en The New York Times en Español.
El texto me gustó por su postura. Wiener
es una de las feministas más radicales en el ámbito hispanoamericano y su
actitud la ha llevado a tener aciertos y desaciertos, destinos naturales a los
que nos llevan la furia y la indignación. Muchas veces no he estado en sintonía
con su discurso (obviamente sí con los principios de respeto a la Mujer), que
me parecía motivado por el señalamiento estratégico. Felizmente, ya no tengo
esa impresión y a las pruebas de sus últimos textos me remito.
Una de las pésimas costumbres del
intelectual peruano promedio es la manifestación de su molestia a media voz. Su
queja solo sirve en la generalidad, legitimada por el aplauso de la platea. Sin
embargo, la médula de su crítica la deja para la libertad del inbox o la
conversa en el bar con las amistades cercanas. No debe sorprender, si algo
caracteriza al intelectual y creador de estos lares es el extremo cuidado de
sus palabras.
Partiendo de la noción del “poeta
maldito”, la escritora pasa revista a los casos más sonados de maltrato contra
la Mujer por cuenta de los escritores peruanos, que valiéndose de su
posicionamiento en nuestro cosmos letrado, han pretendido pasar por agua tibia
sus acciones. El ejemplo mayor de esta bajeza lo representa Reynaldo Naranjo,
que ya debe ser un miserable cadáver en vida y ojalá lo siga siendo por muchos años
más por violador.
El artículo incide principalmente en la
doble moral de los representantes más conocidos o visibles del mundillo
literario. Wiener llama a esta situación complicidad machista y tiene toda la
razón. A saber, lo que sucedió con Gustavo Faverón en la noche de la
presentación de su última novela. Faverón dio muestras caradurismo cuando lo
más sano para todos (y en especial para él) hubiese sido que pida disculpas si
en “caso alguien se haya sentido ofendida” por su comportamiento. A las horas
del apanado que le propinó el Comando Plath salieron voces referenciales a
defenderlo, exhibiendo no solo frialdad hacia las víctimas, sino también viveza
discursiva con el asunto del debido proceso legal, que nos refleja lo poco o
nada que conocen de las mujeres peruanas acosadas/maltratadas que también son
humilladas en las dependencias policiales y judiciales (Jorge Eduardo Benavides
firmó lo que sospechábamos: es el campeón idóneo de la tontería, no olvidar: “si
fuera cierto, GF ya tendría juicios”). Se consigna también lo sucedido con la
periodista Claudia Cisneros, que en tres artículos en La República expuso los
abusos que sufrió a cuenta del poeta Luis Enrique Mendoza. Mendoza tuvo la
oportunidad de brindar su versión y no le dio la gana de hacerlo. ¿Acaso hubo condena social? No.
Hay una verdad instalada en el imaginario del circuito: las mujeres han sido maltratadas por hombres que tienen una presencia nominal gracias a la literatura. Entonces, cuando se nos dice que la persona no va ligada a su labor literaria, caemos en una inmoralidad: la literatura no puede ser el escudo de abusadores, acosadores, maltratadores, menos de violadores.
Hay una verdad instalada en el imaginario del circuito: las mujeres han sido maltratadas por hombres que tienen una presencia nominal gracias a la literatura. Entonces, cuando se nos dice que la persona no va ligada a su labor literaria, caemos en una inmoralidad: la literatura no puede ser el escudo de abusadores, acosadores, maltratadores, menos de violadores.
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