violación
Las condenas sociales no forman parte de
la conducta de los preclaros nombres del circuito literario local, cosa que no
extraña, porque no pocos tienen hipotecada la opinión. Así, cualquiera huevonazo
se convierte en el faro de la moral en este bosque de intereses cruzados.
Días atrás se publicó en el portal Ojo
Público un reportaje de Gabriela Wiener y Diego Salazar, conocidos periodistas
del medio que trabajaron sobre una información que recogieron meses atrás, esta
concernía al poeta Reynaldo Naranjo, acusado de haber violado hace cuarenta
años a su hija y su hijastra en París.
Poeta menor y ducho en el relacionismo,
Naranjo no tendrá que responder ante la justicia (creo que poco nada se podrá
hacer contra un anciano de 82 años), sino vivir escondido. El reportaje, bajo
todo punto de vista, es objetivo y letal. No se hizo con el fin de formalizar
una denuncia, por el contrario, fue una catarsis para las víctimas, a las que
los lameculos de este poetastro vienen poniendo en duda, la muestra más
risible: ¿por qué no lo denunciaron ante la justicia? O la excusa perfecta, con
tufillo a complicidad: “yo no sabía nada”.
Roxana Naranjo y Nadia Paredes son
mujeres íntegras, brindaron su testimonio sabiendo que ni siquiera tendrían
garantía de paz interior al dar a conocer esta historia de terror, cerraron un
círculo: exponer el dolor, desechar la vergüenza y dar un ejemplo que solo el
tiempo y muchas mujeres identificadas con el caso van a agradecer.
Naranjo ha amenazado con denunciar a los periodistas y R.
Naranjo. ¿Conchudez?, preguntó alguien. Miserable, piensan todos.
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