lectura al paso
En la mañana de hoy, mientras regresaba
a casa y revisaba mails al compás de la cabeceada, me percaté de la presencia
de un adolescente que en diagonal a mí leía un libro. Me sorprendió, más aún en
una era de millenials dependientes de los móviles. Incliné la cabeza para ver
qué libro estaba leyendo. La sorpresa no solo fue grande, sino también
cómplice: Nuestra Señora de París de
Víctor Hugo, en Alianza Editorial.
No recuerdo a qué edad leí la novela por
primera vez, solo sé que en la última tenía veintipocos. El adolescente no
tenía la edad que yo al conocer a Victor Hugo. Me fijé en su concentración. Esta
es una mala costumbre que arrastro, en la forma de leer puedo especular sobre
el compromiso del ocasional lector con el texto, puesto a prueba, por ejemplo,
a la más mínima puteada del chofer o cobrador en plena carrera con otra bestia
al volante.
Esta clase de imágenes son cada día menos.
Lo que tendría que ser una impresión natural se ha convertido en una excepción
en medio de tanta ignorancia, malgusto y huachafada. A lo mejor ese muchacho
tiene la suerte de contar con padres que valoren el ocio de la lectura,
seguramente un amigo algo mayor le está sugiriendo qué leer, lo más probable un
profesor de literatura que ha visto en él un interés que no hay que descuidar.
Claro, un muchacho que lee no es garantía de que sea una buena persona, pero sí
alguien que tendrá una visión de la realidad menos limitada.
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