sábado, agosto 18, 2018

mirada fanática


Mientras llevo a cabo un rastrillaje de documentación en la Hemeroteca de la BNP, también aprovecho para revisar diarios y revistas más “actuales”, tipo cosas de los setenta u ochenta.
Por ejemplo, ayer viernes, busqué El caballo rojo, el suplemento cultural de El Diario Marka. Me concentré en el segundo semestre de 1984, para ver cómo terminaba el gobierno de Belaunde. Entonces, mientras recorría las páginas que me llenaban la cara de ácaros y polvillo (se acabaron las mascarillas y guantes), di con una crítica de cine de Christian Wiener a la última película de Brian de Palma, Scarface (1983).
Obviamente, me llamó la atención y la leí dos veces, cosa que me aseguraba cierta objetividad. Wiener demolía la película de De Palma, pero sus criterios valorativos obedecían a los azotes de las espuelas ideológicas. No esperaba menos, este diario era rojazo, y más allá de condenables excesos, en su mejor momento llegó a cumplir una labor disidente en comparación a otros medios ligados al derechismo.
Un perla: “Las fascistonas Expreso de medianoche y Conan”. 
Claro, un texto así obedecía a una fiebre de contexto y a una actitud ciega, digamos fanática, de muchos izquierdistas peruanos radicales de esos años. El tiempo calló a Wiener, del mismo modo a muchos. A la fecha, Scarface es una obra maestra más allá de los supuestos circuitos que la animaron.
La mirada ideologizada ha hecho mucho daño a la valoración de nuestras manifestaciones artísticas contemporáneas. Veamos, por ejemplo, lo que sucede con la producción narrativa que aborda los años de la violencia terrorista (para quien escribe, cojudeces nominales como violencia política tienen peso nulo por inmorales y mentirosas). Hay mucha academia ligada a la izquierda, lo cual no me fastidia. Lo que sí, su inclinación por el tema y el punto de vista ideológico del autor, que se anteponen a lo que importa: la calidad literaria. 
En ese sentido, me alegra mucho que mi amigo Miguel Gutiérrez no haya sido víctima de esos dislates. Era un hombre que amaba la lectura y esta la defendía en su sola experiencia, dejando su convicción de izquierda en donde debía quedar. Si ese ejemplo siguieran nuestros maravillosos académicos de la zurda (cucarachas de la inconsecuencia en comparación a M.G.), no estaríamos echando a la basura los cilindros de sebo de culebra que vienen con el cintillo de la superioridad moral, no se sería tan evidente el filtro que ejecutan con narrativas escritas desde la otra ribera ideológica.

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