lunes, agosto 20, 2018

las redes y la vida


En un reciente artículo en la revista Caretas, dije que muchos de nuestros escritores locales se habían desengañado de la mentira de las redes sociales. Obviamente, esta situación la podemos aplicar a cualquier circunstancia de la vida, la desazón no es solo propiedad de los egos alucinados y sobredimensionados.
No es necesario quemar cerebro: lo que se transmite en las redes debe guardar coherencia con la realidad. Lamentablemente, no pocos han caído presos de sus telarañas y terminan asumiendo como verdadera cada manifestación que supura en ellas. La persistencia en esta práctica revela el magisterio de una superlativa burricie que encuentra idóneo hogar mental en sus entusiastas y parlanchines creyentes.
En la mañana del domingo, mientras untaba mi tostada con mermelada de piña, recibí una viñeta virtual, un pantallazo tomado de un diario local, en donde un “escritor” se quejaba ante su abuelita por no ganar el Premio Nacional de Literatura. Esta inquietud se vuelve epifánica gracias a la dulce octogenaria: “Qué raro, a todos nos encantaron los 1356 posts que publicaste el año pasado”.
No tengo idea de cómo ha circulado ese pantallazo, yo ya lo subí a mi cuenta privada de Instagram, cosa que la tengo de recuerdo porque no solo es genial, sino también porque me hizo reír rico. Seguí en mi desayuno y cuando Onur intentó subir a mi regazo, recordé que en 2010 fui invitado a la Feria del Libro de Huancayo, en donde ofrecí una charla sobre literatura y redes. Este evento se promocionó con la debida anticipación y no vi reacción alguna, poquísimos likes y nulo rebote. Por un momento barajé la idea de no viajar, pero lo hice con la idea de almorzar una apetecible trucha a la parrilla.
Me instalé en el hotel, que también servía de concentración para el equipo de fútbol profesional de la ciudad, y salí a caminar. En mi nada apurado paseo repasaba mis anotaciones y pensaba en los distintos escenarios que tendría en la noche. Así sea con dos gatos o con auditorio lleno, la actitud tendría que ser la misma. Como tengo buena estrella, fue muchísima gente a la charla. Mientras hacía alarde de improvisación discursiva con una asistencia que no dejaba de mirarme, traje a colación lo que Carlos Calderón Fajardo me acababa de decir días atrás: “las redes sociales solo sirven para informar, no para creer que lo que sucede en estas es una extensión de la vida”.
Carlos resultó profético. El tiempo legitimó cada una de sus palabras y me preguntó qué pensaría de las locuras y pataletas que hoy vemos en estos espacios del ego ahuevadazo. Felizmente, hay quienes se han dado cuenta de la trampa, en cambio no pocos siguen cagados, veamos: autores con caras confundidas ante una sala a medio llenar luego de que 2000 saludaran su evento; la verguenza contenida del escritor que el año pasado anunció que estaba a nada de agotar tiraje y que al siguiente ve ese mismo tiraje con 40 % de descuento, dispuestos en filas y que el buen ojo dicta 500 ejemplares; el aguilucho que se burla de escritores mayores y que al darse cuenta de que su espanto narrativo es soslayado por los lectores por impostado y aburrido, no tiene otra salida que rogar para que lo compren… Como se podrá ver, tenemos celebridades de desmonte de canales de desague hasta para obsequiar. 
Para su suerte, existe la solución, el detergente contra esta cadena de malgustismo virtual: hacer suya la máxima de nuestra filósofa local Susy Díaz: “vive la vida y no dejes que la vida te viva”. Sabías y sanadoras palabras de Susy. La amo.

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