xenofobia
Desde hace varios días escucho sobre una
ola de odio, y creciente, a los miles de venezolanos que trabajan en Lima. No
es que me sienta privilegiado, y eso que vivo en un barrio que ya se ha
convertido en colonia venezolana, pero hasta el momento no soy testigo de
expresiones xenófobas, a lo mejor tengo una coraza mental que me impide ser
partícipe de la conchudez que significa ser xenófobo en un país como Perú, de
todas las sangres, de todas las taras.
Lo que sí es cierto: la presencia de los
amigos del norte ha dinamizado la economía, hecho que no podemos negar, como
tampoco podemos hacernos los desentendidos en cuanto a lo que esta significa:
el fracaso del socialismo del siglo XXI. Pregunto: ¿merece Venezuela estar en
la miseria siendo uno de los países más ricos del mundo? ¿Qué sistema político
e ideológico podría ser tan bestia/inútil para lograr lo impensado? La
respuesta está cantada y las justificaciones son una pérdida de tiempo.
Volviendo al tema, que lo comento con la
señora que me vende ricos tamales de chancho: ¿detesta a los venezolanos?, le
pregunto mientras cuenta sus monedas para mi vuelto. Ella me dice que no, por
el contrario: es gente trabajadora. Criterio básico, es lo que vemos todos los
días. Y aquí otra vez la elementalidad de criterio, a la que tenemos que apelar
para entender a una sociedad tan gratuitamente rencorosa como la nuestra:
¿acaso por algunos energúmenos, como aquellos que pretendieron asaltar una
agencia bancaria en Plaza Norte, vamos a tildarlos de delincuentes?
En estas dos últimas décadas de supuesto
crecimiento económico, los peruanos hemos llenado nuestros bolsillos, hemos accedido
a beneficios que considerábamos inimaginables en los decenios del ochenta y
noventa. Solo nos faltó nutrir la mente, aún hay tiempo.
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