exponerse
Aunque lo tenía en el radar, tarde más
de la cuenta en leer este título de Lolita Bosch: Ahora, escribo, (Periférica, 2011).
Quizá la demora se deba a que lo leído
de la autora española no me había entusiasmado lo suficiente, como Japón escrito y La familia de mi padre, no porque fueran proyectos fallidos, sino a
razón de falta de conexión con ellos. Suele ocurrir y pienso que ya es hora que
comience a subrayarse la diferencia entre lo que no te gusta de aquello que te
parece deficiente.
En este pequeño librito, Bosch traza una
línea discursiva delgada y gaseosa mediante la autobiografía y el ensayo. La
autora parte de un hecho triste: recordar la muerte de su padre. A partir de
aquí, Bosch enhebra una serie de conceptos pautados por la pena y la memoria,
que le sirven para presentarnos la trastienda que ha ido nutriendo su obra, el
ánimo que la ha impulsado. En este sentido, se destaca la mesurada reflexión en
relación a su escritura calmada, pero no libre de furia contenida. Por medio de
esta actitud hayamos la primera
riqueza de la publicación: la exposición de la sensibilidad quebrada. Sin duda,
Bosch es de las autoras a las que algo
le ha ocurrido y lo dice sin enunciar, siendo el propio discurso el eje
protagónico de esta sensación. La segunda, la cadena de circunstancias que la
llevaron a luchar contra el bloqueo creativo, que no es más que la falta de
ideas (o cuando el cerebro se seca, dicen) para echar a andar una empresa
narrativa. Es precisamente en estas líneas en las que se hayan los momentos más
reveladores del híbrido: quebrar la no escritura valiéndose de una confrontación
despiadada con la misma. Hay que ser muy valiente para haber escrito un libro
así, cosa que nos satisface en estos tiempos narrativos con autores
entregados a la payasada y la floritura verbal, o peor: a la narrativa de
compensación.
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