viernes, julio 20, 2018

ifm


En la madrugada terminé de leer un maravilloso libro de entrevistas escogidas a Hunter S. Thompson, Antigua sabiduría Gonzo, editado por Sexto Piso, título que sin lugar a dudas comentaré en los próximos días.
A la par de la lectura, me resultaba imposible no recordar los disparates que uno ha escuchado en estos años sobre el concepto gonzo, el más trillado: “este tipo de periodismo es aquel que tiene a su narrador como protagonista de la historia”. Bajo esa elementalidad, fruto del facilismo asociativo, escanciado de pocas lecturas, podríamos ubicar a Isaac Felipe Montoro como un involuntario gonzo a razón de Yo fui mendigo, su libro más conocido, que carga con la leyenda de haber vendido millones de ejemplares en China.
He leído algunas novelas suyas, en esos años en los que bucear entre libros te premiaba con algún tesoro y sí con mucha basura que después de lustros terminabas botando a la calle. Helicópteros, momias, naves espaciales tipo El Halcón de SW, seres mutantes a lo Walking Dead, altas mujeres incaicas de generosas grupas y demás manifestaciones de la hipérbole imaginativa, el sello de agua de la poética de este escritor a quien siempre le faltó un editor que ordene su producción. Hablamos de casi cuarenta de libros. 
La primera vez que supe de él fue mediante un reportaje en un programa televisivo de C. Hildebrandt, en 1997 si  la memoria no me falla. No fue un reportaje feliz y muchos autores locales se vieron reflejados en las condiciones de vida de Montoro. Lo comprobé días después cuando me topé con varios jóvenes y experimentados de entonces, negando que dicha situación sea también la suya. Por lo visto en el reportaje, me quedó claro que Montoro no quería ser un escritor reconocido, solo le interesaba escribir y publicar. En ese aspecto, cumplió su propósito.

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