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En la madrugada terminé de leer un
maravilloso libro de entrevistas escogidas a Hunter S. Thompson, Antigua sabiduría Gonzo, editado por
Sexto Piso, título que sin lugar a dudas comentaré en los próximos días.
A la par de la lectura, me resultaba
imposible no recordar los disparates que uno ha escuchado en estos años sobre
el concepto gonzo, el más trillado: “este
tipo de periodismo es aquel que tiene a su narrador como protagonista de la
historia”. Bajo esa elementalidad, fruto del facilismo asociativo, escanciado
de pocas lecturas, podríamos ubicar a Isaac Felipe Montoro como un involuntario
gonzo a razón de Yo fui mendigo, su
libro más conocido, que carga con la leyenda de haber vendido millones de ejemplares
en China.
He leído algunas novelas suyas, en esos años en los que bucear entre libros
te premiaba con algún tesoro y sí con mucha basura que después de lustros
terminabas botando a la calle. Helicópteros, momias, naves espaciales tipo El
Halcón de SW, seres mutantes a lo Walking Dead, altas mujeres incaicas de
generosas grupas y demás manifestaciones de la hipérbole imaginativa, el sello
de agua de la poética de este escritor a quien siempre le faltó un editor que
ordene su producción. Hablamos de casi cuarenta de libros.
La primera vez que supe de él fue mediante
un reportaje en un programa televisivo de C. Hildebrandt, en 1997 si la memoria no me falla. No fue un reportaje
feliz y muchos autores locales se vieron reflejados en las condiciones de vida
de Montoro. Lo comprobé días después cuando me topé con varios jóvenes y
experimentados de entonces, negando que dicha situación sea también la suya.
Por lo visto en el reportaje, me quedó claro que Montoro no quería ser un
escritor reconocido, solo le interesaba escribir y publicar. En ese aspecto,
cumplió su propósito.
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