egos golpeados
Me despierto relativamente temprano, el
motivo: los partidos de la Champions. No serán disputados, pero al menos hay un
par de encuentros que podrían resultar interesantes. De paso, reviso los
diarios, del mismo modo las redes. Ahora todos se han vuelto especialistas
constitucionales, en atalayas de la catástrofe que relacionan el último mensaje
del presidente Vizcarra con lo perpetrado por Fujimori en 1992.
En mis manos, una novela que acabo de
terminar, Perro con poeta en la taberna
(Escuela de Edición) de Antonio Gálvez Ronceros. Por donde la leas, una
maravilla, la orfebrería en la prosa, no esperábamos menos del autor. No me
refiero a preciosismo narrativo, sino a un código trabajado, que no carece de
sustancia vital, esa festiva maña tan ausente en la mayoría de nuestros
escritores, ya hipotecados al discurso literario (y extra) de lo políticamente
correcto.
La brevedad basta y sobra para AGR. En
lo poco dice demasiado gracias a las metáforas que encierran otras metáforas.
Al respecto, pensemos en los egos de los escritores, que en estas páginas son
ultrajados y con justa razón. Esto sucede a cuenta de la mirada del autor, que
sabe cuándo cargar la cacerina de sus recursos, es decir, no cae en el ánimo
sentencioso, menos en la sustentación de una verdad para exponerla desde una
aparente superioridad moral, tal y como sucede en la valoración de la narrativa
sobre los años de la violencia terrorista. El autor hace la del maestro:
administra su voltaje verbal y su crisol temático.
Perro
con poeta en la taberna va más allá del deleite de la lectura, puesto que
podría servir como un provechoso manual sobre cómo se construye una novela
corta sin depender de la olvidable plasticidad formal. No sé cuál sea el futuro
de este librito, lo que sí espero es que con los años pueda inscribirse como un
clásico de la narrativa peruana.
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