las otras víctimas
Ayer martes 11 fue un día especial para
la historia peruana contemporánea. Primó el sentido común y se condenó a cadena
perpetua a la cúpula de Sendero Luminoso por el atentado de Tarata de 1992.
Cosas del destino, desde hace algunos meses Osmán Morote y Margot Liendo venían
cumpliendo arresto domiciliario, hecho que había desencadenado no pocas
críticas al sistema judicial. Ahora regresarán a la cárcel, de donde jamás
debieron salir.
No soy el único que lo ha dicho: esta
gente no debe esperar nada bueno de la sociedad, jamás ha brindado las señas
mínimas de arrepentimiento, menos se ha dignado a pedir disculpas públicas.
Siguen con la mente torcida, espueleados por la ideología mal asimilada, sin la
base de la legitimidad popular.
En todos estos años hemos sido testigos
del aberrante descuido del Estado ante las víctimas del terror. Me refiero a
las otras víctimas, esas que no son
tomadas en cuenta por los nostálgicos del terror, ni la ociosidad oenegenera,
mucho menos por los senderistas de cantina que pueblan el circuito cultural
local.
Para esta recua, los policías y
militares mutilados y los hijos huérfanos de los mismos, por ejemplo, no
califican de víctimas, debido a esa delgada línea que divide lo prioritario de
lo que no lo es: la ideología.
En este sentido, la lectura de la
sentencia que escuchamos ayer es también una condena para la izquierda peruana
que sigue mostrando una postura laxa ante las atrocidades de sus homúnculos
políticos. No hemos visto en estas últimas horas ningún tipo de declaración de
sus representantes al respecto, el mutismo ha sido total. Más allá de este
rabopajismo, llama la atención la insensibilidad, esa que tanto direccionan a la
derecha cada vez que se piensa en el otro, el menos favorecido.
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