derrotas
Lo del pasado domingo no solo fue un
triunfo del sentido común, también de la decencia, la cual es reforzada por
el hartazgo que tiene la ciudadanía de la corrupción, que este año se ha
manifestado en todas sus variedades líquidas posibles.
Jorge Muñoz no es, para muchos, la
opción ideal para la Alcaldía de Lima. En estas últimas horas he estado
recibiendo información que compromete seriamente su vocación de servicio, pero
a pesar de ello, si nos ceñimos a la “objetividad” de la hoja de vida, esta no
está maculada de corrupción, menos de actos inmorales. Para otros, Muñoz
representaba la alternativa correcta, más aún cuando teníamos como potenciales
candidatos a Daniel Urresti, Renzo Reggiardo y Ricardo Belmont.
En lo que sí estamos de acuerdo, al
menos aquellos que creemos que puede haber una política decente libre de
intereses de contrabando, es que a todos nos hace bien la derrota del
fujimorismo. No había mejor castigo que el chicote de realidad recibido, puesto
que la jornada electoral evidenció su desconexión con sus simpatizantes que,
entre otras impresiones, asocian la vuelta a la cárcel del patriarca al poco
tacto de la ya dos veces candidata presidencial Keiko Fujimori. Su llanto de
lamento estratégico, como tal, no convenció a nadie. A ello sumemos la
corroboración de la sospecha: más allá de algunas arengas populacheras, el
partido Fuerza Popular carece de un plan de gobierno integral que recorra todas
las dimensiones de la gestión pública. Si a esta ensalada le añadimos la impresentabilidad de todos sus
candidatos y líderes políticos, como que el fracaso electoral caía de maduro.
Pero lo del domingo reveló también otro
fracaso, no tan sucio como el del lado naranja, pero no menos importante: la
nula sintonía de la izquierda con la población. La tara de esta no es su discurso,
sino la falsedad del mismo, que no calza con las prioridades que urgen. Así
como la población se hartó de la corrupción, también esta está cansada de la
superioridad moral, de la mirada acusadora, del verbo rebuscado, de la indignación virtual, peor cuando esta serie de actitudes no es nada ajena a la tradición
de la ineficiencia.
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