viernes, septiembre 28, 2018

muñoz


Un comentario escuchado en el taxi: “Si ya nos gobernó un asesino, ¿qué importa otro para Lima?”
Hasta ese momento creía que había sido un error iniciar una conversación con el taxista. Me quedé chico en la sospecha. Es solo la constatación de la degradación moral en la que vive la población peruana, que en un par de semanas tendrá que elegir a sus alcaldes. En el caso de Lima, el horror no solo se centra en Urresti, quien es investigado por el asesinato del periodista Hugo Bustíos (si no tuviera este anticuchazo, sería un candidato potencial, aunque sí tengo serias reservas en cuanto a lo que haga en el plano cultural, que en varias ocasiones ha demostrado que no le interesa en lo más mínimo), también en las otras dos alternativas: Belmont y Reggiardo. El primero, que apela a lo peor de nuestra idiosincrasia a la caza del favor popular: la labia que sobredimensiona el logro de sus dos gestiones ediles, ahora condimentada con el verbo xenófobo contra los venezolanos, que halla recepción en mujeres y hombres de escaso nivel cultural y elemental desarrollo cerebral. Ni hablar del tercero, el representante del fujimorismo, la improvisación en mágico estado de putrefacción.
A lo mejor de estos saldrá el próximo alcalde de la capital. Y saben qué: nos lo merecemos por pusilánimes. Por no haber sabido hacer la diferencia cuando se tuvo la oportunidad: el gobierno municipal de Susana Villarán, que como tal fue el peor en la historia de la capital, cosa penosa porque Villarán tuvo todo a su favor para realizar una gestión que condicione a las siguientes en bienestar de la población. 
Nos queda pues ser partícipes de la puesta en escena de un bacanal en el que el improperio y la estolidez anunciarán al próximo mandamás municipal. Tan ahuevados estamos que no nos damos cuenta de la participación de un buen candidato: Jorge Muñoz.

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