muñoz
Un comentario escuchado en el taxi: “Si
ya nos gobernó un asesino, ¿qué importa otro para Lima?”
Hasta ese momento creía que había sido
un error iniciar una conversación con el taxista. Me quedé chico en la
sospecha. Es solo la constatación de la degradación moral en la que vive la
población peruana, que en un par de semanas tendrá que elegir a sus alcaldes.
En el caso de Lima, el horror no solo se centra en Urresti, quien es
investigado por el asesinato del periodista Hugo Bustíos (si no tuviera este
anticuchazo, sería un candidato potencial, aunque sí tengo serias reservas en
cuanto a lo que haga en el plano cultural, que en varias ocasiones ha
demostrado que no le interesa en lo más mínimo), también en las otras dos
alternativas: Belmont y Reggiardo. El primero, que apela a lo peor de nuestra idiosincrasia
a la caza del favor popular: la labia que sobredimensiona el logro de sus dos
gestiones ediles, ahora condimentada con el verbo xenófobo contra los
venezolanos, que halla recepción en mujeres y hombres de escaso nivel cultural
y elemental desarrollo cerebral. Ni hablar del tercero, el representante del
fujimorismo, la improvisación en mágico estado de putrefacción.
A lo mejor de estos saldrá el próximo
alcalde de la capital. Y saben qué: nos lo merecemos por pusilánimes. Por no
haber sabido hacer la diferencia cuando se tuvo la oportunidad: el gobierno
municipal de Susana Villarán, que como tal fue el peor en la historia de la
capital, cosa penosa porque Villarán tuvo todo a su favor para realizar una
gestión que condicione a las siguientes en bienestar de la población.
Nos queda pues ser partícipes de la
puesta en escena de un bacanal en el que el improperio y la estolidez
anunciarán al próximo mandamás municipal. Tan ahuevados estamos que no nos damos
cuenta de la participación de un buen candidato: Jorge Muñoz.
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