jueves, octubre 04, 2018

ingenuidad


Cosa rara y estimulante la de vivir en Perú: en menos de dos años cambiamos de presidente, liberamos a un dictador para luego regresarlo a su celda, el presidente en funciones amenaza con cerrar el Congreso, los congresistas reclaman justicia mientras que la población los detesta. La cereza la puso Keiko Fujimori, a la que felizmente vi llorar luego de almorzar. 
Sobre estas cosas conversaba con un amigo hace algunas horas, que sentenció lo siguiente: “aquí está la literatura, en lo que pasa”. Cierto, más allá de las preferencias que cada quien tenga para con su poética, no pocas manifestaciones narrativas carecen de verosimilitud, evidenciando falta de trabajo de campo (llámalo flojera) en el tema, que es visto desde la cátedra de la pantalla líquida. Claro, no faltará quien diga que lo suyo está fuera de la realidad inmediata o de la realidad como tal, cosa que no tendría que cuestionar. Sin embargo, si una propuesta en ese coto me significa como lector enfrentarme a textos sin sustancia, signados por la pirotecnia de lenguaje incapaz de transmitir y estimulados por el amaneramiento barato que se asume como sensibilidad, pues algo no está funcionando bien. Ese engranaje de preciosas oraciones necesita su aceite Castrol. Con esto no sugiero que el escritor de ocasión deba entregarse a las esquinas del vitalismo (autodestrucción y maravillas derivadas) e enriquecer con este su poética. Sea cual fuere la opción creativa, esta debe nutrirse de la mirada y el oído, no buscando el fin de la representación de la experiencia, sino en pos de una maña anímica que se mostrará en el acto de escribir. Ya cansa tanta pose de autor cuando lo que ofrece como tal es harta ingenuidad en donde no tendría que haber: el texto.

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