ingenuidad
Cosa rara y estimulante la de vivir en
Perú: en menos de dos años cambiamos de presidente, liberamos a un dictador
para luego regresarlo a su celda, el presidente en funciones amenaza con cerrar
el Congreso, los congresistas reclaman justicia mientras que la población los
detesta. La cereza la puso Keiko Fujimori, a la que felizmente vi llorar luego
de almorzar.
Sobre estas cosas conversaba con un amigo
hace algunas horas, que sentenció lo siguiente: “aquí está la literatura, en lo
que pasa”. Cierto, más allá de las
preferencias que cada quien tenga para con su poética, no pocas manifestaciones
narrativas carecen de verosimilitud, evidenciando falta de trabajo de campo
(llámalo flojera) en el tema, que es
visto desde la cátedra de la pantalla líquida. Claro, no faltará quien diga que
lo suyo está fuera de la realidad inmediata o de la realidad como tal, cosa que
no tendría que cuestionar. Sin embargo, si una propuesta en ese
coto me significa como lector enfrentarme a textos sin sustancia, signados por
la pirotecnia de lenguaje incapaz de transmitir y estimulados por el amaneramiento
barato que se asume como sensibilidad, pues algo no está funcionando bien. Ese
engranaje de preciosas oraciones necesita su aceite Castrol. Con esto no
sugiero que el escritor de ocasión deba entregarse a las esquinas del vitalismo
(autodestrucción y maravillas derivadas) e enriquecer con este su poética. Sea cual fuere la opción creativa, esta debe nutrirse de la mirada y el oído, no
buscando el fin de la representación de la experiencia, sino en pos de una maña
anímica que se mostrará en el acto de escribir. Ya cansa tanta pose de autor
cuando lo que ofrece como tal es harta ingenuidad en donde no tendría que
haber: el texto.
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