miércoles, octubre 17, 2018

saludable vigencia


El sábado pasado decidí ordenar algunos segmentos de mi biblioteca. En realidad, mi intención fue la de cambiar de ubicación “algunos” conjuntos. Como cada espacio de los estantes los aprovecho hasta su más mínimo detalle, encontré en la tercera hilera de uno de los anaqueles un libro especial, que ha sabido resistir con estilo el peso del tiempo. Me refiero a El pez que aprendió a caminar de Claudia Ulloa Donoso. No era la primera edición de 2006, sino la de 2013.
Mi intención inicial fue la de picar algunos cuentos/relatos de manera desordenada. Pero al tercer texto opté por leerlo en su integridad, que asumo como un acierto, porque constaté que el tiempo no ha sido nada duro con esta publicación que sigue manteniendo no solo frescura poética, sino también mentiroso desenfado.
Hay pues un componente extraño en la propuesta de CUD, que obedece más al ánimo con el que se pergeña la escritura. Este “componente” no tiene nada que guarda relación alguna con  el acervo literario, sino más bien con una actitud, la de “no creérsela”. Recuerdo cuando leí el libro por primera vez y ese factor nada forzado no solo era evidente, sino que sustentaba su dimensión emocional. Eso nos explica lo que estas páginas proyectan: un diáfano mestizaje de temperamentos, que, por ejemplo, pueden ir de lo risueño a lo trágico, sin afectar la sensibilidad poética que descansa en la fijación por el gesto y el detalle, que revela el recurso mayor de la autora: la capacidad de observación.
Entre los cuentos/relatos que me gustaron más: “Piscina”, “Documental”, “Pajarito”, “Yo solo quería un cigarrillo” y “Pasatiempos de escritor”. Nos encontramos ante un artefacto de escritura muy privilegiado por el cual CUD cobija el voltaje de sus insumos temáticos y estilísticos.
Por lo general, los primeros libros de autor no son ajenos a los señalamientos y este no es libre de ello, pero llevar a cabo el respectivo puntillazo sería un acto de innecesario rigor (cuestiones muy menores que se las regalo a los guachimanes del gazapo). Estas páginas aseguran una epifanía: el talento natural en estado de gracia, que firma a la fecha el prestigio actual de su autora. 
El recordado Miguel Gutiérrez me decía que era raro ver el talento natural que fuera descollante en una entrega inicial. Pues bien, este es el caso.

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