saludable vigencia
El sábado pasado decidí ordenar algunos
segmentos de mi biblioteca. En realidad, mi intención fue la de cambiar de
ubicación “algunos” conjuntos. Como cada espacio de los estantes los aprovecho
hasta su más mínimo detalle, encontré en la tercera hilera de uno de los
anaqueles un libro especial, que ha sabido resistir con estilo el peso del
tiempo. Me refiero a El pez que aprendió
a caminar de Claudia Ulloa Donoso. No era la primera edición de 2006, sino
la de 2013.
Mi intención inicial fue la de picar algunos
cuentos/relatos de manera desordenada. Pero al tercer texto opté por leerlo en
su integridad, que asumo como un acierto, porque constaté que el tiempo no ha
sido nada duro con esta publicación que sigue manteniendo no solo frescura
poética, sino también mentiroso desenfado.
Hay pues un componente extraño en la
propuesta de CUD, que obedece más al ánimo con el que se pergeña la escritura. Este
“componente” no tiene nada que guarda relación alguna con el acervo literario, sino más bien con una
actitud, la de “no creérsela”. Recuerdo cuando leí el libro por primera vez y
ese factor nada forzado no solo era evidente, sino que sustentaba su dimensión
emocional. Eso nos explica lo que estas páginas proyectan: un diáfano mestizaje
de temperamentos, que, por ejemplo, pueden ir de lo risueño a lo trágico, sin
afectar la sensibilidad poética que descansa en la fijación por el gesto y el
detalle, que revela el recurso mayor de la autora: la capacidad de observación.
Entre los cuentos/relatos que me
gustaron más: “Piscina”, “Documental”, “Pajarito”, “Yo solo quería un
cigarrillo” y “Pasatiempos de escritor”. Nos encontramos ante un artefacto de
escritura muy privilegiado por el cual CUD cobija el voltaje de sus insumos
temáticos y estilísticos.
Por lo general, los primeros libros de
autor no son ajenos a los señalamientos y este no es libre de ello, pero llevar
a cabo el respectivo puntillazo sería un acto de innecesario rigor (cuestiones muy menores que se las regalo a los guachimanes del gazapo). Estas páginas
aseguran una epifanía: el talento natural en estado de gracia, que firma a la
fecha el prestigio actual de su autora.
El recordado Miguel Gutiérrez me decía
que era raro ver el talento natural que fuera descollante en una entrega
inicial. Pues bien, este es el caso.
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