martes, diciembre 25, 2018

mezquindad


Uno de los aspectos más positivos que le ha podido suceder a este país tan divorciado del sentido común ha sido el trabajo desempeñado por los fiscales y jueces que han decidido poner orden en la administración de justicia en los sonados casos de corrupción. Lo que estamos viendo en los últimos meses es percibido por la población como una suerte de milagro, una experiencia que nos hace pensar en que la corrupción y el delito pueden ser sancionados. 
Por ello, los señalamientos que viene recibiendo Domingo Pérez no es más que una campaña de desprestigio que obedece a un complejo imbécil: buscar la falla o el posible error en quienes vienen ejerciendo una labor no solo intachable, sino también admirable. Se impone el sentimiento menor, que en este caso pretende pintarse como limpio. Veamos: se corrió el rumor de que Pérez había cometido plagio en su tesis, luego este aclara lo que corrió como plagio. En este sentido, se infiere que su tesis no es la gran cosa y no tiene que serlo para marcar la trayectoria profesional de un fiscal que ha hecho mucho más que aquellos que desde sus puestos académicos solo parasitan y que en años de intermitente ejercicio su impacto en la sociedad ha sido nulo o, mejor dicho, ha pasado desapercibido. De esta gracia alimentada del sentimiento se valdrán las bancadas congresales (Fuerza Popular y el APRA), atentas a la protección de sus patrones, aprovechando las más mínimas fisuras para construir una narrativa de desprestigio contra los hombres y las mujeres que están sumando a que este país no se convierta en la chacra de los aviesos, corruptos y especímenes parecidos.

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