contra la conchudez
No hay nada mejor que empezar un lunes
con noticias que nos reconcilien con el sentido común.
Para variar, me levanté tarde y lo
primero que hice fue prepararme café y saludar a Onur, mi falso pekinés. Leí un
rato el libro de una poeta chilena, el cual me gusta. Después me conecté a
Internet para ponerme al día con los vaivenes nacionales e internacionales. La
noticia excluyente, la que marcará el discurso de las redes y la vida real: el
gobierno uruguayo negó el pedido de asilo al ex presidente peruano Alan García.
Lo que pretendió García fue tomar el
pelo a la comunidad internacional, hacerse pasar como un perseguido político
cuando lo cierto es que existen atendibles sospechas razonables sobre su
participación y conocimiento de los actos de corrupción durante su segundo
gobierno.
Más allá de estar o no de acuerdo con el
accionar de la Fiscalía, dice mucho lo que vemos: ex presidentes y recientes
dueños políticos del país en la cárcel. Alivia, pues, saber que tarde o
temprano la justicia ejerce autoridad contra quienes se aprovecharon de su situación
de poder para lucrar por encima de los intereses del país.
García era la metáfora de la impunidad. A
saber, mi generación creció con un criterio putrefacto, y encima celebrado por
millones de idiotas: para destacar y avanzar en la vida había que ser un gran
pendejo, un vivazo, forjar contactos y cagarse en la decencia. Es decir, había
que ser conchudo. Esta cultura de la conchudez ha hecho más daño de lo podemos
imaginar. Será difícil erradicarla en el corto plazo, pero ejemplos como este,
en donde vemos contra las cuerdas a un intocable, un poderoso de las relaciones,
es saludable. Un pequeño mensaje de justicia, sí, pero por algo se empieza.
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