viernes, noviembre 30, 2018

pueril efectismo


Hace un par de años, una gran amiga me dijo lo siguiente: “el mayor privilegio que puede tener una persona es decir lo que piensa”. No puedo estar más que de acuerdo con dicha sentencia, más en estos tiempos en los que el pensamiento correcto es lo que marca la pauta en el circuito literario local. Claro, para que esta sentencia tenga sentido y no caiga en las ciénagas de la malcriadez, posería e idiotez, se hace necesario tener legitimidad. También coherencia.
Dicho esto, no dejó de llamar mi atención la entrevista que le hacen a Bruno Polack en un diario local (ver aquí), en donde el poeta dice precisamente lo que piensa, cosa que saludo porque siempre es bueno encontrar voces con actitud, pero qué pasa cuando la actitud se confunde con malcriadez.
Me queda claro que el problema de la entrevista (potenciada por un entrevistador al que le falta leer) es su intención. Si determinadas poéticas te parecen una mierda, paja, pero si eres autor y hablas de colegas de oficio, hay que tener cuidado en la valoración, empezando por la pregunta tácita, el ejercicio de autocrítica: ¿qué tan importante es mi obra? ¿Acaso Fe es mi mejor libro, o es el menos malo? Polack es un buen escritor pero su última entrega, el poemario ¡Ars fascinatoria!, es un soberano mamarracho discursivo que ni siquiera proyecta humor (yo imagino que la apertura del signo de exclamación en el título obedece a una pensada transgresión con respecto al latín, ¿será?).
Me gusta que Polack haya querido generar un debate, pero no puede haber tal si adjetivamos y disparamos gratuitamente. A saber, habla de lo que buscan las transnacionales (vender, ¡vaya novedad!), consigna nombres (Jeremías Gamboa y Renato Cisneros) y compara. ¿No crees, Bruno, que hubiese sido más digno contar que también eres autor de una transnacional? Otra, de varias: me cuesta entender cómo puedes soslayar una obra interesante (no gustar no es lo mismo a que esta sea mala) como la de Luis Hernán Castañeda y celebrar bodrios como Interruptus de Leonardo Aguirre (¿o es que la amistad pesa cuando hablas de narrativa peruana?).
No lo vamos a negar: hay argollas, hay una guerra editorial, hay un arribismo entre nuestros autores, hay un periodismo cultural rastrero, hay una lucha por el posicionamiento, hay editores estafadores, hay autores de conocida incapacidad moral, hay putrefactas camarillas poéticas, hay poetas que intentan violar y son protegidos por sus patrones, hay mafias académicas que ahuevan con los Estudios Culturales, hay miserables que hacen carrera con la sangre de peruanos víctimas de la violencia terrorista, hay liliputienses senderistas de cantina que se pintan de indignados izquierdistas mientras le mentan la madre a una mujer, hay poetas castos menores de 25 años que agreden (empujan) a feministas, hay gestores ladrones y otras cosas peores. Hay que señalar estas prácticas, pero con inteligencia para generar una real discusión que nos lleve a pensar en el contenido de la crítica y no en el pueril efectismo de su forma. 
En lo que sí estamos de acuerdo: las tradiciones poéticas de Chile y Perú son las más importantes de Latinoamérica.


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