autobiografía
El año pasado presenté en La Casa de la
Literatura El color de los hechos
(Biblioteca Abraham Valdelomar), que reúne la narrativa breve de Teresa Ruiz
Rosas. Fue una presentación concurrida y simpática. Al final de la misma,
Milagros Saldarriaga, directora de la Caslit, me saludó y obsequió un título publicado
por la institución: La vida que yo viví…
de Magda Portal.
Había escuchado de la publicación, me
interesaba leerla, pero lo que en ese momento me entusiasmó fue la pulcritud de
la edición, que estuvo a cargo de Kristel Best Urday. Se trata de un libro
objeto que honra la estética rústica del proceso de escritura. Recordé también
lo que hizo Casa de Cuervos en 2014 con Puerto
Supe de Blanca Varela, que exhibía la tipografía de la máquina de escribir
y las anotaciones a mano de la poeta. No hay que quemar cerebro: son dos bellas
ediciones facsimilares.
En estos días releí lo de Portal, como
quien refuerza algunas impresiones de la primera lectura. En esta autobiografía
la escritora pasa revista a los sucesos que marcaron su tránsito personal,
literario y político. Como tema (contenido) resulta más que gratificante
asistir a la construcción del carácter y la personalidad de Portal, con mayor
razón en un contexto en el que las mujeres no eran habituales protagonistas de
la vida social del país. Era una mujer de armas tomar, pero no pensemos que
encontraremos a una revolucionaria recalcitrante, porque de haber sido así,
considero difícil que tenga la referencia de la que goza hoy. Su ánimo de
denuncia descansaba en un discurso cuestionador, en la argumentación del porqué
las cosas se presentan como tal. Esta incomodidad ante la Injusticia, que no
debemos asociar únicamente al derecho en pos de la mejora de la situación de la
Mujer, la honraba mediante la consecuencia.
Pues bien, no es posible detectar muchas
luces en cuanto al nervio de la escritura. Aquí se presentan las interrogantes,
una por mientras: ¿cuánto pesa el tema en la valoración literaria de la
presente autobiografía? No hay que ser un lector entrenado para darse cuenta de
lo obvio, pero tampoco vamos a negar que su escritura transmite sensibilidad y
extrañeza al lector, y eso es más que suficiente entre tanta narrativa del yo
local que envejece rápido y muy mal.
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