jueves, enero 24, 2019

autocrítica / informarse


Hace algunos días conversé en una reunión con algunos amigos de izquierda, entre radicales y simpatizantes, porque me interesaba saber, como quien recobra la esperanza en el sentido común, sobre lo que piensan de la situación actual de Venezuela. A la fecha, creo que no exista peruana o peruano que no conozca aunque sea relativamente el contexto venezolano. Más allá de las preferencias y convicciones, resulta obvio que la defensa de un régimen como el de Nicolás Maduro es indefendible por los lados que se mire y analice. Por ese motivo, me sentí aliviado del nivel de autocrítica de mis amigos, que saben, al igual que uno, que el problema no me fue del modelo político, sino del lodazal de la corrupción (en este punto, puedo estar de acuerdo en parte, porque otras de las razones que ha llevado a ese rico país a ser uno sumergido en la miseria y la frustración es precisamente el modelo socialista que ya ha sentenciado su inviabilidad al menos en esta parte del continente), que como tal no conoce de ideologías.
Como dije, me alegra que la gente que aprecio venga mostrando una sana autocrítica. No puedo decir lo mismo de los líderes de opinión que uno ve en las redes y medios tradicionales, que se resisten a asumir la contundencia de la realidad. Yo sé que debe ser difícil aceptar que el sueño romántico en pos de un mundo justo se haya resquebrajado a causa de la corrupción y la pésima gestión, pero es precisamente esa cerrazón la que los lleva a ser cómplices no solo de una dictadura, sino de una insensibilidad que viene dinamitando a una sociedad que se muere de hambre. El fanatismo adquiere niveles de locura cuando uno lee, inevitablemente, comentarios imagino que desesperados (por no decir que solo pueden ser emitidos por quienes tienen la mente cagada) que intentan justificar un régimen que solo se delata. A saber, he leído varios que eructan este tipo de ocurrencias: que lo que ocurre con el gobierno “revolucionario” de Maduro es un ilegítimo golpe de Estado a cuenta de Juan Guaidó (claro, no cito la otra relacionada a un complot internacional). Puedo entender la desesperación discursiva, pero lo que no la imbecilidad, más cuando esta se justifica en la flojera. Basta leer la constitución venezolana para saber que el accionar de Guaidó para autoproclamarse presidente está amparado en el sistema constitucional de su país. 
Muchos aún no salen de la sorpresa, ¿de dónde salió Guaidó? No importa, la Historia de un país no pocas veces la protagonizan los personajes más llamativos. Fácil, pues: los figurones no marcan la diferencia, jamás.





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