jueves, enero 24, 2019

"el enano"


Lo vimos en 2017 y también el año pasado: los libros de no ficción y las reediciones salvaron ambas temporadas editoriales. Más allá de algunas excepciones, la ficción peruana está en deuda con sus lectores.
Entre las reediciones, releí muchos títulos, algunos pasaron la prueba y otros no. Los primeros, deducimos, se han impuesto a la tiranía del tiempo, que según el lugar común, es el mejor juez para legitimar un libro.
Ese es el caso de El enano (Tusquets) de Fernando Ampuero.
No somos pocos los que recordamos aún el impacto que supuso la publicación que enfrentaba a dos prestigiosos periodistas del país. Aquí el morbo resultó determinante para los que recorrieron estas páginas por primera vez. No hay que pensarlo mucho: fue el interés chismoso lo que llevó a EE a romperla en 2001.
Hablamos de una obra que suscitó opiniones encontradas, pero que estaban ligadas por un consenso: la capacidad de su autor para hilvanar una historia extremadamente divertida.
La relectura nos permite constatar una vez más su carácter de entretenimiento pero también nos depara otra dimensión que tendríamos que reconocer: su valor como literatura de calidad, ajena a la dependencia de si sus personajes son ubicados o no por el público. En este sentido, el libro se ha divorciado de su contexto inicial e impuesto a los ánimos que llevaron a su autor a escribirlo.
En EE somos testigos de los usos que un creador hace de su arsenal literario. Veamos, destacamos la técnica narrativa que no cae en el fatuo exhibicionismo (algo que deberían aprender nuestros nuevos y no tan nuevos escritores locales, tan desesperados por demostrar el andamiaje cuando el genuino arte narrativo se justifica en la invisibilidad del mismo) y la dimensión humana con la que Ampuero configura a Hache, al punto que arribamos a lo impensado: llegamos a tenerle cierto cariño. 
A riesgo de incomodar: en este regreso a EE he visto lo que no tienen nuestros narradores: soltura para contar y voluntad para la exposición. Claro, Ampuero nos entrega un ajuste de cuentas, que cumple con creces, pero él no duda en aplicar ese ajuste primero con él mismo. Si vas a destrozar, primero destrózate exponiendo tu vergüenza interna. Esta actitud lo llevó a la anhelada nerviosidad de la claridad narrativa, la que garantiza la lozanía de este proyecto y que a la fecha refuerza lo que es ya una impresión generalizada: el estupendo momento de Ampuero como escritor.



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