"el enano"
Lo vimos en 2017 y también el año
pasado: los libros de no ficción y las reediciones salvaron ambas temporadas
editoriales. Más allá de algunas excepciones, la ficción peruana está en deuda con sus
lectores.
Entre las reediciones, releí muchos
títulos, algunos pasaron la prueba y otros no. Los primeros, deducimos, se han
impuesto a la tiranía del tiempo, que según el lugar común, es el mejor juez
para legitimar un libro.
Ese es el caso de El enano (Tusquets) de Fernando Ampuero.
No somos pocos los que recordamos aún el
impacto que supuso la publicación que enfrentaba a dos prestigiosos periodistas
del país. Aquí el morbo resultó determinante para los que recorrieron estas
páginas por primera vez. No hay que pensarlo mucho: fue el interés chismoso lo
que llevó a EE a romperla en 2001.
Hablamos de una obra que suscitó
opiniones encontradas, pero que estaban ligadas por un consenso: la capacidad
de su autor para hilvanar una historia extremadamente divertida.
La relectura nos permite constatar una
vez más su carácter de entretenimiento pero también nos depara otra dimensión
que tendríamos que reconocer: su valor como literatura de calidad, ajena a la
dependencia de si sus personajes son ubicados o no por el público. En este
sentido, el libro se ha divorciado de su contexto inicial e impuesto a los
ánimos que llevaron a su autor a escribirlo.
En EE
somos testigos de los usos que un creador hace de su arsenal literario. Veamos,
destacamos la técnica narrativa que no cae en el fatuo exhibicionismo (algo que
deberían aprender nuestros nuevos y no tan nuevos escritores locales, tan
desesperados por demostrar el andamiaje cuando el genuino arte narrativo se
justifica en la invisibilidad del mismo) y la dimensión humana con la que
Ampuero configura a Hache, al punto que arribamos a lo impensado: llegamos a tenerle
cierto cariño.
A riesgo de incomodar: en este regreso a
EE he visto lo que no tienen nuestros
narradores: soltura para contar y voluntad para la exposición. Claro, Ampuero
nos entrega un ajuste de cuentas, que cumple con creces, pero él no duda en
aplicar ese ajuste primero con él mismo. Si vas a destrozar, primero destrózate
exponiendo tu vergüenza interna. Esta actitud lo llevó a la anhelada nerviosidad de la claridad narrativa, la
que garantiza la lozanía de este proyecto y que a la fecha refuerza lo que es
ya una impresión generalizada: el estupendo momento de Ampuero como escritor.
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