viernes, enero 25, 2019

intensidad de la vida


Una de los libros más celebrados del 2018 fue sin duda alguna Ordesa (Alfaguara) del escritor español Manuel Vilas. 
Lo leí de la misma manera como abordo todo texto celebrado, me acerqué a él con todo el escepticismo posible, a la caza de posibles caídas y atento a la utilización mercantil del tema. ¿Qué encontré? En verdad no gran cosa, y ese no encuentro del tópico mayor fue lo que llamó poderosamente mi atención. Lo que hace el autor es contar su vida desde el análisis del dolor, pero no me refiero a uno que obedezca a una actitud que transita desde la superioridad de quien repasa su vida detallando los sucesos importantes (como si estos en realidad importaran a los lectores). Vilas muestra su vergüenza anímica, pero no la lleva a cabo en pos de la catarsis, sino que la direcciona hacia una reconstrucción biográfica que parte de los restos emocionales de sí mismo. El autor escribe de su vida, de sus padres muertos y de la tensa relación con sus hijos. No son pocos los cadáveres vitales que deja en el camino, pero ese es el sendero a seguir si se pretende escribir de uno. En este sentido, cumple con la intención expositiva. Pero ¿esto es suficiente para la referencialidad que tiene hoy su testimonio? Pues no. Lo que marca la pauta de la narración es la tersura de la prosa, su engañosa diafanidad, y esto no es más que producto de un denodado trabajo por dar con la luminosidad de la palabra (no olvidemos que Vilas es también poeta), la verdadera protagonista que le ha generado el suceso: la identificación con los lectores. En otros registros, lo relatado solo habría arribado a un reconocimiento que no pasaría del mediano plazo. Es pues la engañosa transparencia de la prosa, que se reserva el derecho de admisión del lugar común, que eleva el drama personal a una epifanía, consiguiendo de esta manera lo que rara vez vemos a razón del abuso o no entendimiento del registro confesional: la médula de la verdad personal. Es por ello que pasajes que solo cumplirían un fin decorativo o de trámite, proyectan una distinción, a saber, cuando el autor recuerda un viaje en auto con su padre y se ven obligados a detenerse. 
Puedo entender los saludos que viene recibiendo Ordesa, del mismo las impresiones que cuestionan su reconocimiento. Ese cruce de opiniones valorativas es lo que asegura que la publicación no caiga en el olvido. Libro que no se discute, sencillamente no sirve para nada.


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