intensidad de la vida
Una de los libros más celebrados del
2018 fue sin duda alguna Ordesa
(Alfaguara) del escritor español Manuel Vilas.
Lo leí de la misma
manera como abordo todo texto celebrado, me acerqué a él con todo el
escepticismo posible, a la caza de posibles caídas y atento a la utilización
mercantil del tema. ¿Qué encontré? En verdad no gran cosa, y ese no encuentro
del tópico mayor fue lo que llamó poderosamente mi atención. Lo que hace el
autor es contar su vida desde el análisis del dolor, pero no me refiero a uno
que obedezca a una actitud que transita desde la superioridad de quien repasa
su vida detallando los sucesos importantes (como si estos en realidad
importaran a los lectores). Vilas muestra su vergüenza anímica, pero no la
lleva a cabo en pos de la catarsis, sino que la direcciona hacia una
reconstrucción biográfica que parte de los restos emocionales de sí mismo. El
autor escribe de su vida, de sus padres muertos y de la tensa relación con sus
hijos. No son pocos los cadáveres vitales que deja en el camino, pero ese es el
sendero a seguir si se pretende escribir de uno. En este sentido, cumple con la
intención expositiva. Pero ¿esto es suficiente para la referencialidad que
tiene hoy su testimonio? Pues no. Lo que marca la pauta de la narración es la
tersura de la prosa, su engañosa diafanidad, y esto no es más que producto de
un denodado trabajo por dar con la luminosidad de la palabra (no olvidemos que
Vilas es también poeta), la verdadera protagonista que le ha generado el
suceso: la identificación con los lectores. En otros registros, lo relatado
solo habría arribado a un reconocimiento que no pasaría del mediano plazo. Es
pues la engañosa transparencia de la prosa, que se reserva el derecho de admisión
del lugar común, que eleva el drama personal a una epifanía, consiguiendo de
esta manera lo que rara vez vemos a razón del abuso o no entendimiento del
registro confesional: la médula de la verdad personal. Es por ello que pasajes
que solo cumplirían un fin decorativo o de trámite, proyectan una distinción, a
saber, cuando el autor recuerda un viaje en auto con su padre y se ven obligados a
detenerse.
Puedo entender los saludos que viene
recibiendo Ordesa, del mismo las impresiones
que cuestionan su reconocimiento. Ese cruce de opiniones valorativas es lo que
asegura que la publicación no caiga en el olvido. Libro que no se discute,
sencillamente no sirve para nada.
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