miércoles, febrero 06, 2019

acoso



La congresista Marisa Glave denuncia por acoso al periodista César Rojas del portal Manifiesto. Glave presenta las pruebas pertinentes. Pero ni siquiera estas resultan suficientes para que el testimonio no sea puesto en cuestionamiento, primero por el portal al que pertenece el acusado y segundo por algunos representantes del gremio periodístico, que sostienen esta barbaridad: la denuncia obedece a una venganza por la actitud crítica del portal en contra de los políticos de izquierda del país.  
Leo el descargo de Rojas y este no es más que la repetición de un abominable patrón. O bien toman como chongo el descargo o, en todo caso, apelan a la práctica criolla de hacerse el huevón, es decir, arroparse en el silencio hasta que la “tormenta” se calme y regresar de la acequia como si absolutamente nada hubiese pasado.
*
Semanas atrás el escritor Salvador Luis Raggio denunció a un escritor, que tiene una columna en un diario local, por acosar a una escritora (de la que no dio su nombre a pedido de la agraviada) y no vimos ninguna postura al respecto, ni del diario, menos del acusado. Esta es una prueba más de que el silencio cómplice es el principal aliado de autores que hacen un mal uso de sus espacios de opinión. Ni hablar de esos columnistas virtuales que se la pegan de críticos, que bajo el cuentazo de la reseña pretenden acercarse a la autora que ni en sus sueños más alucinados les dirigiría la palabra.
*
Pero claro, esta fiesta de la atrocidad no termina. Tenemos también la presencia del acusado conchudo, que reclama integridad para su imagen cuando él mismo se ha encargado de dinamitarla a lo largo de los años, siendo el acoso el guindón que faltaba al pastel de sus inconductas. El acusado conchudo no está solo, tiene un grupo de amigos que lo defienden, que abogan por él en la valentía del Inbox, pero ni hablar de hacerlo públicamente porque su galopante izquierdismo se los impide (claro, construyen referencia hablando de los demonios de Arguedas (de vivir, Arguedas les daría una lección de vida: los llevaría al espacio al que pertenecen: el inodoro, y en una jala la palanca para que se pierdan en el remolino del que jamás debieron salir), reclaman por las mujeres violadas en los años del terror, viven de la leyenda de la juventud revolucionaria (y disidente) y otras maravillas de la estrategia discursiva). El acusado conchudo apela a la victimización y, en el colmo de la inverosimilitud, construye la narrativa de que todo fue consensuado con la agraviada y que esta te acusa por despecho (claro, en medio de tanta cojudez, no respondes ninguna de las pruebas que te delatan).
*
Y en las últimas horas, una joven escritora acusa a un editor (conocido por su enemistad con el jabón) por acoso. Este editor aplica la misma táctica que el acusado conchudo y el comentarista virtual que oferta reseñas: contacta a la potencial escritora, la llena de halagos sobre su poética y, sin más preámbulos, le propone un encuentro sexual. La joven escritora cuenta su caso en la redes, refuerza su testimonio con capturas de pantalla, recibe el apoyo de muchas mujeres. Entonces, qué hace el editor acosador, pues lo mismo que el acusado conchudo: hacerse el pendejo, disminuir la versión de la agraviada. Carece de testículos para aceptar su responsabilidad, pedir disculpas y asumir la condena social por sus actos.
Lo bueno entre tanta inmoralidad: las mujeres agraviadas están exponiendo sus casos. La literatura, quizá lo mejor que en materia cultural tenga este país, ni el periodismo, pueden ser utilizados para maltratar psicológicamente a las mujeres que escriben y publican, ni a las que desempeñan cargos políticos. Esto no es feminismo, es sentido común.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal