la defensa de la imbecilidad
Hace un par de días conversé con un buen
amigo, cuya convicción en los principios de izquierda son inalterables.
Hablamos de todo y nos enfocamos en lo que vemos todos los días. No hace falta
recurrir a la redes ni a los medios de comunicación para saber cuál es la
situación de los venezolanos en el país. Son el vivo e irrefutable ejemplo de
que algo muy sucio está sucediendo en Venezuela, quizá el país más rico del
mundo en recursos naturales, gobernado por una tiranía que tiene a su pueblo
muriendo de hambre y que ha aniquilado sus inmediatas posibilidades de
desarrollo.
Lo que mi amigo dijo al respecto es algo
que deben tener en cuenta nuestros escritores e intelectuales cada vez que usan
sus redes para hablar de una crisis como si fuera la defensa de un ideal que
viene siendo atentado por fuerzas “imperialistas” que violan el derecho de un
pueblo a decidir su destino inmediato.
No hay día en que no vea eructos
mentales consagrados a la apología de la imbecilidad. Porque hay que ser un
tremendo imbécil para declarar que lo de Venezuela es un atentado a la
soberanía nacional. Lo obvio como redundancia: el fracaso de dicho país es
producto de una pésima gestión de gobierno coronado por una corrupción sin
parangón en la historia contemporánea de América Latina.
“No puedes ser de izquierda y corrupto a
la vez”, dijo mi buen amigo. Las bases discursivas de la izquierda condenan la
corrupción en todos los niveles de la vida política, más cuando ella se halla
en la administración de un país.
Ojalá más izquierdistas pensaran de esta
manera. Ingenuo, me dirán algunos y en verdad no me importa que piensen eso de
mí. Lo cierto es que mi alma noble siempre me ha llevado a creer en la
esperanza de cambio, en el milagro que lleve a muchos defensores de la estupidez
a pensar en el prójimo, porque ese el verdadero principio de la izquierda, la
justicia en beneficio del otro.
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