lescanos
Si hay un tema que viene recorriendo con
fuerza el imaginario del peruano en estas últimas horas, ese es sin duda alguna
el del congresista Yonhy Lescano, acusado por acoso sexual por una periodista,
hecho que ha sorprendido a la opinión pública, más cuando se trata de un
parlamentario en funciones durante varios periodos y de quien conocíamos su
lado más resaltante: la del fiscalizador.
De ser cierta la acusación, Lescano se
convertirá en la metáfora por excelencia del basurismo moral. Esta dimensión
inmoral está presente en todos los estratos de la sociedad peruana y el
circuito cultural no es nada ajeno de aquella manifestación. Quien piense que
el hombre de cultura está signado por la decencia, pues se equivoca. Hay mucho
pajero.
En
Perú abundan artistas e intelectuales conocidos por actitudes justicieras y afanes
revolucionarios. Venden la imagen de la intachabilidad para la platea virtual,
se alucinan el último verso de Ernesto Cardenal, el punto final del manifiesto
feminista y otras hierbas de la postura estratégica. Lo cierto es que no son lo
que alucinan ser, puesto que se sabe de sus oscuras costumbres en contra de las
mujeres del circuito a las que intentan tirarse valiéndose de su posición de poder (o lo que diablos sea esto). Hemos visto cómo los brigadieres de la ética acaban denunciados
por las mismas mujeres a las que fastidiaron y, claro, resultó imposible no
darnos cuenta de su caradurismo que les ha impedido aunque sea pedir disculpas.
El acosador, cuando es puesto en evidencia, se resiste a aceptar su
responsabilidad. En el colmo de la conchudez enarbola ficciones que solo pueden
ser creídas por subnormales. Las pruebas son insuficientes, su palabra basta y sobra
para mofarse de las evidencias. Fácil, el atropello se justifica solo: en el
circuito cultural peruano se sigue viendo a la mujer como una entidad de quinto
orden. Por eso, no sorprende el blindaje en favor del acosador, el violador y las
liliputienses bestias que insultan públicamente a mujeres como muestra de
valentía.
Pero el “triunfo” del discurso virtual
conoce su tácito premio: el público no los acompaña en sus campañas de la vida
real, la que importa a fin de cuentas (obvio, la vida no puede ser una payasada, no es una extensión de las redes sociales). Por eso los vemos ahuevadazos gracias a ese
chicotazo del sentido común. No aceptan la consecuencia de la falsedad de sus
palabras, lo que los lleva a refocilarse en indignados posts con los
que reclaman un mundo mejor para la mujer, porque escribir de la mujer
maltratada es lo que vende. Ya lo estamos viendo y en las
próximas horas leeremos encendidos posts que condenen a Lescano. Donde hay
guiso se posa el hocico. Conocen su negocio.
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