no será un mártir
Este miércoles 17 de abril pasa, sin
duda alguna, a la historia de la política e historia peruanas. Nadie esperaba
levantarse en la mañana con tremenda noticia que paralizó al país y que se
conoce a estas horas en todo el mundo: el suicidio de expresidente Alan García
cuando iba a ser detenido por la Fiscalía.
Desde hace unas semanas los días y las
noches ya no eran los mismos para García, que venía demostrando en poco tiempo
lo que no en tantos años de trayectoria política: miedo y nervios. Él sabía que
la Fiscalía lo estaba acorralando mediante los testimonios de los colaboradores
eficaces y la información proveniente de Brasil. El caso Odebrecht se había
convertido en su Waterloo, que lo inquietaba, porque si de algo nunca dejó de
sentirse seguro, era de la dimensión de sus artilugios para evadir la justicia
en sus diferentes tipos de denuncia, desde enriquecimiento ilícito hasta
violación de derechos humanos, entre los señalamientos más conocidos.
García fue presidente del país en dos
ocasiones, detalle que hasta sus más encarnizados enemigos van a tener que
soportar. Millones creían que jamás pagaría por los crímenes y delitos que lo
tenían como sospechoso principal, pero esa posibilidad estaba cada día más
cerca de concretarse gracias a un grupo de fiscales que no solo es rápido para
reunir pruebas para denunciar, sino también valiente para llevarlas a cabo. El
Equipo Fiscal Lava Jato hizo que lo imposible sea posible: García acorralado.
El expresidente no estuvo a la altura de
la tradición de los mártires apristas que sufrieron cárcel y persecución. Creyó
que suicidándose quedaría en la historia peruana, pero no formará parte de ella
como pretendía, sino como alguien que jamás tuvo la intención de defenderse.
Con el suicidio ha proyectado una pésima imagen para los seguidores de su partido
y para los millones de peruanos que nunca sintonizamos con él. Pero lo que
sustenta su desprestigio, del que recordaremos por generaciones: García fue
víctima de la falsedad de sus palabras, de la incoherencia con estas, palabras que
durante décadas le ayudaron a forjar una carrera política.
Penoso su fin, por lo que García
significaba para el Perú, pero es también una puerta abierta, una señal de
esperanza que necesitamos: la corrupción no se premia, el desprestigio su
insignia. Lejos García de ser un mártir.
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