miércoles, abril 17, 2019

no será un mártir


Este miércoles 17 de abril pasa, sin duda alguna, a la historia de la política e historia peruanas. Nadie esperaba levantarse en la mañana con tremenda noticia que paralizó al país y que se conoce a estas horas en todo el mundo: el suicidio de expresidente Alan García cuando iba a ser detenido por la Fiscalía.
Desde hace unas semanas los días y las noches ya no eran los mismos para García, que venía demostrando en poco tiempo lo que no en tantos años de trayectoria política: miedo y nervios. Él sabía que la Fiscalía lo estaba acorralando mediante los testimonios de los colaboradores eficaces y la información proveniente de Brasil. El caso Odebrecht se había convertido en su Waterloo, que lo inquietaba, porque si de algo nunca dejó de sentirse seguro, era de la dimensión de sus artilugios para evadir la justicia en sus diferentes tipos de denuncia, desde enriquecimiento ilícito hasta violación de derechos humanos, entre los señalamientos más conocidos.
García fue presidente del país en dos ocasiones, detalle que hasta sus más encarnizados enemigos van a tener que soportar. Millones creían que jamás pagaría por los crímenes y delitos que lo tenían como sospechoso principal, pero esa posibilidad estaba cada día más cerca de concretarse gracias a un grupo de fiscales que no solo es rápido para reunir pruebas para denunciar, sino también valiente para llevarlas a cabo. El Equipo Fiscal Lava Jato hizo que lo imposible sea posible: García acorralado.
El expresidente no estuvo a la altura de la tradición de los mártires apristas que sufrieron cárcel y persecución. Creyó que suicidándose quedaría en la historia peruana, pero no formará parte de ella como pretendía, sino como alguien que jamás tuvo la intención de defenderse. Con el suicidio ha proyectado una pésima imagen para los seguidores de su partido y para los millones de peruanos que nunca sintonizamos con él. Pero lo que sustenta su desprestigio, del que recordaremos por generaciones: García fue víctima de la falsedad de sus palabras, de la incoherencia con estas, palabras que durante décadas le ayudaron a forjar una carrera política. 
Penoso su fin, por lo que García significaba para el Perú, pero es también una puerta abierta, una señal de esperanza que necesitamos: la corrupción no se premia, el desprestigio su insignia. Lejos García de ser un mártir.



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