sábado, abril 13, 2019

volver al asombro


Ya se ha vuelto costumbre entre los conocedores cada vez que hablan del legado de Julio Cortázar. Desde Vargas Llosa hasta el más modesto admirador, la opinión se impone como contundente: de Cortázar quedarán sus cuentos, muchos de ellos magistrales.
Al respecto, cuando escucho de ello, trato de guardar silencio, suelo respetar la opinión contraria siempre y cuando no atente el sentido común, y más allá de no sintonizar con la cuentística de Cortázar, no deja de ser estimulante el ánimo y la pasión de los fanáticos. 
Lo que sí me gusta de Cortázar son sus novelas Los premios y Rayuela. La primera merece una relectura para el conocedor (y luego el esperado milagro, llegar a nuevos lectores) y la segunda también aunque con el aura de la nueva oportunidad, o predisposición para el asombro, tan ausente en no pocos lectores cuajados. En estos días he estado revisitando algunos pasajes de Rayuela y todavía es posible constatar el hechizo poético que signa la escritura del argentino. El tono de la morfología de la palabra como sustento del lúdico andamiaje estructural, del mismo modo de la “posería” que exhiben sus personajes. Por el tono y el ritmo que lo justifica puede hallarse la saludable vigencia de una novela que ya es un clásico pero que como tal no se la frecuenta y que sufre del señalamiento injusto (debido al apuro, y más en estos tiempos de celebración de la opinión inmediata) a causa de modas editoriales y supuestas vanguardias narrativas que mueren a cada cambio de temporada.

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