volver al asombro
Ya se ha vuelto costumbre entre los
conocedores cada vez que hablan del legado de Julio Cortázar. Desde Vargas
Llosa hasta el más modesto admirador, la opinión se impone como contundente: de
Cortázar quedarán sus cuentos, muchos de ellos magistrales.
Al respecto, cuando escucho de ello,
trato de guardar silencio, suelo respetar la opinión contraria siempre y cuando
no atente el sentido común, y más allá de no sintonizar con la cuentística de
Cortázar, no deja de ser estimulante el ánimo y la pasión de los fanáticos.
Lo que sí me gusta de Cortázar son sus
novelas Los premios y Rayuela. La primera merece una relectura
para el conocedor (y luego el esperado milagro, llegar a nuevos lectores) y la segunda
también aunque con el aura de la nueva oportunidad, o predisposición para el
asombro, tan ausente en no pocos lectores cuajados. En estos días he estado
revisitando algunos pasajes de Rayuela
y todavía es posible constatar el hechizo poético que signa la escritura del
argentino. El tono de la morfología de la palabra como sustento del lúdico
andamiaje estructural, del mismo modo de la “posería” que exhiben sus
personajes. Por el tono y el ritmo que lo justifica puede hallarse la saludable
vigencia de una novela que ya es un clásico pero que como tal no se la frecuenta
y que sufre del señalamiento injusto (debido al apuro, y más en estos tiempos
de celebración de la opinión inmediata) a causa de modas editoriales y
supuestas vanguardias narrativas que mueren a cada cambio de temporada.
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