ficción en deuda
En la columna del pasado 14 de junio
hablamos del buen momento de la industria editorial a razón de las
publicaciones de no ficción. Ahora toca preguntarnos por los libros de ficción.
Y no nos equivocamos al dictaminar que atraviesan por una severa crisis.
Razones sobran pero una se impone: no llaman la atención de nadie. Esta
realidad se contrapone con la imagen de éxito que proyectan sus autores en las
redes, terruños que deberían ser usados para la sana difusión y no para
ahuevarse en modo consagración. Por eso somos testigos de históricas pataletas
protagonizadas por inevitables plumas alucinadas, incapaces de aceptar que 1000
likes nunca será lo mismo a 40 libros vendidos.
Este desinterés por la ficción es
consecuencia del conservadurismo con el que muchos conducen sus proyectos. A
nuestros creadores les falta empaparse de mugre, dolor, humor, semen,
indignación. No tienen conchudez para narrar porque andan desconectados de la
vida, por eso los vemos en agendadas improvisaciones para el olvido, la
payasada diaria: condenar el cabello de Trump, filosofar sobre los damnificados
sirios, celebrar a López Obrador y otras maravillas de lo políticamente
correcto.
Con esto no quiero decir que deba
cometerse la imbecilidad de hipotecar la propuesta narrativa a las pasajeras
modas que impone el mercado. Por el contrario, un escritor serio muere en su
registro de coordenadas propias, propiciando con base en ellas el esperado
milagro: la aparición de su lector.
Esta fiesta no sería tal sin su
anfitrión: los editores, que en estos dos últimos años han venido subestimando
a los lectores. Absolutamente todos prestan más atención a los “nombres”
recomendados que a la riqueza de los textos a publicarse en las mejores condiciones
posibles. Aún pueden esquivar la resaca.
…
En Caretas
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