temperamento jrr
El último viernes participé en un
homenaje a Julio Ramón Ribeyro en Petroperú. Este evento, por lo que he podido
ver en la prensa cultural, no tuvo la suficiente difusión, pero poco o nada
importó: bastaron algunos rebotes en las redes para dar a conocer la actividad,
lo que terminó reflejándose en más de trescientas personas que desde temprano
se acercaron al auditorio de organismo estatal en pos de un lugar a ocupar.
Fue una noche que tuvo de todo, que
salió bien gracias al espíritu amical que despierta la figura y obra de
Ribeyro. Los participantes hablaron de sus cuentos, de sus recuerdos que tenían
de él como persona y quien escribe sobre La
tentación del fracaso, el libro de Ribeyro que me gusta más y que no paro
de frecuentar.
Hace unas horas terminé de releer Dichos de Luder bajo el sello de Revuelta.
No recuerdo dónde quedó mi edición de Campodónico, pero en verdad poco o nada
importa, porque lo que sigue prevaleciendo es el hechizo que sigue suscitando
la escritura del autor, en estado de aparente facilidad. Esa es su gracia,
proyectar dinamismo y naturalidad en tópicos que en otras voces hubiesen
recaído en el exhibicionismo críptico. Además, el humor sigue intacto, lo que
termina diferenciándolo de otras plumas latinoamericanas a las que precisamente
se les pajiza el humor, ni hablar de la ironía.
Hubo mucho público joven en el homenaje.
En más de una ocasión me pregunté por la razón del apego, y la respuesta no es
otra: simplemente no creérsela. Ribeyro sabía que ya era un grande, pero nunca
asumió del todo esa condición, debía pues cuidar su temperamento creativo, el
cual vemos en sus cuentos, artículos, ensayos, piezas teatrales, novelas y
registros híbridos, en los que no pasa
nada, pero sucede todo.
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