lunes, noviembre 05, 2018

escritor


Los domingos los dedico, la mayoría de las veces, a la relectura. Entre los títulos a escoger, uno al que venía echándole ojo desde hace varias semanas. Alta fidelidad, la novela de Nick Hornby, que no es una obra maestra y no tiene que serlo para sintonizar con ella. Lo mismo pasa con ciertas películas y algunos álbumes, que serían brutales atentados contra los figones de la exquisitez estética, infaltables en la vida.
La novela me acompañó en las gestiones del día, que creí que durarían hasta las dos de la tarde, pero no, las mismas se extendieron hasta avanzada la noche. Terminé agotado pero satisfecho porque la relectura no solo me dio luces de la vigencia de la novela, sino también me hizo pensar en las taras de la narrativa peruana, potenciadas en el presente siglo, como el hecho de que tengamos demasiados personajes signados por la literatosis. Sus autores creen que la epifanía va asociada al bostezo, consecuencia natural del abuso estilístico, confundiendo “mariconada” verbal con sensibilidad. Así es: ¿no se cansan que en la narrativa peruana abunde la figura del escritor como eje temático? En lo personal, no tengo nada contra esta recurrencia, por el contrario, me gusta mucho. Sin embargo, ¿no sería saludable que a esta opción la doren con algo de humanidad y que los personajes escritores no solo muestren el alma de una lavadora comprada a crédito? 
Incomoda decirlo por su obviedad, está en los manuales y en el sentido común: toda narrativa parte de la configuración del personaje. Claro, se puede escoger otra estrategia, mas esta debe valer en su epifanía, no en su extrañamiento formal. La figura del escritor está muy desgastada, encima mal elaborada. Podría citar títulos locales, pero mi idea no es hacer de este post una masacre. Habría que salir de este bache, empezando con vivir un poco y aprendiendo a mirar.

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