jueves, febrero 21, 2019

la verdadera recomendación


Por más que lo he intentado, la última temporada de House of Cards me ha aburrido tremendamente. Imagino que esa es la impresión de miles de seguidores de la serie, que exhibe el mérito, entre varios, de haber hecho de lo inverosímil un producto atractivo. Quienes vieron la entrega final lo hicieron más por orgullo y fidelidad que por mero gusto. Se entiende, esa es la prerrogativa que puede darse el espectador, no así el devorador de libros, que tiene que pensar al detalle el libro a leer, programando el tiempo y haciéndose la inevitable pregunta de que si lo que leerá valdrá la pena.
En verdad, ¿cuántos libros merecen ser leídos? Pienso en la cantidad de títulos que salen (y en los que vendrán en las próximas semanas), del mismo modo en el saludo que estos generan en los medios, en donde una estafeta también sirve como reseña. Por ejemplo, los libros locales de ficción, la mayoría de los cuales son una invitación al bostezo, pero lo curioso es que las portátiles los barnizan con esas mentiras de la “densidad” y la “extrañeza”, calificaciones valorativas que no sé cómo se instalaron en nuestro imaginario para dar sentido a títulos que bien merecen ser picados o tirados al tacho de basura. 
Felizmente, no todos los títulos peruanos de ficción cargan con esa falsedad. Si sabemos buscar, podemos hallar libros que aún deben conocerse y que, para bien, no dependen de la reseña positiva/negativa, pero que sí necesitan de una visibilidad para los nuevos lectores. No es ingenuidad lo que digo, porque hablo desde la experiencia, la conmoción. A saber, días atrás conocí a un joven lector que en su bolsa de una cadena de librerías llevaba no pocas publicaciones de ficción peruana. De lo comprado tenía cosas bastante buenas, pero me sorprendió cuando me respondió que no había leído a ciertos autores que cualquier seguidor de narrativa peruana debe conocer, como Gregorio Martínez y Carlos Eduardo Zavaleta. Sin duda, me fastidió más lo de Martínez, uno de nuestros más grandes estilistas, al menos para mí después de Martín Adán. Quise saber a qué se debía esa dejadez y su respuesta fue más que atendible: pocos hablan de autores como él. Estos autores gozan del reconocimiento, hasta podrían catalogarse de clásicos actuales y que en esa condición se cree que no necesitan de difusión porque “quien se interese, llegará por su cuenta”, cuando lo cierto es que con escritores como Martínez urge la sugerencia del boca a boca, es decir, suscitar la experiencia. Fácil: los autodenominados conocedores andan en la campaña de la aceptación, escribiendo de libros menores y olvidables en redes, espacios en los que hay mucha luz pero poquísima verdad.





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