no se perdona
El suicidio de Alan García no fue el
único suceso en estos días, también fuimos espectadores del ahorcamiento político de Alfredo Barnechea en el velorio de García en la
Casa del Pueblo. Las cualidades oratorias e intelectuales de Barnechea no están
en duda, pero tras su gracia ahora tenemos sospechas sobre su tremenda
ingenuidad, porque eso es lo que prefiero creer y no en una posible dimensión
idiota que podría disfigurar su cantada derrota electoral si vuelve a tentar la
presidencia, así use, con ahínco durante toda la campaña, un polo de la histórica
chicharronería El Chinito.
Si al aprovechamiento del momento
sumamos la flacidez de la moral del discurso (¿mafia judicial en contubernio?),
como que el ex candidato y representante de Acción Popular ya terminó por
firmar su nulidad como político. Sorprende, un hombre que ha escrito sobre esta
tierra de bellas montañas (recomiendo su Perú,
país de metal y de melancolía) no puede desconocer el ADN emocional de la
peruana y el peruano, menos intentar driblear esta marca de agua que nos define
más allá de la potencial formación recibida. Bien mirado el asunto, lo de
Barnechea refuerza la noción que tiene la población de la evidente desconexión
de los políticos y los intelectuales con la realidad local de la que hablan
hasta el cansancio.
Ya lo he escrito aquí cuando he abordado
los Sitcoms de nuestro pueblito literario.
La idea expuesta tranquilamente puede aplicarse a la pulpa del presente post:
los peruanos tenemos un extraño poder, un ángel que irrumpe en el estado
límbico, un weed en nuestros momentos cruciales de indecisión: no solo somos
duchos para detectar la atorrantada, sino que la condenamos. La figura del
atorrante es lo que jamás aceptará el peruano. Puedes haber leído más que la
mayoría, te puedes codear con los mandamases de la política, el empresariado y
la intelectualidad, ser la favorecida víctima de tus privilegios, no haber
estudiado y bracear en dinero, incluso puedes arrodillarte obligado por el mea culpa,
pero no, la atorrantada no se perdona por estos pagos. ¿Hablar de otros para
terminar hablando de uno mismo? Urge un duchazo de calle.
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