domingo, enero 31, 2010

Seminario - Taller: Literatura y Redes Sociales

Clic en la imagen. Entrar aquí.

Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo.
Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les ensañaríamos a leer y escribir nosotros solos.

COSAS QUE PASAN - Luis Goytisolo



A razón de la publicación de COSAS QUE PASAN (Siruela, 2009), el inclasificable libro de Luis Goytisolo, tenemos una entrevista en Canal – L, de la que ya se venía comentando un adelanto en el que el escritor español condimentaba la leyenda del “descubrimiento” de LA CIUDAD Y LOS PERROS. Más allá de lo que Goytisolo dice sobre esa novela, la entrevista vale mucho como tal… Goytisolo no se guarda nada, hasta podría decir que suelta cosas mucho más “polémicas” de otros autores.
Como es obvio, aún no leo este libro que linda con la novela y la autobiografía, pero algo me "avisa" que está dentro de la libertad que depara el dietario. Los interesados pueden leer el primer capítulo de COSAS QUE PASAN aquí.

sábado, enero 30, 2010

Necesario refrito: "Lisbeth Salander debe vivir" - Mario Vargas Llosa

El sábado pasado le presté a un buen amigo (y gran lector) la primera novela de la trilogía Millennium, LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES. El pasado martes recibo un mail suyo que me pide con carácter de urgencia que le pase la segunda novela de la trilogía, LA CHICA QUE SOÑABA CON UNA CERILLA Y UN BIDÓN DE GASOLINA. Debido a unos fortísimos ataques de hipo recién pude pasárselo hoy sábado. Nos quedamos más de tres horas hablando exclusivamente de Stieg Larsson. Y fumando y pensando en Lisbeth Salander. No es para menos: Larsson es el Alejandro Dumas del siglo XXI. Sus tres novelas son dignas herederas del folletín decimonónico. Si aún no has leído a Larrson, no tienes las más puta idea de lo que te pierdes. Y me aterra que Larsson termine siendo un autor más mentado que leído. Larsson nos ha devuelto la posibilidad de disfrutar del enganche de una buena historia. Por ello, al llegar a casa hice un poco de arqueología virtual. Busqué dos artículos sobre Millennium, cosa que así animo a los potenciales lectores a acercarse a sus páginas, que muy bien lo valen. El primero, de Jaime Bayly: “Yo besé a Lisbeth Salander”. El segundo, de Mario Vargas Llosa: “Lisbeth Salander debe vivir”, publicado en El País el 6 de septiembre del año pasado, el cual pego a continuación:

Comencé a leer novelas a los 10 años y ahora tengo 73. En todo ese tiempo debo haber leído centenares, acaso millares de novelas, releído un buen número de ellas y algunas, además, las he estudiado y enseñado. Sin jactancia puedo decir que toda esta experiencia me ha hecho capaz de saber cuándo una novela es buena, mala o pésima y, también, que ella ha envenenado a menudo mi placer de lector al hacerme descubrir a poco de comenzar una novela sus costuras, incoherencias, fallas en los puntos de vista, la invención del narrador y del tiempo, todo aquello que el lector inocente (el "lector-hembra" lo llamaba Cortázar para escándalo de las feministas) no percibe, lo que le permite disfrutar más y mejor que el lector-crítico de la ilusión narrativa.
¿A qué viene este preámbulo? A que acabo de pasar unas semanas, con todas mis defensas críticas de lector arrasadas por la fuerza ciclónica de una historia, leyendo los tres voluminosos tomos de Millennium, unas 2.100 páginas, la trilogía de Stieg Larsson, con la felicidad y la excitación febril con que de niño y adolescente leí la serie de Dumas sobre los mosqueteros o las novelas de Dickens y de Victor Hugo, preguntándome a cada vuelta de página "¿Y ahora qué, qué va a pasar?" y demorando la lectura por la angustia premonitoria de saber que aquella historia se iba a terminar pronto sumiéndome en la orfandad. ¿Qué mejor prueba que la novela es el género impuro por excelencia, el que nunca alcanzará la perfección que puede llegar a tener la poesía? Por eso es posible que una novela sea formalmente imperfecta, y, al mismo tiempo, excepcional. Comprendo que a millones de lectores en el mundo entero les haya ocurrido, les esté ocurriendo y les vaya a ocurrir lo mismo que a mí y sólo deploro que su autor, ese infortunado escribidor sueco, Stieg Larsson, se muriera antes de saber la fantástica hazaña narrativa que había realizado.
Repito, sin ninguna vergüenza: fantástica. La novela no está bien escrita (o acaso en la traducción el abuso de jerga madrileña en boca de los personajes suecos suena algo falsa) y su estructura es con frecuencia defectuosa, pero no importa nada, porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el lector pasa por alto las deficiencias técnicas, engolosinado, dichoso, asustado y excitado con los percances, las intrigas, las audacias, las maldades y grandezas que a cada paso dan cuenta de una vida intensa, chisporroteante de aventuras y sorpresas, en la que, pese a la presencia sobrecogedora y ubicua del mal, el bien terminará siempre por triunfar.
La novelista de historias policiales Donna Leon calumnió a Millennium afirmando que en ella sólo hay maldad e injusticia. ¡Vaya disparate! Por el contrario, la trilogía se encuadra de manera rectilínea en la más antigua tradición literaria occidental, la del justiciero, la del Amadís, el Tirante y el Quijote, es decir, la de aquellos personajes civiles que, en vista del fracaso de las instituciones para frenar los abusos y crueldades de la sociedad, se echan sobre los hombros la responsabilidad de deshacer los entuertos y castigar a los malvados. Eso son, exactamente, los dos héroes protagonistas, Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist: dos justicieros. La novedad, y el gran éxito de Stieg Larsson, es haber invertido los términos acostumbrados y haber hecho del personaje femenino el ser más activo, valeroso, audaz e inteligente de la historia y de Mikael, el periodista fornicario, un magnífico segundón, algo pasivo pero simpático, de buena entraña y un sentido de la decencia infalible y poco menos que biológico.
¡Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable! El país al que nos habíamos acostumbrado a situar, entre todos los que pueblan el planeta, como el que ha llegado a estar más cerca del ideal democrático de progreso, justicia e igualdad de oportunidades, aparece en Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, como una sucursal del infierno, donde los jueces prevarican, los psiquiatras torturan, los policías y espías delinquen, los políticos mienten, los empresarios estafan, y tanto las instituciones y el establishment en general parecen presa de una pandemia de corrupción de proporciones priístas o fujimoristas. Menos mal que está allí esa muchacha pequeñita y esquelética, horadada de colguijos, tatuada con dragones, de pelos puercoespín, cuya arma letal no es una espada ni un revólver sino un ordenador con el que puede convertirse en Dios -bueno, en Diosa-, ser omnisciente, ubicua, violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse, con esa desdeñosa indiferencia de su carita indócil con la que oculta al mundo la infinita ternura, limpieza moral y voluntad justiciera que la habita, a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas que pululan a su alrededor.
La novela abunda en personajes femeninos notables, porque en este mundo, en el que todavía se cometen tantos abusos contra la mujer, hay ya muchas hembras que, como Lisbeth, han conquistado la igualdad y aun la superioridad, invirtiendo en ello un coraje desmedido y un instinto reformador que no suele ser tan extendido entre los machos, más bien propensos a la complacencia y el delito. Entre ellas, es difícil no tener sueños eróticos con Monica Figuerola, la policía atleta y giganta para la que hacer el amor es también un deporte, tal vez más divertido que los aerobics pero no tanto como el jogging. Y qué decir de la directora de la revista Millennium, Erika Berger, siempre elegante, diestra, justa y sensata en todo lo que hace, los reportajes que encarga, los periodistas que promueve, los poderosos a los que se enfrenta, y los polvos que se empuja con su esposo y su amante, equitativamente. O de Susanne Linder, policía y pugilista, que dejó la profesión para combatir el crimen de manera más contundente y heterodoxa desde una empresa privada, la que dirige otro de los memorables actores de la historia, Dragan Armanskij, el dueño de Milton Security.
La novela se mueve por muy distintos ambientes, millonarios, rufianes, jueces, policías, industriales, banqueros, abogados, pero el que está retratado mejor y, sin duda, con conocimiento más directo por el propio autor -que fue reportero profesional- es el del periodismo. La revista Millennium es mensual y de tiraje limitado. Su redacción, estrecha y para el número de personas que trabajan en ella sobran los dedos de una mano. Pero al lector le hace bien, le levanta el ánimo entrar a ese espacio cálido y limpio, de gentes que escriben por convicción y por principio, que no temen enfrentar enemigos poderosísimos y jugarse la vida si es preciso, que preparan cada número con talento y con amor y el sentimiento de estar suministrando a sus lectores no sólo una información fidedigna, también y sobre todo la esperanza de que, por más que muchas cosas anden mal, hay alguna que anda bien, pues existe un órgano de expresión que no se deja comprar ni intimidar, y trata, en todo lo que publica e investiga, de deslindar la verdad entre las sombras y veladuras que la ocultan.
Si uno toma distancia de la historia que cuentan estas tres novelas y la examina fríamente, se pregunta: ¿cómo he podido creer de manera tan sumisa y beata en tantos hechos inverosímiles, esas coincidencias cinematográficas, esas proezas físicas tan improbables? La verosimilitud está lograda porque el instinto de Stieg Larsson resultaba infalible en adobar cada episodio de detalles realistas, direcciones, lugares, paisajes, que domicilian al lector en una realidad perfectamente reconocible y cotidiana, de manera que toda esa escenografía lastrara de realidad y de verismo el suceso notable, la hazaña prodigiosa. Y porque, desde el comienzo de la novela, hay unas reglas de juego en lo que concierne a la acción que siempre se respetan: en el mundo de Millennium lo extraordinario es lo ordinario, lo inusual lo usual y lo imposible lo posible.
Como todas las grandes historias de justicieros que pueblan la literatura, esta trilogía nos conforta secretamente haciéndonos pensar que tal vez no todo esté perdido en este mundo imperfecto y mentiroso que nos tocó, porque, acaso, allá, entre la "muchedumbre municipal y espesa", haya todavía algunos quijotes modernos, que, inconspicuos o disfrazados de fantoches, otean su entorno con ojos inquisitivos y el alma en un puño, en pos de víctimas a las que vengar, daños que reparar y malvados que castigar. ¡Bienvenida a la inmortalidad de la ficción, Lisbeth Salander!
Imagen, Stieg Larsson

viernes, enero 29, 2010

La última entrevista a Héctor Lavoe

Hasta Dios se ha olvidado de Gaza - Frontera D

Es un hecho que todos seguimos conmovidos por la catástrofe que viven nuestros hermanos haitianos. Pienso que la manera más efeciva (y honesta) de ayudar es depositando dinero en las cuentas de la “Cruz Roja Peruana en el Scotiabank (en soles, en la cuenta 009 010 201110461702 07; en dólares, en la cuenta 009 010 211110461711 06) o en el Banco Continental (en soles, en la cuenta 0011-0661-01-00032095 y en dólares, en la cuenta 0011-0661-01-00040241).” No debemos caer en la demagogia ni en la incoherencia. Demagogia por ese grupo virtual de Facebook que pide que se le condone la deuda a Haití, como si eso fuera suficiente para reconstruir un país en ruinas, e incoherencia porque hasta hace poco más de un año muchos nos solidarizábamos con los habitantes de la franja de Gaza a causa de los ataques abusivos y desmedidos por cuenta del Ejército Israelí. Se crearon muchos grupos virtuales en solidaridad con las víctimas de los bombardeos. Pasaron las semanas y nos olvidamos de la masacre. Así fue, ¿o no?
Encuentro en la revista Frontera D un extenso y valioso reportaje de Carla Fibla, Hasta Dios se ha olvidado de Gaza. Al leerlo, nos daremos cuenta de que las cosas poco o nada han cambiado en ese lugar. Recomiendo su lectura, vale la pena, con la esperanza de que recordemos nuestra solidaridad olvidada y con el objetivo de que tengamos una actitud real con los haitianos, o sea, depositando dinero en lugar de hacer clic.
(La imagen que da entrada al post pertenece a Fibla.)
….
Muy mal ha empezado el año 2010 en la franja de Gaza. El territorio palestino debía haber despedido 2009 con una gran marcha por la libertad en la que 1.400 activistas de derechos humanos de 43 países recorrerían los 45 kilómetros que separan Rafah de Erez, de sur a norte del territorio. El número no es baladí, obliga a pensar en la cifra de muertos palestinos de la última gran ofensiva israelí, durante los 23 días de asedio que convirtieron los 365 kilómetros cuadrados que ocupa la franja de Gaza en un auténtico infierno.
La nueva década del siglo XXI comenzó pésimamente en el área ocupada por Israel desde 1967 porque Egipto sólo dejó pasar a 84 activistas por la frontera de Rafah y el Estado hebreo a ninguno.
Tras días de protestas pacíficas en la capital egipcia, la organización asumió frustrada la imposibilidad de mostrar su solidaridad con los habitantes de Gaza in situ y, el pasado 1 de enero, optaron por hacer pública la Declaración de El Cairo en la que se aboga por “la autodeterminación del pueblo palestino, el fin de la ocupación, la igualdad de derechos para todos en la Palestina histórica y el pleno derecho al retorno de los refugiados palestinos”.
Pocos días antes de que el mundo volviera a sentirse incómodo al recordar la matanza y el hostigamiento padecidos por millón y medio de personas hace un año, Fady N. Skaik, filólogo y activista de derechos humanos palestino, me explicaba entusiasmado en una conversación telefónica la importancia de la Marcha. Una vez más los palestinos daban una oportunidad a la comunidad internacional para que lavase su conciencia, para que se resarciera de la inacción con la que contemplaron las bombas caer durante tres largas semanas sobre el territorio palestino.
Y de nuevo, los gobiernos árabes y occidentales volvieron a optar por abandonar a los gazíes al dejar de implicarse y ejercer la suficiente presión sobre Israel, o al menos sobre Egipto, para que los centenares de manifestantes pudieran cruzar la frontera y acceder a la prisión más grande del mundo.
Skaik llegaba a emocionarse al contarme las consecuencias que tendría un reconocimiento tan explícito, la denuncia sin paliativos de “la opresión, el asedio permanente, el castigo colectivo y, en definitiva, la ocupación ilegal de la franja de Gaza”. Cuando le preguntaba, igual que lo he hecho a muchos compatriotas suyos entre los escombros de sus casas destruidas, en las tiendas de campaña que vuelven a ser sus hogares o en las viviendas abarrotadas de familiares solidarios, por qué vuelven a confiar en la comunidad internacional, él reconocía algo apesadumbrado que hay momentos en los que parece que hasta Dios se ha olvidado de la franja de Gaza, pero que la esperanza permanece intacta.
Es la capacidad de resistencia palestina que tanto teme Israel y que tanto sorprende a los extranjeros que trabajan con ellos sobre el terreno, que obliga a sentir cierta admiración por los que mantienen la templanza siendo conscientes de que están dando la vida por una lucha que no verán concluida.
19 de enero de 2009
Sensación de alivio, que dure lo que dure, pero en este momento se puede respirar. Los niños se atreven temerosos a volver a ocupar la calle, uno carga un balón que duda en dejar que se deslice por una superficie que no reconoce. Un mercado al sur de ciudad de Gaza recibe con ansia productos frescos. Pocas mujeres en la calle, los hombres se acercan decididos a comprar mercancía. Rostros serios y serenos. Los carromatos tirados por los imprescindibles burros trasladan sacos con ayuda humanitaria y a personas dobladas por el cansancio.
Cesa la tensión por un tiempo. Poco importa en ese momento si durará mucho, sólo esperan que sea lo suficiente para coger aire, calmar los nervios, comprobar las bajas y recuperar lo que quede.
La maquinaria vuelve a ponerse en marcha, muy lentamente, con las dificultades del que siente que le han asestado un golpe muy duro. Sin luz, ni agua, con escasas reservas de alimentos, las familias se reencuentran no tanto para llorar a sus muertos como para comprobar que siguen siendo suficientes y seguir protestando. Siguen haciendo preguntas que quedan sin responder, recurriendo a todos esos tratados, empezando por la Declaración de Ginebra, a la que ellos, a pesar de ser personas, ciudadanos de este mundo, no pueden acogerse porque hace mucho tiempo que nada les protege.
Desde el 27 de diciembre de 2008, cuando las agencias de noticias internacionales empezaron a escupir teletipos en rojo sobre un brutal ataque aéreo israelí sobre la franja de Gaza y las televisiones empezaban a emitir imágenes de la población desorientada, los corresponsales de la zona intentamos llegar al lugar de los hechos para hacer nuestro trabajo. Durante los 23 días de ofensiva, en los que según la UNRWA (el organismo de Naciones Unidas que se encarga de los más de cuatro millones de refugiados palestinos que comenzaron un exilio forzoso en la guerra de 1948) murieron 1.385 personas (hay organizaciones palestinas e internacionales como el Centro Palestino de Derechos Humanos- PCHR que aseguran que la cifra de muertos supera los 1.400), de los que 762 no participaron en las hostilidades (entre ellos había 318 menores); y 5.300 resultaron heridos, 350 graves. Los periodistas asentados en la región que quizás congregue el mayor número de profesionales de los medios de comunicación del mundo insistimos para que el Ejército israelí al menos tuviera que responder cada día con un mensaje siempre negativo sobre la inconveniencia de que accediésemos al lugar del conflicto.
En el sucio juego que ejecuta desde hace décadas el “gran hermano mayor árabe” que representa Egipto en Oriente Próximo se reafirmó el confinamiento de la barbarie. Oraib al Rantaui, director del Centro Al Quds de Ciencias Políticas ubicado en Amman (Jordania), me explicó pocas semanas antes del primer aniversario del comienzo de la operación Plomo fundido, como la bautizó el Ejército israelí, que durante las tres semanas de ofensiva el Estado hebreo pudo probar con libertad armamento nuevo: “Gaza fue un experimento en el que mostraron no sólo a Hamás, sino también al grupo libanés Hezbolá, que disponen de armas aún más mortíferas y que pueden utilizarlas de forma impune mientras la comunidad internacional únicamente se lamenta, sin llegar nunca a imponer sanciones o perjudicar la relación política y comercial con la Unión Europea y, por supuesto, con Estados Unidos”. Rantaui, como muchos otros analistas árabes, está convencido de que en 2010 la franja de Gaza o quizás Líbano volverán a ser objetivo del régimen sionista.
Pocos días antes de que Israel decretase el alto el fuego unilateral algunas televisiones y agencias internacionales habían logrado acceder a la franja de Gaza a través del puesto fronterizo de Rafah. El requisito no era complicado: la embajada del que quisiera acceder informaba a través de un escrito al Ministerio de Defensa y al de Información de que el periodista solicitaba entrar en el territorio palestino asumiendo completamente las consecuencias de dicha acción. Tras días de llamadas, de frustrados intentos, todo se limitaba a una autorización que era posible gestionar en apenas unas horas. Más tarde comprendí que también era un factor importante aprovechar la confusión que me permitió el 19 de enero entrar en la franja de Gaza junto a un pequeño grupo de informadores y un equipo de Médicos sin Fronteras. Una sola entrada de apenas unos minutos que dio paso de nuevo al cierre hermético de la frontera para los compañeros que tuvieron que esperar días hasta que las autoridades egipcias recibieron el visto bueno de Tel Aviv, donde también se había decidido permitir que los periodistas acreditados entrasen incluso por el paso de Erez.
Israel destruyó más de 3.500 viviendas particulares y 20.000 personas lo perdieron todo en el ataque. Las imágenes que gracias al trabajo de los reporteros de la productora palestina Ramattan o del incansable trabajo de corresponsales permanentes en la franja de Gaza como Ayman Mohaydin de Al Yazira en inglés, pudimos contemplar desde el otro lado del conflicto, desde donde nos dejaban, empezaron a tomar forma en mi memoria mientras recorría muy lentamente las calles destruidas, sorteando puestos de control abandonados o las imponentes huellas de los tanques israelíes que habían campado a sus anchas por el territorio.
Era difícil contener la ansiedad por llegar a la gente, a todas esas familias afectadas, a los protagonistas de la macabra competición de historias que cada día se superaban. Un día una familia perdía hasta 30 de sus miembros, otro el hospital Al Quds era evacuado bajo las bombas, las escuelas de la UNRWA atacadas por el fósforo blanco, o familias mostrando la bandera blanca para intentar abandonar sus hogares eran obligadas a retroceder perdiendo a parte de los suyos. Atrás quedaba el acceso rápido, casi instantáneo, a los familiares de los tres civiles israelíes que perecieron por el impacto de cohetes palestinos durante la ofensiva, o a los datos sobre las circunstancias de las muertes de nueve soldados, de los cuales cuatro fueron abatidos por “fuego amigo”, o a los cien heridos atendidos en hospitales del sur de Israel.
La franja de Gaza fue curando sus heridas, las ventanas de las viviendas empezaron a cubrirse con plásticos para intentar aislarse del frío del invierno, empezaron a aparecer los policías vestidos de negro del movimiento islamista Hamás, haciendo recuento de los daños, apuntando las vías públicas incomunicadas, destruyendo las trincheras construidas en plazas y avenidas principales. Los gazíes regresaron a sus hogares violados como consecuencia de la estancia de los soldados israelíes. Contemplaron las pintadas en las que amenazaban con volver a invadirles definitivamente, los insultos estaban en ocasiones escritos con excrementos y la basura se acumulaba en las esquinas a su paso
Según la organización israelí B´Tselem la policía militar israelí ha abierto 19 investigaciones en las que se sospecha que los soldados violaron el reglamento militar durante la ofensiva. También el informe del jurista sudafricano Richard Goldstone, presentado el pasado 25 de septiembre ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU aporta casos concretos y pruebas del trato vejatorio y humillante al que se sometió a la población civil de la franja de Gaza.
Al escuchar los relatos de lo sucedido durante las tres semanas de ofensiva, las descripciones con las que sus protagonistas narraban sus sensaciones, todos esos detalles que ya no recogerá ningún medio de comunicación convencional porque “el momento pasó” y el espacio debe concentrarse en la actualidad, la frustración y angustia ante la evidencia del trabajo no hecho, fue creciendo.
Fátima, una niña adolescente, sujeta a uno de sus hermanos menores en la penumbra de una habitación iluminada sólo por velas. Sus ojos casi no pestañean cuando nombra a cada uno de los familiares que acaba de perder. Entre ellos está su madre, sus hermanas, primos, tíos. Con calma, sin permitirse los llantos en los que algunos adultos se abandonaban incapaces de encontrar una salida a tanta destrucción y muerte, Fátima retoma el discurso que ha permitido a este pueblo resistir durante más de sesenta años y señala a Israel como su enemigo, al que seguirán combatiendo hasta la muerte. Impresiona la contundencia, la claridad con la que conviven con su destino, y la convicción de que algún día lograrán la victoria.
Una vez superada la mezcla de rabia y angustia por no haber hecho bien el trabajo durante tantos días, por haber llegado tan tarde al lugar donde transcurría la noticia, aproveché para observar cada escena, cada mirada de los que se iban reencontrando tras el aislamiento de tres semanas de asedio. Habían sido aislados no sólo del mundo sino dentro de sus propios barrios, la mayoría no se atrevía a moverse del salón de sus casas donde toda la familia dormía, comía y pasaba las horas juntos, rezando para que no les tocara a ellos. Algunos aprovechaban la escasa electricidad para conectarse a internet y mandar información sobre lo que estaba ocurriendo, otros recargaban sus móviles y en breves conversaciones escupían todos los datos que habían podido recabar sobre ataques concretos y lanzaban desesperados llamamientos para que les ayudasen, para que alguien, Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea, el Cuarteto de Oriente Próximo (formado por EEUU, Rusia, UE y la ONU), los países árabes… alguien frenara aquella carnicería.
Durante esos primeros días de paz relativa porque las ambulancias seguían recorriendo las calles de forma intermitente y los pescadores regresaban a la costa con las manos vacías porque la Marina israelí espantaba a los peces con bombas de disuasión, los gazíes se paseaban con sus móviles en la mano haciendo fotografías de los edificios destruidos, de los que rebuscaban entre los escombros sin importarles que las inestables estructuras de cemento se les cayesen encima. Eran los supervivientes, los que están escribiendo la historia contemporánea de los palestinos, a los que les está encomendado seguir luchando para que los que de forma brutal habían perdido la vida en los últimos días no sean olvidados tan pronto.
9 de agosto de 2009
Cuando vas cruzando el paso fronterizo de Erez, uno de los cinco que conectan la franja de Gaza con Israel, vas perdiendo el contacto humano. Las máquinas vigilan tus pasos, tu mirada, desde el exterior los arrogantes soldados israelíes lanzan berridos en hebreo, en un árabe de manual o en un inglés con acento estadounidense. Aprovechan la indefensión del que no quiere dejar de cruzar porque al poderoso militar se le antoje complicarlo todo. Por eso los ojos furtivos, las pequeñas sonrisas de complicidad, entre los que atraviesan el lugar son los únicos rasgos de humanidad que es posible descubrir entre tantos aparatos de seguridad, escaners, rejas y puertas giratorias.
El kilómetro que separa el muro de hormigón de la frontera de la simbólica entrada a territorio palestino donde Hamás anota en un cuaderno el nombre, pasaporte, profesión, procedencia y motivo de la visita a la franja de Gaza, hay que recorrerlo a pie, sintiendo el sol mientras arrastras el equipaje por un camino de tierra medio destrozado por el paso del tiempo y de la gente. La vida en Gaza puede parecer irreal porque el que llega del exterior no es capaz de imaginar una salida a medio plazo del conflicto. En cambio, los protagonistas del castigo colectivo, del bloqueo al que les somete Israel desde hace más de tres años, viven cada día con una intensidad increíble.
Aprenden, se organizan, llevan a cabo iniciativas limitadas a los kilómetros cuadrados en los que están encerrados, se informan, crean, intentan que no se olvide que existen y aprovechan cada resquicio de actualidad para recordar que el pueblo palestino acudió a las urnas en 2006, votó el cambio, dar una oportunidad a Hamás frente a la corrupción y el fracaso en las negociaciones de paz de Fatah, el partido del mítico Yaser Arafat, y nadie aceptó su elección. En un ejercicio de aberrante violación de las normas fundamentales de la democracia que Occidente pretende enseñar a los atrasados países del tercer Mundo, ha quedado patente que el nivel de conciencia y justicia es, en relación a Europa y Estados Unidos, muy superior en el inexistente estado palestino.
Seis meses después de la ofensiva Plomo fundido los gazíes trabajaban a destajo para restablecer su normalidad contando con muy poco. Según datos de la ONU no llega al medio centenar los camiones con ayuda humanitaria que el Gobierno del conservador Benjamin Netanyahu ha permitido que accedan a la franja durante los últimos meses. Un dato que contrasta con las cifras oficiales hebreas en las que se asegura que “desde el fin de la ofensiva, el 18 de enero de 2009, han entrado en el territorio 668.393 toneladas de ayuda y más de 100 millones de litros de gasolina, a pesar de que los milicianos palestinos han seguido lanzando 125 cohetes y 70 morteros sobre el sur de Israel (durante 2008 se lanzaron 1.750 cohetes y 1.528 morteros)”. Las Fuerzas de Defensa Israelí (IDF, en sus siglas en inglés) añaden que en los últimos doce meses se ha permitido salir y entrar en el territorio a 4.000 palestinos junto a 3.600 acompañantes para someterse a un tratamiento médico; y se han otorgado 18.500 permisos para viajar al extranjero a través de Israel. Los escombros han sido amontonados, en ocasiones en los límites del territorio mientras las escasas máquinas de las que dispone la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que en la franja de Gaza está liderada por Hamás, trabajan sin descanso en cada barrio para que los habitantes vayan reconstruyendo su presente.
En marzo de 2009 se celebró una conferencia internacional de donantes en Sharm es Sheij (península egipcia del Sinaí) en la que los países que abandonaron a su suerte a los gazíes durante la ofensiva, tuvieron la oportunidad de lavar sus conciencias y recuperar cierto humanismo. El resultado fue el compromiso de aportar 4.800 millones de dólares para la reconstrucción del territorio. Una iniciativa de la que por el momento sólo se han beneficiado los palestinos de Cisjordania y el gobierno de Mahmud Abbas, que no sufrieron la ofensiva Plomo fundido, porque Israel no ha dado luz verde a la forma en la que se distribuirá el dinero en la franja de Gaza ni permite la entrada de material básico de construcción como cemento, cristales o ladrillos.
La realidad es que nadie cuenta en la franja de Gaza con la supuesta ayuda internacional gubernamental porque ya han comprobado que la reconducción de sus vidas está por detrás del aislamiento y el intento de destrucción de Hamás.
27 de diciembre de 2009
Doce meses después, Gaza es recorrida por los reporteros que no pudieron hacerlo mientras se ejecutaba el ataque por tierra, mar y aire sobre uno de los territorios más poblados del mundo. Numerosos informes gubernamentales, internacionales e independientes documentan con detalle lo ocurrido durante la ofensiva, sus consecuencias y las expectativas de futuro.
Entre los más interesantes figuran Fallando a Gaza: no hay reconstrucción, no hay recuperación, no hay excusas, realizado por 16 ONG internacionales, y el análisis del PCHR titulado 23 días de guerra, 928 días de bloque. La vida un año después de la última ofensiva israelí en la franja de Gaza, en el que no sólo resume el trabajo sobre el terreno, haciendo hablar y recogiendo testimonios en primera persona de las víctimas del conflicto, sino que se refiere a la política de cierre a la que se ha sometido al territorio desde 1991, agudizada a partir del 14 de junio de 2007 cuando Hamás expulsa a Fatah de la franja de Gaza. PCHR concluye que Israel viola los artículos 33, 55 y 56 de la Cuarta Declaración de la Convención de Ginebra sobre el derecho a la vida, a la salud, a la libertad de movimiento y a la dignidad humana.
El 80% de la población sufre diferentes grados de pobreza mientra que el paro alcanza al 42% (en zonas como Jan Yunis supera el 55%). Además, la Oficina Central Palestina de Estadística (PCBS en sus siglas en inglés) asegura que desde enero de 2009 en el 33,7% de los hogares se consume alimentos de baja calidad y en más del 16% menos comida. Casi la mitad de las familias no pueden pagar las facturas, lo que ha provocado que se establezca un sistema para lograr comida mediante crédito, lo que ha potenciado la actual economía sin liquidez del territorio.
La imposible reparación del sistema de tuberías de agua y de la red eléctrica ha provocado que el 90% de la población sufra cortes de luz que se prolongan hasta 8 horas al día. Tampoco sirven los ensordecedores generadores porque la escasez de combustible les ha convertido en un artículo de lujo para muchas familias.
La única vía de escape que le queda a la población es el contrabando de los túneles ubicados en el sur del territorio, en la frontera con Egipto. Una organizada hilera de plásticos blancos esconde a centenares de trabajadores que arriesgan su vida a diario para cargar con todo tipo de productos de primera necesidad, con animales y con algunos lujos como motos desmontadas que adquieren su forma original ya en suelo palestino. A través de los túneles se organizan también bodas entre familias separadas por una frontera cómplice del inhumano bloqueo económico israelí.
Desde febrero a noviembre del año pasado 64 personas perdieron la vida en accidentes dentro de los túneles, la mayoría eran jóvenes de entre 15 y 25 años. Algunos túneles se derrumban, a veces el material que transportan provoca incendios o la policía egipcia introduce gas y sella la salida.
Siguiendo su propia agenda política en diciembre de 2009 se supo que Egipto está además construyendo un nuevo muro para terminar con los túneles. Desde El Cairo se ha desmentido parte de la información y evitan pronunciarse sobre los detalles que aportan algunas ONG. Los habitantes de Rafah, donde el movimiento de camiones y material para construir una valla de separación de acero que se introduzca varios metros bajo tierra es constante. Están convencidos de que se está levantando el muro que terminará de asfixiarles
Ni egipcios ni israelíes quieren volver a vivir situaciones de caos como el derrumbe de la valla en enero de 2007 que permitió a los gazíes abastecerse y visitar a familiares y conocidos durante varios días, hasta que el perímetro fue de nuevo reparado y se volvió al aislamiento.
Enero de 2010
A los problemas cotidianos de los gazíes se añade la pésima situación económica reconocida por la propia UNRWA, un organismo del que dependen 4,7 millones de palestinos y el 80% de la población de la franja de Gaza. La ONU estima que necesita 450 millones de euros para financiar los 256 proyectos de asistencia humanitaria durante 2010.
John Ging, director de la UNRWA en la franja, aseguró hace unas semanas en una conversación telefónica que confían sobre todo en la solidaridad de los países árabes para que respondan ante la alerta lanzada. Ging considera fundamental que no se altere el sistema educativo alternativo implantado desde hace décadas en los territorios palestinos, que en la franja de Gaza afecta a casi 400.000 menores, para formar a una futura generación no tanto en el odio y la violencia como en la capacidad de negociación y reivindicación pacífica. Para seguir este trabajo apela a las conciencias de Occidente, las mismas que muestran su incomprensión y temen al radicalismo islamista.
En esta primera semana de 2010 Israel ha permitido la exportación desde Gaza con destino a Europa de 30.000 flores y de la primera cosecha de fresas de la temporada por el paso fronterizo de Kerem Shalom, al sur del territorio. En el mismo lugar los camiones con ayuda humanitaria y gasolina esperan la luz verde para que accedan los entre 15 y 20 productos autorizados por Israel.
Al margen de la actualidad, en la lucha diaria, miles de gazíes dejan de lado la apatía de los medios de comunicación que sólo les llaman cuando pasan por momentos extremos de sufrimiento, y aprenden a explotar su gran ventana con el exterior: Internet.
Desde intelectuales a militantes de las campañas de boicoteo de productos israelíes como BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) lanzada en julio de 2005, con la intención de que Israel cumpla con la legalidad internacional; pasando por organizaciones no gubernamentales locales muy activas como el Foro de Juventud Sharek o por los bailarines de breakdance y los músicos de rap de Palestinian Union que consiguen que su arte traspase fronteras y muros a través de documentales como Checkpoint Rock. Canciones de Palestina de Fermín Muguruza; todos forman parte de una revolución que si gozase de un apoyo claro y constante del exterior lograría cambiar la realidad de los palestinos de la franja de Gaza en muy poco tiempo.

jueves, enero 28, 2010

J. D. Salinger (1919 - 2010)


Primer Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil - Entrevista a Rubén Silva (Editorial Norma)


Gracias a los envíos electrónicos de David Abanto, me entero de la realización del Primer Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil, que se llevará a cabo en Lima la gris los días 19 y 20 de febrero. Este congreso contará con la participación de ponentes nacionales e internacionales. A razón del mismo, Carlos Sotomayor (diario Correo) entrevista a Rubén Silva, director de Norma, editorial encargada de la organización. Los interesados en participar pueden informarse aquí.

Correo: ¿Cómo surge la idea de este congreso internacional?
Rubén Silva: Es una parte más de lo que veníamos trabajando hace varios años. Tú sabes que teníamos un diplomado que ganó el premio de creatividad empresarial hace cuatro años. Tuvimos una maestría en la Universidad Champagnat. Y siempre estamos pensando qué hacer a favor de los maestros. La literatura infantil, por más que haya tenido un auge con la disposición ministerial del Plan lector, todavía es un tema que se sigue discutiendo. Y en el Perú no ha habido un espacio para discutir esos temas con fuerza. Hay poca gente que se reúne a hablar de esto. Tenemos promotores de lectura tan importantes como Jorge Eslava, Javier Arévalo o Cucha del Águila. Pero si te das cuenta es un movimiento pequeño, aún no da el gran salto. Y nosotros hemos querido dar ese gran salto.
C: Con la realización de este congreso.
RS: Claro. Y ese gran salto es hacer este congreso cada año por lo menos. Pensamos, entonces, que podíamos traer a los más importantes especialistas en literatura infantil y promoción de la lectura para que en dos días de febrero, el 19 y el 20, compartan con los profesores todo lo que saben y las últimas cosas que se están discutiendo en literatura.
C: ¿Cómo ves la literatura infantil y juvenil en América Latina?
RS: Hay tres países que tienen un polo de desarrollo en literatura infantil muy grande: México, Colombia y Argentina. Y esto se da curiosamente con el desarrollo de la industria editorial. En Argentina, por ejemplo, cuando vas a cualquier congreso de provincia -yo fui al de Rosario- tú escuchas a los profesores de primaria de "lingüística del texto", "pragmática del discurso", junto con sus cuentecitos de Blanca Nieves o de cualquier colección para niños, tratándolos con la misma seriedad. Eso a mí me pareció sorprendente.
C: Hace varios años la enseñanza de la literatura en los colegios atentaba contra el disfrute real del acto de leer. ¿Ha variado en algo esa mirada?
RS: Daniel Penac empieza uno de sus libros con la siguiente frase: "El verbo leer no admite el imperativo, es una versión que comparte con algunos otros verbos como amar, soñar". Y claro, obligar a leer es lo peor que puede pasar. Entonces, todas estas actividades las hacemos para que se quiten de la cabeza esa idea de que la lectura tiene que ser enseñada. Es bien difícil enseñar a leer. Uno aprende a leer solo, leyendo. El maestro debe ser un intermediario entre el libro y la lectura. Esto está empezando a reflexionarse. Pero yo no creo que sea una práctica extendida. Es decir, todavía existen maestros que hacen que subrayes un libro literario, que subrayes las ideas principales, que busques las palabras nuevas, que lo utilicen para ver cuántas oraciones hay. O peor, que hagan preguntas tan tontas como: El protagonista en el capítulo 2 qué hizo. Qué te importa, yo a veces ni me acuerdo. Y eso no significa que no haya entendido y disfrutado de la lectura.
C: Existe una concepción errónea?
RS: Sí, todavía hay unos prejuicios y unas concepciones de la lectura que perjudican al amor por la lectura. Entonces, estos congresos esperemos que sirvan para hacer reflexionar y convencer de que la lectura debe ser gratis, como dice Daniel Penac: lee porque te gusta.

Fogwill


Últimamente se me ha estado mencionando mucho al escritor argentino Rodolfo Fogwill, sea en reuniones, chat de Facebook o conversas telefónicas. Al respecto no he podido decir mucho por la sencilla razón de que todavía no lo leo; digamos que el asunto “se agrava” puesto que hasta hace unos meses tenía en mi biblioteca su novela RESTOS DIURNOS, la cual no sé por qué presté indefinidamente. Si la memoria no me traiciona, pocas veces he visto libros suyos en librerías limeñas, y mi ejemplar editado por Sudamericana pues lo compré hace más de siete años en la cantera de publicaciones inhallables: en el Campo Ferial de Libros Amazonas, específicamente en el stand de mi amigo Abelardo (el metalero que escucha Telestereo), que me lo regaló por ocho soles.

Me puse entonces a buscar datos sobre este escritor de aura maldita y satánico talento. Y encontré dos datos de interés, tanto para los fanáticos de Fogwill y para los que aún no lo leen.
El primero, para variar, en El Boomerang, en el blog Río fugitivo, en donde Edmundo Paz Soldán reproduce una reseña, publicada en La Tercera de Chile, de la reciente edición CUENTOS COMPLETOS (Alfaguara – Argentina), que reúne la producción cuentística de Fogwill a lo largo de tres décadas. El muy buen escritor boliviano empieza así:
Hasta hace apenas un par de años, Fogwill era un escritor de culto en América Latina, alguien del que, con suerte, se había leído su prodigioso cuento "Muchacha punk". Hoy es un referente fundamental de la literatura argentina contemporánea, alguien a la altura de Piglia y Aira.
Bueno, a mí nunca me ha vacilado César Aira, lo cual no quiere decir que me parezca malo, en absoluto. Pero Ricardo Piglia sí. Esta referencia al autor de RESPIRACIÓN ARTIFICIAL y CRÍTICA Y FICCIÓN me es suficiente para que le haga encargo al metalero que escucha Telestereo, de quien estoy seguro me conseguirá cualquier libro de Fogwill, no me pregunten cómo lo hace, el asunto es que lo logra.
Sobre los tópicos del argentino, Paz Soldán anota:
La variedad de los registros hace que se pueda entrar a este libro a partir de diversas perspectivas. Fogwill ha dicho que tiene una preferencia por "las lecturas que atienden, más que a lo que sucede, a la manera de narrar lo que sucede". Por eso son importantes sus intervenciones en relatos clásicos, su reescritura y a la vez parodia y actualización de "El Aleph" de Borges en "Help a él" o de "El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga en "Otra muerte del arte". Más allá de la parodia, lo que llama la atención es la forma indirecta que encontró Fogwill de narrar la política y el campo social en los años de la dictadura y la guerra sucia. Es una forma que tiene mucho que ver con la de Piglia en Respiración artificial (1980), la gran novela de ese período. Suena un poco raro, porque no hay momento en que Fogwill no ataque a Piglia, pero, como dice Fabián Casas, "la contienda se salva en los estantes de la biblioteca", y allí hay lugar para los dos. Agregaría que no solo en los estantes; en los textos de fines de los setenta y principios de los ochenta, el mejor interlocutor de Fogwill es Piglia.
El segundo dato lo hallé en la siempre pulcra y extraordinaria revista colombiana El Malpensante. En el extenso artículo Máquina Fogwill la escritora Leila Guerreo aborda al corrosivo escritor en la intimidad de su hogar. En el gorro del artículo se lee:
Después de la coca, la cárcel y las obras maestras, ¿qué ha pasado con Fogwill? La autora busca la respuesta en medio del caos doméstico del gran escritor argentino.
¿Coca? ¿Cárcel? ¿Obras maestras? Ergo: Fogwill es una leyenda en vida. Un oscuro y apetecible personaje de novela. Cosa rara: sin haberlo leído, ya me estoy haciendo su hincha.
Entre lo mucho que declara el vesánico escritor, consigno una pequeña referencia sobre la cocaína:
–Antes estaban muy mal mis pies. Con la cocaína se me destrozaron. Se me formaron como garras. De estar sentado. Lo único que hacés es tomar cocaína. No movés los pies. Voy a mear. Me ponés nervioso, vos. Me hacés ir a mear.
Desde el baño, la puerta semiabierta, llega el fragor del líquido en el líquido.
–Tirí –canta Fogwill–. Tirirí.
Y sobre su celebrado relato “Muchacha Punk”, se consigna:
Pero para decir cómo y por qué empezó a escribir hay distintas explicaciones: que es más fácil escribir que evitar la sensación de sinsentido de no hacerlo, que tuvo mucho que ver uno de sus analistas, que ayudó el hecho de que, en 1975, se volvieran accesibles las máquinas de escribir ibm a bochita que le permitieron retroceder y borrar y, también, el hecho de que, en 1978, aparecieran las máquinas de escribir eléctricas portátiles, que le permitieron ganar velocidad. Fue con una de esas máquinas de escribir eléctricas portátiles que una noche se subió a su barco –el último de todos los que tuvo se lo llevó aquel juicio por estafa de 1981– y tecleó, de una sentada, Muchacha punk.
–El casco de un barco es una cámara de amplificación. A docientos metros nadie dormía con el tecleo, y nadie sabía que era yo el hijo de puta.
“En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir ‘hice el amor’ es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que hicimos ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo–, eran un amor: eran eso y solo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos ‘acostamos juntos’. Otro decir, porque todo habría sido igual si no hubiésemos renunciado a nuestra posición bípeda –integrando eso (¿el amor?) al hábitat de los sueños: la horizontal, la oscuridad del cuarto, la oscuridad del interior de nuestros cuerpos; eso”, escribió Fogwill aquella noche de insomnio propio, ajeno.
Genial, ¿no? Pues a leer a Fogwill.

miércoles, enero 27, 2010

Canal-L, el canal de los libros en internet

Ernesto Escobar Ulloa vía mail me invita a darme una vuelta por Canal-L, el Canal de Libros en Internet.
La verdad que no tenía conocimiento de esta interesantísima web, aunque en más de una ocasión he usado sus entrevistas en video, que encontraba en Youtube, para ciertos posts en lfdls.
Se trata pues de un proyecto necesario, que le saca provecho al medio idóneo para la promoción de libros y autores. En su archivo podemos encontrar entrevistas, notas y reportajes a Rodrigo Fresán, Sergio Galarza, Ignacio Martínez de Pisón, Enrique Vila-Matas, Juan Villoro, Agustín Fernández Mallo, Gabriela Wiener, Matthew Pearl, Fernando Iwasaki, Claudia Apablaza, Sergio Ramírez, Juan Marsé…
Por cierto, un adelanto de entrevista a Luis Goytisolo, que puede encontrarse en el homónimo blog de la web, promete encender más de una polémica sobre la leyenda del descubrimiento de LA CIUDAD Y LOS PERROS.
Y como vengo siguiendo con atención la producción del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, subo la primera parte de un video en donde el autor de LOS INFORMANTES y LOS AMANTES DE TODOS LOS SANTOS y el crítico español Juan Antonio Masoliver Ródenas conversan sobre “las influencias literarias, García Márquez y el realismo como crónica social”.

martes, enero 26, 2010

Edmundo Paz Soldán - "Lazos de familia" - Frontera D


Frontera D es una excelente revista virtual. Hasta el momento, la mejor de las que vengo revisando. Por ello, me gustaría que los lectores de lfdls (que no son para nada pocos) puedan darse una vuelta por ella. Para animarlos consigno en su integridad el muy buen cuento “Lazos de familia” de Edmundo Paz Soldán, más la ilustración de Raúl, que abre el post. El cuento fue publicado hace ya varias semanas y fue a través de él que llegué a la revista.

Ahora, aprovecho el post para comunicar lo siguiente: Si algún narrador (no importa su edad), así tenga o no libro publicado, quiera ver su cuento o adelanto de novela en este blog, solo debe cumplir dos detallitos: Uno, que el archivo no pase de las 1500 palabras. Dos, que lo que lea me guste o me parezca interesante. Como bien se sabe, en lfdls no se promociona sebo de culebra.
.......

A Alonso Mayo, por todo lo que ha hecho por y con este cuento

Papá viene a recogerme alrededor de las seis de la tarde, como todos los días. La bocina de su Chevrolet Cavalier rojo continúa sonando incluso cuando me ve abrir la puerta de la casa y cruzar con pasos apurados el jardín de rosas secas. Es un mensaje para mamá, pienso, una manera de decirle que no podrá librarse fácilmente de él, del ruido de su presencia. Yo tampoco puedo hacerlo, y si bien hubo un tiempo en que contaba los minutos que faltaban para que llegara, en los primeros días de la separación definitiva, eso no duró ni un mes.
--Hola, campeón —la palmada en la espalda, el aire de complicidad, como si fuéramos miembros de la misma pandilla--. ¿Cómo te trató la vida entre ayer y hoy? No me digas. Seguro tu mamá te hizo hacer las tareas y te mandó al colegio y otras ridiculeces.
--Algo por el estilo. Pero tampoco me molesta.
--Eso es lo que me preocupa. Tendrás que venirte a vivir conmigo las vacaciones de fin de año. Con apenas un par de horas al día estoy en desventaja.
Me apoyo con fuerza contra el asiento, como si quisiera perderme en él. Y no quiero mirar a papá porque, pese a todo lo que hace, es mi papá, y recuerdo los buenos momentos, por ejemplo cuando íbamos al cine o al estadio solos, y si nuestros ojos se encuentran me voy a sentir peor de lo que ya me siento, culpable de algo, de no aceptarlo tal como es. Me gusta al menos salir de mi casa de cuartos pequeñísimos por donde mamá va y viene con su pena a cuestas y me contagia. No hace mucho, nuestra forma de vida era otra.
El sol se va. Van pasando por mi ventana las casas tristes de mis vecinos, una señal de PARE en la esquina a la que nadie le hace caso, los triciclos y cajas de cartón tirados en las aceras, la rubia de largas pichicas que vive a dos cuadras de mi casa y nunca usa sostén. Se llama Estela y es lo único interesante de este barrio de calles de tierra. No parece ir al colegio, la veo abrazada de diversos chicos mayores en autos y motocicletas. Algún día, me he dicho, al toparme con su mirada ausente. Algún día.
--Yo también la vi —dice papá, sonriente--. No eres un caso tan perdido, después de todo. Sus jeans están que se le caen. La moda de hoy lo hace todo más fácil.
Me ofrece una Taquiña en lata y se la rechazo, no porque tenga catorce años, sino porque no me gusta la cerveza, y menos si viene de papá. El olor de su colonia intoxica el ambiente; abro un poco la ventana. Hombre de pelo en pecho —la camisa algo desabotonada-- y cigarrillo negro en la mano, tiene éxito con las mujeres y yo me pregunto por qué.
Debo calmarme: de nada sirve la rabia. Papá no se merece eso. Me dio una infancia maravillosa, me llenó de trenes y rompecabezas, y sobre todo, me dio su tiempo; ni siquiera mamá recibía tanta atención. Nunca me falló hasta que se falló a sí mismo y por arreglar las cosas las empeoró y se fue hundiendo, y nosotros junto a él, incluso ahora que ya no vivimos juntos.
--Nos toca dar una vuelta por la Atalaya. Pagan bien por allí, tantos banqueros estresados. Pronto te tendré que dar unos pesos. Una comisión de la comisión.
Papá le ha dicho a mamá que trabaja los fines de semana y por eso han llegado a este arreglo: en vez de encargarse de mí los sábados y domingos, me viene a buscar de lunes a viernes a eso de las seis de la tarde, cuando dice que termina su trabajo, y me trae de regreso entre las nueve y las diez, después de la cena (que es, las más de las veces, una hamburguesa en Burger King). Pero la razón es otra: su verdadero trabajo comienza a las seis de la tarde, y necesita de mi inocente presencia para que la policía no sospeche de él, o al menos eso es lo que creo: quizás sólo quiere que lo acompañe porque está orgulloso de lo que hace y quiere que yo sea parte de ello. O quizás ocurre que tiene una idea algo torcida de lo que resulta apropiado hacer en compañía de su hijo. O todo a la vez. Porque vive de la venta de coca a dignos padres (y madres) de familia que viven en barrios residenciales, en casas de amplios jardines y garajes con dos autos (una de ésas fue algún día nuestra casa, pero ésa es otra historia). Es -suena cómico decirlo- un repartidor a domicilio y gana una buena comisión.
Conmigo no se esforzó por ocultarlo: quería hacerme hombre de una manera violenta, contrarrestar la esforzada y correcta educación que recibía de mamá. Yo no me animaba a decirle lo equivocado que estaba; toma tiempo encontrar el ánimo necesario para contradecir a los papás, no hacer lo que ellos quieren que hagamos, dejar de admirarlos. Toma tanto tiempo que uno nunca lo logra del todo, incluso cuando uno deja de admirarlos los sigue admirando. Y aquí estoy, un espía en el Chevrolet, mirando con ojos extraños y cansados las aventuras de un señor con el cual tengo poco en común (toco madera: uno nunca sabe). Cuando todo termine —porque tiene que terminar--, me preguntaré cómo hice para tolerar esta rutina durante más de seis meses. Mi mamá dirá: “porque le tomaste cariño, y después de todo tu papá es tu papá”. Lucho, mi mejor amigo, dirá: “porque en el fondo te gustaba el sabor del peligro y querías llevarle la contra a tu vieja. Porque tu mamá jode mucho, ¿no?” “No más que cualquier mamá promedio”. “Entonces jode mucho”.
--Anoche vi una película en la tele —los ojos de papá están fijos en la avenida que circunvala a la ciudad, al fondo las montañas con el sol que las va apagando--. Sobre una pareja dispareja. Me hizo recuerdo a tu mamá y a mí. Nos llevábamos como perro y gato. No entiendo cómo pudimos casarnos.
--Eso es fácil —hurgo mis bolsillos en busca de monedas, lapiceros, cualquier cosa--. Lo difícil es explicar cómo pudieron estar casados durante más de diez años.
Un Ford azul aparece detrás nuestro y nos sigue un par de cuadras. Oprimo mis manos contra el asiento. ¿Será la policía? Tranquilo, tranquilo.
--Supongo que había amor de verdad. Y también estabas tú. Nos preocupaba tu futuro.
--No hubiera sido necesario. Apenas me di cuenta de lo que ocurría entre ustedes, le dije a mamá que necesitaban divorciarse.
El Ford desaparece. Respiro hondo. Y vuelven la culpa, el remordimiento. Si el tuyo no es un buen padre, ¿tiene uno derecho a dejar de ser buen hijo? ¿Se puede ser capaz de dejar de lado el cariño y la admiración, o al menos intentarlo? Todavía hay tiempo, me digo: puedo luchar con mis sentimientos; lo irrevocables son los hechos.
--Si hubieras hablado antes, me habrías ahorrado algunos años. ¿Sigue fanática obsesiva de la limpieza? ¿Sigue cantando en la ducha? Tan desafinada…
Esa es la parte más triste de la historia. Hace esfuerzos por demostrarme que ella no le interesa en lo más mínimo, y sin embargo en cada gesto se encuentra su imposibilidad de olvidarla. En su futuro habrá muchas horas dedicadas a pensarla, a recordarla, a imaginarla. Una vez me llevó al departamento que comparte con Juliana, una gorda brasileña que llegó hace diez años a estudiar medicina y se fue quedando. En las paredes había posters inmensos de Elizabeth Hurley y Sofía Vergara: mamá no los hubiera tolerado un segundo. Los cuartos estaban sucios, la ropa interior tirada en el piso, los platos sin lavar desde hacía al menos una semana. Después de varias cervezas, papá me abrazó y, señalando a Juliana, que miraba televisión tirada en el sofá como una ballena varada en la playa, me dijo: “¿La ves? Nunca te equivoques. Lo de tu mamá fue amor. Ella es sólo compañía para mi vejez”. Le dije que era muy joven para estar pensando ya en su vejez. Pero eso no era tan importante como el hecho de que me había confesado sus sentimientos por mamá.
El Chevrolet se detiene una cuadra después del primer semáforo en la subida a la Atalaya, frente a una casa protegida por altos olmos. Alguna vez, no hace mucho, vivíamos en este barrio, en una casa con piscina. Esa es la historia que no quiero contar. A papá le iba muy bien en la compañía de seguros, y mamá ni siquiera necesitaba trabajar. Luego a papá se le ocurrió meterse en negocios de alto riesgo y terminó endeudado y en la calle, y nosotros con él. Vino la separación, y comenzó nuestra aventura en barrios pobres. Mamá trabaja de enfermera en un hospital del estado. Y papá hace lo que puede por ganar unos pesos rápidos y no tener que trabajar: dice que odia su pasado de oficinista. O quizás es su manera de justificar el hecho contundente, su certeza de que esa vida no volverá.
Papá se baja, toca el timbre y vuelve al Chevrolet. Los autos suben y bajan por la avenida con sospechosa normalidad: en cualquiera de ellos pueden estar la policía y el fin de esta aventura. Siempre que estoy con papá me pongo tenso. Qué no diera por ir a la matiné o al fútbol, como lo hacíamos tan sólo hace tres años. Por volver al minigolf con él, y eso que me aburría tanto. Porque papá no fuera como papá. Pero él ha cambiado y quizás debería aceptarlo así. En el fondo creo que lo acepto, aunque me niego a hacerlo del todo. Es un poco confuso.
Apoya su mano en mi hombro y siento su cariño. Y me vuelvo a sentir mal.
Un señor de papada repugnante abre la puerta de la casa y se acerca a la ventana del auto. Se apellida Ramírez, es abogado, tiene sus oficinas cerca del Boulevard (he hecho mis investigaciones). Sin pronunciar palabra, le entrega a papá unos billetes nerviosos, recibe un sobre y se marcha. He visto esta escena muchas veces: cambian los rostros, pero la actitud es similar. Miedosos, tratan de reducir al mínimo el contacto con papá. No están avergonzados de sus vicios; sólo tienen miedo a que alguien los descubra. A veces prefieren encontrarse con papá en callejuelas despobladas, al amparo de la noche. Me miran y no entienden qué hago en el auto, y seguro se preguntan si me doy cuenta de lo que está ocurriendo. No deben faltar los que se animan a emitir para sus adentros algún juicio moral.
--Me dijiste que dejarías de hacerlo –me animo a decirle.
--Si me consigues un trabajo, feliz de la vida —termina la cerveza, estruja la lata--. Por más que busco no hay, por nada del mundo. Y alguien tiene que mantenerte, ¿no? Basta un día que me atrase con la pensión para que el abogado de tu mamá ya esté tocando a mi puerta.
--Para mí que ya ni siquiera estás buscando trabajo —no lo miro mientras hablo; así será más fácil, podré decirle todo lo que pienso--. Te acostumbraste al dinero fácil.
--¿Y tú qué sabes? Si crees que esto es dinero fácil estás muy equivocado, jovencito. La mala influencia de tu mamá te está llenando la mente de estupideces.
--Lo que digas, pero ya no quiero acompañarte. A esto, prefiero quedarme en casa. Me dijiste que dejarías de hacerlo y me mentiste. Me estuviste mintiendo todo el tiempo.
--No creas que me siento orgulloso de lo que hago. Pero dime, ¿quién es peor? ¿Yo, o mis compradores?
Esa es su gran disculpa: no se droga, apenas es un intermediario, tiene la conciencia tranquila.
--A mí no me interesan tus compradores.
Avanzamos tres cuadras en un lento ascenso hacia la Atalaya, y nos volvemos a detener. Papá toca el timbre de una casa muy iluminada con un jardín lleno de cucardas en flor. Las luces del jardín se apagan y una silueta se acerca con prisa hacia la puerta. La transacción concluye y partimos.
Papá mira de pronto por el retrovisor y dice que nos siguen.
--No creo que sea coincidencia. Ese Volkwagen estaba detrás de nosotros cuando salimos de tu casa.
¿Será la policía? No debo ponerme nervioso. Papá acelera y yo me aferro al asiento; veo su rostro de satisfacción, la sonrisa anhelante: corrió en algunos rallies sus primeros años de casado, hasta que nací yo y mamá se lo prohibió.
--A mi juego me llamaron –grita, eufórico--. No saben con quién se están metiendo.
Toma una curva a la izquierda, luego otra a la derecha, y después agarra a gran velocidad una recta en bajada. El Chevrolet derrapa sobre el asfalto y logra asentarse después de un brusco caracoleo. Por el retrovisor observo que no hemos logrado perder de vista al auto que nos sigue. Papá se mete por callejuelas polvorientas en procura de perder a nuestro perseguidor.
Al rato, sin embargo, una decisión equivocada lo lleva a un callejón sin salida. Maneja hasta toparse con una pared. El Volkswagen se detiene a unos cincuenta metros. Papá tiene ahora el ceño fruncido. Los paquetes de coca están a mis pies.
Abre la guantera y extrae un revólver. Desde un megáfono se le anuncia que está rodeado y que salga con las manos en alto. Papá duda; me mira como esperando alguna sugerencia. No digo nada. No sé qué decir. Quizás ya no hay nada que hacer ni que decir. Algún rato tenía que ocurrir esto, de manera natural o con la ayuda de otros.
Papa sale del auto y levanta las manos. El revólver cae al suelo.
--El no tiene nada que ver –grita, señalándome con un gesto--. Déjenlo en paz, tiene que ir al colegio.
Un policía de blancos bigotes lo esposa y lo lleva al Volkswagen. No me muevo de mi asiento. Otro policía se me acerca y me da una palmada en el hombro.
--Buen trabajo, muchacho.
--¿Querrá que le agradezca? Me quedo en silencio.
Cuando se entere, mamá estará muy molesta conmigo. Tu papá es tu papá, sangre de tu sangre. Sólo espero que a la larga me comprenda. Y si no lo hace, no será una sorpresa. Porque yo tampoco sé si me comprendo.
No quiero levantarme del asiento. No quiero salir del auto. Ni dentro de cinco minutos, ni dentro de una hora, ni mañana. Y pasado, quizás menos.

lunes, enero 25, 2010

Julio Ortega - Adelantos de 2010


Mientras desayuno un jugo de mango y tres cigarros, recorro la barra de enlaces de lfdls y encuentro en El Boomerang un post a tomar en cuenta en el blog del escritor y crítico Julio Ortega: Adelantos de 2010.
No voy a reproducir todo el post, solo piratearé los datos de los libros que sí me interesa leer.
Empecemos pues por la tercera novela de Ezio Neyra, titulada TSUNAMI, de la que Ortega dice:
Neyra (Lima, 1980), autor de la novela breve Habrá que hacer algo mientras tanto y de Todas mis muertes (Alfaguara Peru, 2007) es una de las nuevas y prometedoras voces de acento propio y prosa afectiva y precisa. Sus modelos parecen ser Cortázar y Ribeyro, y suma con gusto la subjetividad y sus afincamientos. De la novela que ha concluido y debe salir este año, en torno a un joven peruano que admira, desconsoladamente, todo lo que es argentino, me alcanza este fragmento:
El fragmento lo pueden leer en el enlace en azul del primer párrafo.
Sigamos con ASAMBLEA PORTÁTIL, la antología de Salvador Luis, de la que se consigna:
Salvador Luis merece reconocimiento por su alerta tarea de crítico y editor de las nuevas formas de la escritura trasatlántica. Sumando las orillas del idioma, esta antología suya, que se anuncia como Una caja-maleta (o el eclecticismo) ha sido publicada en varios países bajo el sello de la Editorial Casatomada. El libro confirma mi tesis: no se puede hacer una mala antología de nuevas letras hispánicas (salvo con pobre fe) porque hay mucho y bueno de donde escoger. Estas son las nuevas voces que protestan, y premian, la conversación:
Igual. Pueden leer la lista de antologados en el enlace azul. Ortega dice algo clave y no es la primera vez que lo hace: “no se puede hacer una mala antología … porque hay mucho y bueno de donde escoger”. Tremendamente cierto.
CRÍMENES DEL SILENCIO, de Alonso Cueto:
El sobrino menor de una familia burguesa de Lima investiga la ominosa muerte de un tío suyo, acribillado en la calle. Las conjeturas van de la sospecha de un asalto frustrado a las revelaciones de un romance clandestino. Ese lado secreto de su vida es el enigma de su muerte, pero también la pregunta por la verdad en una sociedad experta en encubrimientos y, por lo mismo, en conjeturas. Los lazos son aquí de doble anudamiento, dada la sangre derramada. La forma policial, al final, es una pregunta por la verdad improbable y, casi siempre, degradada. Ya en su Grandes miradas Cueto había propuesto, novelescamente, que quien busca la verdad debe hacerlo del lado de la mentira. Espléndido narrador peruano de interiores recónditos y escenarios políticos de moral problemática, prueba destreza en su entramado inexorable, que con la lógica precisa de una pesadilla, nos deja el sabor del mal colectivo. El año pasado, en el diálogo periódico sobre el género policial, negro o detectivesco que Gijón promueve con entusiasmo, Cueto presentó la tesis de que el escritor y el detective no se conforman con las apariencias del mundo. La publicará el grupo Planeta.
Al igual que con todos los libros de Cueto, tengo expectativas con esta nueva novela. Al parecer Cueto vuelve a los senderos del policial. Estaré atento entonces.
Y por último, ALBA CROMM, del escritor y crítico español Vicente Luis Mora:
Ha de publicarse pronto en Seix-Barral esta novela que culmina en una apoteosis formal los caminos de este poeta, narrador y crítico (y en cada registro tan inventivo como consistente), que van de una línea experimental a su gusto por el brio de la superficie clásica. Ya no nos sorprende que desarrolle la historia de una policía, Alba Cromm, quien persigue por las redes del ciberespacio a un hacker pedófilo llamado Nemo. Ambientada en el futuro cercano, la parte no virtual ocurre en Madrid, Berlín y Amsterdam. La novela se mira a sí misma en el espejo de su propio comic. “Mi objetivo ha sido desarrollar un personaje femenino con una complejidad psicológica decimonónica, en medio de un aparato textual y constructivo del siglo XXI,” me confía, a regañadientes, el autor. Mucho me temo que no le gustará a Ayala Dip.
El año pasado me prestaron su libro de ensayos PANGEA: INTERNET, BLOGS Y COMUNICACIÓN EN UN MUNDO NUEVO. Dicha lectura me dejó la sensación de estar ante un letraherido en vías a convertirse en un referente indiscutible en el imaginario hispanoamericano (¿o ya lo es?). VLM tiene las cosas claras en cuanto a su oficio, que yace en la honestidad intelectual y literaria, aspectos que hoy en día brillan por su ausencia. Si quieren saber un poco más de él, les invito a revisar esta en entrevista en Proyecto Patrimonio (Letras.s5).
Imagen, Vicente Luis Mora

Recomendado: Notas de lectura de Luis Hernán Castañeda


En la tarde de ayer, mientras descansaba luego de un espectacular ceviche en la playa, me puse a revisar mi cuenta de Facebook y di con la grata noticia que el siempre talentoso escritor Luis Hernán Castañeda acababa de abrir el blog Notas de lectura. Me puse a leerlo y no paré. Como siempre: Castañeda no solo escribe muy bien, es también un lúcido crítico. Sobre el contenido del blog, Castañeda explica:

Cuando uno es estudiante, casi sin darse cuenta va acumulando notas, apuntes de lectura, ejercicios de clase, presentaciones, trabajos finales, y una serie infinita de papeles que, con el paso de los años, generan una papelería monstruosa, inaccesible para cualquiera y menos para su confundido autor. En el mejor de los casos, los papeles se acumulan y su propia acumulación los hace ilegibles, pero también sucede que uno mismo los va desechando o perdiendo insensiblemente, o borrándolos sin dejar rastro si se trata de archivos electrónicos, los más fáciles de traspapelar. Este blog nace como un intento de organizar los papeles de un estudiante desordenado, para evitar pérdidas futuras y apuntalar una memoria frágil. Los temas de los posts serán muy diversos, pero responderán a mis áreas de interés como estudiante de doctorado en el Departamento de Español de la Universidad de Colorado en Boulder: narrativa latinoamericana del siglo XX, especialmente novela; literatura latinoamericana del siglo XIX, en particular de Argentina; literatura colonial; y literatura del Siglo de Oro.
Imagen, Luis Hernán Castañeda

domingo, enero 24, 2010

Eduardo Galeano - Los pecados de Haití


Son muchos los aspectos que me separan ideológicamente del escritor uruguayo Eduardo Galeano; sin embargo, reconozco que me gusta leerlo, no solo porque escribe bien, sino también por su erudición.

No voy a ahondar en sus incoherencias ideológicas ni en sus indefendibles posturas políticas, no en este post, puesto que el artículo que pegaré a continuación es muy pertinente y no merece desviarse de su real centro de atención.
Los pecados de Haití fue publicado en 1996 en la revista Brecha, y pese al tiempo transcurrido sigue teniendo vigencia debido, obviamente, a la catástrofe sufrida hace unos días por nuestros hermanos haitianos. El artículo ha estado circulando en Internet y lo copio de Domingo del diario La República.

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.
El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.
Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:
–Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.
La coartada demográfica
A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:
–Este es un país superpoblado –dijo–. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.
Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y coprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por kilómetro cuadrado.
En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado… de artistas.
En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.
La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En “El espíritu de las leyes”, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.
La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.
La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.
El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.
Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.