jueves, enero 30, 2014



miércoles, enero 29, 2014





martes, enero 28, 2014


lunes, enero 27, 2014



domingo, enero 26, 2014

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Más de una vez he dicho que la literatura es como el fútbol. En la literatura no hay lógica, una derrota no te puede dejar de lado si crees en lo que haces. Los partidos no necesariamente son iguales.
No son pocas las veces en las que he discutido con amigos escritores, amigos escritores saludados por la prensa y la crítica, que me afirmaban lo medular que resulta una primera publicación, en donde te juegas el todo y nada. La idea es más o menos la siguiente: si tu primer libro no es bueno o relativamente interesante, mejor piensa en otra cosa.
En lo personal, no comparto para nada esta idea. La literatura es persistencia y es en el mismo camino del ejercicio de la escritura en que te das cuenta si lo tuyo es o no la literatura.
Por eso tenemos en la historia de la literatura innumerables casos de debuts y despedidas. Los autores no soportaron las malas críticas, los tomaron como mensajes de los dioses que les ordenaban realizar actividades más productivas, como buscar un trabajo, cimentar una familia, o sea, ser hombres y mujeres de bien. En fin, como sea la figura. Lo que sí es cierto es que si persistes puedes superar las falencias de tu primer libro. ¿Autocrítica a la fuerza? Como gustes llamarlo.
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A fines del año pasado leí un par de libros que llamaron mi atención. Libros de nuevos autores peruanos, nuevos autores peruanos que en la segunda entrega superaron las clamorosas caídas de sus libros iniciales. Me refiero a Fernando Sarmiento con Todos los días son de ceniza (La travesía) y a Aldo Pancorvo con La falsa despedida (Paracaídas). Cuentario y novela, respectivamente.
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Una de las interrogantes que tuve luego de leer el cuentario de Sarmiento fue la de por qué no apareció literiamente con este libro. ¿Por qué se apuró con su novela Clash City Loose? Los cuatro relatos que conforman el presente cuentario nos presentan a otro narrador, de prosa cuidadosa y mundo imaginativo peculiar. Demasiado arriesgado hasta cierto punto. Pese a que sus argumentos pueden ser muy jalados de los cabellos, el lector es presa de ellos y la razón la veo en que su incursión en la vertiente fantástica la ha realizado conociendo primeramente sus límites como autor, en donde encontramos demasiada información encapsulada, encapsulada al servicio de sus historias, sin pretensión de hacer un muestreo de inteligencia y referencias, tal y como vemos en varios autores locales que han puesto pie en lo fantástico, que, aparte de aburrir, suenan extremadamente falsos, inverosímiles. Por ello, los relatos de Sarmiento se dejan leer y apreciar, lo que quiso fue contar, nada más, ese es el mérito, al punto que uno no siente como baches las claras falencias de estructura que vemos principalmente en el cuento “Feriado con la reina”.
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Si la memoria no me falla, a Aldo Pancorbo se le criticó con fundamento la floja configuración moral de los personajes de su primera novela Un duro despertar. Bien sabemos que la base de toda novela, antes que la estructura y el estilo, es la hechura del personaje y su interrelación con el mundo representado. Ahora, en La falsa despedida Pancorbo no repite errores y nos entrega un personaje que imagino irá creciendo en el tiempo: Fabio Correa.
Lo primero que percibimos es la influencia que ha recibido el autor. Aquí hay mucha música rock, en especial. Nos queda claro que ha bebido de la cultura popular y en base a esta cantera nos entrega una historia a la que no debemos clasificar bajo los criterios de la novela realista, sino de la novela que parodia, en la onda de lo que en el cine realizan Tarantino y los hermanos Coen. Porque eso es lo que hace el novelista: parodiar la realidad. Y es en esta intención paródica en que entendemos a Correa y su inusitada búsqueda de supervivencia. Correa es un escritor, cuya novia Zoe es asesinada, hecho que lo lleva a hacerse cargo de la hija de esta, Malena. Es bajo el cuidado de la niña que empieza a recibir amenazas anónimas y, como todo escritor curioso, no se arredra, por el contrario, empieza a investigar por su cuenta el asesinato de su novia, lo que lo lleva a descubrir una conspiración que proviene desde los más altos estratos del poder político.
Obviamente, estamos ante un policial, pero ante un policial permeable que no debemos encorsetar bajo las leyes clásicas del género. El policial es quizá el género más libre de la novela y el éxito de su uso descansa en la lealtad a los registros que utilice el autor. Por ello, no deberíamos leer La falsa despedida bajo la mirada del realismo-mimético, pecaríamos de injusticia por apuro y poco conocimiento de la tradición narrativa. Pues bien, el gran problema de Pancorbo es que su historia no demora en desgastarse, debió pues quedarse con la carne y olvidarse del hueso. Con 120 páginas la hacía linda.

sábado, enero 25, 2014



viernes, enero 24, 2014

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El narrador chileno Alberto Fuguet se ha convertido en uno de los actuales referentes literarios en nuestro idioma. Si repasamos su obra, podemos intuir que esta referencialidad se ha abierto paso por un tortuoso camino en el que ha imperado la mala entraña, el prejuicio y el ataque artero contra todo lo que él hacía. Pero de a pocos –sin engañarnos por las campañas mediáticas que siempre lo han acompañado--, Fuguet ha sabido consolidar una poética peculiar e importante, poética no necesariamente literaria. Pensemos en Mala onda, Cortos, Las películas de mi vida y Missing; pero también en sus películas Se arrienda, Velódromo y Locaciones
Antes que escritor y cineasta, Fuguet es un contador de historias en búsqueda de registros. Y esta búsqueda lo ha llevado a pisar las parcelas de los híbridos, la galaxia de la indefinición genérica. Pues bien, desde esta postura el autor nos entrega la que quizá sea su obra más llamada a sobrevivirlo, Tránsitos. Una cartografía literaria. 
No hay que pensar más de la cuenta. No perdamos tiempo haciendo taxonomías de la publicación. Esa no es la idea. Cada página de Tránsitos exuda libertad, una patente pasión por la literatura. Pero no es la primera vez que lo hace, porque lo mismo podríamos decir del imprescindible Cinépata, en donde dejó testimonio de su pasión por el cine. Pero Tránsitos es otra cosa. Es la pasión elevada, gratificante en su irracionalidad, una declaración de amor y odio para con los autores y libros que lo marcaron. Amor y odio canalizados con la furia e intensidad de su prosa y puntos de vista nada complacientes. 
Se deduce entonces que estamos ante textos netamente impresionistas. Aquí no se pretende dictar cátedra, mucho menos brindar una explicación académica de una poética. Presenciamos la postura de un creador al que no le agrada del todo que se le vea como escritor. Nos encontramos con una voz que ahora está de paso hablando de literatura. He allí la razón del título. Tránsito. Movimiento. Traslado. Viaje. Aquí nada es estático. Aquí hay mucha trampa. Fuguet nos puede hablar de la manera como llegó a un autor para inmediatamente dar cuenta de una tradición oculta en la respectiva poética, porque eso es lo que hace, encontrar tradiciones ocultas en específicas poéticas para sustentar inmediatamente la suya, una que no deja de nutrirse de la cultura pop y del contexto inmediato, rasgos que le permiten sustentar su apuesta por el realismo y que le brindan los caminos para desplegar una admiración nada zalamera con sus autores cómplices, como Caicedo, Escanlar, Coupland, Bolaño, Donoso, Vargas Llosa y Richard Ford. 
Sin duda, nos encontramos con un Fuguet que escribe como fan. Pero no como un fan obnubilado, sino como uno atento al detalle de la vigencia y a la frescura de la propuesta del escritor que admira. Uno de los muchos, Salinger, a lo mejor la influencia axial en la que podamos rastrear la voz del creador sureño. Pero ese amor de fan puede convertirse en odio cuando escribe de un autor que representa todo aquello de lo que reniega. A saber, las líneas dedicadas a Carlos Fuentes candidatean a ser lo más duro – y acaso veraz-- que se haya escrito del mexicano. No debería sorprendernos, un libro como este es una biografía en clave abierta, y cuando escribes de ti mismo, no necesariamente tienes que escribir de lo que te agrada, sino también de lo que te incomoda. Es que así tiene que ser la literatura. Así es Tránsitos.



Furia e intensidad. Texto publicado en Buensalvaje 9.

jueves, enero 23, 2014



miércoles, enero 22, 2014



lunes, enero 20, 2014



domingo, enero 19, 2014



sábado, enero 18, 2014



viernes, enero 17, 2014



jueves, enero 16, 2014

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14 de noviembre del 2013.
Caminaba por Schell.
No caminaba solo, sino con un pata que es poeta, ensayista y voraz lector. Fumábamos algo de hierba, en realidad lo poco que quedaba de la hierba que media hora antes habíamos compartido con otros narradores y poetas y también con infaltables aspirantes a narradores y poetas. Veníamos de la presentación del octavo número de Buensalvaje.
Mi pata leía el editorial de la revista.
“Oye. ¿No crees que ya es demasiado lo que se hace con Contarlo todo?”
“Sí. A Jeremías lo veo hasta en el aserrín del Queirolo”.
“Se le está haciendo daño. El pata tiene oficio, pluma, prosa, pero si esa novela no es la obra maestra que dicen que es, lo van a agarrar como a bombo en fiesta de pueblo”.
“Pero mira, ¿qué esperabas? Detrás de esa promo hay un gigante como Mondadori. Está bien que quieran vender su producto. Si pueden, bacán. El punto es no dejarnos acojudear con esa propaganda”.
“Hace unos días mi viejo me dijo que no veía una propaganda así desde La ciudad y los perros. Todo el mundo habla de la novela”.
“Fácil. Es que esa es la idea: que se hable de la novela”.
“Hay huevones que ya están afilando el cuchillo”.
“Seguro. Mira, has hecho que recuerde algo. Y es bueno que recuerde, la hierba mata mi memoria. Escucha: anoche presenté un poemario”. 
“Ya”.
“Mientras arreglaban la mesa de presentación, me puse a conversar con el otro pata que iba a participar. Hablamos de Contarlo todo y me dijo que se la iba a bajar de todas maneras”.
“No jodas, ¿en serio?”
“Es que no debería sorprendernos. Date cuenta: aquí todos tienen su rol: Jeremías no habla mal de nadie, no es polémico; son los otros los que hablan de él; Marito cumple su función; además, ya está lista la soldadesca que va a salir en favor de la novela; están los escritores-críticos que ni bien leamos lo que piensan de la novela quedarán como lo que no quieren parecer: resentidos y envidiosos, y lo serán por apurados, como si el libro fuera a desaparecer mañana. Las críticas negativas se venderán como “Escritores peruanos envidiosos de escritor peruano exitoso”. Todo está orquestado.Y obviamente, está el factor primordial: nosotros, los lectores, que hablamos de un libro que aún no leemos”.
“Puta, hay que ser un soberano infeliz: bajarse un libro sin antes leerlo. ¿Quién es ese patita con el que presentaste el poemario?”.
“Sabrás quién es cuando leas su reseña. Es que no te debería sorprender. Esta novela, toda la prensa y publicidad depositada en Jeremías, jode a muchos, más de lo que puedas imaginarte. Estamos hablando de un asunto que va más allá de la literatura. De algo que nos supera, que tiene que ver con el ego, con ese afán de gloria total y pasajera con la que sueña todo escritor, y sin importar de qué país seas. Es un síntoma”.
“Imagínate. Hay patas y flacas que han hecho campaña toda una vida para acceder a lo que Jeremías está viviendo”.
“Es que eso es lo que quieren. La prensa, la fotazo. No dudarían en vender la virginidad de la hermana por un pedacito de esta publicidad”.
“Más de uno se daría por bien servido con un pedacito de esta publicidad”.
“Por supuesto”.
“Oye, ¿no niegues que es paja lo de la prensa y la fotazo?”
“No lo niego, pero estamos hablando de un libro, el libro, ¿me entiendes? La literatura, lo que debe importar. El resto, la publicidad, es lo de menos”.
“Jeremías es un buen narrador. Punto de fuga es un librazo”.
“Sí, un muy buen libro de cuentos”.
Estábamos a media cuadra de la Vía Expresa. La hierba se había acabado y barajaba la posibilidad de llamar a mi Dealer Delivery. Sí, lo llamaría, pero mi pata tenía que levantarse temprano al día siguiente. Además, era algo tarde como para llamar a alguien más. Ocurre que no me gusta fumar solo cuando estoy fuera de casa.
Finalmente, decidí llamar a mi Dealer Delivery.
“Te acompañaría, pero tengo deberes sagrados que cumplir”.
“No te preocupes, algún día me tocará vivir lo que tú. Es el destino”.
“Oye, ¿cuándo es que sale la novela?”
“Creo que la próxima semana. Claro, hablamos de la edición peruana de la novela. ¿Sabías que hubo Pre-Venta?”
“Anda, ¿no jodas?”
“En serio. Imagínate: hubo Pre-Venta de una novela. El Perú avanza, carajo”.
“Pero ni con Paul McCartney hubo Pre-Venta”.
“Te dije: El Perú avanza. Já”.
Un apretón de manos selló nuestra despedida.
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Un par de semanas después, en el curso de dos días, leí Contarlo todo, la promocionada novela de Jeremías Gamboa.
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He vuelto a las páginas de la novela, pero mis vueltas no han sido guiadas por la búsqueda de pasajes y párrafos memorables, ni hablar. Sino más bien para salirme de dudas de un dato que considero histórico: los dos primeros capítulos de Contarlo todo son firmes candidatos a ser los capítulos más aburridos, soporíferos, de toda la historia de la narrativa peruana. No se puede empezar tan mal una novela, no se puede apabullar al lector con un inicio que genera bostezos asesinos. Imagino que no fue culpa del autor, sino de los editores, que pensaron que sumando páginas podían vender este libro como una novela ambiciosa. No hace falta ser un lector acucioso, ni relativamente entrenado. Nada. Hasta los que han leído treinta libros en la vida llegan a la conclusión de que la novela empieza en el tercer capítulo.
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A partir de este tercer capítulo podemos apreciar a Gabriel Lisboa en toda su magnitud, en sus anhelos, complejos y miserias. Lisboa, estudiante becado en una carísima universidad limeña, comienza a encontrar su vocación, que en principio podría ser la periodística, pero a medida que pasan sus días en el semanario Proceso y luego en Semana del diario La Industria, se da cuenta de que lo suyo es escribir, la recreación de la realidad por medio de la ficción y la no ficción. Lisboa descubre que es un hombre que ha nacido para narrar. Por lo tanto, su deseo es convertirse en escritor, quizá como uno de los escritores a los que lee con admiración.
Leemos pues una novela insertada en los vericuetos de la tradición de las novelas de aprendizaje. Vericuetos, dicho sea, que permiten equivocarse más de una vez, en donde la fuerza narrativa no yace en la inteligencia, menos en la pericia, sino más bien en la sensibilidad. En este sentido, Lisboa derrocha exagerada sensibilidad, sensibilidad que por momentos roza la cursilería y el aburrimiento. Por ejemplo, como joven ingenuo que empieza a enfrentarse a la vida, Lisboa idealiza en demasía a sus amigos que le descubren un mundo que no conocía, presenciando y celebrando sus palomilladas de ventana como si fueran sucesos malditos. El mayor problema de Contarlo todo es el recurrente idealismo sobre los personajes cercanos, poetas, que rodean a nuestro protagonista. Por momentos, uno tiene la idea de que está leyendo las mismas anécdotas a lo largo de la novela. El Conciliábulo, para ser preciso, más parece El club de Toby en Trips. A este yerro, sumemos también la escasa visión de Lisboa para con la época que retrata, los años noventa, los años del desencanto. Sé que resulta de idiotas pedirle a Gamboa que nos brinde una visión política e ideológica de aquella década. No tienes que hacerlo. Pero si su personaje es un periodista (periodista de investigación, para más señas) que quiere ser escritor, este queda no del todo configurado en su fisonomía moral. Ese es lo que fastidia de Lisboa, que solo nos cuenta lo que quiere contarnos. Lisboa es, por donde se le mire, un personaje sin conflictos totales, sin opinión propia, que vive de la aceptación de los demás.
Pero lo mejor de Lisboa es que al contarnos su historia, ya es toda una máquina de narrar. Gamboa articula como pocos una historia que a cualquiera se le iría de las manos. Este punto no es del todo secundario, porque a pesar de los dos primeros capítulos y de la exasperante pusilanimidad de Lisboa, Gamboa mantiene un hechizo narrativo que engancha hasta al lector más exigente. El autor narra y este detalle era lo que veníamos esperando desde hace muchos años en la narrativa peruana última, necesitábamos una novela ambiciosa que nos relate una historia, solo eso, no piruetas idiomáticas, ni acrobacias estructurales. Por otra parte, Contarlo todo es un refrescante testimonio deudor de lo mejor de nuestra tradición narrativa: el realismo. Y sin exagerar, Contarlo todo es la novela de su generación, por ambiciosa y por su nervio narrativo.
Líneas atrás señalé la ausencia de conflicto en Lisboa. No vamos a negar que se trata de un personaje soberanamente superfluo, pero que a la vez supera de a pocos sus taras y miedos. Los supera no en la experiencia del periodismo, menos en la experiencia literaria, sino en las constantes decepciones sentimentales por las que atraviesa. En este punto, son las mujeres las otras grandes protagonistas de la novela. Lisboa no solo quiere ser escritor, también es una persona que anhela depositar amor. En sus decepciones sentimentales, el pusilánime aspirante a escritor aprende, comienza a llenar la cantera de experiencias que lo llevan a escribir lo que quiere contarnos y que por alguna razón no podía. No resultan gratuitos los pasajes en los que Lisboa pasa horas de horas frente a la pantalla de la computadora, intentando escribir aunque sea algo, sin poder armar una sola línea relativamente decente. Lisboa empieza a narrar la historia de su vida luego de levantarse desde lo más hondo de la decepción amorosa.
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Terminamos de leer Contarlo todo y llegamos a la siguiente conclusión: la exagerada publicidad que genera falsas expectativas, falsas expectativas que dañan al autor y a su obra. Esta novela no es una obra maestra, eso es innegable, pero sí una muy buena novela que, bajo los criterios cortazarianos, se impone como tal por puntos. Obviamente, Gamboa gana esta pelea con un ojo morado, cuatro dientes quebrados y la mandíbula rota.
 
 
Publicado en Lee por gusto.


miércoles, enero 15, 2014





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