lunes, diciembre 31, 2012

Libros 2012, una breve mirada



La producción literaria peruana del 2012 terminó anclada en la irregularidad de años anteriores. Digamos que el primer semestre nos deparó publicaciones de mucho (demasiado) interés. Muy en lo personal, pensé que se mantendría ese ritmo en el siguiente semestre, pero no fue así. La literatura, a fin de cuentas, es como el fútbol, impredecible, no vale vaticinar, al final terminas estrellándote.

Novela

(Ella) de Jennifer Thorndike, Obsesión de Alina Gadea, Cabeza y orquídeas de Karina Pacheco, El bibliotecario de las catacumbas de Carlos Calderón Fajardo, Ese camino existe de Luis Fernando Cueto, Resplandor de noviembre de Abelardo Sánchez Léon, El nido de la tempestad de Yuri Vásquez, Babilonia en América de Aldo díaz y Seis metros de soga de Pedro Novoa. Algunos de los títulos consignados vienen recibiendo todos los reconocimientos que merecen, pero otros son injustamente marginados, lo cual refuerza aún más mi certeza de que en Perú no es suficiente con escribir un buen libro y  que bajo esta línea muchas plumas de interés seguirán perdiéndose.

Cuento

En líneas generales no hubo un cuentario descollante. Son pocos los que hoy apuestan seriamente por un género que encierra la esencia de lo que es la excelencia narrativa, como bien apunta Harold Bloom. Y en esta apuesta caen todos, incluso las voces mayores, y no por inclinaciones y convicciones literarias, sino por estrategia comercial. Es preferible ser un mal novelista, pero conocido, que un buen cuentista, pero solo leído por los amigos. Sin embargo, recomiendo la lectura de los siguientes títulos, que tienen la virtud de reflejar sólidas propuestas de sus jóvenes hacedores: La muerte se sueña sola de Paul Asto, Un perro yonqui de Armando Alzamora y en especial El libro de los pájaros negros de Jorge Casilla.

Poesía

En poesía seguimos igual que desde mediados de los ochenta. Cuesta abajo. Más de un poeta, sea joven o ya trajinado, debería dinamitar su ego y aceptar su inminente realidad: su no condición de poeta. Para mi mala suerte, me ha tocado leer muchos poemarios que no han soportado el más bienintencionado acercamiento. No obstante, hemos tenido poemarios de mucho valor, que se encuentran a años luz de ser los menos malos, si al año hubieran al menos quince o veinte títulos de su misma factura, estaríamos empezando a recuperar las luces de décadas anteriores.

Cuadernos de quimioterapia de Victoria Guerrero es el poemario del 2012. Guerrero es hoy por hoy nuestra voz poética más sólida, su propuesta no ha experimentado otra cosa que no sea el afianzamiento desde que se diera a conocer a mediados de los noventa. Otros títulos que llamaron mi atención y que obviamente recomiendo: El Nudo de Teresa Cabrera, Los hombres rana de Rafael Espinoza, Barlovento de Víctor Ruiz, Breve historia de la lírica inglesa de Christian Briceño, Lumbra de Benggi Bedoya y Los discutibles cuadernos de Carlos Quenaya. Pues bien, una ligera mirada a estos poemarios, a excepción de los de Cabrera y Espinoza, nos impide pasar por alto el excelente trabajo que viene realizando Paracaídas Editores. Esto era lo que nos estaba faltando, verdaderos editores de poesía, lectores, pues. Tampoco puedo dejar de consignar la labor de Víctor Ruiz en la dirección de Lustra, literalmente este año la rompió con pulcras y bellas ediciones de clásicos como T. S. Eliot, Perse, Vallejo y Rilke. Pero no solo eso, nos entregó también una maravilla, título capital de la poesía peruana contemporánea: la reedición de Tromba de agosto de Jorge Pimentel. Hay que tener valentía para editar a Pimentel… Y siguiendo en las reediciones, hace algunos días salió uno de los poemarios más queridos e inubicables de nuestra tradición literaria, La tortuga ecuestre de César Moro, por cuenta de Revuelta Editores. Moro se ha convertido en el poeta peruano más leído y estudiado de los últimos años.

Lo mejor

Quizá mi escogencia a lo que considero lo mejor del año pueda parecer no menos que caprichosa. Más aún tratándose de textos de no ficción. El primero, Viaje de ida de Fernando Ampuero. Aquí Ampuero habla, principalmente, de sus escritores y libros favoritos, y consigue lo que tanto se busca y no se logra: proyectar el gusto y compromiso del lector, es decir: buscar esos libros y leerlos. Lo mejor de Ampuero, sin duda.

Y el segundo,  que considero la publicación del año, que dicho sea no es fruto de nuestra industria editorial, sino del buen ojo de la gente de Ediciones Universidad Diego Portales de Chile, La caza sutil y otros textos de Julio Ramón Ribeyro. Esta edición estuvo a cargo del periodista y narrador Diego Zúñiga, quien no solo rescata el homónimo libro primigenio, publicado hace ya buen tiempo por Milla Batres, sino que agrega una docena de ensayos y artículos que andaban desperdigados, consiguiendo así, un nuevo libro que nos pone de manifiesto el gran nivel intelectual y literario de quien aún después de muerto sigue siendo nuestro cuentista más grande.

jueves, diciembre 27, 2012


sábado, diciembre 22, 2012



Lees a Perec



No te gustan los días de fin de año, no porque seas un ogro, menos aún a causa de tu depresión crónica, que se asienta más de la cuenta; no, no es eso, no te gustan los últimos días del año porque la ciudad se vuelve insoportable, una mierda, y peor aún si trabajas en pleno centro, porque te has dado cuenta de que ahora no caminas, sino corres, sí, corres directamente a refugiarte en la chamba y  así entre libros desentenderte de esos animalitos de a pie que no saben qué hacer, pero sí gastar su dinero en cojudeces; sin embargo, no puedes quejarte del todo, te gusta lo que haces, estás en tu eje, y porque te gusta es que te va bien; además, lees todo lo que quieres, y sigues escribiendo más ahora que tu guerrera Toshiba te acompaña, tan guerrera y viajera, a pesar que desde hace año y medio te exige el mantenimiento de rigor, esos sonidos psicodélicos lo dicen todo, estimado, pero no haces caso porque como la conoces, sabes bien que en el dolor ella es muy eficiente, incluso mucho más que la nueva portátil que tienes en casa, tan suavecita que tienes miedo de teclear fuerte, apenitas nomás, no la vaya a quebrar, te repites mientras sigues en ese texto de 865 mil palabras que no sabes cuándo acabar, estás en ese plan desde el 2008, y ya varios te preguntan cuándo, cuándo, sí, pues cuándo tu nueva novela, pero esa nueva novela no es lo que te preocupa, no es lo que está en tu mente ahora, sino en el hecho de sacarle la mierda a ese chofer de custer, bolsa de caca hijo de puta que casi atropella a Yesenia, pero el momento llegará, tienes el número de placa y solo te abocarás a esperar, esperar leyendo y escuchando como enfermito el Animals de Pink Floyd y el Selling England By The Pound de Genesis, una y otra vez, porque no te cansas, habría que ser un subnormal para cansarte con este par de álbumes, quizá los más perfectos y maravillosos en la historia del rock; a estas altura de tu vida ya no eres presa del caletismo ilustrado, tal y como se lo comentabas a “Onetti” Giraldo, puesto que ahora no te da roche decir que llegaste, casi una década atrás, a la primera etapa de Genesis, la de Peter Gabriel, a través de Phil Collins, ajá, sí, gracias a Phil Collins, pero ahí llega tu gratitud, y ahora que te hablo de gratitud, no tienes la más puta idea cómo agradecer todo lo que te ha deparado la quinta lectura de Un hombre que duerme, en donde estás seguro haber encontrado el camino, la salida a las trampas narrativas que te autoimpones a razón de una exigencia frágil, falsa, posera, que te limita tu natural nervio narrativo, ese natural nervio narrativo, del que te habló García Falcón cuatro años atrás, en el que te sientes más cómodo, más libre, porque eso es lo que te transmite Georges Perec, ¿o no?; leyéndolo y releyéndolo te has vuelto a acercar a ese par de factores tan claves en la etapa de tu primer amor, esa etapa cuando mirar y escuchar significaban todo para ti.

viernes, diciembre 21, 2012


miércoles, diciembre 19, 2012


lunes, diciembre 17, 2012


domingo, diciembre 16, 2012

Narradora




Vengo percibiendo una saludable y extraña atención hacia las nuevas narradoras peruanas; o sea, en los últimos dos meses he podido notar la realización de mesas redondas, y cosas parecidas, sobre narrativa peruana última escrita por mujeres. De hecho, me parece más que atendible, pero lo que me sorprende, y para mal, es que se diga que estamos ante un fenómeno, una suerte de descubrimiento, cuando lo cierto es que muchísimas mujeres vienen publicando desde hace ya buen tiempo, en los últimos doce años han aparecido más narradoras que en décadas anteriores juntas.

Este ánimo ferrandesco se delata por la nómina recurrente, total, las que la integran no tienen culpa alguna, se las llama y listo. Asisten y rinden testimonios de sus propuestas. Y yo lo tengo claro: se empieza a forjar una argollita, pero una argollita sin mala intención, puesto que se trata de una que es involuntaria, porque no se busca, porque se investiga someramente, se googlea a la ligera, es decir: no se lee como se debería.

A las mujeres, pues, a diferencia de los hombres, les cuesta mucho más generar atención, debido a un apabullante y silente machismo literario; en este sentido es complicado realizar un ligero balance valorativo. Si hubiera un mínimo trabajo de búsqueda, sabríamos ahora los nombres de las nuevas narradoras peruanas que bajo todo punto de vista merecerían un presente reconocimiento a razón de su obra. Pero no, más de uno no sabe quiénes son las que capitanean, se refocilan en una ociosa nebulosa, cuando resulta evidente que Jennifer Thorndike, Alina Gadea, Julie de Trazegnies, Rossana Díaz y Karina Pacheco son las que han demostrado una gran valía narrativa. Obviamente, podría sumar algunos nombres, pero prefiero no extenderme, porque mi intención es realizar un fugaz énfasis en la que considero ha desarrollado la propuesta literaria más interesante de las que integran esta primera fila de nuevas narradoras peruanas: Karina Pacheco.

Cantidad de libros publicados no es garantía de calidad. Pero en este caso sí. Pacheco es autora de las siguientes novelas: La voluntad del molle (2006), No olvides nuestros nombres (2009), La sangre, el polvo, la nieve (2010) y Cabeza y orquídeas (2012). Y del cuentario: Alma alga (2010). Y al César lo que es del César. De los críticos peruanos, en medios, el único que ha prestado seria atención a esta poética es Javier Ágreda.

Entre los títulos de la autora, hay un par de premios nacionales de novela. Los premios, como bien sabemos, no aseguran nada, pero en su caso sorprende que no hayan tenido la resonancia, aunque sea mínima, que merecían. Diez páginas de cualquiera de sus libros valen más que los ladrillos de barro de los premiados, inflados y contactados que conocemos. Y lo digo sin exagerar. Además, ya goza del reconocimiento que vale, y que en nuestro circuito (plagado de editores, escritores, poetas y periodistas culturales que no leen) es insuficiente, el del boca a boca, boca oreja, o como se le quiera llamar.

 La prosa de Pacheco no es una que sea fácil de asimilar, en esta hay un peso, una densidad, que obedece a una evidente honestidad literaria, en la que descansan las piedras angulares (temáticas) de su obra: la familia, la historia, la política y el racismo. El lector recurrente solo tiene que poner un poco de su parte y quedará listo para el buen viaje.

Pese a la irregularidad de su último libro, Cabeza y orquídeas (Borrador Editores, 2012), novela ganadora del Premio Nacional de Novela Federico Villarreal 2010, Pacheco es, sin duda alguna, la narradora peruana de mayor proyección. Hay que leerla. Si en algo sirve, y si se animan, podrían seguir este orden de publicaciones: Alma alga, La voluntad del molle, La sangre, el polvo, la nieve, No olvides nuestros nombres y Cabeza y orquídeas.

sábado, diciembre 15, 2012


viernes, diciembre 14, 2012

Influyente y magistral




Entre los acontecimientos que más han marcado mi condición de lector, está el haber descubierto la literatura de Sergio Pitol. Llegué a leerlo luego de varios intentos. Escuchaba y leía muy buenas referencias sobre su poética, y cada vez que tenía la oportunidad de leer un libro suyo de ficción, algo pasaba en mí, algo me impedía seguir el curso de sus páginas, pese a que sí era capaz de reconocer la calidad de su prosa. Estas cosas me suelen pasar, te encuentras con un gran autor que no te engancha, pero sabes que ese mismo autor, en algún momento del azar de la lectura, te deparará una bendición, solo tienes que abocarte a esperar leyendo, solo eso, a esperar.

No sé cuánto tiempo esperé, pero aún pervive en mi memoria mi acercamiento a El arte de la fuga, una maravilla en todo sentido. Es un libro que no solo te enseña, sino que tiene el poder de hacerte sentir una mejor persona, te proyecta una extraña y agradecida sensación de plenitud vital. Meses después mi enamorada de entonces me regaló por mi cumpleaños El viaje. Ambos títulos compartían más de un lazo en común; teníamos pues la experiencia del viaje, de la formación lectora, del significado real de la amistad... Transgresión, humor, quiebre de registros. Es decir, llevar a buen puerto la libertad discursiva, pero con conocimiento de causa de la tradición que se pretende alterar. Esta línea la notamos también en El Mago de Viena y en lo último que leí de él, Una autobiografía soterrada (Almadía, 2010), que se me hace muy especial.

El propio escritor ha declarado que su obra termina con esta última entrega. Y de ser cierto eso, pues su despedida la realiza por todo lo alto. Pues bien, no estamos ante su mejor libro, pero sí ante uno que atomiza su poética, con el poder de sobra para irradiar un sentimiento perdurable del que solo contados escritores destinados a quedar son capaces. Y el Maestro, porque eso es lo que es, un Maestro, lo hace con páginas que nos remiten a su biografía libresca, a la radiografía de su poética que es lo que es gracias a la autocrítica,  a los recuerdos de su primer viaje a La Habana, a una relación inalterable entre vida y lectura y a lo mucho que se aprehende de la traducción; pero en especial, resultan inolvidables sus involuntarias clases magistrales sobre el cuento, sobre los mecanismos internos del que para algunos es el género literario más difícil, lo que le sirve para rendir un justo tributo a Chéjov y Borges. Estas opiniones sobre el cuento también vendrían a ser la biografía abierta de su estilo, canalizado en una voz que nos revela su sencillez de grande.

Los lectores que aún no conocen la obra del mexicano, tienen ahora una gran oportunidad. Una autobiografía soterrada es una festiva invitación a acercarnos a los libros de un autor sumamente influyente, en silencio, sí, porque lo que él ha hecho es moldear nuestra tradición lectora, ampliándola y depurándola, y eso, en lo que a mí respecta, me vale para estarle más que agradecido.

jueves, diciembre 13, 2012


Todos leímos a Mo Yan




Acaba de salir el cuarto número de la revista Lima Gris, dirigida por el pujante Edwin Cavello Limas. En esta publicación aparece un artículo mío sobre Mo Yan. Al respecto debo decir que me siento raro ya que es la primera vez que escribo de un autor sin haber leído un solo libro suyo. Seguramente lo leeré el próximo año. Por otra parte, el texto fue escrito días después de que al autor se le concediera el Premio Nobel de Literatura.

 


 

A estas alturas no debería sorprendernos los criterios que manejan los abuelitos de la academia sueca. Me los imagino con problemas de próstata, bebiendo tecito y leyendo a las justas las informativas páginas impresas, sacadas de Wikipedia, de los candidatos al Nobel de Literatura. En lo personal, el Nobel de Literatura ya no despierta mi entusiasmo, son tantos los yerros que han cometido estos abuelitos, que llama mi atención cómo es que, a la fecha, la galaxia del mundo literario, más sus barras bravas de Facebook, pueda caer en una algarabía infestada de lugares comunes ante la designación de un nuevo condecorado.

Ahora, se supone que deberíamos pasar revista a la tradición del premio. Aunque viéndolo bien, no hay mucho que decir, solo que se trata de uno signado por el más ultramontano conservadurismo. Sabemos de sobra de sus beneficios, y más allá de los pecuniarios, el principal: la difusión del autor y su obra. Miles de lectores en todo el mundo se acercan a las librerías en pos de algún título del último condecorado. Constatamos así lo bueno, lo malo y lo cuestionable. Hasta nos llenamos de esperanzas, al menos esto sentí cuando descubrí la prosa de Coetzee, a quien no hubiera llegado si no fuera por estos réditos promocionales.

Para la última edición del Nobel de Literatura, se barajaron los nombres de siempre, volvieron a resonar Roth, Adonis, McCarthy, Ashbery, Parra, Dylan, a quienes ahora se les sumaron los españoles Marsé y Vila-Matas. Las casas de apuestas hacían lo que mejor saben: especular, y más de uno cayó en el atarantamiento. Conozco a patitas que, de acuerdo a sus posibilidades, lanzaron sus apuestas. Pues bien, reconozco que, en alguna que otra ocasión, también me presté al juego. Total, a todos nos gusta la frivolidad. Nos gusta barajar, mandamos al ruedo a nuestros escritores favoritos y después que cumplimos nuestra parte en el cronometrado rol de estupideces fugaces, seguimos cruzando los dedos, ya en silencio, y esperando sí o sí que los prostáticos abuelos nos demuestren que no son tan vacuos y vacíos como pensábamos.

“¿Y este quién mierda es?”, fue lo primero que me pregunté cuando en las redes sociales empezaron a rebotar la noticia del último Premio Nobel de Literatura, el chino Mo Yan. Al respecto debo emitir un reparo personal, asentado en el más duro de los prejuicios hacia la literatura oriental. He leído lo que he tenido que leer de esta tradición, sean japoneses, coreanos y chinos. Desde siempre me ha parecido una literatura rica en símbolos y en miradas reposadas que se refocilan en los detalles. Y al momento de escribir estas líneas, no he encontrado obra alguna que se acerque a mi canon personal, a lo mejor esto se deba a que mi sensibilidad de lector se encuentre cercenada debido a ciertas lagunas provenientes de mis años formativos de lector, cuando me significan todo las novelas de Dumas, Salgari, Balzac y el ciclo artúrico.

A mediados de julio pasaba por la librería El Virrey de Lima. Tenía que hacer algunas gestiones y aproveché en ver las novedades. Reviso la sección de libros, en especial la de Impedimenta. Leo la solapas de algunas novelas. Como ninguna llamaba mi atención, me puse a hablar con Jorge “Juan Carlos Onetti” Giraldo, quien entonces trabajaba en dicha librería. Le cuento de mis últimas lecturas, le hago énfasis en mi desmedido afán por las biografías de escritores. Y él me dice que acaba de reafirmar su gusto por la narrativa oriental, que acababa de leer a Mo Yan, la novela Grandes pechos, amplias caderas. Y fui yo quien empezó la discusión. Y creo que salí perdiendo. Pero no puedo hacer nada, y eso que a la narrativa oriental le he dado muchas oportunidades y por más que he puesto todo de mí, detalle que deviene en un punto en contra, con mayor razón cuando pregono desde todos los espacios posibles el hecho de que nuestra relación con la literatura debe basarse precisamente con los libros que nos gustan, no he podido hacerla mía, ni siquiera con esa imitación de Thomas Mann en onda pop y onanista, Haruki Murakami. Me acerqué a la mesa en donde estaba la novela en cuestión, le pedí a Jorge que guardara silencio y me sumergí en sus páginas. Pude notar desde las primeras líneas que estaba ante un narrador mágico instalado en un realismo cotidiano. Pero más no puedo decir. Desconfío de los inicios. Dejé la referida novela en su sitio. Hice lo que vine a hacer a la librería y me quité. Y de allí en adelante me olvidé de Mo Yan, hasta que lo designaron Nobel de Literatura 2012.

La frivolidad, la posería y la estupidez disfrazada de originalidad marcan la línea de los usuarios de Facebook. Prácticamente todos habían leído a Mo Yan. Llamé al Virrey del Centro y pregunté por el ejemplar del autor que había visto meses atrás. La encargada me respondió lo siguiente: “Ese libro no se movía, pero hace una hora un cliente lo ha separado. Era el único que teníamos”. Volví a Facebook y casi todos mis contactos demostraban su entusiasmo por ir a la librería más próxima para leerlo ya, cuando lo cierto era que iban a llevarse una mayúscula sorpresa, si es que se le lograba encontrar en alguna librería, y no solo por el precio, sino porque los libros de este chinito son ladrillos casi de mil páginas. Es decir: Mo Yan desde el saque te dice que no es apto para poseros. Además, el mundo no se acaba si no has leído a este chinito que, por un momento, confundí con un emprendedor chifero de nuestro Chinatown.

Los días transcurren y empezamos a tener noticias sobre sus lazos políticos con el gobierno chino. Imagino que habría que ser un habitante de Neptuno para no saber que estamos ante un estado represor y dictatorial. Entonces, la pregunta flotante para los suecos vendría a tener más de una rama cuestionadora sobre esas miras paralelas alejadas de las parcelas literarias. No existe indicio contrario que nos indique que Mo Yan no haya sido beneficiado por el gobierno de su país, lo cual implica una aceptación, en la práctica, de lo que tanto ha cuidado en preservar la academia sueca: el respeto a la libertad del ser humano. Revisando en la red podemos constatar que la fama y prestigio de Yan como escritor es justificada. Empero, tampoco podemos pasar por alto los reclamos que vienen de otros escritores chinos exiliados, que no han dudado en calificarlo de miserable y convenido. Bajo este sentido, entonces la academia ha cometido un error de costumbre y que a la vez nos permite abrigar la esperanza de estar ante una posibilidad de cambio: que de ahora en adelante prevalezca el juicio eminentemente literario, que podría generar más de una polémica sin duda, ya que también resulta atendible la dicotomía creación-ética, que para estos menesteres es lo que nos debería importar.

martes, diciembre 11, 2012


lunes, diciembre 10, 2012


domingo, diciembre 09, 2012

Una antología arbitraria



 

Con algo de tardanza llega a mis manos Espléndida iracundia. Antología consultada de la poesía peruana 1968 - 2008 (Fondo Editorial de La Universidad de Lima, 2012), de los escritores y críticos Carlos López Degregori, Luis Fernando Chueca, Alejandro Susti y José Guich.

Quizá sea la antología más sonada de las últimas décadas. No recuerdo otra que haya causado tanta bulla, incluso antes de su salida. En este sentido, y como bien recuerdan aquellos que siguen los tejes y manejes que ocurren en el mundillo literario peruano, se originó un duro debate, acaecido principalmente en el ciberespacio, sobre el método que usaron los antólogos en la conformación del universo de los poetas elegidos. Más o menos fue así: a más de un centenar de poetas y críticos se les preguntó por los poetas y poemarios más relevantes de los últimos cuarenta años. De las respuestas, se sacaba un balance y listo, una antología llamada a quedar, una antología canónica.

Pues bien, hasta aquí, las intenciones parecen puras, virginales, suavecitas, edulcoradas. Pero no, no es así. Y me apena decirlo porque guardo el mejor de los conceptos de López Degregori, Chueca, Guich y Susti. En especial de los dos primeros, y muy en especial del segundo, con quienes he podido conversar largo y tendido sobre poesía peruana contemporánea. Es decir, querido lector, quiero dejar en claro que no estamos ante un cuarteto de vivazos, pendejos y convenidos. Estamos ante letraheridos serios y responsables. Pero letraheridos serios y responsables que ahora fallaron y resbalaron.

No tengo su formación teórica, ni su experiencia académica, pero algo sé de antologías. Sé, y sé que ellos lo saben, que lo peor que se podría hacer, y que al final hicieron, es que se dependa la escogencia de autores en función a otros y no de los mismos responsables. Claro, si lo hacían de esta manera, no estaríamos ante un trabajo consultado. Sin embargo, debieron arriesgar, ser los verdugos, los hacedores de la criba, asumir su rol de inminentes odiados y no abocarse a sacar balances, porcentajes y presentar un prólogo, muy bien escrito para ser justos, en base a los resultados de la calculadora. Por eso esta especie ranking no le cuadra a nadie, a nadie que no sea amante y buen lector de poesía peruana.

Esta triste realidad es hija de la poca distancia de sus antólogos para con su universo poético en el que centraron este presente trabajo, universo poético, salvo excepciones, carcomido de envidias, de ajustes de cuentas, que tenía en la parcialidad de sus responsables una evidente directriz. Sumado al hecho, y esto no es ninguna novedad, que la gran mayoría de los poetas y críticos elegidos para responder las preguntas no son conocedores de la tradición poética peruana última. Obviamente, estoy siendo especulativo, pero se trata de una especulación que tiene apoyo de los lectores, del sentido común sobre todo, puesto que sorprende, principalmente, el orden de los poetas más “votados”. No es nada difícil constatar que en las respuestas imperó el afán de quedar bien con el cuarteto que con la calidad poética como tal; es por ello que no me explico la inclusión de autores sumamente malos, beneficiados por el amiguismo y el pago de favores. Sin duda, el método empleado resultó todo un festín para los orgasmos de los sentimientos menores, orgasmos muy bien repartidos, dicho sea. No pues, aquí no hubo consenso. Lo que hubo fue una involuntaria criollada que se pudo evitar.

viernes, diciembre 07, 2012


miércoles, diciembre 05, 2012

El policía bueno




 

Llevo algunos días perdido de las noticias locales, a las justas sigo la fase oral de los abogados peruanos en La Haya, así que cogí periódicos pasados y también empecé a recorrer los archivos de sus respectivas páginas web, aprovechando pues que me quedo en casa debido a la única persona capaz de quebrarme el alma, mi abuelita.

Quizá más de uno frunza el ceño, pero en mi modesta opinión, El Búho es uno de los mejores columnistas de este país. Lo podemos encontrar de lunes a viernes en la última página del diario El Trome. Así es, recurrente lector hormonal, lo encontramos al lado de La Malcriada del día.

En una de sus columnas, El Búho da cuenta de las bandas de policías corruptos que vienen operando en la capital y a la vez hace un ejercicio de memoria cinéfila y nos brinda dos grandes ejemplos de policías delincuentes, que más de uno debe recordar. El capitán McCuskey de El Padrino y el jefe de la división antinarcóticos, el “Gringo” Mel, de Caracortada. Curiosamente, ambos son asesinados por dos personajes, obvio, distintos (Michael Corleone y Tony Montana) pero encarnados por el mismo actor, el más grande de todos, el maravilloso chato Al Pacino.

No lo pensé dos veces, busqué y busqué una determinada película policial. La tenía febrilmente en la mente y la encontré luego de un cuarto de hora de cargada intensidad.

La tradición de policías malos en el cine es rica y variada. Tenemos de todo, y me puse a pensar en los otros, en aquellos guiados por el halo romántico de justicia, siendo el balance pobrísimo. Los policías buenos son escasos, no llaman la atención, escapan a la tiranía de nuestra memoria. Sin embargo, hay uno que se mantiene en ella, Frank Serpico, de la película Serpico (1973) del maestro Sidney Lumet y protagonizada por el chato maravilloso.

Si bien podemos estar de acuerdo en que no es el mejor papel de Pacino -mucho menos el más difícil, aunque si habláramos de Cruising (1980) de William Friedkin, en donde interpreta a un policía infiltrado en el mundo gay de San Francisco, podríamos llegar a un tácito acuerdo-, sí ante uno que encapsula su gran crisol histriónico.

Frank Serpico es un policía que recibe un balazo en la cara en un atraco a un narco de poca monta. Es llevado al hospital y mientras es operado recuerda su trayectoria en el cuerpo policial. Este fugaz y duro viaje a su pasado lo enfrenta a un enemigo común: los propios policías. Serpico hace méritos más que suficientes, no solo como agente del orden, y el toque frívolo: también como sabido conquistador de mujeres, para dejar de ser un policía de uniforme y ser un detective, su mayor aspiración. Ya sea como policía y detective, Serpico se resiste a hacer suyo los códigos de sus compañeros de cuerpo, no acepta el dinero sucio que estos se reparten y a pesar de las presiones que recibe por parte de los mandamases, se aferra a la terquedad de su ética y moral. Contado así, podríamos pensar que nos enfrentamos a un personaje olvidable, pero no, ya sea en la pusilanimidad de su función, como en la violencia a la hora tratar a los malhechores, somos testigos de una entereza de carácter. Por eso Serpico es lo que es: un hombre de carácter. Un policía bueno que hoy en día no encontramos ni en la ficción.

martes, diciembre 04, 2012