miércoles, mayo 31, 2017


no escuelear

1

Desde su publicación, he leído dos veces No somos nosotros (Seix Barral, 2017) del escritor Ricardo Sumalavia. No era para menos, porque me encontré ante uno de los libros que pudieron oxigenar la narrativa peruana del presente siglo. El híbrido se presenta como el camino alterno a seguir en este tráfico narrativo de hora punta y el libro en cuestión bien pudo cumplir un rol por demás iluminador.
Tengamos en cuenta que cualquiera no puede sumergirse en estas aguas del mestizaje narrativo, para tal fin, el autor de turno debe ser dueño de una pericia en la escritura y también conocedor de los entresijos de los géneros que va a canibalizar. En este sentido, Sumalavia cumple con creces en lo básico: el riesgo formal. La bastardía estructural en NSN es por demás perfecta, hasta podríamos señalar que serviría de guía para cualquier escritor en ciernes atrapado en las mareas del entusiasmo.
Sin embargo, la perfección formal no es garantía de nada en el híbrido, es solo el primer paso hacia su justificación. El híbrido requiere de arrojo narrativo, exige un aniquilamiento de la soberbia literaria y una disposición de la humillación de la voz narrativa. Es decir, el híbrido respira a cuenta de la dimensión humana. Al respecto, pensemos en Prosas apátridas de Ribeyro, La novela luminosa de Levrero, El arte de la fuga de Pitol y Dietario voluble de Vila-Matas. En estos cuatro títulos no asistimos a la obviedad del riesgo formal, sino que somos partícipes de una escritura desatada, que permite a sus autores mostrarse irónicos, críticos y lúdicos. En otras palabras: escriben de lo que quieren sin estar pendientes de los imperativos de los géneros, consiguiendo de esta manera apropiarse de la complicidad del lector.
Es precisamente la falta de arrojo en la escritura lo que lleva al naufragio a NSN. Un par de ejemplos, cuando su voz narrativa intenta ironizar, la intención queda atorada en medio de la garganta, y cuando esta pergeña senderos hacia las parcelas de la oscuridad existencial, somos víctimas de una soberbia que se estrella en el fango de la falsedad. El pecado mayor de Sumalavia es el conservadurismo que infesta su escritura, regodeándose en múltiples aristas temáticas sin profundizar en sus médulas. Además, esta bastardía estructural le brinda al autor más de una oportunidad para tomar revancha, pero este no duda en desaprovecharlas.
Para llevar a buen puerto este tipo de proyectos narrativos, se requiere de valentía, de una actitud kamikaze que dinamite los cantados peligros de la prosa aséptica. Si en el híbrido el lector no sale contaminado, perdió su tiempo. Si en el híbrido no se cuenta todo, el lector sufrió una estafa. Sumalavia contuvo innecesariamente lo que jamás debió: la libertad de su palabra.

2

Ahora, en estas últimas semanas he estado viendo un espectáculo que podría esperar (y hasta entender) de un escritor novato, pero no de uno que exhibe una trayectoria a considerar, como la de Sumalavia: el escueleo.
Un par de muestras de este escueleo: 1 y 2.
No me hago problemas, las cosas como son: venimos presenciando una campaña obscena. Sumalavia nos dice cómo leer NSN.
Si alguien ayudó a Sumalavia en la construcción de esta autoapología, pues debería graduarse de bestia, porque le hizo un flaco favor. No hay nada más antiético que la propia defensa literaria. No es la primera vez que ocurre y ya sabemos cómo terminan los libros de los autores peruanos que practican la autoapología, esa suerte de escabeche mal cocinado que condena sus libros al inminente remate.
Así suene a lugar común, la tradición de la justicia literaria no se altera: los libros se defienden solos.
Y ya para terminar porque debo pasear a mi falso pekinés, indiquemos que NSN no es un libro comercial y saludo su publicación, porque es una apuesta literaria. Es decir, no estamos ante una novela o un cuentario, que puede interesar a una mayor cantidad de lectores. El público de este libro es muy específico (y contra lo que podría creerse, lo tenemos), es la clase de lectores acostumbrados a leer y que pasan de largo de las luces que acompañan a las novedades narrativas. Por esa misma razón, este público no tolera el verso, no aguanta que se le tome el pelo. Sumalavia aún está a tiempo de enmendar esta campaña. Depende exclusivamente de él.  Le sugiero, pues, que vea el episodio 8 de la segunda temporada de The Affair. En ese episodio encontramos una escena que es toda una revelación para cualquier autor que siente que está perdiendo el manejo del movimiento de su libro. El escritor Noah Solloway (Dominic West) y su agente editorial Eden Ellery (Brooke Lyons) conversan en una fiesta. Noah se muestra inseguro ante la recepción de su novela Descent, entonces la pequeña y maravillosa Eden lo mira y le dice: (no spoiler).

lunes, mayo 29, 2017

relatos de adicción

Sobre las adicciones se ha escrito mucho. En estas empresas, tenemos no pocos títulos de referencia, como también olvidables. Pensemos en los que quedan en nuestra memoria: El almuerzo desnudo de William Burroughs, Confesiones de un inglés comedor de opio de Thomas de Quincey e Hijo de Jesús del desaparecido Denis Johnson.
En la ruta de esta tradición narrativa sobre las adicciones, hallamos Drogadictos (Demipage, 2017), recomendable antología que reúne a doce escritores hispanoamericanos, algunos de los cuales ya consagrados y la mayoría en franca proyección. Además, señalemos que estamos ante un libro- objeto, con sugerentes ilustraciones de Jean-Francois Martin, que nos recuerdan a los viajes alucinados y oníricos de David Lynch.
Cada autor convocado exhibe lo mejor de su poética narrativa en cuanto a este tópico, cuyas variantes se han administrado en sendas dosis (opio, morfina, marihuana, éxtasis, lorazepam, tabaco, tripi, sexo, base, alcohol, talidomida y cocaína). Pese a su brevedad, resulta por demás apabullante Certificado de mutante de Mario Bellatin. En cuanto a los relatos de largo aliento, resaltemos El secreto de José Ovejero, Entre dos aguas de Juan Bonilla, Buscamos una amapola que no se marchite de Marta Sanz, Punch Drunk Love de Andrés Felipe Solano, Cabezas de amapola de Sara Mesa y Calandria de Richard Parra.
Ahora, la presente publicación también nos permite tener una idea del estado de la narrativa hispanoamericana actual, en especial mediante nombres no tan conocidos por estos lares, como Lara Moreno, Carlos Velázquez, Juan Gracia Armendáriz, Francisco Xavier Irazoki y Manuel Astur. 
Los doce relatos pecan en linealidad y transparencia en la prosa, seguramente a causa del mandato que impone el tema, reparo muy menor, más cuando nos fijamos en que los mismos hacen gala de inquietud guiada por una fuerza oscura detrás de las palabras, esa fuerza que diferencia a los que escritores que escriben y que no tienen nada que decir de aquellos que sí dejan la piel en el asador. 

hueverismo discursivo

Terminé de ver la serie Billions y la volví a ver desde el sexto capítulo de la segunda temporada. Si buscas una muestra de degradación, esta serie podría satisfacer tus afanes autodestructivos.
El día comienza y me pongo a escuchar algo de Portugal, a la vez que desayuno sano y leo los diarios del fin de semana. Inevitable no pensar en el silencio de nuestras maravillosas mentes de izquierda, que despliegan en las redes sociales un discurso por demás huevón y distractor de la atrocidad cometida por el ex presidente Ollanta Humala. Deberían aprender del maestro César Lévano, mucho más de izquierda que los llamados a combatir contra los abusos del prójimo y que no ha dudado en criticar a Humala. No hay mucho que pensar, aunque para algunos la autocrítica resulte una empresa oprobiosa contra la imagen. Pero si te equivocaste, no hay nada de malo en practicar la autocrítica, cuya sola práctica es una suerte de limpia de las equivocaciones, en especial cuando las llevas a cabo desde las sinuosas parcelas de la superioridad moral. 
Mis causas Gustavo Faverón y Chiboliné du France tienen que aprender mucho de este hombre, que a sus 93 años es dueño de una lucidez y nivel intelectual, nutridos desde el rigor generoso del análisis y en consecuencia con los principios que defiende desde su posición de izquierda. Lévano enseña, nos alerta del hueverismo discursivo de los falsos profetas. Si vas a erigirte como la consciencia moral de las redes sociales, hay que hablar de los temas que no quieres hablar, solo así se construye una legitimidad a prueba de los señalamientos, con mayor razón cuando de lo que no quieres hablar está teñido de sangre.

sábado, mayo 27, 2017

la dama de la escritura

Ahora que se habla del híbrido narrativo como si fuera el último grito de la moda en la narrativa hispanoamericana contemporánea, habría que pensar en una de las plumas que lo practica desde las cimas de la consideración, y sin exigir derecho alguno sobre el mismo. Tengamos en cuenta que la escritura bastarda es dueña de una tradición que proviene desde los mismos inicios de la escritura, y si hacemos un ligero repaso de su proceso, podemos rastrear sus logros mayores en los libros bíblicos.
Por eso, habría que volver una vez más, o ingresar por primera vez según el caso, a la obra de la escritora mexicana Margo Glantz, de quien hace unos días releí Coronada de moscas (Sexto Piso, 2013). La experiencia de este regreso hizo que cuestionara la esencia de su escritura, a saber, si en caso hacía falta preguntarse si lo suyo eran los géneros o no.
En estas páginas, Glantz nos habla de un recorrido por la India. Al igual que en sus otros libros, la autora no se encorseta en los mandatos de las formas, sino que permite el libre flujo de la prosa, alimentada por un conocimiento de causa de registros como el ensayo, el diario y la crónica. Glantz nos sumerge en la historia social e íntima de este gigantesco país por medio de la mirada crítica y el parecer incómodo, con los que enhebra el discurso de la revelación, que bien puedes llamar, así suene a lugar común, maravilla textual.
Muchos se complican la existencial intelectual tratando de cartografiar la poética de Glantz. Hasta cierto punto, esta tarea resulta por demás útil para entender las influencias que sostienen su escritura, influencias que nos revelan que poco o nada se puede hacer si el talento natural no es alimentado mediante la voracidad de la lectura. La aparente facilidad de la escritura de Glantz responde a una incansable búsqueda de fuentes, y por lo leído, no solo en el libro que hemos mencionado, sino en otros igual de recomendables como Las genealogías, Saña y Yo también me acuerdo, podemos colegir que lo suyo ha sido el encapsulamiento de registros en aras de un estilo propio, en el que yace el justo prestigio que ostenta Glantz. Esto, para los arqueólogos del texto. Pero lo ideal es entregarse y perderse en las epifanías que obsequia la escritura de la autora. En este sentido, ¿sirve de algo preguntarnos por la pertenencia genérica, como si fuera una garante del placer en la experiencia de la lectura?
En este tipo de poéticas podemos encontrar el camino que esclarece el tráfico de confusiones que signa a la narrativa latinoamericana actual, tan llena de supuestos descubrimientos y nuevos discursos narrativos. En los libros de Glantz hallamos el nuevo registro, pero también la tradición que lo sustenta. Con las verdaderas plumas no solo disfrutamos, sino también aprendemos. Eso es magisterio.

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viernes, mayo 26, 2017


jueves, mayo 25, 2017

mesa disidente

Ayer miércoles estuve en el coloquio organizado por el filósofo español Eduardo Subirats, El ensayo como problema, en La Casa de la Literatura peruana. Llegué tarde a causa del tráfico, por lo que no pude ver el mediometraje El payaso sagrado de Jorge Castillo, pero sí las ponencias de Gergana Petrova, Silvia Garza, Martha Alzate y Elías Morado, cada cual con sus puntos de vista sobre la importancia del ensayo como registro, pero con una postura única en cuanto a la inutilidad de este frente a la academia, cada vez más desconectada y entregada a la jerigonza teórica que confirma lo que muchos piensan de esta: la desconexión con el mundo y el poco aporte de esta en la solución de conflictos sociales (en toda la amplitud de su dimensión).
Resulta curioso que una mesa como esta se lleve a cabo en la cada vez más conservadora Lima, si es que hablamos del espectro de sus luminarias del pensamiento. Los ponentes del coloquio pertenecen no solo a la academia, sino también son destacados miembros de la misma. No hay mejor ataque que aquel que se produce desde la misma entraña del objeto de crítica. Mientras escuchaba las participaciones, me fue imposible no pensar en algunas sentencias leídas y escuchadas, sobre el carácter del ensayo, en amigos que aprecio y admiro, como Miguel Gutiérrez, que en cierta ocasión me dijo que el ensayo era quizá el género discursivo más hermoso que existe a causa de su esencia absorbente y su libertad discursiva, y que además, en la confluencia de sus virtudes, el ensayo puede cumplir uno de sus objetivos paralelos: un cambio.
La academia debe aceptar su crisis. Por lo leído en estos años, es evidente que no podemos caer en el facilismo, por ejemplo, de llamar ensayos a los papers, que muchas veces son manifestaciones de conocimiento inútil, más su tara no menor de pedantería. El coto cerrado que muestran los integrantes de la academia y su nulo impacto en la vida social, son las mejores muestras de su evidente fracaso. La academia es necesaria, brinda los recursos intelectivos medulares para construir lo que se supone debe construir y no lo que viene destruyendo: el pensamiento propio. 
Si tienes tiempo, date una vuelta por la Caslit hoy jueves 25, día de clausura del coloquio. Estará bueno y correrá sangre. Participará el mismo Subirats.

martes, mayo 23, 2017


subirats, el pensador incómodo

Ser dueño de una opinión propia es un privilegio que muy pocos pueden ostentar. Hoy, esta cualidad se ha visto repotenciada a causa de una plaga que afecta no solo los senderos de la vida cotidiana, sino también los circuitos del mundo académico y cultural. Triste, pero cierto: muchísimos intelectuales, pensadores, artistas y literatos cuidan mucho sus palabras, temerosos de no ver afectadas sus trayectorias a razón de opiniones contrarias de lo correctamente establecido por el poder que detenta el discurso dominante.
Por ello, habría que prestar atención a la obra del pensador español Eduardo Subirats. Nos referimos a una obra marcada por la apasionada polémica, y cuya bibliografía está conformada por más de cincuenta títulos, en los que el carácter multidisciplinario le ha permitido abordar sus temas de interés, como la literatura, la filosofía, el arte, la historia y la política. Subirats no solo es consciente de la fuerza expresiva de la palabra, sino que esta no es nada si no se honra en la actitud coherente. Palabra, pensamiento y actitud hacen de este intelectual una figura incómoda y necesaria.
Si no cuestionas, no sirves, nos dice implícitamente en El continente vacío, uno de sus títulos mayores, que sigue despertando odios y pasiones en la academia. En este ensayo que debería reeditarse, Subirats radiografía lo que para él son las mentiras discursivas en cuanto a la conquista y fundación del continente americano, tarea que lleva a cabo mediante las crónicas de sus testigos directos, no solo destacándolas por su valor documental, sino también sometiéndolas a cuestionamiento y relacionándolas con textos fundacionales de otras culturas. Podemos estar o no de acuerdo con los postulados de Subirats, pero habría que ser un suicida si los cuestionas sin haberte preparado. Y lo digo porque lo he visto polemizar, y en esta faena no duda en hacer uso de sus recursos intelectivos en pos de lo que considera la médula de la verdad. Citemos otros títulos suyos, igual de inquietantes, como Las poéticas colonizadas de América Latina, El final de las vanguardias, El universo dividido y Una edad de destrucción. Subirats ha hecho de la disidencia crítica su marca registrada. Y no es casual que la academia se encuentre dividida por su causa: por un lado, las nuevas generaciones lo consideran un Rock Star del pensamiento, y por otro, como un Lucifer al que habría que cerrar todas las puertas, condenándolo al ninguneo y silenciamiento, aunque esta intención resulte difícil: ¿cómo lograrlo con una bibliografía tan vasta y multitemática?
Conocedor de la cultura latinoamericana y admirador de José María Arguedas, Subirats se encuentra en Lima, junto a un grupo de destacados intelectuales peruanos y extranjeros, con los que ofrecerá el Coloquio El ensayo como problema en La Casa de la Literatura Peruana. Imposible no asistir.

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desconectado

Luego de una semana sin celular, vuelvo a conectarme con el mundo. No sé si celebrarlo, pero por más de un momento creí que la caída del celular y la explosión de la pantalla fueron lo mejor que me pudo pasar. Tampoco hay que hacerse dramas, quien quiera comunicarse conmigo sabe que lo puede hacer por otros medios, como el correo electrónico.
Esta desconexión la aproveché en lecturas y relecturas. Veamos: estoy por acabar la excelente novela Mac y su contratiempo de Enrique Vila-Matas, que comentaré en los próximos días. Acabo de empezar la antología Drogadictos, editada por Demipage; del mismo modo la reedición de Los ilegítimos de Hildebrando Pérez Huarancca. Pero ante todo relecturas marcaron la pauta, como De eso se trata de Villoro, El continente vacío de Eduardo Subirats, Bonsái de Zambra y La obra maestra desconocida y El primo Pons de Balzac.  
Mas todo gusto termina, puesto que acabó cuando recibí mi celular arreglado. Cuando lo prendí vi muchísimas llamadas perdidas, no pocos mensajes de textos y la numeración de mensajes de wasap me dejó sorprendido. De estos últimos, solo uno, proveniente de Zúrich, me importó. La cantidad de personas que intentaron comunicarse conmigo, me conmovió, hasta llegué a creer esa mentira de que puedo ser importante para gente que no sean mis padres y mi falso pekinés. A lo mejor estaba siendo presa de una falsa impresión primeriza. Nunca antes se me había malogrado un celular, y más allá del placer que me significó la desconexión, mi lado racional me indicaba que debía estar atento a lo que se me podía estar comunicando por medio de él. Sin embargo, una vez ya conectado y ver lo que me espera en los próximos días, la tentación adquiere intención, el oculto deseo de que se me vuelva a caer el aparato y ver en la pantalla rota una vesánica muestra psicotrópica de colores.

domingo, mayo 21, 2017


mujer que emociona

Hace un par de días, mientras conversaba con Francisco, amigo librero y declarado izquierdista, este me comentó que pese a lo que viene ocurriendo con la izquierda en Latinoamérica, sigue creyendo en sus principios y postulados, a lo que no pude refutar, porque sus piedras angulares no deben mancillarse por las malas acciones de sus “líderes” de ocasión. Pero también sabe que poco o nada puede argüir sobre lo que la izquierda es hoy cuando vemos a miles de amigos venezolanos en las calles limeñas, sobreviviendo en cuanta actividad se puedan desempeñar. Y claro, compartimos la indignación cuando vemos a chavistas de café, chavistas de redes, defender lo indefendible en cuanto a la dictadura que se vive en Venezuela. Sería ideal que esos trasnochados de la ideología tomen la decisión de ir a ese país y vivan lo que sus ciudadanos viven día a día, a ver si luego de esa experiencia siguen manteniendo las barbaridades que destilan desde la comodidad que les depara la parcela virtual.
En este sentido, resulta no menos que emocionante lo que viene haciendo Lilian Tintori, convertida a la fecha en la metáfora de la lucha contra del régimen opresor de Maduro. Tintori no solo busca la liberación de su esposo Leopoldo López, sino también el rescate de su país en manos de un tirano, que no duda en matar de hambre a su pueblo y en cortar toda clase de manifestación haciendo uso de la fuerza. 
Decir lo contrario de la realidad venezolana no es más que un desesperado acto discursivo. El poder ataranta, el poder genera despotismo, no importa el bando ideológico en el que se encuentre arrimado. Sin libertad toda democracia es remedo de sí misma.

viernes, mayo 19, 2017

furia ochentera

Si hablamos de una de las décadas más complicadas y riesgosas de la historia peruana contemporánea, tendríamos que referirnos, sin duda alguna, a la del ochenta del siglo pasado. A las pruebas nos remitimos: dos gobiernos desastrosos, uno que peor que el otro; una crisis económica que hacía perder la percepción de la moneda para comprar adminículos de primera necesidad (a saber, 3 millones de Intis para un cuarto de kilo de azúcar); un éxodo de peruanos a la busca de un mejor futuro; y la tragedia mayor, como para coronar esta sinfonía de espanto: el azote del MRTA y Sendero Luminoso, grupos terroristas que originaron una masacre de decenas de miles de peruanos.
Este contexto resintió la producción artística. Por ejemplo, pensemos en lo complicado que era publicar un libro, y quienes lograban hacerlo no tenían la más mínima seguridad de poder continuar un proyecto literario. Haber sido joven en los ochenta fue una desgracia, pero esta reforzaba su dimensión con los hombres y las mujeres que sí tenían algo que decir, sea desde la literatura, el arte y la música.
Por ello, la publicación Desborde subterráneo 1983 -1992 (MAC, 2017) de Fabiola Bazo, es una justa radiografía de época y también una cirugía emocional de los entonces protagonistas que vivieron en su justo derecho su verano de la anarquía. Dicho esto, subrayemos el carácter de gueto que signa a toda la movida cultural subterránea, puesto que esta no irradió en la mayoría de jóvenes peruanos ochenteros (afirmar tal cosa, es mentir con descaro, y es menester decirlo porque de la nada vienen apareciendo remedos de subtes que jamás asistieron a un concierto subte), pero a la pequeña gran minoría que influyó, esta supo hacer sentir su voz, pergeñando una postura vital y un discurso de libertad ausentes en la mayoría de jóvenes que al menos compartieron un rasgo común con los verdaderos subtes: sobrevivir.
En este sentido, el libro de Bazo nos acerca a los discursos mayores e íntimos de los protagonistas de la movida subterránea. Para tal fin, la autora hace uso de una lograda mezcla de registros como el ensayo, la crónica, el reportaje y la crónica. Gracias a la bastardía del registro textual, Bazo cumple con el objetivo implícito de su publicación: la difusión. Pero no hablamos de una difusión amable, la autora sabe que lo suyo no es la idealización, sino la representación de una moral rebelde, la puesta al  día de una ética creativa contra un sistema opresor.
Por este motivo, y yendo más allá de lo discutible que puede ser el legado musical de esta movida, DS se yergue como un documento imprescindible para entender esos años de horror por medio de la sensibilidad de sus protagonistas, que supieron hacer sentir su postura crítica y anárquica, no solo en la identificación y proyección de las letras de las canciones de las bandas de la movida, también en una estética visual (extraordinario trabajo gráfico que acompaña al texto de Bazo) que reflejó el sentimiento de agitación hasta de sus actores de reparto. Un par de aspectos, de entre varios, que nos hacen partícipes de una actitud vital y coherente con una furia interna nada contenida.
Los subtes fueron minoría, pero hicieron mucho más que la mayoría de jóvenes que los miraban por encima del hombro. La realidad de su legado cultural y artístico la vemos periódicamente en publicaciones que seducen a las nuevas generaciones. Pensemos en las novelas, cuentos, ensayos y crónicas que inspira. Y claro, pensemos en un librazo como este.

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jueves, mayo 18, 2017


bestias al volante

Ayer, mientras daba cuenta de un espresso en un café de San Borja, en donde suelo reunirme con amigos, fui testigo, en el lapso de media hora, de tres posibles tragedias. Tres bestias al volante casi matan a 2 mujeres jóvenes y un señor de avanzada edad. ¿Qué rasgo común tenían estos energúmenos? Al parecer, entre los testigos, fui el único que se percató del uso del celular por parte de los conductores. Una mano en el timón y la otra sosteniendo el celular, con lo útil que es el Hand Free.
Los incidentes no pasaron de algunos cruces de palabras, aunque de haber podido, algo hubiese hecho, pero poco o nada puedes hacer cuando te encuentras a más de cuarenta metros. Esas tres camionetas provenían de La Rambla, a una velocidad mayor de la permitida, en una suerte de piques de niños-bien, o ex niños pobres-ahora bien, dispuestos a mostrar la superioridad que deparan los fierros con ruedas, patentizando la metáfora de la prepotencia que vemos a diario en las calles. 
Mi reunión se tuvo que postergar, no me reuní con nadie, pero pedí otro espresso y seguí releyendo algunas páginas de De eso se trata de Juan Villoro, librazo que recomiendo, además, aún pueden encontrarse algunos ejemplares del mismo en librerías locales. Cuando disponía regresar a casa, un movimiento apurado al pararme de la mesa hizo que mi celular cayera al suelo. En principio, no me preocupé, mi celular tiene fuertes capas protectoras, se ha caído muchas veces. Pero al recogerlo, vi que la pantalla interior proyectaba luces intermitentes, psicodélicas. Podía recibir llamadas, sentir la vibración de los Inboxs y el Wasap, mas no responder. Por un momento sentí un contenido pánico, pero solo por unos segundos, porque comencé a experimentar un estado de libertad, un privilegio que poca gente tiene hoy en día.

miércoles, mayo 17, 2017

declaraciones fatuas

Después de varios días desconectado, me pongo al corriente con algunas noticias aparecidas en las últimas horas. En ese trance, mientras me sirvo un jugo de fresa, leo el cuento ganador de las 1000 palabras, concurso convocado por la revista Caretas.
Lo cierto es que estamos ante un cuento débil, predecible, que alardea de su ingenuidad temática y que se deshace en la escritura temerosa. 
Pero llaman mi atención las declaraciones de su autor, Julio César Buitrón, de 27 años. 
A veces, la juventud suele jugar muy malas pasadas, y se pueden superar si aplicamos la virtud que la chibolada de hoy no suele practicar: la inteligencia. Lo digo en buena onda, y con la esperanza de que Buitrón se salve de la posería y de un inminente destino lustrabotista.
Podríamos entender sus declaraciones si estas parten de una revelación no vista en este caso: que su cuento sea un cuentazo. Es decir, la manifestación de la calidad literaria que brinda crédito para la tontera verbal y la ejecución del rol de infante terrible, así seas chato.
Recordemos el muy buen cuento Solo quería un cigarrillo, de Claudia Ulloa Donoso. Con este cuento la autora ganó en 1998 las 1000 palabras de Caretas, a los 18 años. De quererlo, pudo ser posera, y ella sí tuvo motivos suficientes para tal fin, puesto que la calidad de su cuento le brindaba ese crédito. 
Para mover el balón, primero hay que saber pararlo.

martes, mayo 16, 2017


lunes, mayo 15, 2017

sin narradoras chilenas

Luego de la algarabía que supuso la nómina de los integrantes de la edición de Bogotá 39-2017, me pongo a analizar con calma la trayectoria de los seleccionados no peruanos. Para mi grata sorpresa, he leído a muchos de ellos y en verdad no tengo mucho que objetar, como tampoco celebrar, puesto que toda selección, y sobre todo una de esta dimensión, jamás contentará a la platea. Están los que tienen que estar, pero también hallamos voces consolidadas, que no necesitan de la participación de un festival como este para sustentar el prestigio alcanzado. Veamos, hasta donde la memoria me sea propicia: Valeria Luiselli (México), Diego Zúñiga (Chile), Daniel Saldaña París (México), Samanta Schweblin (Argentina) y Daniel Ferreira (Colombia).
Algunos países cuentan con un solo representante y otros con más. Tampoco vamos a caer en la demagogia de que debió establecerse una cantidad determinada de autores por países, puesto que la calidad literaria no debe estar sujeta a cupos. En este sentido, no deja de llamar mi atención lo que ha pasado con la delegación chilena, compuesta por talentosos autores, pero en la que sí nos hubiese gustado encontrar algunas mujeres.
He seguido con mucha atención la producción narrativa chilena del presente siglo. Y siendo justos, nos encontramos con un imaginario narrativo que, salvo excepciones, ha demostrado muy buen nivel, seguramente a causa de la fuerza de su circuito editorial independiente y a los premios nacionales que incentivan a sus noveles autores. Esto en cuanto a posibles explicaciones racionales, aunque yo que prefiero justificar esta producción en el capricho de la sospecha, es decir, en el quiebre emocional, la mochila pesada de las secuelas de la memoria dictatorial que cargan sus autores, aunque esto no quiera decir que la aborden directamente, sino que se manifiesta en la tensión de su escritura. 
Después de tradiciones narrativas latinoamericanas contemporáneas como las de Argentina y México, la de Chile ha crecido no solo en cantidad, también en fuerza expresiva. Y protagonistas medulares de este auge han sido y son sus mujeres. Podría mencionar a cinco que tranquilamente pudieron estar en el bolo de selección del festival (en lo personal, consideraba fijas a dos), pero sabemos también que la postulación dependió exclusivamente de sus casas editoras, entonces por allí podría hallarse la razón del llamado ninguneo de narradoras chilenas en este B39. Si una delegación merecía estar representada en la pluralidad de su calidad, esa era precisamente la chilena.
Cosas de la otra literatura. El B39 es un festival más, solo asegura una mayor difusión para sus autores, pero de ningún modo la referencia, que corre por cuenta de los verdaderos lectores, que no se dejan atarantar por la falsa consagración de los festivales. Los festivales no consagran a nadie.

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viernes, mayo 12, 2017

luiselli y los niños

Terminamos de leer la última entrega de la escritora mexicana Valeria Luiselli y más de una impresión nos depara la experiencia. En primer lugar, asistimos, una vez más, a la confirmación de la poética de una de las plumas en español más importantes del presente siglo. No es para menos, hablar de Luiselli es remitirnos a su imprescindible ensayo Papeles falsos y a sus novelas, la muy saludada Los ingrávidos y la irregular La historia de mis dientes. En segundo lugar, la presente publicación es producto de circunstancias muy especiales en la vida de la autora, por ello, en estas páginas asistimos a su cruda verdad emocional, pero también somos testigos de su compromiso con los más débiles, las víctimas a las que los medios de comunicación comenzaron a prestar atención tras la crisis migratoria del 2014, en la que miles de niños cruzaban solos y desafiando toda clase de peligros la frontera entre México y Estados Unidos.
En este sentido, Los niños perdidos (Sexto Piso, 2017) es un documento de denuncia que transita en el ensayo, pero también es un crisol narrativo que descansa en el respiro de la crónica. Si una marca en alto relieve exhibe la escritura de la autora, esta es precisamente el diálogo entre registros, sin que se resientan en sus encuentros, convirtiéndolos en una sola fuerza que refulge en su invisibilidad.
En el prólogo, el reconocido periodista Jon Lee Anderson señala que las cuarenta preguntas (aplicada a los niños en la migra) en las que Luiselli conduce su ensayo, no solo generan “respuestas, sino más preguntas”. No nos sorprende, puesto que este aparato discursivo nos pone en el tapete no solo su tópico principal, sino también el contexto personal que atravesaba Luiselli al momento de conocer la situación de los niños que cruzaban la frontera. Gracias al carácter transgénico de no ficción el lector participa del nervio del rizo sensorial que signa la escritura de la autora, nervio que nos permite constatar la dimensión moral de la publicación.
Si LNP se hubiese encausado en la pureza del ensayo, estaríamos ante un proyecto ajeno de lo que ofrece, quizá ante uno relacionado con la frialdad sociológica o antropológica. En su premeditada bastardía textual hallamos la conexión anímica con los dramas que sufren los niños, muchos de los cuales provienen de Centro América y que una vez en México no dudan subirse a los techos de La Bestia, tal y como se conoce a la línea de tren de mercancía que recorre este país de sur a norte. En este trayecto muchas cosas ocurren con sus viajeros informales, pero son los niños los que se llevan la peor parte, y no solo del lado mexicano, puesto que al cruzar la frontera no pocos son confinados en esa especie de cárcel al paso conocida como La hielera.
Luiselli fue testigo de excepción de los engorrosos trámites legales que debían pasar los niños si pretendían quedarse en suelo americano. Por aquel entonces Luiselli y su sobrina trabajaban como intérpretes en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. La mexicana cuida su narración, no permite que esta se contamine de la jerigonza legal, le basta y le sobra con transmitirnos los miedos de los niños, de igual manera con el arduo trabajo que tiene llevar a cabo para que estos hablen y así pueda traducir sus testimonios a los jueces que ven sus casos.
No nos equivocamos. LNP es una lectura obligatoria para todo aquel comprometido con el bienestar del niño, pero es también un artefacto discursivo que en su brevedad es una irrefutable prueba de la evidente riqueza expresiva de la no ficción.

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jueves, mayo 11, 2017


talleres del entusiasmo

Cada cierto tiempo varios aspirantes a escritores me piden que les recomiende talleres literarios. En este sentido, la franqueza se impone. Jamás iría contra la naturaleza de la escritura: una actividad marcada por la urgencia y la constancia, que solo en la confluencia de estas podemos hallar su estado de gracia: el trance de su ejercicio.
Por ello, sugiero a los aspirantes a inscribirse en talleres impartidos por escritores no solo con reconocida capacidad para transmitir conocimiento, sino que los mismos también sean dueños de una legitimidad literaria. Me vienen a la memoria los talleres de escritura de ficción y no ficción de Marco García Falcón, Juan Manuel Robles y Jeremías Gamboa.
Sin embargo, desde hace un tiempo el concepto de taller ha adquirido una dimensión plástica que aturde, dimensión que en toda la amplitud de su confusión arroja un mensaje atroz: cualquiera puede impartir un taller. No es la primera vez que nos topamos con estos talleres en los que se persigue el lucro haciendo uso del discurso entusiasta, pero los de ahora se presentan en la plenitud de su frivolidad: cualquiera puede ser escritor, solo hace falta ganas y repetir como papagayo, y con el pulgar a lo Terminator, que escribir es posible si es que te lo propones.
En el imprescindible Mientras escribo de Stephen King, el maestro hace hincapié en que no se necesita de un talento excluyente para escribir, que a diferencia de artes como la música y la pintura, el aspirante no necesita ser un escogido por los dioses, sino que debe adecuarse a una disciplina excluyente, por demás aterradora, cuya sola práctica sirve de filtro para separar del saque a los entusiastas de la escritura. Y no solo esto: este filtro no le asegura al sobreviviente un lugar en el parnaso literario. Se entiende que la escritura se conduce por senderos empedrados y lodosos. Sumemos también el no menos imprescindible Leer y escribir del genial V.S. Naipaul, que considera a la lectura como una inseparable acompañante del escritor en formación. Entonces, se deduce de este cruce la esencia que todo taller debe exhibir: los talleres de escritura enseñan a leer y definen la mirada del potencial escritor.
No conozco personalmente a Leslie Guevara, ni a César Bedón, aunque con este último mantuve hace años una breve conversa telefónica a razón de un artículo para Velaverde, como para que se piense que el presente post es un ataque personal. Pues no. El presente post es un claro y abierto señalamiento a la política tallerista de su proyecto Machucabotones
A las pruebas me remito: me basta ver cómo promocionan sus talleres (1, 2, 3, 4, 5 y 6) para saber que lo suyo no es la perfección de la escritura mediante la exigencia y el rigor generoso, sino bajo el fraude del entusiasmo. Este discurso los perjudica, los hace ver ante los entendidos en talleres y los lectores como implícitas secuelas metafóricas de las universidades que se fundaron bajo el amparo del fujimorismo. Aún están a tiempo. ¿A tiempo para qué? Fácil: para no ser considerados como esforzados vendedores de sebo de culebra.

diferencias y señalamientos

Ayer miércoles, a la una de la tarde, me reuní con un par de estudiantes de periodismo de la UPC en la BNP. Ellas se contactaron conmigo a razón de un reportaje que venían realizando sobre el poco hábito de lectura de los peruanos. Acepté porque al respecto escribí hace unos días en un semanario local.
Había mucho que decir. Y en lo que diría pensé mientras me dirigía a la BNP. A una de las chicas la conocía por referencia y creí que la entrevista se realizaría en los ambientes de la BNP, pero no pudo realizarse a causa de la burocracia. Por ello, previa llamada, nos dirigimos a las instalaciones de una editorial independiente, ubicada muy cerca de la BNP. En ese trayecto, ayudé a una de las chicas a cargar el trípode, que era más pesado y grande que ella.
Conversamos sobre la logística de la entrevista. Y me enteré de que entrevistaron y entrevistarían a preclaros referentes locales, cosa que me alegró por ser considerado en tan selecto grupo del pensamiento peruano, o lo que pueda entenderse como tal.
Seguimos caminando y faltando poco para llegar, una de ellas, la que dirigiría la entrevista, me comentó sobre mi artículo de la semana pasada. Es cierto, disparé contra todos, pero cada bala estaba más que justificada. E hice una precisión, porque su inquietud también me la han manifestado otras: un intelectual que trabaja para el Estado no está libre de señalamientos por el solo hecho de ser intelectual. Las críticas y señalamientos al intelectual no deben ser vistas como algo personal, sino como una actitud natural. Ocurre que en nuestro circuito cultural solemos mezclar la calidad humana de este con su desempeño público. 
La entrevista salió muy bien. Las chicas hicieron un excelente trabajo. Y como tiene que ser: cargué el pesado trípode hasta embarcarlas en su taxi.

miércoles, mayo 10, 2017


martes, mayo 09, 2017

humala lovers

Grata tarde dedicada a la lectura de dos libros: Los niños perdidos de Valeria Luiselli y Desborde subterráneo de Fabiola Bazo. Están muy bien, aunque ciertos reparos se presentan en la publicación de Bazo, que comentaré a su debido tiempo.
Entonces, me pongo al día con las noticias. Una de ellas resulta excluyente. Y no vuelvo a ella por afán de humillación a los preclaros representantes de la izquierda peruana. Además, ya lo he dicho más de una vez, si esta izquierda fuera normal, no tendría problema alguno en considerarme izquierdista, porque lo soy, solo que no se nota.
Nuestra izquierda pretende pasar piola, los días corren y las pruebas contra el ex presidente Ollanta Humala son cada vez más contundentes. No no me hago problemas en la plenitud de la certeza, por catastrófica que sea esta: fuimos gobernados por un violador de derechos humanos, el cual fue apoyado por la superioridad moral de la zurda, sabiendo que su líder electoral cargaba una mochila por demás pesada. ¿A ella le importó este detalle? Pues no. Había que llegar al poder y en esa ambición no les importó pasar por alto uno de los tópicos sensibles que justifican sus principios. 
Los Humala Lovers, aquellos chicoteados por la ideología que apoyaban día y noche a este asesino, sea desde las redes y desde sus columnas de opinión en medios, deben ya hacer uso de esa cualidad que en Perú es vista como símbolo de debilidad: la autocrítica, más la disculpa respectiva a los seguidores y simpatizantes de la izquierda. No es poco de pavo. La izquierda no puede taladrar su tradición fiscalizadora a causa de líderes de opinión que haríamos bien en sindicar como esforzados hueleguisos.

lunes, mayo 08, 2017

descomposición

Cuando la ideología gana terreno sobre el criterio elemental, te convierte en idiota.
Los seguidores y simpatizantes de la izquierda me han demostrado que resulta insuficiente defender en discurso la ideología chavista. Por ello, no dudan en burlarse de los miles de venezolanos que están trabajando en Lima. Soy testigo de estas burlas a diario en las redes sociales, como también en los ocasionales saraos literarios a los que asisto porque no me queda de otra.
Puedo criticar y hasta condenar muchos aspectos de la conducta moral de la izquierda peruana, pero burlarse de gente que a causa de la desesperación huye de un régimen dictatorial, sí me resulta sintomático de su grado de degradación. Si algo ha ocurrido con las izquierdas en Latinoamérica es una descomposición que se alimenta de una fe ciega en lo que asumen como ideales. Su descomposición local la vemos en las defensas al chavismo y en su silencio ante violadores de derechos humanos como Ollanta Humala. Puedo entender el desconcierto de nuestra izquierda, no así su falta de humanidad para con los hermanos venezolanos que están mejor en Perú vendiendo arepas, lo que nos da una idea irrefutable de la situación de su país. 
Un poco de desahuevina no les vendría nada mal a nuestras “privilegiadas” mentes de la zurda.

domingo, mayo 07, 2017


cartas de amor

Un artículo de la escritora chilena Paulina Flores, en Babelia, obliga a que me pregunte cuándo fue la última vez que escribí una carta. En estos años de velocidades mediáticas e información instantánea, la escritura de cartas se ha convertido en una excentricidad, sin embargo, aún quedamos los que escribimos a mano, quizá por la nostalgia que supone la práctica o por el placer que produce el seseo de las palabras.
Pero recordar la última vez que escribí una carta no tiene mucho sentido. En cambio sí la primera, que me transporta a mis años de aprendizaje vital.
En 1994 era un escolar que en las noches estudiaba inglés en el ICPNA del Centro Histórico. Lo hice en mis tres últimos años de colegio y esta es una etapa que recuerdo y atesoro. Prácticamente, en todas las clases resulté siendo el más joven. Nadie sabía que asistía al colegio. Y no pocos compañeros y compañeras de aula, que trabajaban o estudiaban en academias o universidades, me alucinaban a lo mucho de 21 años de edad. No los culpo, dejé de crecer a los 14 y desde entonces no paso del metro 85.
Con esta gente conocí el mundo, la aceleración vital, cosa que agradezco porque me curó a futuro de la impresión primeriza y del alcoholismo como síntomas de felicidad. Pero me dejó un vicio, placentero: el tabaco. Las noches de los viernes eran las metáforas del exceso y me entregaba a ellas con toda la disposición del mundo. Pero bien lo señaló el sabio Miguel Gutiérrez: los excesos deben parar a tiempo.
Como era un pata que escondía su escolaridad en el ICPNA, vivía solo de propinas. Por un tiempo pensé cómo ganar algo de dinero y así pagarme ciertos gustos. También pensaba en que tenía que trabajar en algo que me gustara, de lo contrario me iba a la mierda.
Entonces, cierta noche que salía de clases, apurado por llegar a casa porque tenía hambre, un pata de estatura mediana, rostro quemado por el sol y que usaba una extraordinaria casaca de cuero, me cortó el paso. Me preguntó si le podía hacer un gran favor. Yo creí que era un ladrón, pero cuando me dijo que me podía decir su requerimiento en donde estábamos, en plena Emancipación, no me quedó otra que escucharlo.
El pata era un marino mercante y por su contextura deduje que desempeñaba labores de carga. Sin embargo, su favor no era tal, más bien un trabajo: debía traducirle una carta del castellano al inglés a su novia que vivía en una isla, en una colonia británica del mar africano. Me entregó su carta, fotocopiada. Quedamos en vernos al día siguiente, en el mismo lugar, para entregarle la carta traducida.
Una vez en casa traduje la carta en quince minutos.
Cuando se la entregué, no supe cuánto cobrarle, pero antes de decirle la cantidad que entonces te justificaban los pasajes, sánguches, gaseosas y cajetillas de la semana, vi su rostro encendido de alegría. Me pagó una millonada… para un adolescente noventero de dieciséis años: 40 soles.
A partir de entonces, el marino mercante aparecía, cada quince días, con otro colega, ambos con el mismo requerimiento: traducir una carta del castellano al inglés, obviamente, para una novia lejana. Y este otro marino mercante trajo a otro, al punto que a veces me buscaban en grupo. Solo una vez intentaron que les haga un precio especial por ser grupo. Pero esa intención no prosperó, porque les hice saber sobre la importancia emocional que significaba una carta de amor.

sábado, mayo 06, 2017


viernes, mayo 05, 2017

nervio e intimidad

En cierta ocasión, conversando con uno de mis mejores amigos, este me preguntó qué le hacía falta a la narrativa peruana actual. Antes de responderle, le dije que estoy de acuerdo en que la narrativa peruana del nuevo siglo se anuncia auspiciosa. No era para menos: durante su primera década tuvimos una eclosión por demás llamativa, especialmente en el periodo 2004 – 2007, en el que fuimos testigos de cuentarios y novelas que nos hicieron albergar la esperanza de que entre sus autores se germinaba una obra maestra. Sin embargo, no imaginé que ese anhelo se diluyera por completo en la siguiente década. Y no solo eso: siguieron apareciendo muchísimos escritores, que en cuestiones de trabajo formal y mundo temático distaban de lo alcanzado por sus pares del decenio anterior, salvo excepciones a subrayar que mencionaremos en otra ocasión. Entonces, luego de este breve repaso, pasé a responder la pregunta de mi amigo: a la narrativa peruana última le falta suciedad. Y cuando hablo de suciedad no me refiero a las variantes del realismo sucio, por cierto.
Ocurre que uno de los peores males de los autores peruanos del nuevo siglo es su apego por la limpieza formal, además, el problema se repotencia cuando se hace de esta naturaleza básica una virtud. Y otro mal: el autor peruano cuida mucho su mundo interior, no exhibe lo que debería, como si escribiera con el temor a ser víctima de un ajusticiamiento moral. Considero que de superarse este par de aspectos, podríamos llegar a leer lo que esperamos desde la década anterior.
En este sentido, nos gratifica leer un cuentario como Una calma aparente (Animal de Invierno, 2017) de Christian Solano. Nos enfrentamos al tercer libro del autor, aunque tengamos en cuenta que sus dos títulos anteriores, Almanaques (2014) y Motivos de fuerza mayor (2015), estaban inscritos en los terrenos de la microficción, en los que dejó constancia de su mirada. En esta ocasión Solano no solo testimonia la confirmación de esta mirada, sino también despliega su mérito mayor: su arrebatado mundo interior.
Solano no nos ofrece una propuesta distinta a las ya recorridas. Por el contrario, transita por los terrenos de nuestro realismo narrativo y en base a él impone madurez, tan necesaria para estas historias signadas por el hartazgo vital, la frustración sentimental y la crisis existencial. Apelando a un estilo claro y ajeno a los efectismos de los malabares del lenguaje, conduce la suciedad de su mirada en los ocho cuentos que componen el volumen. Somos parte de su verosimilitud, hasta en el cuento más débil, Parque de Las Leyendas, que como idea de historia ofrecía mucho, pero que adoleció de mayor descanso, o maceración, en sus circuitos.  
En cuentos como Familia, Love will tear us apart, Paradero inicial, Los patinadores del espacio, Primera vez, Periodo de prueba y el homónimo de la publicación, Solano transmite en la miseria moral de sus personajes y en las distintas voces de las que hace uso. Solano no imposta, es más bien un fiel esclavo de su oído y del mundo que conoce. Con sus personajes recorremos en combis y taxis una Lima de entre siglos, siendo testigos de excepción de su furia interna y de su resignación a convivir con sus desgracias cotidianas, como una familia disfuncional, un matrimonio acabado, un mal enamorado, una mujer que humilla, un cuñado interesado, amigos que solo son tales en lo nominal y demás maravillas. En este sentido, asistimos a una galería de personajes que son héroes de sí mismos.
Líneas atrás hice hincapié en la madurez del autor. Si UCA es dueña de una factura literaria pocas veces vista en la narrativa peruana del nuevo siglo, se la debemos a la experiencia vital de su hacedor, pero llevada a manifiesto literario bajo el mandato de la espera. De nada sirve esta experiencia si la canibalizas como si fuera café instantáneo y peor si la publicas. Los libros no tienen que ajustarse a ningún tipo de apuro. Por esta razón, UCA destierra a Solano de esa engañosa categoría de promesa y lo confirma como un autor más que atendible de la narrativa peruana actual.
Y para terminar, la siguiente sugerencia: le pido al editor del libro que haga el siguiente cintillo, estoy seguro de que no solo expresará la sensación/convicción de este eventual lector: “Si tu sueño es casarte, este libro te hará desistir de semejante error”.

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Publicado en SB

jueves, mayo 04, 2017

cuando no se lee

Hace un tiempo leí esta sentencia del editor y poeta chileno Matías Rivas: “hay que combatir la no lectura como si estuviéramos combatiendo el sida.” No se puede estar más de acuerdo. Según cifras del Ministerio de Cultura, los peruanos leemos menos de un libro al año (0.86).
La presente estadística cuestiona el carnaval entusiasta. Pienso en los balances de la Cámara Peruana del Libro, festejando sus grandes ventas sin importarle el discurso sobre la importancia de la lectura que debería guiar su fin comercial. Pienso en la crisis de las librerías y la posible recuperación de Crisol. Pienso que el circuito está conformado por muchos vendedores y pocos libreros con la misión de formar lectores. Pienso en la inestabilidad de las editoriales independientes y sus demagógicas polladas, extendiéndole la mano a papito Estado para salvarse. Pienso en el evento Lima Imaginada  del Ministerio de Cultura, frivolidad en la que se desperdician recursos. Pienso en los escritores peruanos, más preocupados en construir una imagen exitosa en lugar de formar una comunidad de lectores.
La constatación de esta brutal radiografía merece una respuesta inmediata del Estado. Sus organismos culturales y educativos no han estado enfrentando esta problemática, a excepción de la labor silenciosa de Milagros Saldarriaga y su equipo de la Casa de la Literatura Peruana.
Los llamados a combatir este lastre no están concentrados en la prioridad: la primera infancia de escasos recursos, la juventud, los pueblos indígenas/amazónicos/afroperuanos y los adultos mayores. Sigamos el ejemplo de batalla contra la no lectura. Se puede ver detrás de Palacio de Gobierno, frente al Bar Cordano.

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Publicado en  Caretas

anticuchos éticos

No hay día en que no asistamos al horror. Pienso bien mis palabras, porque cuesta sintonizar con las ideas de aquellos a los que criticas, ya sean del mundo periodístico o del circuito político. No le entro en vainas: hemos sido gobernados por un violador de los Derechos Humanos.
Es precisamente en situaciones como esta en las que uno sabe quién es quién el mundillo intelectual peruano. Asistimos pues a la práctica por excelencia de la criollada local: hacerse el huevón. ¿Qué pensaría Mariátegui al ver que sus discípulos que pregonan sus principios apoyaron a un asesino de campesinos? Porque eso es lo que ocurrió: apoyaron a Ollanta Humala sabiendo que sobre este recaían serias sospechas sobre su accionar en la base de Madre Mía entre 1991 y 1993.
Pero las sospechas dejaron de ser tales, ahora asistimos al triste espectáculo de la certeza.
No hay día en que no revise los diarios y portales, a la espera de la autocrítica y de las disculpas de los líderes de opinión de izquierda, pero nada. Cada quien por su lado, en silencio o enfocándose en otros temas, bajo la esperanza de que las nuevas pruebas sobre su otrora líder político sean desplazadas por otras noticias de coyuntura.
En cuanto a los escritores, un par rubricados por el despiste estratégico. El primero, mi causa, mi bro, mi pata, que solo vive para el relacionismo, y de quien espero al menos una autocrítica pública por su apoyo descarado a la campaña del “Capitán Carlos”. Misma guaripolera del equipo barrial Los siete gnomos, hinchaba por Humala y su esposa Nadine, días tras día, hora tras hora, además, en esa propaganda no dudaba en exhibir la valentía verbal que depara el mundo virtual, la que lo caracteriza. Ya pues, “Chiboliné du France”, hay que reconocer los errores, y lo tienes que hacer si es que pretendes seguir hablando en tu autoimpuesta autoridad en tópicos como la violencia política peruana. En lo personal, me sentiría hasta las patas si hablo de la narrativa de la violencia política cuando aposté abiertamente por una candidatura que venía manchada en sangre. Y claro, imposible pasar por alto al chupe de Nadine Heredia, Gustavo Faverón, que ya demostró para qué es valiente y para qué no. De qué le vale criticar al clan naranja de los Fujimori si se muestra incapaz de hacerlo con el sujeto que compró testigos para que cambiarán la versión de lo que en principio declararon ante la justicia, eso: el “Capitán Carlos” era Ollanta Humala. A este resucitado la amistad con Nadine le está jugando muy mal. Lo sabe, pero se hace el huevón: todo discurso intelectual debe guardar coherencia con una actitud ética. Es decir, de nada vale hacerse el bacancito/guachimán de la quinta virtual con tremendo anticuchazo ético en la consciencia.
Vargas Llosa lo da a entender en El pez en el agua: a cualquier imbécil y arribista llaman intelectual en el Perú.

miércoles, mayo 03, 2017

generación partida

Luego de una tarde de martes muy atareada, salí de la Hemeroteca de la BNP y caminé al Cineplanet de San Borja. En mi cabeza, no pocas dudas sobre lo descubierto en los diarios de los años veinte, quizá más de lo habitual, al punto que ejercieron una desconexión con mi objetivo inmediato. Eso tuvo que pasar para que comprara dos entradas en horarios distintos para la misma película. Mi idea era ver la película a las 6 y 40, pero pedí una para las 8 y 40. Cuando me percaté del error, en ventanilla la señorita me dijo que no podía cambiar el horario, entonces compré otra entrada. No me hice problemas.
A cuenta de los muchos comentarios que venía leyendo y escuchando de La última tarde de Joel Calero, aproveché en verla a razón del temor de que en nada la retiren de las salas de cine. En este sentido, me alegró ver una sala relativamente llena (más allá de un par de impases de mis desconocidos acompañantes de butaca: a mi izquierda, una guapa señorita de no más de un cuarto de siglo a la que se le cayó el celular por cruzar las piernas cada dos minutos y medio; a mi derecha, un patita que no supo sostener su Coca Cola, mojando a los espectadores de la siguiente fila de butacas, felizmente pasó eso, no quiero pensar qué hubiera ocurrido con este huevas si derramaba la gaseosa hacia mi lado) dispuesta a ver una buena película peruana.
Son muchos los puntos a favor de esta película de Calero. Para empezar, estamos ante un trabajo fílmico que no dependió de un gran presupuesto para abrirse paso hacia su fin implícito: conectar con el espectador. Mejor tratamiento no pudo tener LUT: un guion inteligente y un par de actores que para esta ocasión han exhibido un agradecido estado de gracia. Ramón (Luis Cáceres) y Laura (Katherina D´Onofrio) se reencuentran después de diecinueve años en un juzgado en el que tendrán que firmar la documentación de su divorcio. Estamos ante un divorcio de común acuerdo que tiene a Laura como beneficiada principal, puesto que sin esta documentación no podrá llevar a cabo el adelanto de herencia de su madre; caso contrario con Ramón, que tuvo que venir de Cusco para firmar ese documento, pero ante todo a cerrar algunos cuestionamientos sobre su vida compartida con Laura en la izquierda radical.
Oficialmente divorciados, Laura recuerda que hace falta que se firme un documento más, hecho que los obliga a esperar al juez durante varias horas. A partir de este inicial giro de la trama, Laura y Ramón caminarán por las calles barranquinas, conversando sobre lo que ha sido de sus vidas, ocasión aprovechada por Ramón para ir completando el rompecabezas sobre la huida de Laura del grupo armado que integraban.
Nos enfrentamos ante una mirada diferente sobre los años de la Guerra Interna, pero esta vez vista desde la intimidad, que como tal no se muestra para nada amable con las decisiones tomadas en aquellos años en los que se creyó que algo se podía hacer para cambiar las injusticias del país. Asistimos pues a dos discursos enfrentados, pero que a la vez comparten una sensación común: la frustración. Ramón considera que se pudo hacer más y Laura que aquella decisión de juventud fue el mayor error de su vida. La tensión dialógica nos revela la configuración moral de estos personajes, que bien podrían ser la precisa metáfora de una generación partida. Ese es pues uno de los mayores aciertos de la película de Calero, que por medio de este par de personajes nos refleja la desazón de una generación que hizo lo que hizo sin saber bien por qué, enfrentándose a un presente que no es más que la incoherencia y el fracaso de lo que se supone pudo ser.
Todas las buenas películas motivan una serie de preguntas que parten de su sola propuesta. Preguntas que en sus distintos niveles de desarrollo nos llevan a una variopinta gama de respuestas que nos arrojan una certeza común: el error de juventud, los años perdidos al apostar por locuras, continuadas, en el caso de Ramón, por una terquedad ideológica.
Como ya se indicó, LUT es lo que es gracias a su guion y el estado de gracia de sus protagonistas, de los que me quedo con el papel de D´Onofrio, en quién se conducen los quiebres temáticos de la extensa conversación con Cáceres, pero en la que también recaen los yerros, a saber, la escena en el taxi en la que su personaje Laura narra (y pudo hacerlo mejor) la enfermedad que su madre pudo superar. 
De lo leído sobre la película, Federico de Cárdenas señala que resultó forzada la escena final, a la otra margen de lo que se nos venía contando. En lo personal, no pudo acabar mejor la película. Su final no pudo ser otro que el desconcierto. En su deliberada imperfección se proyecta una fuerza simbólica que generará más de una reacción, es decir, discursos sobre cómo asumir desde el presente esos años nefastos para la historia contemporánea del Perú.