martes, mayo 29, 2018

pericotear


El barrio de Santa Beatriz es una fiesta tras el triunfo de la selección peruana en su partido de despedida ante el joven combinado escocés. Las celebraciones son entendibles, pero en ciertos espacios la algarabía se hace más presente, a saber, los edificios y casas colindantes al Circuito mágico del agua.
No se jugó como algunos esperaban, sin esa contundencia que exigen algunos hinchas nacionales que se están acostumbrando a ganar. Pero antes que victorias, lo que más gustó fue la cohesión del equipo, el entendimiento que en especial vemos en el mediocampo, que en más de un pasaje nos regaló más de un pase de memoria, como las jugadas brindadas por Cueva y Farfán.
El equipo funciona porque su estructura de juego no tiene secretos, menos dependencia de jugador alguno. En este andamiaje hallamos la esencia del fútbol peruano: el pericoteo. A algunos seduce, a otros (entre los que me incluyo) no. El balón al ras es ya tradición en las selecciones peruanas, lo hemos visto (y leído) en sus mejores momentos, también en los años oscuros. Gareca no se ha hecho problemas con esta cualidad innata del jugador peruano. 
No sé cómo le irá a Perú en Rusia. Cualquiera sea su desempeño, nos queda la tranquilidad de ver un equipo solidario, que ha sabido hacerse fuerte en sus recursos, sin temores ni complejos ante los embates conceptuales del llamado fútbol moderno. Me alegra porque el entrenador ha sabido respetar una tradición y a la vez fortalecerla. Pero lo más importante: ha cuidado el grupo humano a su disposición.  Es fiel su ley y él mejor que nadie sabe que no deben repetirse los errores de antaño. Lo digo en referencia a los preclaros huevas tristes que pueblan las redes sociales, esclavos del comentario inmediato y signados por la arrogancia. Los que pedían a Lapadula y Pizarro están callados, seguramente pensando en el contradiscurso que les permita explicar el desatino cuando lo más fácil es deletear.

viernes, mayo 25, 2018

philip roth



La narrativa mundial no solo está de luto por la muerte de Philip Roth, sino que esta no tardará en experimentar un vacío del que difícilmente vaya a poder recuperarse. Roth simbolizaba la tenacidad y persistencia en la escritura de ficción. No exageramos si afirmamos que Roth era la Novela, género en el que destacó al nivel de los más grandes del siglo XX, y a la que confirió de una profundidad temática cuando parecía que iba a perderse por los cauces de la acrobacia formal y el juego lingüístico. Para nuestro autor no existía estructura narrativa si antes no había dimensión humana, que desplegó en novelas tan distintas como El lamento de Portnoy y Pastoral Americana.
La partida de Roth duele porque lo asumíamos como un maestro que iba a ser eterno. En 2012 anunció que iba a dejar de escribir y que ya no haría más apariciones públicas. Para aquel entonces ya había cumplido gracias a sus novelas, cuentos y ensayos, canibalizando la dimensión judía norteamericana de la misma forma en que lo hicieron sus compatriotas Bernard Malamud y Saul Bellow, además, siempre mantuvo un apego por autores de Europa oriental, pensemos en el polaco Bruno Schulz, tal y como se manifiesta en  esa autorradiografía literaria llamada Lecturas de mí mismo.
Tuve la suerte de entrar a su poética gracias al primer título del Ciclo Zuckerman, La visita al maestro, en una añeja edición de Argos Vergara. Corría el año 1996 y recuerdo que las secciones culturales de diarios y revistas lo anunciaban como fuerte candidato al Nobel de Literatura. Bien sabemos que la Academia Sueca no le hizo justicia y que tuvo más de una oportunidad para premiarlo. A pesar de ello, sus lectores no nos lamentábamos. Razones sobraban: Roth era ajeno a esos caprichos.



adán


El pasado miércoles acompañé a una amiga al develamiento de una placa conmemorativa en la que fue la casa de Martín Adán, ubicada en el Boulevard de Barranco, en donde ahora funciona una pujante salsoteca, de ritmo cambiante de acuerdo a la exigencia del consumidor.
Para tal evento, se organizó una actividad cultural frente a la casa, en la que participaron gestores culturales y poetas del medio, que leyeron fragmentos de la obra de Adán, acompañados de una mágica ejecución de clarinete.
Un evento como este es fruto de la pujanza individual y el compromiso de un puñado de admiradores a los que no hace falta convencer sobre la importancia del escritor para la cultura peruana, cosa distinta para el barranquino promedio, asombrado del crecimiento inmobiliario que viene conquistando su distrito.
Barranco es un distrito concurrido, sin embargo, allí viven pocos barranquinos, según cifras no pasan de 60 mil habitantes, lo que en teoría haría viable un plan de concientización que asuma la riqueza cultural del distrito y así pueda defender su tradición ante los avances del supuesto progreso patentizado en el cemento.
Lo del miércoles es un claro ejemplo de lo que acabo de indicar: mucho seguidor de Adán, pero pocos barranquinos. En un país normal, un evento como este hubiese suscitado la concentración de, por lo menos, cientos de personas, o en todo caso una tendencia temática entre los vecinos, hablando de Adán sin necesidad de conocer su obra a profundidad, ya instalado como un nombre en el imaginario popular, tal y como ocurre con Vallejo. No es exageración: no son pocos los que consideran a Adán el poeta más grande del Perú.

miércoles, mayo 23, 2018

exponer el dolor


En la pasada feria de editoriales peruanas La independiente se presentaron varios títulos interesantes, de ellos destacó, y con mucha ventaja, El hijo que perdí (Anima del Invierno) de Ana Izquierdo Vásquez.
Hay libros que se anuncian con bombos y cohetones, refrendados por Likes y comentarios que posicionan al autor de ocasión como firme promesa, pero ya tenemos experiencia en estos asuntos para no caer en la trampa de la huachafada virtual: una cosa es el saludo plástico y otra la experiencia de la lectura, la que termina legitimando o no el entusiasmo precedente.
Si este primer libro de Izquierdo viene generando una identificación con los lectores, no se debe únicamente a la experiencia trágica que cuenta, sino también al grado de exposición que la autora hace de sí misma mediante un discurso sobre las enfermedades físicas y emocionales que han signado tanto su vida como la de sus familiares más cercanos. Esta cadena de vivencias ha sido asimilada en pos de lo que interesa para este proyecto: el peso revelador que sustenta el laconismo, la frase cortante en estado de gracia. No hablamos de oficio, que depende de la práctica, sino de honestidad expositiva, es decir, ser fuerte en la manera que puedes serlo, transmitir en el silencio. 
La brevedad de este testimonio exigía una estrategia narrativa que Izquierdo cumple en la mayoría de capítulos, sin embargo, hierra cuando pretende intelectualizar el dolor valiéndose de otros libros testimoniales que abordan el duelo, como si buscara una teoría de apoyo en la sola enunciación, innecesaria para su narración. Más allá de este reparo, El hijo que perdí se posiciona como un texto que va más allá de su condición, que no solo nos deja lo que pocas veces vemos, experiencia literaria, sino también una enseñanza de vida: la reconciliación del lector consigo mismo.

viernes, mayo 18, 2018

lum, otra vez


Para nadie pensante resulta novedoso que una de las obsesiones del fujimorismo es convertir el LUM (Museo de la Memoria) en un “restaurante” frente al mar. La razón es muy simple: este lugar representa lo que la política naranja quiere ocultar de su historia política en su lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA.
Por esta razón, aprovecha y se aprovechará de todas las torpezas que puedan cometer en este espacio, cuyos directores hacen (y han hecho) gala de una ingenuidad digna del ahuevamiento caviar, por no hablar de la desconexión que esta facción de parodia de izquierda proyecta de la realidad peruana.
Este museo ya agotó su tiempo de gracia, no estamos hablando de una entidad nueva que viene perfilando su política de manejo. Se supone que los problemas del LUM tendrían que ser otros, más ligados a la logística de sus actividades y servicios, no al discurso que este debe ofrecer de nuestra sociedad. Su mayor problema sigue siendo el mismo desde su creación: su falta de pluralidad, que felizmente no vemos en las exposiciones permanentes, pero sí en su material humano que acomoda lo sucedido en el país al antojo de sus convicciones ideológicas, lo que aparte de reflejar una soberana pendejada, revela también una condenable insensibilidad hacia las familias de los peruanos huérfanos de padres policías y militares. 
Valiéndose de este agujero moral, es que políticos cuestionados como el congresista Edwin Donayre, apelando a la metodología Mamani, arman trampas para reforzar su crítica contra este museo. No me gusta sintonizar con la impresión de la derecha ultramontana, pero lo sucedido días atrás (ver aquí) tendría que obligar a las autoridades pertinentes a filtrar el discurso ideológico que manejan los empleados del LUM. Cada quien tiene derecho a abrigar la ideología que prefiera, pero no imponerla como escudo de propaganda cuando nos referimos a una memoria teñida de sangre de miles de peruanos.

jueves, mayo 17, 2018

wonder boys


Hace trece años Sergio Galarza y Leonardo Aguirre inscribieron sus nombres en la historia no oficial de la narrativa peruana. Puñetazo y patadas del primero al segundo a razón de una reseña negativa. Sobre esta manifestación de afecto se ha dicho mucho y me quedo con el dictado del sentido común: se armó esa infantil gracia barrial contra el entonces vitriólico crítico literario.
Desde mediados de los noventa, Galarza es considerado un autor de culto a razón de su primer libro, Matacabros. A la fecha algunos cuentos de la publicación han sido llevados al teatro y adaptados como cortometraje. Sin embargo, lo que hizo después no me entusiasmó para nada, hasta que publicó el testimonio Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre, libro medular que le permitió calibrar la vena emocional, poniendo en orden sus recursos narrativos, los cuales vemos en su buena novela Algún día este país será mío, en donde sus intereses temáticos están signados por la madurez, manteniendo la cualidad y consecuencia que lo ha identificado: como autor tiene mucho por decir y no son pocos los que se identifican con su propuesta.
En 2005 Aguirre se dio a conocer con un cuentario que algún editor tendría que rescatar ya: Manual para cazar plumíferos. Aquí están las señas que desarrollaría en sus seis incursiones, en las que transita por las parcelas del humor, el límite del lenguaje y la autorreferencialidad. De las plumas peruanas del nuevo siglo, es quien más reseñas favorables ha conseguido. No sorprende: sus acrobacias formales gustan a los críticos. Pero no a los lectores. Aguirre no tiene que demostrar que es un escritor talentoso, su tarea ahora es madurar y ser capaz de transmitir dimensión humana, ausente en Interruptus. El consejo, de bró: reírse e indignarse de sí mismo.



lunes, mayo 14, 2018

lunes peculiar


No lo vamos a negar: divierten las especulaciones sobre la extensión de la suspensión a Paolo Guerrero. Cada quien, desde su trinchera, hace suyo su derecho a la sentencia futbolera. Por un lado, quienes justifican la suspensión, subrayando la falta de profesionalismo de Guerrero, con mayor razón siendo un atleta de alta competencia. Por otro, el miedo que suscita su ausencia: el arribo de Claudio Pizarro. Entre ambos bandos: las declaraciones de Doña Peta en la mañana, quien aseveró que detrás de esta situación difícil para su retoño hay una conspiración para colocar en la lista de 23 al aún delantero del Colonia.
A medida que pasan las horas, la razón exige acto de presencia en este carnaval de impresiones. Entonces, uno se informa sin informarse, y al igual que miles, leo la reglamentación de la FIFA, que indica a las selecciones participantes que pueden presentar una lista previa de hasta 35 jugadores, partiendo de ella se escogerá a los que irán a Rusia. Si hay un convocado más, será a cuenta de algún lesionado, solo en esa situación. No sirve la suspensión para esto, lo que nos señala que ni Pizarro, ni Benavente, podrán ser parte de la próxima gesta deportiva, menos Lapadula, tal y como piden algunos subnormales en las redes sociales. 
Mientras tanto, al momento que bebo una botella helada de Aloe, pienso en la valentía de Doña Peta, quien no tiene cómo probar la supuesta mano negra que pretende perjudicar a su hijo, pero lo que dice no deja de sintonizar con una facción de la poblacional peruana, segura de la presencia de una mafia en la FPF, patentizada por el sinuoso Oviedo y las relaciones de poder de los Pizarro, que, entre otras perlas, en 2007 pretendieron poner al menor de la familia en la selección de los Jotitas que participó en el Mundial Sub 17 de Corea del Sur. Oré no se prestó a esa jugada. Bueno, tampoco había que pensarlo mucho, Diego Pizarro era malazo.

jueves, mayo 10, 2018

rescatar


En la tarde de ayer miércoles me pasaron un enlace, en donde se encuentra el audio del conversatorio Nuevas tendencias en la poesía peruana, organizado por el grupo Ánima Lisa. En dicho encuentro participaron Roberto Valdivia, Víctor Ruiz y Victoria Guerrero.
Quien quiera escucharlo, puede entrar aquí (eso sí, a tener en cuenta: sacar tiempo, subir el volumen (de fondo suena la salsa “Yo no sé mañana” de Luis Enrique) y preparar un termo de café bien cargado, porque el audio dura dos horas y media.
Llamó mi atención la intervención de Guerrero, que lanzó un dato que me sacó de órbita, el cual sirvió de despegue, especie de regreso al futuro de los años noventa. Cuando Guerrero se refiere a la poesía de aquella época, menciona a Montserrat Álvarez, voz fundamental que publicó un poemario titulado Zona Dark (1991).
Solo he visto tres veces este poemario. Como muchos, lo he leído en fotocopias. Recuerdo el impacto que generó su publicación, resonancia en la que colaboró la propia Álvarez mediante manifestaciones extrapoéticas. Sin embargo, poses de lado, lo que importa es la indudable vigencia del libro, de los caminos que este podría ofrecer en la actualidad.
Días atrás un buen amigo me enseñó la única edición del poemario, que acababa de comprar en Internet. La mágica extrañeza hizo acto de presencia y también destapó el oculto deseo de ver una nueva edición del mismo. 
Ahora es mucho más fácil reeditar y rescatar libros de poesía peruana, los cuales reclaman una presencia que se imponga en la fuerza del texto. En este sentido, sorprende que a ningún editor independiente local no se le haya ocurrido ponerlo otra vez en circulación. Estamos ante una de esas raras apuestas poéticas que no solo garantizan agudos y positivos comentarios críticos, sino también ganancia, o en el menor de los casos una recuperación de la inversión.

miércoles, mayo 09, 2018

moh


Aunque solo una es una obra maestra, los episodios que conforman la serie Masters of horror bien podrían servir de manual narrativo, por lo menos. Del mismo modo como acicate para algún creador en pleno bloqueo mental, o como bien dicen: el hiato del cerebro seco.
Escapa a mi memoria la fecha exacta que la vi por primera vez, aún no se subían las historias a Youtube (ahora puedes encontrar la mayoría), y solo las podías ver por canales de cable. Un buen amigo, amante de la temática de horror, fue quien me habló de esta serie, a mediados de la década pasada, y que contaba con directores como John Carpenter, Dario Argento y Joe Dante, entre los más conocidos.
Cigarettes Burns (o El fin del mundo en 35 mm) de Carpenter, me significó no solo un descubrimiento, sino también un punto más a favor de contar historias partiendo de elementales componentes inventivos. Se trata del episodio que más veo de la serie y el que me sirve de recomendación, o llámale puerta de entrada, para todos aquellos aún presos del prejuicio que consideran deleznables estos trabajos, por el solo hecho de que sus directores pertenecen a la segunda división de la industria del entretenimiento audiovisual. Como fuere, gracias a este episodio no solo me volví hincha de MOH, sino también fue el inicio de mi admiración hacia toda la filmografía del director.
También descubrí autores que, sin ser la gran cosa, cumplieron con relatar una buena historia, entretener sin caer en el lugar común, pienso en Valerie on the stairs de Mick Garris, que tranquilamente podría gustar a cuanto literatoso local. 
En lo personal, no me hago problemas con mostrar mi apego por esta clase de trabajos. En su obvia sencillez encierran una epifanía mediante el miedo y la imaginación trastocada. Hay pues realismo sin ser tal, más o menos en onda a lo que David Roas sostiene en su imprescindible título Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico, que el interesado tendría que conocer para reforzar más su naciente/trajinado inclinación por el horror y sus derivados.

domingo, mayo 06, 2018

lc


Entre las películas que no me canso de recomendar del francés Léos Carax, quizá su más polémica: Pola X (1999).
Ya perdí la cuenta de las veces que la he visto y volví a ella en esta madrugada tras leer una novela peruana que me mató de aburrimiento. A lo mejor, este interés por buscarla entre mis películas se debió a que en estos días he recibido extrañas señales sensoriales que me remiten a un trabajo suyo peculiar, Holy Motors (2012).
A Pola X le tengo mucho cariño. Fue la primera película de Carax que conocí en una tarde noche en la Filmoteca, cuando esta era tal en el Museo de Arte y no en lo que se ha convertido ahora en el Ccpucp.
Nunca ha llamado mi atención el “malditismo” con el que se asocia a Carax, en ese sentido la prensa y la publicidad han hecho su trabajo y el francés no ha sido extraño a esos favores de la promoción, colaborando aún más en su leyenda de enfant terrible.
Esta película sigue perdurando debido a la extrañeza de sus componentes estéticos ligados a la imperfección formal. Las líneas argumentales (basadas en el relato “Pierre o las ambigüedades” de Herman Melville), relacionadas al incesto, han ido perdiendo luz, imponiéndose la brutal configuración de sus protagonistas alucinados, del mismo modo algunas escenas, a saber, la de una orquesta ensayando en una fábrica abandonada, cuyos sonidos arcaicos vienen acompañados por aves de corral que se pasean por entre el director y músicos. 
El caletismo ilustrado no fue lo que me llevó a ver la película, sino más bien una motivación más frívola que considero justificable: en aquel entonces acababa de ver los primeros trabajos de Polanski, siendo Repulsion el que se había posesionado de mi juvenil mente influenciable, sea por el argumento, la carga tanática de las atmósferas y, obviamente, Catherine Deneuve.

jueves, mayo 03, 2018

la independiente


El éxito de la segunda edición de la feria de editoriales La Independiente se debió a que superó el mayor error de la primera: ahora hubo una logística eficiente de comunicación que promocionó los eventos desarrollados a lo largo de sus nueve días. Los lectores pudieron ver atractivas presentaciones de libros, como El hijo que perdí de Ana Izquierdo Vásquez, Rebeliones inconclusas de Jeyme Patricia Hellman, La tarde de toros, reedición de la primera novela de Óscar Colchado, la Biblioteca Abraham Valdelomar, Cambiando el futuro de Diego García-Sayán y, sin exagerar, muchas más. Del mismo modo, hay que destacar la presencia de la reconocida colombiana María Osorio, que brindó talleres que revolucionaron la visión editorial de los asistentes.
También gratificó ver a Silvia González, presidenta de Editoriales Independientes del Perú. Hacía falta una voz comprometida que nos haga olvidar los proyectos gremiales que en la década pasada brillaron por la demagogia, la ociosidad, el lustrabotismo estratégico y la nula capacidad de gestión.
Los sellos limeños y de provincias que participaron fueron convocados previa postulación. Hace más de un mes conversé con los encargados de la Dirección del Libro y la Lectura del Mincul sobre la urgencia de proyectar transparencia en nuestro circuito editorial independiente, sugiriéndoles informarse a fondo del mismo, puesto que durante años viene siendo cuestionado por falta de decencia y una persistente informalidad. Por ello, sorprendió toparme con “editores” famosillos por estafar a autores y no con Julio Isla Jiménez de Alastor. Isla trabaja mediante la autogestión, dicta talleres y es reconocido por libreros, autores y lectores. Postuló a La independiente con los dos tomos de la antología del romanticismo francés Los hijos del limo, además, en los días feriales publicó El sentido americano y universal de la poesía de César Vallejo de Antenor Orrego. Librazos, ¿no, señores?



de oportunismo


Más allá de si me agraden o no los Humala, resultaba repulsivo verlos víctimas de un sistema judicial que los había condenado a prisión preventiva cuando en otros casos, aún más graves que los cometidos por la ex pareja presidencial, no se aplicaba el mismo criterio legal.
Hubo, pues, un abuso. Y en ese abuso se esgrimieron todos los discursos inimaginables de los ayayeros de Nadine Heredia, la protagonista de esta historia, en la que estos hueleguisos tienen puestas sus futuras esperanzas políticas o, en todo caso, la vigencia de su círculo de poder. No así en el esposo, que no solo está acusado por el caso Odebrecht, sino que también pesan sobre él serias acusaciones de violación de derechos humanos.
Esta estratégica apología de la corrupción viene a cuenta de nuestras mentes más privilegiadas del guachimanismo virtual, esos pequeños seres atentos al comportamiento avieso de la platea, listos para el verbo y adjetivo denigratorios a quienes se atrevan a poner en duda sus palabras esgrimidas desde las tierras celestes de la superioridad moral. Veamos pues a Gustavo Faverón, que desde hace rato ya hizo méritos para ser catalogado de Intelectual barato, y no por lo que todos ya sabemos (que las feministas se encarguen de apalearlo por sinverguenza), sino precisamente por la bajeza que supone su defensa de Heredia, que se delata en su doble rasero: el discurso político con mis amigos, y la moralidad y exigencia de la ley para los que no lo son o, lo que es peor, para quienes no me caigan bien. Por ejemplo, esta perla de la estupidez: aseverar que Heredia es víctima de un plan del fujimorismo para sacarla de la carrera política es de una gratuidad reñida con el sentido común (solo coge la información que le conviene). Hay que ser responsable cuando se ejerce una opinión y esta clase de dislates poco favor le hacen a su ya maltratada imagen: la triste realidad sobre los saludos virtuales. 
Bien lo da a entender Vargas Llosa en El pez en el agua: el intelectual barato es aquel que naufraga en las acequias del oportunismo.