martes, junio 30, 2015

pequeña aclaración a Diego Trelles Paz

Hace unas horas se publicó en Lee por gusto un artículo mío sobre las antologías Selección peruana 2000 – 2015 y El fin de algo
No era una reseña, sino un comentario sobre las listas de autores que dan forma a estas antologías, como también un llamado de atención a la frivolidad, mentira y corrupción que encierra una de ellas.
¿Cómo conseguí la lista de una de las antologías sin estar aún publicada? Pues fácil: me la pasó la trampa del amigo del sobrino de un autor estafado del tío de la firme del primo de uno de los autores seleccionados. Ergo: muchísima gente conoce los nombres que integran esa antología. Eso pasa cuando no se manejan las cosas en silencio, en clara señal de seriedad de trabajo. A veces puede más el flash, el afán de figurar a lo bestia. Por eso pasan estas cosas.
La verdad. No fue mi intención dinamitar tantos egos juntos. A lo mejor, algunos escritores pensaron que, como están en buenas migas conmigo, iban a ser considerados al momento de nombrar a los autores más relevantes que deben estar presentes en cuanta antología se haga sobre la narrativa peruana última. Por eso reaccionan como reaccionan, mandan a sus payasos matones a hacer su función. Tan duro ha sido el golpe, están tan perdidos en la ciénagas del ego que no se han percatado en la corrupción que se denuncia en el texto. Es que ese es el tipo Escritor Peruano Siglo XXI: "si la pendejada, la mentira, el robo, la componenda, no afectan la difusión de mi nombre, y tampoco la difusión de mi libro, no pasa nada, seguimos haciendo patria".
Por otro lado, sé que tener una opinión propia en este país es un acto suicida. Muchos escritores cuidan sus palabras al hablar de la obra de otro escritor, con mayor razón si este ejerce alguna clase de injerencia en la academia y en los medios. Lamentablemente, no puedo cambiar de discurso, las opiniones que leen aquí son las mismas que tengo con las personas con las que me cruzo. Si hay que pagar un precio por mantener la opinión propia, pues lo pago y no me hago problemas. 
Volviendo al texto publicado en LPG, a razón del mismo Diego Trelles Paz se ocupa de mí en su cuenta de Facebook. Como no me gusta entrar en polémicas en las redes sociales, más que nada porque no tengo tiempo para estar atento a los comentarios y porque prefiero usar ese tiempo en leer, voy a aclararle algunas cosas a Trelles en este post. A ver si de una vez por todas nos entendemos. 
Pues bien, me alegra que esta vez lo haga de manera frontal y no como lo estaba haciendo, hasta hace no mucho, con mis amigos y conocidos, hablándoles mal de mí por medio de mails e Inboxs de Face. Escueleando como bueno cuando en realidad este hombrecito no tiene nada de qué escuelear. Todos estos amigos y conocidos, que deben ser una treintena, me revelaban un síntoma: “tú, Gabriel, eres la obsesión de Chibolín”. Bueno, a Trelles se le conoce en estos predios como Chibolín. 
Al respecto, no me agrada para nada ser la obsesión de una persona a la que medio mundo llama Chibolín. Alguna vez a Trelles lo llamé Chibolín y me arrepiento de ello porque era una afrenta al verdadero Chibolín. Bueno, el parecido físico entre Trelles y Chibolín es casi exacto, la diferencia yace en que el verdadero Chibolín tiene cuello y Trelles no. 
Antes de hablar de las personas, uno debe informarse. Bueno, eso es lo obvio. Hay que informarse y si se va a decir algo, calmarse, y una vez calmado, pensar lo que se va a decir. Esto es lo que haría una persona en sus cabales, pero Trelles es presa de una violencia interna que se ve reforzada gracias a la falsa valentía que ofrecen las redes sociales. Trelles reacciona por reaccionar, se convierte en una pequeña bestia a la que es necesario encadenar. Y a mí no me gusta encadenar a las pequeñas bestias, pero lo haré ahora con la esperanza de lograr que este pequeñín se deje de mariconadas y sea coherente con su discurso tribunero. 
¿Qué es lo que te fastidia, Diego? Dices que te sorprende que me inviten con frecuencia a dar charlas, a entrevistar autores en librerías, a poner comentarios en los libros de otros escritores. 
¿Acaso te fastidia que consiga sin mucho esfuerzo lo que tú consigues desplegando todo un aparato propagandístico en el que tú y solo tú debes ser el centro de atención? Tranquilo, enano, no me veas como un peligro. Yo solo tengo mi blogcito y con este blogcito me basta y me sobra. En este blog yo digo lo que pienso, lo que creo pensar y lo que posiblemente pensaré. Además, tengo mucho amor propio, la literatura poco o nada contribuye a mi amor propio. 
Sigo. 
Lo que sí me sorprende es tu falsa actitud moralizadora, tu incoherencia discursiva y tu falta de huevos. Criticas lo que cualquier huevón puede criticar, te haces el valiente con temas cantados, pero no dices nada de esos asuntos de los que nadie quiere hablar y de los que todos saben, hasta tú los sabes, solo que cuidas bien tus ladridos, sabes bien qué carro perseguir. Has ubicado muy bien tus objetivos y en base a esa ubicación interesada es que no dices nada de la corrupción editorial de la que tú eres parte (voy a creer que lo eres de manera involuntaria, ya sea por sonso, idiota o posero),  corrupción editorial de la que no quieres desmarcarte y de esa manera ser coherente con ese floro moralizador que tanto te preocupa vender. 
Pero sabes, Diego, yo te voy a ayudar. Voy a hablar contigo, muchachín. Te voy a buscar cuando estés por Lima y me gustaría que me digas en persona lo que la valentía y la distancia virtuales te hacen hablar de mí, tanto en público como en privado. Causa, no soy culpable de tus evidentes complejos, ya sea de talla y fealdad. Agárratelas con la vida, no conmigo. De paso, aprovecharé en preguntarte algo que me es difícil creer, porque me resisto a creer que se pueda ser tan idiota, tan inclinado a la subnormalidad: ¿Es cierto que quieres llegar a ser el próximo presidente peruano? ¿Es cierto que en tus borracheras parisinas dices en voz alta que eres el mejor narrador latinoamericano en actividad? ¿Es verdad que no sabías nada de la sospecha razonable que recaía en Humala sobre la violación de derechos humanos y que por esa razón lo apoyaste como buen zurdo en las elecciones presidenciales? Y si lo sabías: ¿por qué dejaste de lado la máxima de todo zurdo de verdad: velar por la vida del menos favorecidos? ¿No sabes lo que acaban de hacer con tu causa el maestro Reynoso, con esa estafa monumental a cuenta de Álvaro Lasso?, y si es así, te repregunto: ¿entonces por qué mierda callas? ¿Eres un senderista de cantina? ¿En verdad usas Elévate Shoes? ¿No sabes de los anticuchos editoriales de tu socio Víctor Ruiz y del otro que reeditó tu primer libro, ajá, de ese que es muy mal visto en Arequipa que obedece al nombre de Arthur Zeballos y que urgente necesita un baño con jabón Bolívar?
Espero, Diego, que seas coherente, es decir, que empieces a portarte como dices que eres, un indignado, un justiciero, un luchador de las causas justas. Solo así dejaré de creer que eres un alterado pequeño mostrito, un payaso que funge de faite literario que solo actúa para la tribuna.

"todo no es suficiente"

En estas semanas que huyo de las novedades literarias como si fueran la peste, me encuentro con un libro al que puedo calificar de brutal, que leí en cuestión de horas y del que no tengo reparo alguno en recomendar. Me refiero a Todo no es suficiente de Alberto Fuguet.
No estamos ante un Fuguet de ficción, sino ante uno que la viene rompiendo en el terreno en el que otros pierden toda vez que transitan de registro.
Por lo que se viene leyendo, lo que parecía fácil, la no ficción, se está convirtiendo en un terreno en el que más de uno fracasa de la manera más insulsa, no necesariamente por falta de oficio o pericia en la escritura, sino, ante todo, por el imperdonable descuido que se tiene con la mirada que nutre el proyecto, pensando que escribir de uno es pintarse de otra forma, dejando para la familia, el siquiatra y los amigos toda la miseria personal.
Si hay un gran exponente de la narrativa del yo (en ficción y no ficción) en Latinoamérica, ese es precisamente Fuguet. Ese “yo” no solo lo vemos en sus novelas, también en sus reportajes y artículos, en los que somos testigos de una furia, como también de un genuino compromiso para con sus tópicos de ocasión. En los últimos años hemos sido partícipes de esa furia y compromiso con Cinépata y Tránsitos, ahora volvemos a esta fiesta lisérgica con un texto que en principio apareció en el imprescindible libro de perfiles de escritores, Los malditos, de Leila Guerriero (ed.). Sin embargo, subrayemos que el presente texto no es el mismo sino la versión tal cual el autor le envío a su editora, que lo tuvo que adecuar para los fines de su conjunto. No era para menos, Guerriero nos explica en el prólogo por qué lo tuvo que hacer, puesto que en el texto que se le mandó no se adecuaba a lo que ella buscaba como lazo común de los perfiles encomendados.
Gustavo Escanlar fue una presencia no menos que adictiva para Fuguet, al punto que tuvo que ir a Montevideo para recoger todas las impresiones posibles para escribir el perfil, experiencia que lo intoxicó de Escanlar, porque Escanlar no era un hombre normal, para muchos un desadaptado, para pocos un talentoso narrador perdido en las ciénagas del existencialismo emocional y que iba a la caza de los puntos de fuga para huir de sí mismo, tal y como nos lo hace ver el escritor Gabriel Peveroni en el colofón.
Desde el subtítulo se nos anuncia de qué va el libro: La corta, intensa y sobreexpuesta vida de Gustavo Escanlar.
Es cierto. La vida de Escalnar fue corta, intensa y demasiado sobreexpuesta. Y es cierto también que escribir sobre Escanlar le significó a Fuguet caer en la abulia, en el completo hartazgo por todo. No debería sorprendernos si es que conocemos la poética de Fuguet, en la que nos muestra que el límite nunca le será suficiente, sino que hay que ser algo suicida para investigar aquello que nos quiebra, peor cuando se escribe de lo que nos quiebra cuando aquello aún está tibio, porque Fuguet abordó la vida de Escanlar poco después su muerte. En este sentido, lo que tenemos a mano es la versión visceral de esa búsqueda por saber quién fue Escanlar, búsqueda que no fue otra cosa que el encuentro de Fuguet con sus propios demonios y temores. Por esta razón, por el encuentro con el lado oscuro de una personalidad talentosa, el autor nos pone de manifiesto su intimidad, por ejemplo, cuando consigna los mails enviados a los editores Guerriero y Matías Rivas, en los que vemos a un Fuguet al borde de la autodestrucción.
No hay que dejarnos engañar por la brevedad de la presente publicación. Además, resulta saludable repetir todas las veces que sea posible de que estamos ante una versión distinta de las publicadas en Los malditos y Tránsitos. Cada una de estas versiones son valiosas en sí mismas, pero la que nos toca comentar en estos momentos es no menos que un viaje hacia dentro, hacia lo peor de uno/otro, una suerte de sesión de ayahuasca, en la que ves tinieblas mientras lees el texto, encontrando la luz solo al final del mismo.



Publicado en Revista Lecturas.


315

Ayer en la mañana llegamos a Arequipa, nos instalamos en el hotel y nos fuimos a desayunar cerca de la Plaza de Armas. El sol serrano, maravilloso y tramposo, hacía de las suyas con nosotros. Como era feriado, tuvimos algunos problemas, el peor de todo era esperar la llegada de los camiones de Comité 4. Me preguntaba en qué momento traerían las cajas sabiendo que la Plaza estaba cerrada para el tránsito de vehículos. Felizmente, el problema se solucionó y tuve que darle una merecida propina a los cargadores de la empresa que trabajaron en un día feriado. 
En la tarde regresé un rato al hotel. Me conecté a Internet y vi todo lo que ocasionó el texto que escribí sobre los nombres que se incluyen en dos antologías de narrativa peruana última que han aparecido o están por aparecer. 
¿Vale la pena contestarle a los gallinazos? 
No. 
Al menos, mi idea central es la siguiente: ese texto no fue una reseña y más de uno la interpretó como tal. 
Y la situación me ayudó a identificar los otros lados de las personas, a reforzar más mis cuidados con aquellos que me soban, como ven que no los empeloto, se guardan toda la mierdita para hacerla explotar a la primera ocasión. 
Lo sé, a algunos les jode que no pocos me consideren crítico literario. Más de una vez lo he dicho: no soy crítico literario. Por eso, he decidido dejar de comentar libros y darle el pase a los gallinazos que me quieren ver en Piedras Gordas, en donde abriré una librería. Faltaba más. 
Mientras tanto, seguiré disfrutando del sol arequipeño


lunes, junio 29, 2015



una antología y un negocio

No lo voy a negar. La aparición de las antologías Selección peruana 2000 – 2015 (Estruendomudo) de Ricardo Sumalavia y El fin de algo (Santuario Editorial) de Víctor Ruiz, me hacen pensar en la sombra de Disidentes sobre ellas. 
Al menos, tengo esta impresión ni bien veo las listas de autores que las conforman. En este sentido, tenemos algunas certezas y más de una expectativa. Me doy cuenta de las voces que se han consolidado, de las que luchan por consolidarse, como también de las que sin esperar mucho comienzan a tener una mayor presencia apelando a la tranquilidad del perfil bajo. 
Lo que acabo de decir no gustará ni a Sumalavia ni a Ruiz, pero poco o nada me importa si les guste o no, no me quita el sueño si están de acuerdo o no sobre si Disidentes es la sombra de sus antologías. Por ejemplo, en lo personal no tengo reparo alguno en aceptar que la gran sombra de Disidentes es la antología En el camino de Guillermo Niño de Guzmán. 
Ambas antologías vienen marcadas por la ambición. Abordar los últimos quince años de la producción de la narrativa peruana, en cuanto a las voces que aparecieron en ese marco temporal, es, por lo menos, un asunto serio, digamos titánico. La situación es bestial para cualquier encargado de llevarla a cabo, puesto que se tiene que exhibir un afán de trascendencia y dejar de lado la trascendencia del presente. Uno tiene que rehuir de los amiguismos y de los intereses económicos, además, siempre he pensado que la elaboración de cualquier antología es una prueba de fuego para el antólogo en su condición de lector. En otras palabras: el antólogo tiene que dejarse de cojudeces. 
Al mirar las listas de estas dos antologías, percibo un resentimiento. Si vas a dar cuenta de lo más pintadito en narrativa peruana última, tienes que respetar una base de autores, tienes que contar en principio con Carlos Yushimito, Alexis Iparraguirre, Jeremías Gamboa, Marco García Falcón, Daniel Alarcón y Luis Hernán Castañeda. Es cierto que un par se encuentra en una inevitable caída libre, pero no hay que darle la espalda a la historia, debemos respetar la trayectoria. A este grupo podríamos añadir a Jennifer Thorndike, Martín Roldán, Julie de Trazegnies, Francisco Ángeles y Juan Manuel Robles. En este sentido, la ausencia de Robles en ambas antologías es peor que lo de Jara a Cavani y no lo digo por el éxito de Nuevos juguetes de la Guerra Fría, porque desde mucho antes ya había dado muestras de su talento y oficio con Lima Freak y algunos relatos premiados. No es una base gratuita, para llegar a ella hay que estudiar bien el periodo impuesto, no limitarnos a los peligros de la memoria inmediata. 
Así de jodido es el asunto: si voy a hacer una antología de narrativa peruana última, la escrita en un periodo de quince años, y no cuento con Yushimito, Iparraguirre, Gamboa, Alarcón, Castañeda, De Trazegnies, Thorndike, Ángeles, García Falcón Roldán y Robles, simplemente no hago nada. 
Pues bien, este tipo de antologías exigen de uno un arduo trabajo de arqueología y todo indica que los antólogos no han querido ensuciarse ni las uñas. Me queda claro que no han leído todo lo que han tenido que leer y que se han dejado llevar por un impresionismo bruto que les ha causado una amnesia imperdonable. Barajo la posibilidad de que solo se han dedicado a Googlear y hacer consultas por el chat de Face. O sea, pregunto: ¿no se han dado cuenta de que uno de los cuentarios más importantes de la década pasada es París personal de García Falcón? ¿Les suenan los nombres de Sandro Bossio, Thorndike, Miguel Ruiz Effio, Juan Carlos Bondy y Roldán? 
Obvio, dirán que no hay antología perfecta, que los gustos de los antólogos no tienen que ser iguales e idioteces parecidas. Con el material humano que tenemos, bien se pudo hacer antologías coherentes que dialoguen y discutan entre ellas. Este no es el caso. 
Veamos pues los nombres que integran Selección peruana: se siguen los mismos criterios de la primera Selección, la del 2007, criterios amparados en la frivolidad y el capricho. Claro, a diferencia de las anteriores Selecciones, la de ahora no es cobarde porque hay alguien que la firma. 
Contra lo que pudiera pensarse, no llama la atención la ausencia de Santiago Roncagliolo. Recordemos que hasta hace algunos años él figuraba en todas las antologías de narrativa peruana última y esa presencia se debía en gran medida a su impacto mediático. Últimamente, lo veo ausente en este tipo de publicaciones. Al respecto, días atrás, una lectora enamorada del autor me preguntó con mucha pena por qué últimamente no lo incluyen en las antologías peruanas. Tardé más de lo debido en brindarle una respuesta, porque era cierto, al pata no lo vienen incluyendo, ya sea porque lo literario no es su fuerte, ya que lo suyo es entretener, o porque se sentirá como Cristiano Ronaldo al que le ruegan participar en un partidito de la Copa Perú. 
Yendo a lo serio. 
No lo voy a negar: Víctor Ruiz no es un santo de mi devoción. Y este no es el momento para exponer sus atrocidades y pendejadas editoriales, que muchos conocen, por cierto. Sin embargo, no lo descalifico como lector, aunque me gustaría que sea uno con más carácter, que no se deje llevar por el amiguismo, que desarrolle más su olfato de lector en vez de estar como loquito tras la foto histórica para el Face. A su edad, y con todo su acervo de lecturas, Ruiz tiene que saber que si un libro no le gusta, no quiere decir que el libro sea malo. A pesar de este reparo, reconozco que su selección, en comparación a la de Sumalavia, es muchísimo más fuerte, coherente y legítima en lo literario. Su selección nos permite acceder a un paneo muy general de lo que ha sido la narrativa peruana en los últimos diez años, sí, pero que ni empujándola llega a los quince. La ambición sobrepasó a Ruiz, se puso nervioso, a lo mejor como “La chancha” Besada ante la marca de Cafú. 
De Sumalavia esperaba más, en realidad, muchísimo más. 
Esperaba más por tratarse de un escritor posicionado. Esperaba más por su formación. Esperaba más de su seriedad, seriedad de la que no pocas personas me han hablado. 
¿Qué nos presenta en Selección Peruana 2000 – 2015? 
Respuesta: una mentira que el editor Álvaro Lasso va a promocionar como lo “mejorcito” de la narrativa peruana última, tanto en Perú como en el extranjero. 
Me causa pena que Sumalavia sacrifique su esforzado prestigio literario por un arroz con mango. Me sorprende que a su edad caiga en inocentadas, o, en todo caso, que no haya sido del todo honesto al aceptar este encargo de Lasso. 
¿O bien no fue honesto porque no conocía la narrativa peruana de los últimos quince años o bien se prestó a la jugada en pared con Lasso? La única diferencia entre esta Selección y las anteriores, como ya señalé, es que hay alguien que la firma. Sin embargo, el espíritu sigue siendo el mismo: privilegiar lo comercial sobre lo literario, con su toque frívolo, condimentando con un discurso futbolero muy idiota. 
A diferencia de Ruiz, Sumalavia sabía que tenía que ir a lo fijo. Tenía que elegir a once. No ha sido así, Sumalavia se portó como un entrenador blandengue al que su empresario le manda una lista de autores a convocar. 
Conozco y respeto la obra de cada uno de los autores convocados para Selección peruana. 
Lógico, de esta selección tengo a mis autores, con los que también me hubiese gustado contar para una eventual selección, como Gamboa, Alarcón, Yushimito, Ángeles, Ulloa y Llosa. Esto no quiere decir que desdeñe las poéticas de los demás, ojo. Hablamos de literatura, no de personas, recuerden. 
Pues bien, es lamentable decirlo, aunque no sorprenda, esta Selección tiene un tufillo a negociado. 
El negociado lo veo en la inclusión de Jorge Vargas Prado. 
No conozco a Vargas Prado, o sea, nunca he hablado con él, pero en las pocas veces que nos hemos cruzado, he sentido en nuestros fugaces saludos que estoy ante un caballero. 
Vargas Prado es el tapadito de esta Selección. 
Si Sumalavia lo escogió, pues sí pongo en tela de juicio su calidad de lector y no dudaría en elevar su ociosidad por no haberse dado el trabajo de buscar un tapadito, porque en Perú hay más de cuarenta tapaditos, todos ellos mejores que Vargas Prado. 
Una pregunta sana porque quiero curar mi alma: ¿Sumalavia es torpe como lector, malo como antólogo, ingenuo como crítico, un sabido literario, o es una mezcla explosiva de todas estas cosas? 
Sin embargo, no me sorprendería que Lasso haya puesto a Vargas Prado en esta antología. Es muy conocido que Lasso se ha beneficiado con las concesiones regionales en las que ha actuado Vargas Prado. Si Vargas Prado fuera un buen escritor, por lo menos, uno mejor que los cuarenta tapaditos, no habría ningún problema, ningún cuestionamiento. Pero no, Vargas Prado es un escritor mediocre, malo en todo sentido. Esperemos que este billete que se le ha regalado a Lasso con la ayudita de Vargas Prado, le sirva para pagar sus deudas o borrar sus cabeceos, conocidos por todos, entre los que se cuenta el que le hizo a mi amigo Manuel Aguirre. 
Y para colmo, Sumalavia ubica a Vargas Prado de arquero. Estamos hasta las huevas. 

… 

Publicado en Lee por gusto.


viernes, junio 26, 2015

314

Me despierto temprano y busco entre los DVD´s una película protagonizada por Matt Damon y dirigida por Paul Greengrass. Green Zone o conocida entre nosotros como La ciudad de las tormentas. Antes de verla, me pongo a releer cien páginas de Quemar los días, el inmenso libro de memorias del no menos inmenso James Salter. 
No sé por qué me interesó volver a una película que tratara sobre la mentira del estado gringo al justificar la invasión a Irak bajo el pretexto de que Husein escondía armas químicas. Quizá se deba a que últimamente he barajado la posibilidad de releer algunas novelas de espionaje y política ficción, que para ser sincero, no frecuento desde hace mucho tiempo. Por ahí puede venir este interés súbito por todo lo relacionado al espionaje y la política internacional. 
Termino de ver la película de Greengrass y me fui a la sala en donde prendí la Laptop. Además, puse en el cd player el Fear of Music de Talking Heads. Respondo algunos mensajes y redacto algunos textos que debo presentar en el curso de la mañana. Pensé que iba a demorar más de la cuenta, pero a las nueve de la mañana ya estaba libre de lo que tenía que hacer. En mi sala tengo una pequeña mesa dedicada exclusivamente a colocar las publicaciones que me llegan. Me pongo a revisarlas y me animo por Los vivos y los muertos de Joy Williams, del que he venido escuchando y leyendo buenas referencias. También vuelvo a ver en Youtube los goles de Guerrero ante Bolivia. E imagino el ánimo que habrá en el país el lunes cuando la selección se enfrente a la de Chile por el pase a la final de la Copa América. Pienso en mis amigos chilenos, en Diego, Camila, Antonio, Felipe, Alejandra, Rodrigo, Claudia. Pienso también en que sus ánimos no coinciden con la estupidez local. Si ambas selecciones se sacan la mierda, pues bien, que se saquen la mierda, con patadas y metidas de mano incluidas. Y que allí quede.


jueves, junio 25, 2015

313

Me levanto tarde porque anoche me acosté tarde. Mi madre llegó a casa pasada la medianoche, puesto que había ido a visitar a un tío delicado de salud que vive fuera de Lima. Estaba cansado y no me disponía a descansar hasta tener a mi madre cerca de mí. De tanto en tanto mi padre salía al parque a divisar su llegada. Por mi lado, terminaba todo el café que quedaba en la casa, alejándome lo más que pudiera de la tentación del tabaco. 
Para colmo de males, no tenía mi celular a la mano y no podía llamar a mis tías, las hijas de mi tío Fausto. 
Llega un momento en que la ausencia de tus padres, no importa si es cuestión de horas o días, tiene el poder suficiente de cambiar tus planes inmediatos. Debía terminar un par de textos que había que enviar antes de las cinco de la mañana de hoy y no los podía terminar ni rescribir hasta no tener a mi madre en casa. 
No era para menos. Esta ciudad se ha convertido en una muy peligrosa. A veces se me sale el derechista que llevo dentro y barajo la posibilidad de que sería ideal que salga el ejército a patrullar y cuidar las calles. La idea, que es jalada de los cabellos bajo todo punto de vista, adquiere consistencia precisamente en los instantes límite, cuando piensas en lo que podría ocurrirles a las personas que más te interesan. 
Mi concentración se volvía nula hasta para responder inanes mensajes de Face o algunos mails. Mucho menos podía leer. Solo puse en la Laptop una película de terror, una olvidable pero que te dio miedo cuando la viste. No sé cuándo la vi, pero anoche la miraba sin mirar. 
Sentí las luces de un taxi que se estacionaba cerca de mi casa y salí, literalmente, corriendo. Abrí la puerta. Era mi madre, a la que abracé fuerte, creo que más fuerte de lo normal y sentí que la paz me llegaba de sopetón, una paz premunida de amor que necesitas, con mayor razón en estos últimos días en los que duermes poco y tu despliegue físico ha sido llevado al límite.


miércoles, junio 24, 2015

312

En las próximas horas tendré un nuevo sobrino(a). 
Yesenia se ha llevado mi celular Movistar para estar en contacto con la familia y yo he tenido que quedarme en la librería para terminar de preparar todo el material que se llevará a la feria de Arequipa. Aún no sé si iré, aunque lo más probable es que sí. No niego que siento una tensión por la nueva criatura que va a nacer, criatura que no es mi sangre pero que sin duda con el tiempo me llamará cariñosamente tío. 
Salgo un toque a Miraflores a recoger cheques. Algunos relacionados a los trabajos de la librería y otros en cuanto a mis actividades alimenticias. En el trayecto percibo de otra manera la ciudad. Sin duda, más de uno se ha llevado una sorpresa con este invierno que no tiene nada de tal, sino uno cuasi veraniego, que me obliga a caminar despacio para no sudar, al menos, eso es lo que me ocurre, suelo sudar más de la cuenta. En el camino al segundo punto miraflorino me compro una botella de agua mineral sin gas, además, tengo algo de hambre y voy a La Lucha por un sanguchón de pavo. Mientras espero que me llamen, releo algunas páginas de esa brutal autobiografía de Martin Amis, Experiencia. 
Cada día este se me hace se me un libro más abierto, mucho más de lo que pensé cuando lo leí por primera vez. Cuando regreso a él, lo hago en función al tema que me interesa. En este caso, a las páginas que Amis le dedica a su madrastra, la escritora Elizabeth Jane Howard, a la que califica como la mejor de su generación junto a, nada más y nada menos, Iris Murdoch. Cuando leo o escucho de Murdoch, se activa mi atención. Quizá Murdoch sea mi narradora predilecta, de la que escribí una reseña hace un tiempo en Buensalvaje, sobre su novela Henry y Cato. 
Lo que en principio era una lectura para pasar el rato, se ha convertido en las últimas en una especie de obsesión, porque me pongo a buscar algún libro de EJH. 
*
Actualización: fue mujer. Bienvenida, Luciana.

martes, junio 23, 2015



lunes, junio 22, 2015

311

Salgo de casa con algo de retraso. A medida que camino hacia México, percibo la alegría de las puntas que me cruzan. Sus rostros exudan una paz, como también el exceso de las celebraciones que denotan sus ojos rojos. No hay que pensarlo mucho, han estado chupando como cosacos por la clasificación de la selección peruana a los cuartos de final de la Copa América. 
Sin duda, estamos cagados. Nos alegramos por pequeñeces, por empates. Pero qué importa a fin de cuentas, el fútbol es un desfogue y vaya que este país necesita del desfogue, con mayor razón cuando estás por empezar un lunes, que no es distinto que empezarlo con la sensación de la derrota. Vi el partido con mi padre y hermano, los tres reconocimos que Gareca la hizo, mostró un planteamiento, el equipo jugaba a algo, o mejor dicho, a lo que podía jugar, siendo un acierto el haber puesto a los chatos Cueva y Sánchez, que no estaban en las nóminas titulares de nadie. 
Paro un taxi. El taxista me dice que por el tráfico no sabe cómo llegar al Centro Histórico. Le digo que no se preocupe, puesto que le indicaré una vía para evitar el tráfico de Iquitos. Subo al taxi y me acomodo. En el trayecto, y tal y como suelo hacer en los trayectos, o me pongo a leer o me pongo a recordar, cualquier cosa, o como en esta mañana, recuerdo la novela El diario de Hamlet García de Paulino Masip. 
Llegué a esta novela por recomendación de Dío, que me habló muy bien de esta novela de Masip, autor de la llamada Generación del 27. Cuando me habló de Masip, confieso que no lo ubicaba y a medida que escuchaba lo que decía, llegaba a la conclusión, una bien triste, de que era un autor a la fecha olvidado. Le pregunté si me podía prestar esa novela por una semana y justo el día de hoy lunes se la voy a devolver, con no poca pena porque sí me gustaría tener esta novela en los anaqueles de mi biblioteca, biblioteca que en unos días repartiré entre dos casas porque ahora sí siento que los libros me van a botar de la mía. 
Mientras el taxi entra por la callecita secreta para evitarnos el tráfico, pensaba en la novela de Masip. También cavilaba en qué podría hacerse para no olvidar a un autor que supo ser mucho más vanguardista que otros que se pintaban como tal. Aunque también hay que subrayar algunos aspectos: Masip no es un autor para mayorías, así suene a posería la idea, pero a veces, solo a veces, lo bueno hay que cuidar, que no es lo mismo que guardar celosamente para un supuesto grupo de entendidos. En tiempo que no leía la novela de un autor cuya poética fue profética para lo que hoy por hoy se nos quiere presentar de novedad. Una lectura que me obliga a marcar distancia de los vendedores de sebo de culebra que empiezan a abundar últimamente. Como bien dice Steve Coogan en 24 Hour Party People: “Quizá deban leer un poco más”.


domingo, junio 21, 2015

310

Domingo gris, caliente y algo húmedo. 
Me levanto y me alisto para ir a casa. Es el Día del Padre y debo saludar a mi padre y a mi hermano. Pero antes de salir, me pongo a leer. De lo que voy leyendo, Monasterio de Halfon se pinta como una lectura de taxis y custers. Ojalá no me decepcione, porque he escuchado muy buenos comentarios de este narrador guatemalteco. 
Tomo un duchazo y me pongo a desayunar, café y lo que quizá sean los tamales más ricos que he probado en mi vida. 
Salgo de la casa de Yesenia rumbo a mi casa. 
Detengo un taxi, conducido por un viejito, con gorra y grises bigotes de puntas aguileñas. Me acomodo en el auto, guareciendo el riquísimo arroz con pato que llevo en el taper. Me fijo en la caja del auto, la presencia de un USB, del que suenan varias canciones de Daryl Hall y John Oates, este dúo que más de uno ha sabido bailar en los noventas, esos años que se están poniendo de moda, extrañamente. 
Pienso pues en el discurso silente que viene construyéndose sobre lo que se hizo en esa generación, una suerte de discurso, llamémosle, excluyente, de clase, en apariencia inofensivo, que tiene todas las mañas del modelo neoliberal, que no confronta, sino que ningunea. Felizmente, no hablamos de economía, de esa ciencia oculta, sino de literatura. 
Le pregunto al taxista si hay más canciones del dúo en el USB, él me dice que sí, que hay varias más. Quizá mi prejuicio es más fuerte y calibro la impresión sobre si este taxista bailó o no las canciones de este grupo, puesto que sus canas y arrugas ubican su juventud en los sesenta, no en los ochenta. Al menos, pensar en esto, me hace bien, me permite refrescar la idea de lo que pienso escribir más adelante, de los dardos con nombre propio que mandaré contra los inocentes desubicados que quieren cambiar la historia creativa de los noventas. Leo lo que han escrito y me pregunto: ¿Acaso creen que los lectores son idiotas? 
No sé qué pasará. A lo mejor pierda algunas supuestas oportunidades, como también amistades, cosa que me apenará profundamente, pero no puedo con mi genio, con mi emoción en caliente, que al menos me asegurará algunas semanas de sana y perversa diversión.


sábado, junio 20, 2015

309

Llego a la librería con algo de retraso. A pesar de que el cielo gris se impone, se siente el bochorno, imposible quedar libre de esa sensación de insoportable melcocha en la piel. Me quedo un rato frente a la librería, no me animo a abrirla, primero quiero sentir una ráfaga de viento que me libre de la abulia que en mañana y tarde me generan los sábados. Saco la llave, listo para abrir el candado, pero me detengo, respiro hondo. 
Desde hace unas horas me persigue una sensación voraz, quiero comer más de lo que comí en el desayuno. Entonces me dirijo al Queirolo, se me antoja un jugo de piña, café y jamón del país. Lucho contra el sueño, me quito algunas legañas rebeldes, de esas que no se desprenden ni con todo el diluvio del grifo de la ducha. 
Mientras camino, recupero las fuerzas anímicas. No es hambre lo que en verdad siento, sino necesidad de aire y contacto. De a pocos me revitalizo y no pierdo tiempo en pensar qué fue lo que me puso débil, sino que aprovecho la circunstancia, sea la vista de la Plaza San Martín, o Joe, a quien tengo que esquivar para no pisarlo, porque Joe se apodera de la calle; si le da la gana, puede quedarse a dormir cuantas horas sean necesarias. Los que lo vemos a diario, sabemos que a mitad de la segunda cuadra de Quilca, tenemos que bajar la mirada y cerciorarnos. No hay nada más atroz que pisar con fuerza la panza o la cabeza de un felino que actúa como perro, que no le teme a nada y a quien muchos miman. Quienes más lo atienden son Ángel, su mujer y su hija, quien es la que le puso nombre a este gato que ha hecho suya esta vereda de Quilca. 
Veo Joe, tirado y las patas estiradas. No niego que lo envidio. Me detengo y emprendo el camino de regreso a la librería.


viernes, junio 19, 2015

308

Busco una banda sonora para los días que vendrán. Una serie de temas que me acompañen en los próximos días. Al menos, esto era lo que pensaba en la tarde, mientras leía uno de los libros más letales que haya podido leer últimamente, lo suficiente para no sentirme una bestia utilizada que quieren pintar de maravilloso las novedades editoriales. En este sentido, el libro que empecé a leer ayer, una novedad editorial en todo sentido, marca una saludable diferencia entre lo que me llega en los últimos días. El libro en cuestión, cuya autoría pertenece a uno de los narradores latinoamericanos más contundentes de las últimas décadas, autor que ha sabido, o mejor dicho, autor al que nunca le ha importado quedar bien ni con los lectores ni con la crítica, nos ofrece un perfil sobre otro escritor que conoció y que lo marcó profundamente cuando se puso a investigar para el perfil que escribiría sobre él. 
¿Narrativa del yo? 
Claro que sí. 
Narrativa del yo como tiene que ser la narrativa del yo: dejando la piel en el asador, como mínimo. Desplegando la humillación del sujeto narrativo sin importar cómo vayas a quedar ante los ojos del lector. Sin pintarse como el aventajado y el que todo lo puede ante las adversidades. 
No sé si este autor haya leído a Miller. Si en caso no, quizá lo haya leído en los autores por los que muestra un fanatismo por demás contagiante. Es que Miller, la fuerza de Miller, atraviesa desde hace un tiempo una resonancia que habría que empezar a elevar y reconocer abiertamente. Miller dejó de ser un autor caleta para lectores caletas. En Miller hay una escuela que debemos seguir, si es que amas la lectura, o con mayor razón si te adentras en los recovecos de la escritura del yo.

jueves, junio 18, 2015



miércoles, junio 17, 2015

307

Me encontraba en la librería, esperando la llegada de mi viejo, que me suplantaría durante algunas horas, horas en las que tendría que realizar algunas gestiones entre Miraflores y San Isidro. En total, cinco puntos que tendría que peinar en no más de tres horas. Decido pues empezar por el tramo más lejano y así no sentir el cantado peso existencial del regreso. 
En una hoja amarilla hacía los apuntes de las preguntas que este viernes le haré a Juan Manuel Robles en la librería El Virrey de Lima. Soy muy poco inclinado a recomendar libros peruanos, pero ahora haré una sana excepción, porque Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una novela que merece leerse. En mis apuntes, hay algunas ideas que bien pueden ser polémicas y espero que esa impresión llegue a buen puerto, que no se quede en el mero enunciado. 
Seguía esperando a mi padre, a quien ya se le está haciendo costumbre llegar con retraso, aunque no lo culpo, porque el tráfico está no menos que infernal en toda esta ciudad gris que despide una inaguantable sensación de bochorno. Lo espero y recibo la visita de Óscar, un lector de Selecta, quizá uno de los patas que más ha leído poesía. En principio no lo reconocí, porque parecía un talibán con esa barba en forma de cono invertido, la cabeza rapada y esa voz que denota la autoridad del que sabe de lo que habla. Por lo general, hablamos de poesía y últimamente hablamos de los raros de la poesía peruana, de esos poetas aún no del todo privilegiados en las galaxias de los teóricos y dueños del discurso académico, que nos canonizan a sus patas y trampas cada dos años. 
Cada vez que viene Óscar me muestra lo que ha comprado, o simplemente lleva poemarios inubicables, o relativamente inubicables, como la primera edición de Ave Soul que me enseñó hoy, o esa añeja antología en la que se consigna un poema de Mazzotti, uno de los más antologados, como “Yegua es la hembra del caballo”. Leo el poema y por un momento me olvido de lo que pienso de Mazzotti. Sin premeditarlo, vuelvo a la importancia de mi condición de lector, a desahuevarme con relación al silencio, a no mezclar las cosas, a cuidar mi opinión propia, no permitiendo que esta se contagie de la anuencia de los que supuestamente saben más que yo. Las cosas claras, una es leer libros, otra, muy distinta, es leer personas.

martes, junio 16, 2015



lunes, junio 15, 2015

306

Mientras la mayoría de mis amigos y conocidos, por no decir todos, se ponían a ver el Perú-Brasil de la Copa América, yo me puse a ver una película, quizá en honor a esos recuerdos de infancia cuando Christopher Lee era capaz de suscitarme el miedo suficiente para hacer de mí un niño de bien en lugar de uno engreído y, por momentos, insoportable. Al menos, los que hemos crecido a inicios de los ochenta, bien podemos tener a Drácula como una de los personajes más terroríficos que hayan podido existir, de esos con los que terminabas soñando y, quizá en juegos con las niñas del barrio, emulando cuando, según tú, les chupabas la sangre. 
Navegaba por los canales de cine del cable y no encontraba ninguna película que tuviera a Lee como protagonista, hecho que me pareció por demás extraño, ya que el inglés había fallecido días atrás. No encontraba nada y por un momento pensé en la posibilidad de hacer lo mismo que los demás, ver el partido de fútbol que paralizó nuestro domingo. 
Pero recordé que sí tenía algunas películas de Lee interpretando al Conde Drácula y me puse a buscar esas películas. 
Cada vez que me pongo a buscar películas en DVD siento una suerte de remezón en mi pecho, los latidos de mi corazón se aceleran y trato de no fumar cuando estoy de caza. La nicotina y la ansiedad me taladran, hasta podría sufir un pre infarto. Es que eso fue lo que me pasó la última vez, me puse a buscar algunas películas mientras fumaba, la emoción por encontrarlas era tal que mi sangre se posesionaba de mi cabeza. Lo mismo me pasa cuando busco libros y discos. Buscarlos y encontrarlos me remontan a los precisos momentos cuando los compré, momentos que forjan una relación con aquellas cosas que me pasaban, con lo que me tocó vivir. No era necesario que se tratara de una obra maestra. Por eso, las películas y los discos, como también los libros, los asocio y les confiero de un valor extra a cuenta del momento en que me hice de ellos. 
Las películas de Lee en las que interpretaba a Drácula me remontaban a los primeros miedos de mi vida. Claro, con el tiempo dejas de tenerle miedo a Lee y más bien lo admiras, sea por su garbo y estilo lacónico, o por el solo hecho de chuparle la sangre a bellas jóvenes vírgenes. Me las compré todas hace no más de tres años. Y, como se supone, no era nada descabellado ver aunque sea un par de ellas ayer domingo. Pero no las encontraba, y ese no encuentro reforzaba mi peligrosa ansiedad, sudaba de emoción, pasando por alto lo peligroso que es para mí caer preso de la ansiedad, de la que sé lo que hará conmigo cuando sea muy mayor, si es que llego a los sesenta. 
Me senté en el sillón y pensé que no sería una mala idea formar parte de la frustración dominguera. Total, poco o nada puedo esperar de esta selección. Y asumí ese destino inmediato. Pero esa decisión no duró más de cinco minutos porque recordé el carro de carreras a control remoto que me autoregalé por mi cumpleaños hace un par de años. En esa caja había colocado casi doscientas películas en DVD. Es pues una caja ubicada debajo de una estantería. Jalé la estantería y la abrí, encontrando las películas de Drácula protagonizadas por Lee al lado de las películas de Godard. (Por eso es que no encontraba las de Godard). Escogí una película al azar, una menor de las que protagonizó Lee. Abrí el estuche de La sangre de Drácula, quizá la más “floja” de la que interpretó del vampiro, pero su calidad era lo que menos importaba, ahora volvía a los miedos ya superados.

domingo, junio 14, 2015



sábado, junio 13, 2015

305

No me levanté temprano, como sí otros días. Tampoco era tarde, solo llevaba hora y media de retraso en las cosas que pensaba hacer en esta mañana de sábado. Abrí el archivo que vengo escribiendo sobre uno de los mejores editores en español hoy en día. Leía lo avanzado y tachaba párrafos para luego mejorar la idea. Por momentos me trababa en el estilo, como también en el contenido de lo que quería transmitir de este editor. 
Vuelvo entonces a las redes sociales, porque me acaban de pasar el dato de una buena entrevista a James Ellroy. Tengo que entrar a las redes sociales para dar con el enlace de la entrevista en cuestión. Pero me quedo un rato mirando muy al vuelo lo que hacen y suben algunos contactos, pero ahora sí medido para no tener la mala experiencia de los días anteriores. Pero me quedo un toque más de lo que debía, puesto que encuentro las fotos de dos amigas, que son asiduas lectoras de Selecta: Pamela y Karina. 
Si los cálculos no me fallan, ambas no deben pasar del cuarto de siglo, muy jóvenes, sensibles y sumamente salvajes. No pasan desapercibidas y, al menos en el caso de Pamela, es de armas tomar. Seguramente lo será también Karina, pero a ella todavía no la veo masacrar a un tipo con ínfulas de seductor en plena calle, valiéndose de los conocimientos de las técnicas marciales orientales. 
Ambas no se conocían, pero se conocieron en Selecta. En este lugar también se enteraron de que estudiaban en la misma universidad aunque en ciclos distintos. De paso, como mujeres buenas de carácter, exhibían un furioso y romántico izquierdismo. Nunca les he dicho nada sobre sus posturas políticas, por la sencilla razón de que siempre he visto en ellas una coherencia, como la que vienen demostrando últimamente contra los abusos que el estado pretende legitimar contra la mujer. Junto a un grupo de amigas más, se reúnen y salen a protestar, tal y como hicieron hace unos días atrás, hecho que testimonian en las fotos que estoy viendo. 
Miro las fotos que han subido al Face, parecen guerreras a las que no les importan las represalias de las fuerzas del orden, que les lanzan gases lacrimógenos. No retroceden, más bien, alzan más la voz y meten miedo a los policías, que no creen en la debilidad de las mujeres, la aparente debilidad, pero sí en su mirada impregnada de fuerza ventral, producto de la convicción que tienen de sus propósitos. ¿Qué decirles? Por un momento, me siento tentado en escribirles y así expresarles lo bien que me hace ser su amigo, pero no, pienso que este gesto será insuficiente, por eso, me limito a un sencillo y genuino Like.


viernes, junio 12, 2015

304

Apago el televisor y me desconecto de Internet. Me alisto para ir a la librería. Ha llovido y ahora debo usar algo que sí abrigue un poco. A diferencia de otras ocasiones, salgo muy asqueado de la realidad, de la manera en que los supuestos hombres y mujeres de pensamiento avanzado, de sensibilidad de vanguardia que se traduce en obras de relevancia, contaminan aún más lo que ya está contaminado. 
Una de las cosas que me gusta de las redes sociales es que puedes interactuar y opinar en tiempo real un acontecimiento de interés público. No soy de los que se mandan con discursos virtuales, a menos que sepa bien del asunto del que voy a hablar, y a menos que sepa bien que no me meteré en una total pérdida de tiempo. En principio, podría pensar que no sé muchas cosas de las que otros hablan y discuten, pero lo que ocurre es que no me gusta que se frivolicen temas sensibles, como el de la violación y el embarazo no deseado. Por momentos pienso que se me hace el protestante que llevo dentro, mi lado moral, pero no es así. Me doy cuenta de ello mientras bajo del taxi en el paradero México del Metropolitano. Antes de pasar mi tarjeta, prendo un Pall Mall rojo y fumo botando el humo hacia los autos que se dirigen al sur. Pongo en orden mis ideas y no es que me inhiba de comentar en las redes, lo que ocurre es que no quiero contagiarme de estupidez, una estupidez que se pinta de inteligente y de vanguardista. 
Llego a la librería. Me instalo en ella y me pongo a leer Los malos de Leila Guerriero. 
En estos días no he estado del todo atento a las noticias literarias. He pasado de ellas. Y por medio de un amigo librero me entero de las cosas que vienen ocurriéndole a nuestro Nobel de Literatura. No me sorprendo en absoluto. Aunque la curiosidad me tienta a ver lo que los adelantados del pensamiento dirán al respecto, pero mejor lo dejo allí. Termino el primer perfil compilado por Guerriero y busco una película en VK, película de la que un amigo me preguntó por mail hace unas horas. La noche del cazador de Charles Laughton.


jueves, junio 11, 2015

303

Me levanto temprano y entro a VK para buscar una joyita de Howard Hawks, Scarface de 1932. 
Cine negro en su más alta expresión. 
La falta de sueño y carencia de cansancio al despertarme, hacen que me acomodé frente a la pantalla de la Laptop y me quede tieso por no más de hora y media. 
Pese a su corta duración, Scarface me significa una clase magistral de narratología. Se me hace imperioso volver a este tipo de películas, a lo mejor porque en los últimos días he estado inmerso en películas que tienen de todo, menos magia de sencillez. Si una impresión tengo de esta película que inspiró la versión de Brian de Palma, que todos vimos más que admirados, es que no ha perdido su brillo. En realidad, las películas de los maestros nunca pierden su capacidad de hechizo. 
Hay pues una perdurabilidad en los personajes de Hawks. Y bien podríamos hablar de su vigencia en relación a la inseguridad que estamos viviendo en estos días. A los matones y sicarios de nuestras calles no los podría relacionar con las peripecias del Tony Montana de De Palma, menos aún con los mafiosos de Hawks. En ambos casos estamos hablando de mafiosos que respetan una ética, dependientes de un estilo para hacer las cosas, de acuerdo a sus valores, obviamente; o sea, una suerte de ética delictiva que no la hallamos en los patitas que se creen los dueños de esta ciudad, patitas a los que les falta un mínimo de inteligencia, como también estilo. Por eso es que mueren como mueren, además, sin mucho esfuerzo se descubre lo que todos sabemos o intuimos de ellos, de la fragilidad de su imperio delictivo. 
Cierro la página al terminar de ver la película. Cojo uno de los libros que vengo leyendo en la semana. A la media hora sé que tendré que volver a los libros, o novelas mejor dicho, que me regresen al placer de leer una historia, experiencia tan sencilla y a la vez necesaria.

martes, junio 09, 2015



lunes, junio 08, 2015

"disparos en la oscuridad"

Muy pocas veces podemos toparnos con autores que no solo tienen alcance y valor en las parcelas creativas, sino que también lo tienen en el discurso reflexivo, en donde hacen uso de sus recursos usados en la ficción, como el saber mirar y oír, dejando ahora en el tapete un testimonio del acervo que sostiene y justifica el prestigio que han logrado como creadores. Esta es pues la impresión que me deja la lectura de Disparos en la oscuridad de Edgardo Cozarinsky. 
Perderíamos el tiempo en calificar a Cozarinsky. Su campo de acción creativa es tan disímil que tratar de definirlo en sí mismo nos puede llevar a una tarea tediosa, ya sea si lo catalogamos como cineasta o narrador, guionista o dramaturgo, cuando lo cierto, y esta es el camino más estimulante, es que hay que ver a Cozarinsky como una esponja inquieta, una esponja que ha ido macerando su mirada, mirada que ha ido definiendo la morfología de su estilo, que no es más que su biografía artística. Si una cimiente tiene la ficción y la no ficción de este autor como escritor, esa cimiente es la tersura y claridad de su escritura. 
En la presente publicación tenemos una selección de sus ensayos y artículos, que fue realizada por Ernesto Montequin, que nos entrega a un Cozarinksy en estado de gracia, en donde no solo somos testigos de sus intereses intelectuales y literarios, sino también políticos, pero a diferencia de otros autores políticos, nuestro autor se apoya en la sugerencia para no distraer al lector de su objetivo, que no es otro que llevarlo al asombro, pero un asombro extraño, ajeno y lejano a las estrategias del efectismo. Por este motivo, estos textos ejercen un poder, una especie de hechizo, conectando con el lector por medio de una aparente sencillez, la cual, sin más rodeos, es por demás difícil de lograr. Cozarinsky conecta con la médula emocional del lector, sin apelar al exhibicionismo barato de sabiduría. No por nada, Cozarinsky empezó su trayectoria literaria a una edad avanzada, a los sesenta años, hecho que no debe ser tomado en menos, con mayor razón siendo a la fecha uno de los autores en español más prolíficos. Este supuesto y tardío arranque literario habría que subrayarlo, no engañarnos con la facilidad argumentativa que deparan los supuestos, porque el hecho de que haya empezado a publicar tarde no quiere decir que antes de hacerlo no haya tenido una comunión con el ejercicio literario. Es por eso que este autor la rompe, tanto en ficción y no ficción. En este caso, Cozarinsky, bajo la experiencia de vida adquirida, se nos presenta como una voz que exhibe sabiduría y pasividad, las que administra por medio de la digresión y la actitud inquieta que lo lleva al centro del motor del ensayo como tal, la especulación, conduciendo al lector a su antojo, hasta los instantes de revelación que irradian sus textos. Por algo el presente libro lleva el título que tiene, que no es gratuito ni efectista. Vamos con mano segura en la voz de Cozarinsky, que nos habla de eventos de la historia que capturaron su atención y que capturan la nuestra en su palabra evocativa, también hacemos nuestras sus afinidades literarias y cinematográficas, ingresamos a su mundo íntimo (la mayoría de los textos parecen alimentarse del registro del diario), es decir, el autor nos alimenta de vida y sabiduría, muy parecido a lo que hizo Sergio Pitol en El arte de la fuga. 
Como señalé, vamos con buena guía, con la buena guía de un capo, pero cuando menos lo esperamos, recibimos un fogonazo, una iluminación en cada palabra, en cada concepto e idea, que nos hace pensar en el poder iluminador que tiene la ensayística de este autor que escribe, imagino, sin apuro, pero con gran conocimiento de causa y mundo adquiridos gracias, especulo (me toca), a sus múltiples viajes y su formación poliédrica. La mirada y voz de Cozarinsky no dejan de elevarse. No solo disfrutamos de estos ensayos y artículos, también aprendemos. Esto es literatura total. 

… 

Publicado en Revista Lecturas


sábado, junio 06, 2015

302

Mañana de sábado. Al igual que yo, muchos esperan la final de la Champions. No es que le vaya a Juventus, tampoco que no sintonice con el Barza. Solo quiero ver campeón al “Apache”. 
Espero pues la hora del partido y respondo algunos mensajes de mi Inbox. Mi cuenta de Gmail, como todos los sábados, o fines de semana, luce vacía y virgen, hasta me parece que exhibe una blancura, como los atuendos de las bailarinas de ballet. 
Ahora estoy más tranquilo, en paz con el mundo. Mi madre llamó en la mañana, a eso de las siete, avisándonos que ya estaba en la puerta. Ni bien escuché su voz, salí disparado y la abracé fuerte. Creo que me sobrepasé en la fuerza, pero así y mucho más es el cariño que tengo por mi madre, a la que no he visto en más de diez días. 
Mi padre y mi madre, se quedan conversando en la sala. Yo tomo una ducha y me alisto para ir a la librería. 
Salgo de mi casa, esperando la llegada de Silvestre, que imagino también querrá ver a mi madre. Fácil lo veré más tarde cuando regrese. 
Tomo un taxi. Por lo general, prendo un cigarro, pero no tengo ganas de fumar. 
Para mi buena suerte, el taxista coge una buena ruta aprovechando la poca congestión de los sábados. Por instantes, siento que vuelo y pienso en la charla de ayer que mantuve con María José en El Virrey de Lima. 
He entrevistado a no pocos escritores, entre nuevos y consagrados, pero pocas veces he sido testigo de una franqueza que demuele para luego fortalecerte, tal y como lo pude ver ayer en las respuestas de María José, narradora a la que deberías tener en el radar. Si encuentras su libro en librerías, no te dejes engañar, no es para nada un libro destinado para el público juvenil. 
Si bien es cierto que la literatura de ficción es la parcela de las mentiras, no deberíamos confundir esa mentira con lo que suelen decir los escritores cuando difunden su obra. He escuchado, sea de manera directa o indirecta, tamañas atrocidades, huachafadas monumentales, con las que no pocos intentan elevar o, por decirlo de una manera, pintar mejor su propuesta. Cuando escribes ficción, da lo mismo que hayas empezado a leer a los dos años que a los quince o cuarenta. Obvio, si lo tuyo es escribir, tienes que leer. Pero grábate el asunto, toma nota en tu cuaderno: el que seas un Balzac de la lectura no te hace un buen escritor, menos uno grande. Para escribir hay que dejar la piel en el asador. No hay otra, rareza.