lunes, octubre 31, 2011

viernes, octubre 28, 2011

La novela "subte" y sus autores



En el diario La Primera, esta interesante nota de Fernando Pinzás a los escritores Martín Roldán Ruiz, Carlos Torres Rotondo y Julio Durán.

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A pesar de ser un elemento presente en muchos autores contemporáneos, el rock no ha sido un elemento muy presente en la literatura peruana. Sin embargo en la última década, el impacto que este género musical tuvo en los años 80 con la movida del rock subterráneo inspiró tres novelas muy interesantes.

Sus autores fueron a su vez protagonistas de esta movida y reflejaron estas vivencias en sus primeras novelas.

“Nuestros años salvajes” (2001), “Incendiar la ciudad” (2002) y “Generación Cochebomba” (2007) son tres novelas que nos abren un mundo de excesos, rebeldía, violencia, agitación social y rock, elementos que marcaron la movida subte a partir de 1984. Años de
crisis, terrorismo, miedos y la esperanza fallida de la democracia que eran reflejados, por primera vez, en las letras de los grupos de rock, demostrando que lejos de ser alienante, este género de origen foráneo pudo expresar la rabia de una generación.

Historias de apagón y tragocorto
Sin lugar a dudas, la novela que mejor ha reflejado la movida subterránea ha sido “Generación Cochebomba”, escrita por Martín Roldán Ruiz. Subte antiguo de Breña, periodista, ferviente hincha de Alianza
Lima, asegura con orgullo: “No soy poeta, soy barra brava”.

No sería exagerado calificarla como la “novela subte” definitiva. Los elementos son atractivos: violencia, alcohol,
Drogas, mucho punk rock y jóvenes que prefieren vivir al máximo el presente porque sienten que el futuro no existe. Adrián R, el caótico protagonista, es el retrato idóneo de un joven punk limeño durante el primer gobierno de Alan García.

“Cuando uno es chiquillo está en búsqueda de algo y la
Música es parte de forjarte una identidad. Cuando escuché el punk, y básicamente Eskorbuto, dije que esto es lo que yo buscaba, algo que sentía mío, con lo cual me identificaba como adolescente y con lo cual me hacía distinto a los demás”, cuenta Martín sobre su entrada al mundo subterráneo, allá por 1987. Fue un asiduo concurrente a “El Hueco”, un espacio liberado en Santa Beatriz donde se podía convivir entre conciertos de punk rock y discusiones políticas y formó la banda Dictadura de Conciencia.

“Siempre tuve ese bicho de que el rock subte era una de las cosas más importantes que había surgido dentro de movimientos juveniles y que yo había estado dentro y lo había vivido”, explica y asegura haberse inspirado en parte en “The Outsiders”, de Francis Ford Coppola. Su primer esbozo de “Generación Cochebomba” fue un cuento con el que ganó los juegos florales de la Bausate y Meza. Ese cuento, que mencionaba a un concierto que terminaba en una batida policial, terminaría siendo el primer capítulo de su primera novela.

Martín reconoce en su libro la influencia de Vargas Llosa y “Conversación en la Catedral” por la variedad técnica y Julio Ramón Ribeyro y “Los Geniecillos Dominicales”, novela en la que también la decadencia de sus personajes se reflejaba en la atmósfera de la ciudad.

Siguiendo el estilo de la autogestión punk, “Generación…” fue editada por el propio autor. Un vecino lo ayudó con las impresiones, un amigo diseño la carátula y otro le tomó la foto. A Martín no lo amilanó cuando un editor le dijo que su novela carecía de trama y que sus personajes no estaban bien logrados y optó por la ética del “hazlo tú mismo”.
LA PRIMERA edición se agotó rápidamente y aun no hay una segunda. Arturo Gonzáles Vigil lo eligió “volumen notable” del año 2009. Incluso un estudiante de literatura de la Universidad Católica hizo una tesis sobre el libro.

“A mí el rock subterráneo me enseñó a ser mucho mejor ser humano y conforme ha ido pasado el tiempo, ya la experiencia de vida te hace decir qué estuvo bien y qué no. Pero básicamente todo lo que aprendí con los subtes aun lo mantengo”, reflexiona Martín, quien luego publicó el libro de cuentos “Este amor no es para cobardes” y dentro de poco lanzará otro libro de cuentos con los mismos personajes de “Generación Cochebomba”.
Los momentos perfectosEn el verano de 1991, la escena subterránea entraba en receso. Los grupos más importantes como Eutanasia, G-3 y Voz Propia habían dejado de tocar, a consecuencia de la crisis. Julio Durán, con apenas 13 años, empezó a conocer la movida por sus amigos de Breña, donde también vivía Martín. Era el “chibolo” y con esa curiosidad de los “nuevos” se acercaba a los ya recorridos subtes. Las historias que le contaban eran como “mitos fundacionales” de una escena a la cual llegó tarde y que entraba en decadencia. “Recreaba en mi mente lo que otros habían vivido”, comenta. “El Hueco”, se volvió su segundo hogar y el espacio central en donde giran las vivencias de “Incendiar la Ciudad”.

Para él, cada concierto era un “momento perfecto”, a la manera como lo definía Jean Paul Sartre en “La Náusea”, libro que considera una influencia.

“Cuando llegué a la ‘mancha’, un concierto me emocionaba y era un momento perfecto. Trataba de captar cada detalle del momento. Eso está en ‘La Nausea’, cuando Antoine de Roquentin trata de escribir y deja el diario porque no puede captar todas las características del tintero, se le escapaban los detalles. Es lo mismo de lo que sufre el personaje de mi libro, que siente que no puede atrapar la realidad”, explica el escritor.

El proceso creativo comenzó con una serie de cuentos que escribió durante un lapso de cuatro años y que terminaron fusionándose para dar forma a “Incendiar la Ciudad”. Al igual que “Generación Cochebomba”, Julio editó el libro personalmente de manera artesanal. Papel fotocopia, carátula con sello. Efectivamente, era como un casete demo o un fanzine fotocopiado. Una verdadera novela subte.

Julio Durán considera su pasado subterráneo como una época de aprendizaje. “Aunque algunos digan que no se podía ser imparcial, yo creo que la mancha subte estaba entre dos fuegos: el de la violencia supuestamente justificada de un grupo armado y la violencia que ejercía el Estado. Era una especie de limbo que buscaba ser puro, no mancharse de ninguna de las dos posturas”, explica el escritor, que recientemente editó el libro de cuentos “La forma del mal”.
Los años del hardcoreA diferencia de las novelas anteriores, en “Nuestros años salvajes” de Carlos Torres Rotondo los protagonistas no son subtes de “El Hueco” sino adolescentes de clase media que se conocen en la recordada “Casa Hardcore” de Barranco. Estando en el colegio, el escritor fue un activo miembro de este espacio alternativo, donde organizaba conciertos de manera seguida. Los de “El Hueco”, que se asumían como los verdaderos adalides del “rock subterráneo” no podían verse con los de Barranco a los que “acusaban” de acomodados, sin derecho a protestar y los llamaban despectivamente “pitupunks”. Carlos explica que en realidad los pitucos eran unos pocos, interesados en la Música y no en un discurso social, y que por culpa de ellos, los de la “Casa Hardcore” fueron estigmatizados por el resto de subtes.

“Los 80 en
Lima, en un ambiente hostil, fueron el terreno más apropiado para adquirir esa cólera positiva que es el punk. Creo que fue en ese contexto, fue algo muy natural”, recuerda sobre su identificación con el rock subte.

Carlos se confiesa un lector precoz y deseó ser escritor desde niño. Sus gustos literarios son, como él dice, más “pop”, es decir literatura fantástica, policial y ciencia ficción. Sin embargo, en un momento de su juventud, alejado de la movida hardcore y ya abocado a sus estudios, sintió “la necesidad de expresar lo más urgente” y escribir sobre esos “años salvajes”. Una primera idea le sirvió para un cuento que ganó los juegos florales de la Universidad de
Lima y luego vino un periodo de estancamiento creativo.

“Pasaron una serie de acontecimientos privados y me fui a Punta Sal con la idea de poder escribir algo. Estaba preocupado y me vino una revelación. Escribí más de cien páginas en cinco días. Luego regresé a
Lima y comenzó el largo proceso que me tomó cuatro años más para pulir la novela”, apunta. Concebida por el autor como una “novela generacional” dividida en cuatro partes, salió publicada el 2001 por la prestigiosa Alfaguara.

Su carrera literaria continuó, pero sus planes de escritor a lo J. G. Ballard siguen esperando. Luego de “Nuestros años salvajes” publicó “Poesía en rock”, junto a José Carlos Yrygoyen. Luego salió su libro más aplaudido y revelador, “Demoler”, una novela histórica sobre la edad del oro del rock peruano, escrita a base de los testimonios de los propios músicos. Una “ficción colectiva” que fue una verdadera sorpresa para los aficionados al rock local y que les permitió conocer la historia oculta detrás de Los Saicos, Los Belkings, Tarkus o El Polen.

Más de 20 años después del fin de la “Casa Hardcore”, Carlos Torres Rotondo está convencido que haber crecido en esa escena ha marcado su estilo de escribir.

“El hardcore me dio una ética en cuanto a expresión y a las condiciones de mi expresión. He pasado por mayores experiencias pero hay una rabia original positiva que sigue siendo mi motor y he aprendido a canalizarla creativamente en la movida. La antigua pasión continúa. No sé en qué condiciones habría escrito de no haber estado en la movida pero escribo en estas condiciones y son las que me gustan y las que me parecen justas”, puntualiza.
Libros sobre historia “subte”
Documentando la movida
Mientras que estas tres novelas se inspiraron en el rock subterráneo, otros libros lo enfocaron desde un punto de vista más histórico.

El 2002 el filósofo y crítico musical Pedro Cornejo publicó “Alta Tensión: Los Cortocircuitos del Rock Peruano”, el primer intento de hacer una historia del género en
Perú. La segunda parte del libro está dedicada al resurgir del rock tras el retorno a la democracia y separa por un lado a los grupos “comerciales” como Arena Hash, Dudo, Jas o Feiser y por otro a los “subterráneo” como Leusemia, Narcosis o Autopsia. Cornejo fue vocalista de los combativos Guerrilla Urbana en 1985 y es evidente su inclinación por destacar la honestidad, autenticidad, innovación y valentía de la movida subte.

Poco tiempo después Daniel F de Leusemia publicó su propia versión titulada “Los Sumergidos Pasos del Amor”. Mezcla de autobiografía, ensayo crítico o crónica, el libro cuenta los orígenes del rock subte desde su punto de vista.

Carlos Torres Rotondo prepara su propia historia con una gran cantidad de entrevistas a los partícipes de la movida. El proyecto está inspirado en “Por favor, mátame: La historia Oral del Punk”, libro de Legs Mac Neil que tiene la particularidad de estar hecho en base únicamente a testimonios de músicos recopilados por el autor, reconstruyendo así la historia del punk en
Estados Unidos e Inglaterra.

jueves, octubre 27, 2011

David Roas gana el Premio Setenil con 'Distorsiones'


Distorsiones, del narrador David Roas, acaba de ganar el VIII Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España 2011.
Hace no más de dos meses, le hice una entrevista a David, la pueden leer aquí.
Desde este blog, un fuerte abrazo para el autor. Felicitaciones.
Tomado de aquí.

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Distorsiones, libro de relatos de David Roas (Barcelona, 1965) publicado por Páginas de Espuma, ha ganado el VIII Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España 2011. El galardón está dotado con 12.000 euros.
El jurado, compuesto por Fernando Iwasaki, Antonio Parra Sanz, Gontzal Díez y Manuel Moyano, eligió esta obra de entre las 64 presentadas por editoriales y autores de toda España, por caracterizarse "tanto por su frescura y agilidad, como por los riesgos narrativos que asume su autor, conteniendo varios relatos memorables que tienen la fantasía y el humor como rasgos principales".
Según la editorial, Distorsiones "es una suma de la literatura fantástica y un cruce entre la Frikipædia y el Necronomicón. Los cuentos de David Roas son una suerte de pienso de astronauta: minúsculas croquetas literarias de arroz con Poe y fibra borgeana, que mantienen el pelo Wilde y resultan ideales para hacer Kafka en el espacio".
David Roas es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor del libro de microrrelatos Los dichos de un necio (1996; reeditado en soporte electrónico en 2010), la novela negra Celuloide sangriento (1996), el volumen de cuentos y microrrelatos Horrores cotidianos (2007) y el libro de crónicas humorísticas Meditaciones de un arponero (2008). En 2010 publicó en esta misma editorial el libro de cuentos Distorsiones. Algunas de sus narraciones han sido recogidas en antologías como Mutantes. Narrativa española de última generación (2007), Perturbaciones. Antología del relato fantástico español actual (2009) y Por favor, sea breve 2 (2009).
El Premio Setenil, convocado por el Ayuntamiento de Molina de Segura, es considerado uno de los premios más importantes de cuento en el panorama literario nacional. En anteriores ediciones han sido galardonados autores como Alberto Méndez, Juan Pedro Aparicio, Cristina Fernández Cubas o Sergi Pàmies.

miércoles, octubre 26, 2011

Obra maestra ignorada


Luego de leer este artículo de Enrique Vila-Matas, me puse a buscar datos sobre John Williams (imagen) y su celebrada novela Stoner. Y lo que he encontrado ha despertado mi curiosidad por leerla, y cuanto antes. El libro fue publicado el año pasado por el sello Baile del sol.

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La semana pasada, en plena Via Po de Turín, Colum McCann, plantado literalmente en medio de la calle, me habló de una novela que había regalado ya unas 100 veces. ¡Unas cien veces! La novela, dijo, era Stoner, de John Williams. Como, además de gran escritor, McCann siempre ha sido un lector que tiene un gusto ajeno al tedio de lo comúnmente aceptado en novela, me dije que en cuanto llegara a Barcelona trataría de buscar ese libro.
En el avión de vuelta, hojeando distraídamente una revista francesa, encontré con la lógica sorpresa una reseña de Bernard Quiriny sobre Stoner, de John Williams: la novela había sido escrita en 1965 e ignorada durante décadas, pero de pronto reavivada por la canonizante editorial de la New York Review of Books y publicada después en París en la editorial Le Dilettante. Leyendo aquella nota de Quiriny, creí recordar una reseña muy elogiosa de Rodrigo Fresán sobre el libro y pensé que ojalá no me equivocara porque esto significaría que el libro de Williams había sido traducido al castellano. Lo estaba, lo confirmé en Internet en cuanto llegué a casa. Stoner no había sido percibida por ninguna de las casas editoriales importantes de este país y con buena vista la había publicado la editorial tinerfeña Baile del Sol, con una excelente traducción de Antonio Díez Fernández.
La novela cuenta la historia de William Stoner, hijo de unos campesinos de Misuri, nacido a finales del XIX y enviado con gran esfuerzo por sus padres a la universidad para que estudie en la Facultad de Agricultura, donde un día, un profesor que está iniciando a sus alumnos en las virtudes de la literatura, se dirige directamente a él en clase para decirle: "El señor Shakespeare le habla a través de 300 años, señor Stoner, ¿le escucha?".
La luz, nos dice el autor, penetraba en aquel momento por las ventanas del aula y se posaba sobre los rostros de los compañeros de clase, de manera que la iluminación parecía venir de dentro de ellos mismos para salir hacia la oscuridad. Para el rústico joven Stoner, ese instante fue una iluminación, una gran revelación que, con el tiempo, incluso le llevaría a renunciar a la granja de sus padres y a convertirse en profesor de la universidad de Misuri, donde llevaría una vida sin alicientes, equivocándose en todo. Una vida laboriosa al servicio de la literatura, con multitud de errores sentimentales. La biografía de alguien que vistió siempre un traje equivocado. Y una vida condensada en una novela extraordinaria, que cuenta cómo "a alguien se le concedió la sabiduría y al cabo de los años encontró ignorancia".
¿Cómo olvidar cuando el discreto profesor, consciente de haber perdido el tiempo en su obstinado trabajo sin luces, se refugia al final en la imperturbabilidad que heredó de sus padres rurales, impasibles trabajadores de la tierra, constantes dibujantes de "surcos como oraciones en el papel"? Impresiona el modo de contar de John Williams, su fuerza inusitada para los dramas minúsculos y para el recuento cotidiano de nuestras resignaciones y decepciones, y sorprende que Stoner, siendo la obra maestra que es, haya podido ser ignorada durante tanto tiempo. Quizás despistó a más de uno por su aparente sencillez. Y es que, como dijera el actor Tom Hanks: "Se trata simplemente de una novela sobre un tipo que va a la universidad y se convierte en un maestro. Pero es una de las cosas más fascinantes que jamás he encontrado".
Creo que es fascinante también que sea en el fondo un elogio tanto de la rectitud moral como de la cultura del esfuerzo y del amor por la vieja literatura, con el patetismo que encierra todo eso. Y porque, a fin de cuentas, en plena crisis mundial, sorprende leer una oda tan intensa a los viejos valores morales heredados de una infancia hundida en las raíces agrícolas del Misuri más profundo y miserable, el más conmovedor también, porque es el que dice mejor la verdad sobre la vida.

martes, octubre 25, 2011

Martes 25: Presentación de la novela 'País sin nombre' de José Rosas Ribeyro


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Lugar: Miraflores, Parque Kennedy, Feria del Libro Ricardo Palma, Anfiteatro Chabuca Granda

Día y hora: martes 25 de octubre, 6 pm.

Comentan: Erick Benites, Violeta Barrientos, Enrique Sánchez Hernani y Lenin Pantoja Torres

Organiza: Grupo Editorial Mesa Redonda

domingo, octubre 23, 2011

Martes 25: Presentación de 'Las malas intenciones' de Rosario García-Montero


Clic en la imagen

Discurso de Leonard Cohen - Príncipe de Asturias 2011

viernes, octubre 21, 2011

Viernes 21: Presentación de la novela 'Ojos de pez abisal' de Ulises Gutiérrez


Tomado de aquí

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En la Estación Central de Kioto, un ingeniero peruano establecido en el Japón, se reencuentra con su amigo huancaíno después de más de seis años. Con él llega el recuerdo doloroso del asesinato de su único hermano y la posterior desaparición de sus padres en un pueblo de los andes huancavelicanos por causa del terrorismo de los ochentas. Planean hacer turismo durante el fin de semana, pero el encuentro marcará el inicio de una historia que no esperaba vivir. Huancayo, Lima, Kioto y el ambiente previo al Mundial de Fútbol 2002 serán los escenarios de un gran descubrimiento que lo conducirán al difícil dilema de buscar justicia o buscar venganza en medio de la tortura de enfrentar recuerdos que creía haber dejado sepultados para siempre en el Perú.

Presentación: Viernes 21 de octubre del 2011, 7pm

Lugar: Auditorio del Colegio de Ingenieros del Perú, Av. Arequipa 4947, Miraflores

Presentan: Iván Thays, Christian Solano, Jorge Salcedo

jueves, octubre 20, 2011

Compilación (Hidalgo) y cuentario de Bonilla



Hace algunas semanas leí dos libros que deberíamos tener muy en cuenta. Ambos publicados este año por el sello Revuelta Editores. Me refiero a la compilación Poemas simplistas y el cuentario Tanta gente sola. Su responsable: el reconocido narrador y poeta español Juan Bonilla.


Poemas simplistas cobija los siguientes poemarios del genial arequipeño: Química del espíritu, Simplismo y Descripción del cielo. Ahora, esta edición tiene un plus mayor. Y no quiero pecar de exagerado, aunque me sea inevitable: el prólogo de Bonilla debe ser el mejor texto que a la fecha he leído sobre nuestro poeta. Bonilla no cae en el aburrimiento académico, con él no va, al parecer, la escuela del resentimiento, sino que sabiéndose dueño de sus recursos como narrador, nos ofrece un prólogo que respira de las fuentes de las técnicas y estructuras narrativas. Por esa razón “Alberto Hidalgo, el simplista” es un estupendo cuento disfrazado de prólogo, en donde el español nos brinda sus criterios de valor y cuestionamientos sobre la poética del ególatra Hidalgo. En otras palabras: este excelente cuento disfrazado de prólogo exhibe una Postura. Le rehúye a los aberrantes senderos de la mera descripción y el lugar común. Y eso es lo que le confiere a la presente publicación el valor extra que se agradece, así estemos de acuerdo o no con los puntos expuestos por Bonilla. Las compilaciones de verdad tienen que ofrecer prólogos con opinión propia. Hidalgo se merecía un texto así.



Con la edición peruana de Tanta gente sola (Premio Mario Vargas Llosa NH de relatos 2010) el lector concurrente (o mirón) de El Virrey, La casa verde, Ibero, La Familia, S-16 y demás, tendrá la oportunidad de leer a Bonilla en su parcela natural, corroborará el por qué de su importancia en las letras españolas de hoy.


Pues bien, la lectura de los nueve relatos de la publicación me dejó una sensación extraña. Por momentos no sabía si había leído una novela de nueve capítulos. A lo mejor sea mi malformación lectora, ya que busco la “novela” en todo lo que leo. En fin. Los hilos conductores, como suele decirse…


Estamos ante una envidiable radiografía de la capacidad del autor para combinar inteligencia, divertimento y coherencia, desplegada en el aliento mayor que recorre cada uno de los cuentos: un cachaciento canto hacia la vida. Eso: un cachaciento canto hacia la vida, premunido de un aplastante humor negro que coquetea con el tanatismo emocional. Humor negro y tanatismo emocional presentes hasta en los relatos irregulares, como “Todos contra Urbano” y “Un gran día para tus biógrafos”. Y claro, en los títulos magistrales como “El lector de Perec”, “Metaliteratura”, “Fregoli”…


En otras palabras (ya te diste cuenta, ¿no?): Tanta gente sola es, ante todo, un muy buen viaje metaliterario. Metaliteratura como tiene que ser, sin vacuos idealismos, sin posería de ningún tipo, sin visiones románticas sobre el oficio de escribir, sin forzadas imbecilidades librescas muy bien escritas que no transmiten ni mierda y que ahuyentan al lector... Tanta gente sola es metaliteratura condimentada con rencor, sangre, semen, indignación, risa, mentiras, soledad, puterío con estilo, frustración, alegría rutinaria, sexo, idealismo ingenuo y, obvio, un “poco” de literatura.

Nueva antología: 'La condición pornográfica'


Tomado de aquí.

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Ya está aquí. Recién salida de la imprenta: LA CONDICIÓN PORNOGRÁFICA. FICCIONES IBEROAMERICANAS DE CONTENIDO PERNICIOSO



Con los valiosos aportes (en orden de aparición) de:

Patricio Pron (Argentina, 1975)
Pablo Gutiérrez (España, 1978)
Gabriela Bejerman (Argentina, 1973)
Luis Hernán Castañeda (Perú, 1982)
Jorge Alfonso (Uruguay, 1976)
Andrea Jeftanovic (Chile, 1970)
Miguel Antonio Chávez (Ecuador, 1979)
Antonio J. Rodríguez (España, 1987)
Mayra Luna (México, 1974)
Giovanna Rivero (Bolivia, 1972)
Vizania Amezcua (México, 1974)
Katya Adaui Sicheri (Perú, 1977)
Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976)
Roberto Valencia (España, 1972)

Selección y prólogo de Salvador Luis
Epílogo de Tatiana Goransky

Un libro pornófilo de Editorial El Cuervo
Bolivia, 2011

ISBN 978-99954-749-9-7
240 páginas

Texto de contratapa:

"¿Tu padre esconde números de Playboy en la parte más alta del armario? ¿Alguna vez imaginaste tu propia película XXX y te encerraste en el baño para consumarla? ¿Te gustan las señoras de la tercera edad? ¿Los cojos? ¿Los calvos? ¿Las holandesas?... ¿Vendiste fotografías de tu hermana a los compañeros de clase a cambio de fotografías de Denise Dior y el caballo?... ¿Bajaste episodios de “Bangbus” de Internet?

Pues si no lo has hecho, al menos lee este libro. No porque vayas a encontrar todo lo anterior (la verdad, ninguna de estas historias tiene que ver ni con ancianos ni calvos ni holandesas), sino porque encontrarás otros tantos personajes, y otras tantas meditaciones, y un sinnúmero de maravillosas “puestas en escena” reales y virtuales que te confirmarán que la única condición de este libro es, efectivamente, la pornografía."

Cuento de Juan Emar: "El vicio del alcohol"



En la siempre excelente revista El Malpensante encuentro este cuento del escritor chileno Juan Emar (1893 - 1964), "El vicio del alcohol". Clic aquí.

Entrevista a Alan Pauls

miércoles, octubre 19, 2011

"Esto no es un negocio: es mi vida"


Vengo devorando con placentera lentitud El autor y su editor de Siegfried Unseld, el célebre editor del sello alemán Suhrkamp. En el libro, Unseld cuenta sus experiencias con plumas referenciales como Hermann Hesse, Bertolt Brecht, Rainer Maria Rilke y Robert Walser, ni más ni menos. Hasta el momento tengo la sensación que estoy ante una experiencia libresca reveladora y que en gran medida ha matado mi escepticismo con lo que hoy en día veo en el mundillo de las ediciones, ya sea de aquí y otros lados.
No me cansaré de decir que un editor tiene que ser un lector. No: tiene que ser un gran lector. En Perú me gustan las cosas que hacen los amigos de Cascahuesos, Víctor Ruiz de Lustra y Juan Pablo Mejía de Paracaídas, y algunos más, obvio. Sobre Mejía debo resaltar su buen gusto. Y lo hago porque sus publicaciones son materialmente modestas, pero estas exhiben un cuidado esmerado y mucho criterio.
Por ello, para todos aquellos que están en el mundo de las ediciones, no importa si estás en una editorial joven o grande, va esta excelente entrevista de Jorge Fondebrider al ya legendario Manuel Borrás, fundador de Pre-Textos. En Revista Ñ.

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A contrapelo de aquellos que llegan al mundo de la edición vía la administración de empresas o el marketing y terminan aplicando la misma lógica a Joyce o a Borges que a Movistar o Pepsi, el valenciano Manuel Borrás viene del mundo de la universidad y de los libros. Licenciado en Filología Alemana e Inglesa, junto a Manolo Ramírez y Silvia Pratdesaba, hace exactamente 35 años fundó la editorial Pre-Textos que, con un catálogo vivo que supera los mil títulos, se ha constituido en una de las más importantes editoriales independientes de España. Así lo entendió la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), que en 2008, le concedió el Reconocimiento al Mérito Editorial, premio otorgado por pares, que se entrega desde 1993 y que han recibido, entre otros, Armando Orfila Reynal, Joaquín Díez-Canedo, Antoine Gallimard y Christian Bourgois.
De paso por Buenos Aires, Ñ tuvo la oportunidad de charlar con el introductor de Derrida y Deleuze en España, autores que, en un principio, no fueron fáciles de vender. “Es que yo creo que el editor tiene que apostar y correr riesgos –dice Borrás, un hombre elegante y de culto, que habla apasionadamente–. Y con autores como los que nombras –a los que yo sumaría a muchos de nuestros poetas– nos adelantamos casi treinta años a las necesidades de los entonces futuros lectores...

¿Cuáles son las tareas que debe cumplir un editor?
Principalmente, leer, algo que no siempre ocurre. Pero correr riesgos es, entre otras tareas, obligación de un editor, quien asimismo debe tener el valor y la osadía intelectual de poner su yo en crisis, llamando la atención sobre alguien que previamente no existía. Nosotros, en Pre-Textos, leemos absolutamente todo.

Para llevar adelante un proyecto como el que planteás es necesario contar con una gran espalda financiera.
Sí, y nosotros la hemos logrado recurriendo a nuestro patrimonio personal. Yo soy ahora mucho más pobre que hace 35 años. Pero soy mucho más rico porque tengo más libertad y en este lapso he hecho lo que me ha dado la gana. Durante los primeros 15 años hemos aportado capital y trabajo sin rédito alguno, pero hemos sido inmensamente felices. Hace unos años una multinacional quiso comprarnos. Rechazamos la oferta, que era muy buena, y el dueño de esa empresa vino especialmente a Madrid para conocerme. Cenamos y me preguntó por qué me negaba a vender. Le dije que yo no vendía porque no se trataba de un negocio, sino de mi vida y la de mis socios, Manolo, y Silvia que son mis hermanos. Como dije antes, no soy escritor, no necesito la soledad y la calma de las islas Fiji para intentar una novela. Pre-Textos es mi vida y mi pasión. No sé hacer otra cosa.

Todo indicaría que el “negocio del libro” no es auténticamente un negocio y que las responsabilidades con que se cargan los editores de pequeñas y medianas editoriales son totalmente desproporcionadas respecto de las eventuales ganancias.
En tiempos de bonanza hay espacio para todos. Pero en épocas de crisis, los grandes elefantes de la edición quieren alimentarse de lo mismo que nosotros, las hormigas. Yo, a un editor joven, le diría que tiene que seguir su vocación, advirtiéndole que la va a tener bien difícil. También le diría que no pierda el entusiasmo. Hoy en día que en Europa vivimos un momento especialmente perverso, en que la sociología precede a la verdad y se nos resta entusiasmo por todos lados, les hemos dicho a los jóvenes –mejor formados que nosotros, por cierto– que el mundo era de ellos y se lo hemos retaceado, obligándolos al paro y a perder toda esperanza. Mientras tanto, ustedes, los argentinos, viven permanentemente en crisis y, sin embargo, siguen adelante, tienen cintura para sortear los obstáculos. Eso es invalorable.

Hablaste de España y de la Argentina, contraponiendo sus realidades y la actitud de una y otra ante la crisis. Y ya que estamos acá, me gustaría que conversáramos de la percepción que en muchos países de Latinoamérica se tiene de tu país...
Ya sé a dónde vas: a que somos unos neo-colonizadores culturales. Si eso querías decir, tienes razón. Y esto no vale sólo para el ámbito del libro, sino para muchos otros ámbitos vinculados con el mundo empresarial en general. Pero circunscriptos al libro, las multinacionales desembarcan en un país, publican de ese país sólo lo que juzgan rentable y te abruman con lo que traen, que sólo representa de manera exigua lo que existe en origen, sin llevarse nada. Y no es sólo cosa de Planeta o Alfaguara. Ve tú a conseguir un libro de Fabio Morábito en Barcelona publicado por Tusquets de México y ya me contarás. Es una aberración. Como es una aberración que si un libro en seis meses no ha vendido lo esperado se convierta en pasta de papel. Así se mata a la gallina de los huevos de oro.

Hay varios ítems. Ustedes producen libros que nosotros deseamos y que, por su valor, no podemos comprar.
Totalmente cierto.

Luego, la mayoría de las editoriales españolas no traducen para la lengua, sino para el barrio y nos tiran por la cabeza libros incómodos e incluso ilegibles que ni siquiera tienen corrección de estilo en las filiales latinoamericanas.
Es cierto. Y es una demostración de soberbia pensar que el único español válido sea el de 40 millones de ibéricos contra el de 360 millones de hispanoamericanos. Además, es ridículo. Mi generación se ha educado leyendo traducciones mexicanas y argentinas.

También, las filiales de las editoriales españolas publican títulos que no tienen circulación en los otros países latinoamericanos y mucho menos en España, aunque las filiales tienen la obligación de publicar a los españoles en un intercambio desigual que sólo produce un creciente resentimiento.
Es así. Nunca vais a leer en la Argentina un autor peruano o boliviano publicado por la misma multinacional con filiales en Perú o Bolivia.

Por último, contrastando con estos tres puntos, cuando se trata de generar proyectos o iniciativas propias, da la impresión que las editoriales españolas prefieren comprarles un proyecto similar a los franceses o a los alemanes, como si tuvieran un manifiesto complejo de inferioridad. ¿Por qué?
Porque existe un gran provincianismo cultural del cual ni ustedes, ni México, ni Colombia tampoco se salvan. Hay que romper con esas inercias locales y, desde Pre-Textos, siempre hemos apuntado a eso. Para todo el resto de las imputaciones, sólo puedo remitirte a nuestro catálogo, que está poblado no sólo por una enorme cantidad de autores latinoamericanos, sino también por un notable número de traductores de todas las procedencias de la lengua porque desde siempre hemos pensado que el español común es el de todos los hablantes de la lengua. Nos han criticado por ello. Recuerdo una traducción de César Aira a quien se le cuestionó poner “pollera” por “falda”, como si no se fuera a entender. La contrapartida de esas imputaciones fue el premio que nos dieron en la Feria de Guadalajara, que destacaba que, siendo una editorial española, nos habíamos propuesto romper los compartimientos estancos que nos separaban.

La rara orfandad


El viernes pasado, Juan Gabriel Vásquez publicó en El Espectador un artículo sobre el escritor zaragozano Félix Romeo (1968 - 2011).

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Hace cinco días murió, a sus 43 años, Félix Romeo, un escritor zaragozano cuyo nombre no les dirá mucho a los lectores colombianos, pero que en esta ciudad donde vivo y en toda España ha dejado un vacío del tamaño de un océano.

43 años: apenas ocho más de la edad que Dante llamó la mitad del camino, pero los que lo conocíamos, aunque fuera desde lejos, sabíamos que Félix Romeo apenas si estaba comenzando, y sabíamos al mismo tiempo (una de esas paradojas) que la vida le había alcanzado para mucho más que a la mayoría. Había publicado sólo tres libros de ficción —Dibujos animados, Discothèque y Amarillo—, pero ahora, cuando ya no va a seguir leyendo libros ni viendo pantallas ni recomendando lo visto o lo leído en cuanto medio de comunicación se le ponga a tiro, nos damos cuenta de que el inventario de todo lo que llegó a hacer (y leer, y ver) no está a nuestro alcance. Era un hombre de apetitos formidables. Siempre será un misterio que los aunara con criterios tan estrictos, que en su vida de lector resultara tan entusiasta como intransigente.
Hablar con él era pasar por la curiosa revelación, tras cinco o diez o quince minutos de charla desprevenida, de que este hombre parecía haberlo leído todo. La verdad era mucho mejor: no lo había leído todo, pero quería hacerlo. Lo que no había leído le generaba una curiosidad voraz y quemante que no daba tregua, y entonces eso que no había leído quedaba leído de inmediato y enseguida desmenuzado y comentado y comprendido con una inteligencia y una generosidad que no son comunes en el mundo literario: pocas veces he conocido gente tan vitalista y a la vez tan poco ingenua, tan abierta y bien dispuesta y a la vez tan afilada y escéptica. Con todo aquello mantuvo durante años un espacio de crítica literaria en El Heraldo de Aragón, dirigió en televisión un gran programa de libros, escribió columnas en Letras Libres (algunas de tono combativo y político, otras de aguda reflexión sobre la televisión de nuestros días) e incluso protagonizó un corto de Fernando Trueba. “El insumiso Félix Romeo sale de la cárcel de Torrero” se basa, como es evidente, en los meses que pasó el insumiso Félix Romeo en la cárcel de Torrero. El delito: negarse a prestar el servicio militar.
Amarillo, el último libro de Félix Romeo, exploraba y trataba de entender el suicidio de un amigo de juventud. Nacido en 1968, como él, Chusé Izuel tenía 24 años cuando se tiró de un balcón de la calle Borrell, en Barcelona. Félix Romeo vivía con él en esa época y su libro, publicado en 2008, es un intento por hacer el duelo con retraso, por poner punto final a una serie de viejos fantasmas. Hablando del libro en un programa de televisión —el video está por ahí, en Youtube, como todo lo que hacemos todos: nadie se libra—, Félix decía de esa muerte que lo había marcado: “Soy un huérfano, un huérfano raro”. Pues bien, es eso exactamente lo que sienten sus amigos ahora: esa rara orfandad. Sus amigos son huérfanos de su generosidad sin fondo y de su inteligencia y de su acerada bondad y de su contagiosa pasión por la literatura, por todos los cines y todos los cómics, por el arte y la televisión y —bueno, sí— por ellos, por los amigos.

martes, octubre 18, 2011

En Librería Perú: Domingo de Ramos sobre 'Cartas desde la azotea'


Tomado de aquí.

lunes, octubre 17, 2011

Literatura caracola


Los festivales literarios.
Más allá de lo que pueda decirse de los mismos, creo que son necesarios. Al menos a mí me permiten trazar mapas de autores y tendencias. Aunque no niego que últimamente vengo notando en estos saraos una frivolidad de muy mal gusto.
Al respecto, este artículo de Ignacio Echevarría en El Cultural.es.

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De un tiempo a esta parte, al perverso tinglado de los premios se ha superpuesto el de los festivales literarios, de cariz muy distinto. Anteayer fue el Hay Festival de Segovia; ayer, más multidisciplinario, el Vivamérica de la Casa de América de Madrid; dentro de nada, también en Madrid, el Festival Eñe. Etcétera, etcétera.

Resulta intrigante la fortuna de que goza este tipo de eventos. Pareciera que, conforme se compran y leen menos libros, aumenta, paradójicamente, la concurrencia en aquellos lugares en que la literatura se escenifica. Es como si la experiencia literaria ya no se viera necesitada de pasar por los libros, por los textos, por la lectura, y bastara con el contacto con los autores, con la asistencia a charlas, mesas redondas, recitales, monerías, con participar en foros de internet.

Los autores, por su parte, invierten cada vez menos tiempo en escribir sus propias obras y más en comparecer en toda suerte de ruedos y pasarelas, en redactar su propio blog, en replicar a los internautas, en participar en numeritos de todo tipo.

Cabría decir que la literatura se ha escapado de los libros. Pero así dicho podría estar dándose a entender que se ha cumplido el sueño vanguardista de que vida y literatura se confundan, de vivir en literatura. Y nada hay de eso, o muy poco. De lo que se trata más bien, es de una experiencia sucedánea. Ni siquiera: se trata más propiamente de un placebo; de actividades que, teniendo en sí muy poco de literarias, inspiran en el que asiste a ellas la convicción de participar de eso que se llama literatura. Con la ventaja, claro está, de no tener que leer. No tanto, al menos.

Me da por pensar que la relación que algunos tienden a mantener con la literatura es semejante a la que un coleccionista de caracolas mantiene con los caracoles propiamente dichos. Su afición por aquéllas no presupone en absoluto que sientan debilidad ninguna por esos moluscos cuyas conchas codician.

Literatura caracola, sí. Sin texto dentro. Pura concha vaciada de ese músculo lento y más bien repelente que una vez la habitó. Una cáscara ideal para adornar, para adornarse, para fabricar toda suerte de abalorios.

Festivales, por ejemplo. Muchos de ellos con ideas “frescas”, “divertidas”. Celebrados bajo la popular premisa de que “cuantos más seamos más reiremos”. Decenas de escritores convocados al unísono para participar en decenas de actos que a menudo tienen lugar simultáneamente, en espacios transitados por toda suerte de curiosos a los que conviene atraer con formatos novedosos, preferiblemente cortos, no vayan a aburrirse. Nada de conferencias sesudas ni de tediosas mesas redondas. Sobre todo nada de crispación. Buen rollito. Eclecticismo. Ecumenismo. Dinamismo. Lecturas en cadena, conciertos, vistosas escenografías. ¿Cuántos famosos han logrado reunir esta vez? ¿Y qué van a hacer?

El término festival, un anglicismo, permanece comúnmente asociado a eventos musicales, pero denota principalmente eso: fiesta. Parece que, en este sentido, no nos hemos zafado de la consigna lanzada en su día -hace más de veinticinco años, en plena euforia de la Transición- por los flamantes jerarcas culturales del primer gobierno socialista: ¡la cultura es una fiesta! Sólo que en aquel entonces el espíritu festivo generó una política cultural de despilfarro que se compadece bastante mal con los tiempos actuales.

¿Qué hacer? También en este terreno se asiste al progresivo replegamiento de las instituciones públicas y es la empresa privada la que tiende a quedarse con la tarta, por mucho que a más de uno se le antoje (no sin motivos) una patata caliente. Pero los espónsores de los festivales lo que quieren es que acuda mucha gente, cuanta más mejor, y que ocupen mucho espacio en la prensa, todo el posible, para amortizar así el gasto. De modo que ya se sabe: más de lo mismo. Atraer a los figurones de siempre, cuya popularidad asegura altos índices de asistencia; programar conforme a las agendas de las editoriales más solventes, para que financien los viajes de los autores que están de promoción; y montar los números más vistosos posibles, sin preocuparse demasiado por la calidad de sus contenidos, o más bien sin preocuparse de que esos contenidos tengan mucho ni poco que ver con la literatura en sí, cualquiera cosa que eso sea. Publicidad, en definitiva.

Y todos soplando la caracola, para hacer el mayor ruido posible. Sólo algún distraído la toma entre las manos, la examina intrigado, se la pone al oído, ¿y qué se oye? ¡El mar, se oye el mar!

domingo, octubre 16, 2011

viernes, octubre 14, 2011

Rodríguez-Gaona y 'Codex de los poderes y los encantos'


Llega a mis manos el poemario Codex de los poderes y los encantos, de Martín Rodríguez-Gaona. Esta publicación viene por cuenta del sello español Olifante, Ediciones de Poesía.
Busco referencias del libro, encuentro varias y consigno la de A. Sáenz de Zaitegui. Vía El Cultural.es.

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Poseer es limitarse. Una llave abre y cierra una puerta. Pero quien ve las puertas no como objetos, sino como tránsitos, puede atravesarlas todas. Codex de los poderes y los encantos es un umbral sin dueño. En el dintel dice “Martín Rodríguez-Gaona”, pero ni siquiera el poeta parece creer en la propiedad. Hombres, mujeres, lugares, poemas: las palabras que los denominan pertenecen al lenguaje, no a sus usufructuarios. Si para Whitman América era el poema más grande, Rodríguez-Gaona contempla el mundo como el espacio en el que se inscribe esa ficción colectivamente creada que llamamos historia. Frente a la idea de que la épica es un género para el derribo, el Codex se cifra en un español heroico, herido por millones de hablantes que lo apaleamos hasta hacerlo útil. Técnicamente enamorada de la tradición oral, esta poesía transgrede fronteras y generaciones, la diferencia entre el Inca Garcilaso y usted y, en general, todos los muros de cartón-piedra que interponemos entre nosotros y la verdad de la condición humana: “yo soy el cordero del abismo”.

Para Homero, el viaje o la batalla eran el destino. Llegar o no llegar, vencer o ser derrotado, no pasan de ser anécdotas. Reescritura de clásicos (“Siete contra el gran vendaval”) sin presunción ni prejuicios, el Codex es obra de todo un canon encarnado en un solo poeta. Para aprehender lo universal, lo concreto debe ser trascendido.

En Librería Perú: Segundo Festival de Poesía de Lima



Tomado de aquí.

jueves, octubre 13, 2011

El último significado de ser libre


En agosto del año pasado, la temida Michiko Kakutani publicó en el New York Times una elogiosa reseña de Libertad, la nueva novela de Jonathan Franzen. Poco más de un año después, esa misma reseña es traducida por Joaquín Ibarburo para Revista Ñ.

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La atrapante nueva novela de Jonathan Franzen, Freedom (Libertad), es una muestra de la impresionante caja de herramientas literarias del autor –la habilidad de todo narrador más una larga serie de ornamentos– y de su capacidad de abrir una gran ventana panorámica updikeana sobre la vida de la clase media estadounidense. Con este libro, no sólo creó una familia inolvidable, sino que completó su propia transformación de satirista apocalíptico concentrado en transmitir la situación política, social y económica de su país en una suerte de realista del siglo XIX ocupado en las vidas privadas y públicas de sus personajes.

Si bien la primera novela de Franzen, Ciudad veintisiete, estaba en deuda con Thomas Pynchon y Don DeLillo en lo relativo a la creación de un panorama oscuro de un St. Louis futurista, su best-séller de 2001, Las correcciones, marcó su decisión de escribir una especie de Los Buddenbrook [de Thomas Mann] estadounidense para conjurar los Estados Unidos contemporáneos, no mediante la creación de una epopeya caricaturesca sino a través de la deconstrucción de la historia de una familia a los efectos de brindarnos un amplio retrato del país en los materialistas años 90.

Las correcciones [Seix Barral] dio testimonio del descubrimiento de Franzen de su propia voz y moderó su inclinación por la pontificación sociológica, pero la novela tenía algo de híbrido en el que los instintos satíricos del autor y su visión misantrópica del mundo parecían enfrentados con su nuevo impulso de crear personajes tridimensionales. Por momentos daba la impresión de que exageraba el significado simbólico de las experiencias de sus personajes, incluso cuando, con condescendencia, les atribuía toda característica venal posible, desde la hipocresía y la vanidad hasta la paranoia y la connivencia maquiavélica.

¿Buenos vecinos?

En las primeras páginas de Libertad, esa dinámica parece aun más exacerbada cuando se nos presenta a los miembros de la familia Berglund como un conjunto de caricaturas desagradables que desconciertan y molestan a sus vecinos en St. Paul. Conocido por su “amabilidad”, Walter Berglund es un marido y padre débil y pasivo-agresivo que traiciona sus ideales de amor a la naturaleza para trabajar en una compañía de carbón. Su esposa, Patty, también parece muy amable a primera vista, pero resulta ser una verdadera fiera que ataca a Walter y, sin que medie explicación, le pincha las gomas de nieve nuevas a un vecino. Su hijo adolescente, Joey, se siente tan infeliz en su casa que se muda con la familia de su novia a la casa de al lado.

Esos esbozos, sin embargo, resultan tener por único objetivo mostrar cómo pueden ser los Berglund a los ojos de los extraños, así como el relato de Patty de ese período de su vida, que sigue de inmediato en el libro, refleja su propia necesidad de filtrar todo a través del prisma de su rabia y su depresión. Como demostró Las correcciones, Franzen es en extremo adicto a representar esas dos emociones, que no son patrimonio de Patty sino de casi todos los personajes de la novela y que todos ellos remontan a las injusticias o desaires sufridos a manos de sus padres.
A medida que avanza la novela, sin embargo, Franzen se interna más en la mente de sus personajes y los convierte en seres humanos plenamente imaginados; no estereotipos nietzscheanos clasificables en categorías de “duros” (animales descarados y ambiciosos) o “blandos” (felpudos llorosos y patéticos); tampoco seres vulnerables y amargados que rumian viejos rencores, sino personas confundidas capaces de cambiar y, tal vez, hasta de trascender.

Llegamos a entender la dinámica entre un Walter ansioso y complaciente, un buen soldado lleno de rabia reprimida; y Patty, atleta universitaria devenida ama de casa que apacigua con alcohol y sarcasmo su sensación de inutilidad y pérdida. También llegamos a conocer en profundidad al mejor amigo de Walter, Richard, un músico encantador y mujeriego compulsivo del que Patty se había enamorado décadas antes y con el que más tarde tiene un affaire.

El juego del triángulo

Las reiteradas alusiones de Franzen a La guerra y la paz, que sugieren que hay algún tipo de paralelo entre el triángulo Walter-Richard-Patty y el triángulo Pierre-Andrei-Natasha del clásico de Tolstoi, son pretenciosas, pero el autor hace un ágil trabajo de rastreo de las relaciones en constante evolución entre sus tres personajes principales, así como de la dinámica entre Walter y Patty, y sus dos hijos, Joey y Jessica. Entiende el juego improvisado de dominó emocional que puede tener lugar en las familias, así como los paracaídas y escaleras psicológicos que pueden aparecer en sus vidas de la nada.

Desde el comienzo de su carrera con Ciudad veintisiete, Franzen se ha mostrado ambicioso, esforzándose por escribir una Gran Novela Estadounidense que pueda plasmar una mentalidad nacional, y esta novela no es la excepción. El título, Libertad, anuncia un tema que serpentea en la narración: se habla mucho de lo que significa la libertad en términos de ser libres de responsabilidades familiares y convicciones ideológicas, así como del desarraigo y la desarticulación que suelen sobrevenir.

Pero no es ese leit motiv, ni tampoco la tortuosa trama dickensiana (que lleva a Walter y a Joey a involucrarse con una empresa brutal del tipo de Halliburton) lo que da a la novela su peso narrativo y constituye un imán para el lector. Eso lo aportan los personajes de Franzen y su capacidad de plasmar los absurdos de la vida contemporánea, donde el planeta se está “calentando como una tostadora” y la gente usa tarjetas de crédito para comprar chicle o un pancho (“El efectivo está tan pasado de moda”), donde el enfrentamiento entre liberales y conservadores devasta el país en los años de George W. Bush y los blogs desmedidos y los estallidos a lo Howard Beale se consideran expresiones de una perturbación colectiva.

La tensión de la prosa

La prosa de Franzen es al mismo tiempo visceral y lapidaria, y nos muestra cómo los personajes se esfuerzan por navegar en un mundo tecnológico de aparatos y costumbres en constante cambio, cómo luchan por equilibrar la ecuación entre sus expectativas y la sombría realidad, entre sus ideales políticos y sus urgencias personales mercenarias. Demuestra que es tan hábil para la comedia adolescente (lo que le pasa a Joey después de tragarse por accidente su alianza de matrimonio antes de unas vacaciones con la chica de sus sueños) como para la tragedia madura (lo que le pasa a la asistente y nuevo amor de Walter cuando inicia un viaje sola a West Virginia), tan diestro para sostener un espejo ante el mundo que sus personajes habitan día a día como para iluminar su caótica vida interior.

En el pasado, Franzen tendía a imponer una visión del mundo aparentemente cínica y mecanicista a sus personajes, a los que amenazaba con convertir en peones sujetos a imperativos freudianos y darwinianos. Esta vez, al crear individuos inmersos en conflictos y capaces de elegir su propio destino, Jonathan Franzen ha escrito en Libertad su novela más profunda, una novela que resulta ser tanto una biografía cautivante de una familia disfuncional como un retrato indeleble de nuestra época.

Escribir en la oscuridad


Olvidé reproducir este atendible artículo de Juan Gabriel Vásquez sobre Escribir en la oscuridad de David Grossman. El texto no es, como podría pensarse, una reseña.
Vía El Espectador.

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Si un novelista es alguien que abre los ojos donde lo sensato o lo aconsejable sería cerrarlos, entonces David Grossman es una suerte de novelista arquetípico.

La vida —o mejor, la biografía: vaya uno a saber dónde acaba la una y empieza la otra— de un escritor israelí está irremediablemente ligada a la historia política de su país, y por eso decir que Grossman nació en Jerusalén y en 1954 es decir al mismo tiempo una cantidad de cosas. Por ejemplo, que Grossman tenía dos años cuando la frontera sur de Israel se modificó tras la guerra con Egipto; que andaba por los 13 cuando la Guerra de los Seis Días quintuplicó el territorio de Israel; que tenía 23 cuando una nueva paz después de una nueva guerra, la de 1973, negoció una nueva frontera; que estaba por cumplir los 40 cuando los acuerdos de Oslo permitieron pensar que la paz era posible. Y que tendría 52, días más o menos, cuando su segundo hijo, comandante de tanques de guerra de las Fuerzas de Defensa Israelíes, murió en la última guerra con el Líbano.
Todo ello —las inestables fronteras de Israel y la ansiedad que esa inestabilidad genera; la muerte de su hijo en una guerra que siempre le pareció gravemente equivocada— está en las páginas de Escribir en la oscuridad, un bellísimo libro que se publicó en español hace cosa de un año y medio. Son seis ensayos o, para ser exactos, cinco ensayos y un discurso: el pronunciado, en noviembre de 2006 en la ceremonia anual que honra la memoria de Yitzhak Rabin. Noviembre de 2006: en otras palabras, tres meses después de que las desastrosas políticas de Ehud Olmert hubieran llevado a Israel a la guerra en que murió el hijo de Grossman. El discurso es un enjuiciamiento directo de los líderes israelíes, o más bien de la ausencia de ellos, y lo más increíble es que no está distorsionado por la emoción, sino que la emoción lo legitima. “No puede usted desestimar mis palabras diciendo que un hombre no debe ser juzgado en sus horas de duelo”, escribe Grossman. “Por supuesto que estoy en duelo. Pero más que rabia, lo que siento es dolor. Me duele este país y lo que usted y sus amigos le están haciendo”.
Lo curioso es que ninguno de los ensayos tiene una intención política. Son ensayos sobre literatura: sobre la influencia de Kafka o de Thomas Mann o de Sholom Aleichem; sobre los momentos mágicos en que el escritor de ficciones logra habitar la piel de un personaje que le resulta lejano, y sobre la profunda simpatía humana que se logra en esos momentos; sobre el deterioro del lenguaje en los lugares en conflicto y sobre la tarea del escritor, que no sería otra que devolver su frescura y su significado a las palabras que los políticos han dejado casi inservibles. Pero todos los ensayos están puntuados con observaciones sobre el destino de Israel: David Grossman quiere hablar de literatura, pero la vida lo obliga siempre a referirse a otra cosa. No es por nada que las últimas ediciones de sus libros en español no traen, en la solapa, la consabida lista de sus obras: traen el dato de la muerte de su hijo en combate. Y eso puede ser justo, pero es también reduccionista: Grossman es un gran escritor que merece estar con nosotros por sus ficciones, no por la tragedia que la historia le ha dejado en la puerta de la casa.