viernes, junio 30, 2006

LA FORTALEZA DE LA SOLEDAD

Cuando de buenos novelistas se trata, siempre hay que mirar a la tierra de Faulkner, Hemingway y Fitzgerald. Si de algo puede jactarse la narrativa norteamericana es la de haberse adueñado desde hace ya incontables lustros de este apasionante género como lo es la novela.

Declarado admirador del extraordinario novelista de ciencia ficción Philip K. Dick, y de los libros de bolsillo, o para ser más preciso, de los best-sellers, Lethem en esta “pequeña” novela de no más de setecientas páginas hace un fresco histórico, político y social de lo que aconteció en New York en la década del setenta y ochenta del siglo pasado.

Llama la atención la manera tan sugerente y detallada con que describe la calle Dean, lugar en donde se desarrolla gran parte de esta novela. También es necesario recalcar que toda esta visión está muy engarzada a la mirada abarcadora que tanto se veía en las novelas decimonónicas; pero ojo, no hay que confundir La fortaleza de la soledad (Mondadori) con una novela costumbrista.

Escapa a esa taxonomía puesto que Lethem no pretende darnos una visión moralizante o una mirada fiel de los sucesos acaecidos. Simplemente, Lethem nos guía por todos los recovecos de su tema para darnos su mirada personal de los hechos, y muchas veces esta mirada no es nada complaciente ni siquiera consigo mismo.

Las aventuras de un par de niños marcados por las diferencias raciales y culturales, que a simple vista están condenados a seguir cada uno su camino en medio de un amplio mundo como suelen ser los suburbios, y más aún cuando la trama se desarrolla en Brookling, con todos sus excesos y carencias, que paradójicamente, están en constante renovación.

Sin embargo, algo ocurre en las vidas de Dylan Ebdus y Mingus Rade, chico blanco y negro respectivamente. Algo que da inicio a una serie de desatadas y jocosas aventuras de barrio y entendibles descubrimientos hormonales de la edad. Me refiero a la afición compulsiva de ambos personajes por el cómic. Esa pasión es el nexo que los lleva a dejar de lado sus prejuicios y solidificar una amistad en medio de drásticos cambios políticos, estúpidas discusiones raciales y las entrañables diferencias musicales.

La fortaleza de la soledad es también el relato del auge de Dylan, del ascenso que tiene como persona cuando estaba destinado a fracasar, y es también el crudo retrato del fin carcelario que tienen casi todos sus amigos de barrio. Vale mencionar la técnica de la que se valió Lethem. Muy bien pudo ofrecernos una novela narrada en una sola voz, pero aquí vemos que la voz muta y esa es una de las virtudes de Lethem, puesto que por la ambición que tiene esta novela se corría el riesgo de que todas estas peripecias narradas tengan como víctima a la atención del lector.

Lethem, conciente de este peligro, buscó siempre entretener bien, y se valió de lo mejor que ha sabido aportar la tradición novelística en la que se mueve: tener enganchado al lector valiéndose de todas las armas técnicas a la mano.

Para no ubicar esta novela en el aire es menester engarzarla con imprescindibles novelas hermanas como lo son El buda de los suburbios, de Hanif Kureishi, y Alta fidelidad, de Nick Hornby (aunque esta última es menor en comparación a las mencionadas).

Este es un libro insoslayable en la narrativa de Lethem, como acertadamente lo ha señalado Daniela Mendoza para la revista Soho. Ganadora del Premio de la Crítica, La fortaleza de la soledad es una novela para adictos al cómic, al rock, al LSD y a la vida.

( Nota: Esta reseña sobre esta gran novela apareció en el diario Siglo XXI de España y en www.luzdelimbo.blogspot.com)

domingo, junio 25, 2006


Sed de Champán


Roberto Montero González es el nombre que se esconde tras este escritor madrileño que de a pocos se convierte en la voz de los que callan por complejos cuando se tiene que hablar frontalmente de los círculos de poder en lo que al mundo de las artes y las letras en España se refiere. La novela a tratar fue publicada en 1999 gozando del desentendimiento de la crítica y los medios, pero con la que Glez volvió a la carga con una edición mejor cuidada en el 2002. Hoy en día, Montero goza de la anuencia de escritores de la talla de Arturo Pérez-Reverte y de figuras mediáticas como Fernando Sánchez Dragó.

La novela está anclada en la más pura tradición del policial negro, si es que se quiere ubicar a esta novela dentro de algún derrotero de la historia narrativa, de la cual somos parte cuando empezamos a sumergirnos en la sangrienta reyerta entre gitanos y pandilleros argentinos que marcan los hitos de las aventuras que acaecen en estas páginas. En este libro nos topamos con una variopinta galería de personajes marginales como el Charolito, Carmelilla, el tío Paciencias, El flaco pimienta y Dolores Laredo quienes viajan del presente al pasado, y viceversa, entrelazándose en rudos cambios de locaciones que arremeten a cualquier lector, por más cuajado que éste sea.

Uno de los factores que contribuye a hacer inolvidable esta historia es el estilo, estilo del que Glez abusa para bien en esta deliciosa novelita que está relatada con el acerbo de quien domina la jerga española. Como se sabe, muchas veces el estilo es la marca registrada de los autores, convirtiéndose en una corriente que marca la pauta de todo escritor a la hora de pergeñar sus ficciones. Sin embargo, en Sed de Champán, el estilo y la historia van de la mano, una no sucumbe a la otra, sino, por el contrario, se complementan y enriquecen. Este lirismo narrativo es heredero directo de El viaje hacia el fin de la noche, obra maestra del genial Louis Ferdinad Celine, en donde el lenguaje prostibulario y coloquial ha dejado huella y marcada influencia en las obras de escritores referentes (léase Henry Miller y Charles Bukowsky) de la que beben, y muchas veces sin control, muy apreciados letraheridos.

¿Puede contarse de otra manera Sed....?, creo que no. Sed ... es un libro que atenta contra la “buena costumbre” de lectores snobs que requieren de textos “cultos” que desdeñan el humor y las agradecidas cuotas de erotismo que se dejan sentir en las desopilantes aventuras nocturnas del Charolito.
Es hartamente conocido el criterio pugilístico empleado por Julio Cortázar a la hora de valorar una novela por puntos, y por knock out, cuando de cuento se trata. Y pese a la trama enrevesada, esta novela se sostiene gracias al despliegue léxico en el que descansa este inframundo retratado puesto que Montero ha sabido nutrirse de los dispersos códigos lingüísticos, ya sea el lenguaje taurino, el dejo gauchesco y el habla cotidiana de una clase social española de la que no estamos acostumbrados a leer en los nuevos narradores de la Madre Patria (léase Loriga, Mañas y compañía) que influyen abusivamente en todo entusiasta del oficio narrativo. El léxico de este escritor irreverente descansa en la obra de un autor, a quien hay que rescatar del olvido, como lo es Ramón del Valle Inclán en su mejor etapa narrativa, la del esperpento, inolvidable con sus novelas del Ruedo Ibérico, dotando al estilo de Glez con una fascinante plasticidad que coquetea con el lector desde las primeras oraciones, y que lo ha llevado a ser considerado un clásico contemporáneo, encarando la fama y el reconocimiento con el desdén que aprovecha para denostar y rehuir cada vez que se le pregunta si es que tiene interés en quedar en la historia de la literatura.

( Nota: Esta extraordinaria novela se encuentra ya en Lima. Los interesados pueden acercarse a la librería Íbero, en Shell )

sábado, junio 24, 2006

Entrevista - Montero Glez