viernes, agosto 31, 2012

Borrador

 


 
 

Aprovecho el feriado del jueves y me pongo a ordenar mi biblioteca. Tengo más de una torre de libros que no sé dónde colocar. Me las ingenio y de a pocos voy encontrando espacio, hago uso de la anchura de los anaqueles, formando así dos, o en el mejor de los casos tres, filas de libros.
En el caso de las publicaciones de las nuevas editoriales peruanas, las divido por sello. Y sin esperarlo, me encuentro ante un registro de estas, de lo mucho o poco que han crecido, de las que esperábamos más (Matalamanga), de las que han descuidado su iniciático catálogo (Estruendomudo), de las abigarradas (la solvente Altazor), de las que se han asentado luego de soberanos tropiezos (Lustra), de las que han vuelto después de periodos de gloria (Revuelta), de las inconstantes, pero con toque (AUB), de las que aún le falta afinar su norte, solo eso, porque su hechura es pulcra (Paracaídas, Bisagra y Cascahuesos). Obvio, hay más editoriales, interesantes, como la debutante Tribal. Cada una de ellas ha entregado libros sumamente importantes, se han impuesto a la casi siempre mentirosa oferta de las grandes casas editoriales, a punta de calidad, patentizada pues en Poesía en Rock, Toda la sangre, Tromba de agosto, Disidentes, La línea en medio del cielo, Ave Soul, Contranatura, Casa de Islandia, El viaje que nunca termina, El pez que aprendió a caminar, Frágiles trofeos, El inventario de las naves, El cielo de Capri… Y, por qué no decirlo, han escapado de la demagogia de proyectos conjuntos que no tenían ni pies ni cabeza, que sirvieron para la foto y nada más. Felizmente, para el bien de todos, Alpe y Punche murieron como nacieron: en el entusiasmo.
A lo mejor más de uno se pregunte a qué cuento de qué salgo con este tema de las nuevas editoriales. Pues bien, algo de experiencia tengo en el asunto. Durante dos años y medio fui editor adjunto de Revuelta y creo que no lo hice nada mal. Sé de los tejes y manejes que hay detrás de cada publicación, del proceso, a veces largo y psicotrópico, que ellas demandan y del trato que hay que tener con los autores. En realidad, hay que estar medio loco para meterse en el mundo editorial peruano.
Una mirada objetiva al catálogo de las nuevas editoriales me lleva a una conclusión inobjetable: la mejor de estas, a la fecha, es Borrador Editores. Y no llego a esta conclusión porque tenga planeado publicar allí. En absoluto (quedo en Altazor con cuatro títulos más). Si uno mira bien, se dará cuenta de que es la que más ha crecido, la que ha sabido ampliar su horizonte. Imagino que tendrá los problemas de todo sello independiente. Y aunque le falte publicar el Libro, en conjunto se defiende bastante bien. Desde hace un par de años viene entregando novelas y cuentarios que han enriquecido el panorama de la narrativa peruana actual, tales como Alma alga, Otra vida para Doris Kaplan, Ella, Playas, Contemplación del abismo y La casa del sol naciente. Y nos ha permitido tener acceso a las obras de talentosas plumas foráneas, como Maria Alzira Brum Lemos (La orden secreta de los ornitorrincos), David Roas (Horrores cotidianos), Paloma Valencia (Otras culpas), Nelson de Oliveira (Odio sostenido) y Leila Guenther (El vuelo nocturno de las gallinas).

jueves, agosto 30, 2012


lunes, agosto 27, 2012


viernes, agosto 24, 2012

A un par de años de un hallazgo




Un seguidor del blog me busca en Selecta Librería. Estoy seleccionando títulos, puesto que en unos días nos vamos a la Feria del Libro de la PUCP. Este seguidor del blog hurga entre lo que queda de los anaqueles y coge Tratado sobre la yerbaluisa de Enrique Verástegui. Me pregunta qué opino del poemario y le digo lo que pienso, sin pelos en la lengua. Se supone que tengo que seguir en la selección de lo que se llevará a la feria, pero ya entramos en el tema Verástegui y la verdad que quiero relajarme bien un rato.

El seguidor del blog me hace otra pregunta: ¿Te acuerdas cuando Los poetas del asfalto y tú encontraron el manuscrito de El saber de las rosas del zambo? Claro que me acuerdo, respondo. Y prendo un Pall Mall rojo y le doy un sorbo a mi cafecito humeante. Y bueno, paso a poner las cosas en la parcela de la justicia: fueron Los poetas del asfalto, en realidad Angelito Izquierdo Duclós, quienes encontraron el referido texto, yo no. Lo único que hice fue llevar mi cámara digital y escribir sobre el hallazgo partiendo de las pruebas que vi.

La presencia de este visitante me hace pensar en la expectativa de los hinchas de Verástegui. Verástegui, de eso estoy muy seguro, desde hace rato dejó de tener lectores. Verástegui es a la fecha una suerte de marca, un icono de a pie. Son demasiados los que leen todo lo que se pueda de él, sino cómo explicar el éxito en ventas de sus últimas entregas sumamente menores. En fin, misterios del fetichismo literario.

Cuando se le entregó el manuscrito al poeta, en un evento realizado en un histórico bar del centro, en mayo de 2010, creí que no pasaría mucho tiempo para tener en manos El saber de las rosas como libro. En estos años he escuchado del interés de algunas editoriales, pero a la fecha no hay señales de que esta posibilidad vaya a cristalizarse, lo cual frustra, puesto que Verástegui es de los contados poetas al que quisiéramos leer en su faceta de ensayista, y comprobar si es verdad si su libro es un “artefacto literario valioso para el universo”.

Aquella mañana de marzo en el puesto de libros de Angelito, me puse a picar el manuscrito. Estuve en este trance casi hora y media, trance interrumpido por las páginas en sepia que Angelito y Richi Lakra me pasaban, que eran las cartas de Verástegui dirigidas al poeta y ex blogger Paolo de Lima, que tuvo el manuscrito durante tantos años y que solo él sabe cómo fue que llegó a parar a La Parada.

Pues bien, estoy en la subjetiva condición de afirmar de que no es un artefacto literario valioso para el universo, pero sí uno que nos brinda las suficientes luces del peculiar pensamiento del poeta con relación al devenir de la poesía peruana contemporánea. No tengo reparo alguno en decir que lo leído a medias transmite mucho más que la mayoría de ensayos y artículos que se han publicado sobre el tema. Verástegui no es presa de la jerigonza rebuscada, ni del interés delatado por la trampa, sino de su experiencia de lector, de su yo nada contenido que le permite pergeñar una bella prosa al servicio de la mágica contundencia conceptual, que rebrota en polémica también, de estos textos que espero, algún día, podamos leer en el formato para el cual fue escrito.

jueves, agosto 23, 2012

Echevarría, el crítico




Ignacio Echevarría es el crítico literario que más leo. No sigo al pie de la letra todo lo que dice en sus columnas semanales de El Cultural.es, pero acepto que su magisterio me está ayudando más de lo que creía. De él solo he leído Trayecto y Desvíos, dedicados a la narrativa española y latinoamericana, respectivamente.

Terminé Desvíos. Un recorrido crítico por la reciente narrativa latinoamericana (Ediciones Universidad Diego Portales, 2007) hace un par de meses y no he dejado de frecuentarlo, de picarlo para reforzar o refutar ciertas ideas, como su ensayo sobre Fresán y la reseña de El arte de la fuga de Sergio Pitol, libro capital en mi visión de la literatura y que todo aquel que se precie de buen lector, serio, queda en la obligación de leer. Y regreso también a sus elogios, que a estas alturas no debemos poner en tela de juicio, a Parra y Bolaño, que tienen el poder de hacernos volver a lo que ellos han escrito. Cuando el crítico español piensa, así estemos o no de acuerdo, genera pincelazos neuronales, que más de un colega, en especial peruano, debería tomar de ejemplo, pero al momento de preguntar es cuando cae, tal y como puede verse en sus entrevistas a Aira y Villoro, flojísimas, por decir lo menos.

Ahora, Desvíos podría leerse bajo el amparo del espíritu expectante que tenemos para con las antologías. Me explico: para armar un libro como este se ha tenido que conocer a fondo el universo en que se centra, para seleccionar lo mejor, lo bueno y, cómo no, también lo sobrevalorado. En este sentido, la mirada de Echevarría viene bendecida por la distancia, ajena a las argollas de este sur, por lo tanto, tuvo todo a su favor para llevar un buen trabajo de escogencia, que lo logra, y con creces, pese a que sí es posible especular sobre una inclinación preferencial de lo que para él debería ser la narrativa latinoamericana. Lo que le importa es la forma, todos los caminos que lleven a lo nuevo, no a la trama, ni el contenido. Digamos que su función es la de abrir puertas y no la de cuidar la retaguardia.

Para llevar a cabo una empresa tan ardua como esta se tiene ser dueño de una sensibilidad especial de lector. Resulta nada complicado pontificar de lo ya establecido, y también ser dueño de un carácter consecuente, es decir, los autores seleccionados, muchos chilenos, eso sí, han sobrevivido a una criba descomunal, quedándose con el hueso las grandes editoriales y agentes que hacen su chamba: vender a toda costa cualquier tipo de sebo de culebra.

Echevarría es un crítico a quien le tengo reparos, pero más allá de sus axiomáticas virtudes, hay algo que destaco en él por encima de todo: su honestidad. Lo que debería ser una característica natural se ha vuelto hoy en día una virtud.  La crítica literaria en latinoamérica, salvo excepciones, sucumbe ante la gangrena del lustrabotismo, el favoritismo y el treponismo. Desvíos pone las cosas en su lugar. Y eso no es nada poco en estos tiempos en los que importa más trabajar la “otra literatura” que la literatura misma.

miércoles, agosto 22, 2012


lunes, agosto 20, 2012

jueves, agosto 16, 2012

Nueva librería: Librería Sur




Para los que hemos recorrido bien la última edición de La Feria Internacional de Libro de Lima, no tenemos la más mínima duda de que el mejor stand fue Heraldos Negros, de los hermanos Malena, Carola y Walter Sanseviero. No sé si fue el que más vendió, pero de hecho gozó de la preferencia del lector recurrente, es decir, de ese que busca lo más selecto de la literatura, el arte y el pensamiento; de ese que hurga entre los estantes, esperando sin esperar encontrar un título caleta; de ese que sabe que leer no es solo una inversión, sino una necesidad vital.

Desde hace un tiempo venía escuchando sobre una librería que abrirían los hermanos Sanseviero. Y al igual que más de uno, tenía la certeza de que era un proyecto harto complicado. Hay que ser algo loco y dueño de férreos ideales para apostar por una librería. Es por ello que la inminente apertura de Librería Sur − jueves 24 de agosto a las 7 de la noche, en Pardo y Aliaga 683, San Isidro−, nos debe devolver la fe. Eso, la fe en que pueden hacerse muchas cosas sin prestarse a los mandatos del mercado y que es posible que impere, como este caso, el gusto del librero que lee, aquel que siente la pulsión por la letra impresa desde la cuna.

Son días de chamba en Librería Sur. La están terminando de equipar. Por eso, invito al lector a que haga clic en la imagen y así pueda ver| cómo está quedando.

Y para terminar, debo decir  que no pocos nos hemos formado el imaginario libresco con la labor de los Sanseviero. Ya lo hicieron antes, y lo harán ahora con Librería Sur, llamada a ser legendaria.

miércoles, agosto 15, 2012

El Caicedo que prefiero




Un par de meses atrás me enviaron un mail desde Medellín, en el que se me preguntaba si podía escribir un texto sobre la narrativa de Andrés Caicedo. En principio respondí que sí. Sin embargo, a los dos días desistí y le expuse a los interesados mis motivos, entre los que pesaba el hecho de que jamás me he sentido convencido de la poética del autor de Calicalabozo, ¡Qué viva la música! y Noche sin fortuna. Fue un mail, creo yo, bien argumentado y con respeto, el mismo que a la fecha aguarda una respuesta de cortesía.
Me resulta imposible escribir sobre un libro y un autor por el mero hecho de cumplir; necesito estar comprometido, así idolatre u odie para ponerme a teclear. Así funciono. Como bien escuché una vez, en un tiempo y galaxia lejana, la medianía no va con los escorpiones.
Quizá Caicedo sea el autor latinoamericano al que más oportunidad le he dado. He vuelto a sus títulos más de una vez, con la esperanza de tener un poquito de la obnubilación que los otros sentían por él. Involuntariamente me he convertido en un apático conocedor de su obra. Y por paradójico que parezca, su libro que me gusta más es Mi cuerpo es una celda, que no es propio, sino de Fuguet, su hincha, y a quien debemos en buena medida el renacimiento del colocho, que a la fecha es toda una leyenda en el imaginario artístico latinoamericano.
 Nuestro artista quiso hacer cine antes que forjar una carrera literaria. Y de cine escribió muchísimo. Pues bien, lo mejor de esta faceta ha sido compilado por Sandro Romero Rey y Luis Ospina en Ojo al cine (Verticales de bolsillo, 2009), en donde nos topamos con un Caicedo en paroxismo, pasional y sumamente prejuicioso, que en más de un tramo proyecta en el lector un férreo compromiso que no solo lo asiente en la mera expectación, sino que lo obligue a pensar, precisamente, en el cine, en ver más allá de las imágenes, concentrándolo en lo que no se ve y así aprehender los circuitos del espíritu de la película. O sea, querido lector, lo que el colocho te dice entrelíneas es que seamos lo más impresionistas que podamos, puesto que este es el primer paso para adentrarnos en la médula de la película, y una vez llegado a este rellano barajar la idea de llevar a cabo el análisis, el recorrido mental de rigor si te da la gana. Por ejemplo, sus reseñas de Teorema de Pasolini, La cumbre y el abismo de Peter Watkins, Compulsión de Richard Fleischer, Las dulces amigas de Claude Chabrol, Harry el Sucio de Donald Siegel, La pasión de Ana de Ingmar Bergman, El caso Paradine de Alfred Hitchcock y más, mucho más, nos proporcionan otra mirada, que goza de mayor frescura y alcance que la de los actuales y a la vez canosos acercamientos que tenemos de estas, muy bien escritos por supuesto, pero rubricados por la frialdad, puesta de manifiesto cuando se escribe sobre cine sin el enajenamiento y entrega casi sexual como sí lo hacía Caicedo.

domingo, agosto 12, 2012

sábado, agosto 11, 2012

Crónicas de poetas





Rodolfo Hinostroza es a la fecha, junto a Jorge Pimentel y Carlos Germán Belli, uno de los más grandes poetas peruanos vivos, basta con Consejero del lobo y Contra Natura para quedar en el parnaso. En su faceta narrativa no lo ha hecho para nada mal, resulta más que atendible, tal y como lo demostró con Fata Morgana y Cuentos de extremo occidente. También ha incursionado en otros registros, como el teatro, pero con saldos que prefiero pasar por alto.
Escritores como Hinostroza aparecen una vez cada cincuenta años. Definámoslo de genial, a secas, y que no se diga más al respecto. A la fecha es evidente el peso de su magisterio entre los nuevos poetas peruanos y latinoamericanos, quienes a su modo, son sus deudores.
Cada nuevo libro suyo genera expectativa, inadmisible esquivar la mirada. Nos olvidamos de sus títulos menores (Nudo Borromeo y Memorial de Casa Grande). Es que este letraherido es una adicción, una voz a la que siempre vamos a tener que leer y, por qué no, volver. Él es la praxis, el sendero de los verdaderos grandes. Y nos hace bien, a todos, que una pluma como esta siga escribiendo y publicando.
Desde hace algunos días circula en librerías su última entrega, Pararrayos de Dios, por cuenta de la nuevo sello Tribal, que con este título ha entrado con la pierna en alto en el mundillo literario local. Pues bien, aquí el escritor nos pone en bandeja un acercamiento, excesivamente subjetivo, a  más de una veintena de poetas peruanos, no pocos de ellos capitales de nuestra tradición literaria, como Javier Heraud, César Calvo, José María Arguedas, Jorge Eduardo Eielson, Luis Hernández y Emilio Adolfo Westphalen. Como bien se señala en la contratapa, la mayoría de estos textos fueron publicados en la revista Caretas. Al respecto, recuerdo que los de Heraud y Scorza le generaron alteradas y justificadas reacciones. Cuando los leí, confirmé mis sospechas: la natural inclinación de Hinostroza a la bajeza y la patanería. Lamentablemente, algunos incautos consideran estas pequeñeces del alma como franqueza.
Más allá de estos reparos, el espíritu del divertimento se impone en estas páginas. En más de un pasaje la experimentada pluma nos transporta a la misma época en que conoció a sus protagonistas, recorremos por medio de ella las casas, calles y recitales en los que se reunían, percatándonos de la malsana competencia que existía entre ellos y también de las pequeñas argollas que formaban. Pero también el poeta nos pone entre la espada y a pared, nos hace llorar, cercena fibra, tal y como leemos en las pinceladas sobre Octavio Hinostroza (su padre), Cecilia Bustamante, Juan Gonzalo Rose y Luis Hernández. Hinostroza documenta con maestría, como solo los viejos zorros saben hacerlo. Su visión personal es riquísima, pero esta también le juega malas pasadas, puesto que los acercamientos a Chabuca Granda y César Calvo, por ejemplo, lo dejan como un entusiasta practicante del lustrabotismo.
Pararrayos de Dios es una de las publicaciones más importantes del año, de eso no hay duda alguna. Hinostroza tal cual, sin afeites, como tiene que ser. Y lo que destaco más, debido al impacto que ejercerá el libro en el lector de turno: el descubrimiento de una voz que merece, al menos por un tiempo, salir de la injusta cápsula del olvido. Esa voz: Guillermo Chirinos Cúneo, hacedor de una maravilla capaz de cambiar las perspectivas de cualquiera, Idiota del apocalipsis.

viernes, agosto 10, 2012

jueves, agosto 09, 2012

Bolaño sobre Vargas Llosa



Una tarde de buena conversa en Selecta. Apaciguo la natural y entendible preocupación de Yesenia ya que me haré cargo de la librería yo solito, durante algunos días… Prendo la radio y sintonizo Radio Mágica, enciendo un par de Pall Mall rojos y respondo los mensajes que han llegado a la cuenta de Facebook de la librería. Y de taquito, le doy los últimos toques al texto sobre Pararrayos de Dios de Hinostroza, que subiré al blog en unos días.
El curso de la tarde se ve alterado, para bien, por la aparición de nuestro buen amigo Renzo, voraz lector y una de las personas más brillantes que pueda conocer. Renzo me dice que no se ha olvidado de lo que me prometió, y yo me preguntó qué cosa me ha prometido. Me entrega una hoja fotocopiada.
“¿Te acuerdas?”
Intento recordar.
“No lo creías, pero allí está”.
Ahora lo recuerdo. Renzo me había hablado de un prólogo de Roberto Bolaño sobre Los cachorros y Los jefes de Vargas Llosa, incluidos en la colección ‘Las 100 joyas del Milenio’ que lanzó en los noventa el diario español El Mundo. Cuando Renzo me comentó de ese texto, sencillamente se me hizo difícil de creer. Es sabido que el autor de Estrella distante no se expresaba nada bien del hoy Nobel de Literatura, ya sea por su postura política y su propuesta literaria, al punto que en una entrevista, que pueden encontrar en Youtube, no duda en calificarlo de Viejo macho de la literatura latinoamericana.
Pues bien, ¿qué dice el verdadero detective salvaje?
No mucho, la verdad. Es decir, Bolaño no es pródigo en elogios y es más que nada descriptivo. Sin embargo, el arranque de su prólogo es no menos que fenomenal y adictivo.
Cito:
En el recuerdo de mis lecturas juveniles hay cuatro novelas cortas escritas por autores que más bien solían escribir novelas largas, cuatro novelas que al cabo de los años conservan toda su carga explosiva original, como si tras estallar en una primera lectura volvieran a estallar en una segunda y en una tercera lectura y así sucesivamente, sin llegar nunca a agotarse. Son, sin lugar a dudas, obras perfectas. Las cuatro hablan de derrotas, pero convierten la derrota en una especie de agujero negro: el lector que meta su cabeza allí sale temblando, helado de frío o cubierto de sudor. Son perfectas y son ácidas. Son precisas: la mano que maneja la pluma es la de un neurocirujano. Y son también una fiesta del movimiento: la velocidad de sus páginas hasta entonces era inédita en la literatura de lengua española. Estas novelas son El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, El perseguidor, de Julio Cortázar, El lugar sin límites, de José Donoso, y Los cachorros, de Vargas Llosa.
La publicación es del año 1999. Y me pregunto: ¿Bolaño era lo suficientemente conocido para prologar a un grande? En apariencia no. Quizá se le convocó porque estaba en pleno ascenso, en franca proyección, porque un año antes había obtenido el Herralde con Los detectives salvajes. No encuentro otra razonable explicación.

martes, agosto 07, 2012

Cuando la ficción es un pretexto





Publicado en el tercer número de Estante.






Fines de 1998. Me encontraba en el instituto Raúl Porras Barrenechea, en una suerte de lecturas condimentadas de insoportable jerigonza académica. No sé qué hacía allí, el mundo académico jamás me ha interesado. Sin embargo, aquella vez más de un ponente mencionó a José Saramago. Y claro, estas recurrentes referencias no eran gratuitas, tenían toda la pinta del oportunismo. Saramago no llevaba más de un mes como Nobel de Literatura y más de un dizque caleta de la lectura juraba conocer su obra. Sus libros empezaron a reeditarse por doquier y más de uno quería leer hasta ese entonces a esa escondida pluma.

Salí de la casa de la calle Colina rumbo a Larco. Fui a la librería La Familia. Pregunté por alguna novela de Saramago y compré El año de la muerte de Ricardo Reis. Días después la leí y quedé impresionado. Y debo decirlo: si no fuera por ella, no me hubiera animado a buscar la obra de Pessoa, a la fecha, uno de los poetas que más admiro.

Esta vez no se han equivocado con el Nobel, pensé durante algunas semanas. Por lo tanto, decidí buscar más títulos del portugués.

La decepción empezó poco después, cuando llegó a mis manos El evangelio según Jesucristo. No me gustó para nada. Y no se debió por reparos a la prosa del autor, que dicho sea, refulgía en una pesadez debido a sus interminables digresiones, sino a su discurso, que tenía todos los atavíos de la ensayística sobre la paz, el amor ágape y la justicia social. El evangelio… no es más que un tratado de lo que debería ser el buen hombre contemporáneo. Moralina a granel. Aún así, no me decepcioné de la poética de Saramago. Y decidí darle una tregua. No leerlo en algún tiempo.

En los años que no lo leí, me topaba con personas a las que tampoco les gustaba Saramago. Hasta críticos literarios, serios, pero de izquierda, que defendían, bajo argumentos risibles, la propuesta del Nobel, izquierdista y comunista declarado. Ser de izquierda es un sentimiento, no valen las réplicas, empezaba a darme cuenta. Saramago en ese entonces se había convertido en un cura o mensajero de la justicia social; valía más el contenido de sus tópicos que lo literario.

Y me acerqué a Todos los nombres, Ensayo sobre la ceguera, La caverna, El viaje del elefante, El hombre duplicado y un par más que ahora no recuerdo. En síntesis: Saramago era un ensayista que usaba la ficción como pretexto. Fue un escritor comprometido con su tiempo. Por ejemplo: es harta conocida su postura contra la globalización capitalista, al punto que no pocos de sus textos de El último cuaderno, en el que reunió sus posts del blog que administraba en El Boomerang, pueden dar fe de esta aseveración.

No creo que Saramago sobreviva a esta generación de lectores. Me gustaría que se le recuerde como un buen escritor, y no un Nobel menor. El Nobel es su estigma. Fácilmente se lo merecían otros. Obviamente, no fue su culpa que los ancianos de la academia sueca le hayan otorgado el galardón, tan preocupados, la mayoría de las veces, en aspectos extraliterarios y no en lo que debiera importar en literatura.

Sintiendo con la mente






Texto publicado en el tercer número de Estante.


Si el desarrollo del estilo es la biografía de todo escritor, pues digamos que Sophie Canal (Antony – Francia, 1967) ha llevado el legendario aserto nabokoviano a un sendero muy exigente. No es para menos. Su primer libro de relatos, Geometría del deseo (Borrador Editores, 2012), marca desde ya un saludable respiro para la narrativa peruana actual. Y no me sumo, ni hablar, a los saludos exaltados de Julio Ortega y Czar Gutiérrez. La razón: no le doy mucho crédito a los textos de contraportada.
Un breve paneo por la narrativa peruana y, por qué no, latinoamericana, nos pone de manifiesto la tendencia buscadora de sus nuevas voces. Cuando todo ya está dicho en ficción, vale pues, y más que antes, la experimentación formal, ahondar en el viaje interior y, en escritura misma, dotarla de densidad y peso. Hemos tenido resultados dignos de destacar, aunque los más no han sido más que interesantes. Empero, muchos de los textos que nos presentan adolecen de una evidente falta de madurez. Bien decía Barthes que la forma es todo. Pero la forma tampoco puede ser usada como pararrayos, no se puede recurrir a ella y pasar por alto falencias vergonzosas en el respiro narrativo.
Es en este detalle que Geometría del deseo marca la diferencia, porque no solo estamos ante un cuerpo u artefacto literario, sino ante una pluma madura que llama la atención desde las primeras líneas de cada uno de los relatos. Relatos nada complacientes con el lector. En apariencia sencillos, si cometes la ingenuidad de acercarte valiéndote por los meros títulos (que pudieron ser otros, dicho sea); pero que una vez que comienzas a recorrerlos, sabes que poco o nada sirve la mera concentración y te obligas a re-pensar en Canal, en qué es lo que hay en su cabeza para comunicar mucho tanto y tan bien, en la dificultad de su propuesta que no bebe de la narrativa como tal, sino de la poesía y la filosofía como catalizadores de su poética.
Mientras leía los relatos me preguntaba sobre la trampa de los mismos. Y lanzo la especulación sobre su travestismo, o sea, que estamos ante ensayos disfrazados de relatos (“Visión erótica de un mono”, “Sacrificio de los gatos”, “Ossia”, “Vivir sola, ja, ja” y “Joven desnuda, de pie”), lo que no representa un óbice para el lector ducho, puesto que la autora, de esta manera, nos brinda un festín de referencias ligadas a la alta cultura sin caer en la posería y el caletismo ilustrado. Canal es natural y esto en narrativa breve es más que un punto a favor. Sin embargo, en ciertos textos abusa de un forzado despliegue mental (“Al principio, el pollo”, “Duplicidad de las velas” y “El amarillo es dudoso”).
Llevamos buen tiempo escuchando sobre la medianía en los libros de los autores debutantes. Bajo todo punto de vista, Geometría del deseo se aleja de esa medianía, colocándose en un pedestal de expectativa que nos lleva a esperar la publicación de una novela, porque este cuentario, encierra, de por sí, una novela entrelíneas.

domingo, agosto 05, 2012

Texto de presentación - '(Ella)' de Jennifer Thorndike



A continuación, el texto de presentación que leí sobre la muy buena novela (Ella) de Jennifer Thorndike, en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Lima.






Estamos ante un libro medular del proyecto literario de Jennifer Thorndike. Y me disculparán la digresión, pero me es imposible no recordar los buenos comentarios que recibí sobre su cuento “Día de salida”, que incluí en Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas. Como en todo florilegio, hay relatos que gustan más que otros y los lectores son fieras al momento de marcar sus preferencias. Pues bien, solo con Thorndike hubo consenso: la contundencia de su poética patentizada en el citado cuento, lo que a todas luces era un salto más que cualitativo en lo que venía escribiendo.

Ahora, como lector compruebo que ese salto cualitativo se redefine y repotencia en esta novela breve (Ella), editada por el mejor sello peruano independiente, el más decente y pulcro, Borrador Editores. (Ella) es la versión recargada del ya citado título incluido en Disidentes 1, que ubica a su autora en un lugar de privilegio en el imaginario de la nueva narrativa peruana, es decir: entre las referencias ineludibles, las que no aceptan la categoría de “interesantes”. Jennifer Thorndike, a secas, ha demostrado que es una escritora seria y con oficio. Talento tiene y la pudo hacer fácil, apelar al efectismo haciendo uso de un lenguaje sumamente funcional. Pero no, no ha sido así. Y es en este aspecto en lo que sí quiero hacer hincapié.

Le pido al lector que no se deje engañar por la brevedad de la publicación. En lo poco, Thorndike transmite mucho, nos hace sentir y pensar sobre su protagonista, una mujer que bordea los sesenta años que está segura de haberse liberado del yugo de una madre posesiva, a la que ha cuidado en el curso de su larga enfermedad. Podríamos en teoría ubicarnos ante una cura externa. Y no es así, nuestra antiheroína, porque eso es ella, una antiheroína, sucumbe ante el ajuste de cuentas en la experiencia de la palabra, dejando de lado los recursos descriptivos en pos de la más pura intención testimonial, la más de las veces cruda y confrontacional.

Ahora, ¿acaso es la primera vez que se hace algo así? Obviamente, no. Más de una voz narrativa peruana ha hecho uso de las facilidades del registro testimonial, y ni hablar de lo que se publica al respecto más allá de nuestras fronteras. Para mi buena suerte, me gusta este tipo de literatura, y en el gusto uno termina forjándose una cierta experiencia, capaz de detectar las mentiras y facilidades que esta clase de registros proporciona. Es por eso que estar hablando de (Ella) me causa una tremenda alegría y satisfacción, ya que la misma escapa de las patrañas aplicadas por los que han recorrido interesadamente estos senderos. Bien lo sabe el lector entrenado: escribir bien no es mérito literario. Lo que interesa en literatura es, ya lo dije líneas arriba, transmitir, violentar al lector, incomodar. Y esto Thorndike lo consigue, porque conoce bien a su antiheroína y se ha nutrido bien de la atmósfera (tradición, que recoge no poco de Carta al padre de Kafka y Patrimonio de Roth) en la que guía esta novela del desarraigo emocional. No solo la antiheroína nos zarandea, también, pues, la presencia en ausencia de la madre muerta y el hermano gemelo, aliado al principio, enemigo al final. En otras palabras, nuestra autora ha partido de la configuración de cada uno de sus personajes. Los perfiles no se pierden, ni son dependientes, cada uno es una galaxia distinta en la que yace el curso narrativo de esta empresa. Aquí los personajes parecen malos, despiadados con la progenitora, pero en realidad son ellos mismos, nosotros mismos. Con ellos Thorndike es la que ha calado más en la psicología humana de entre sus colegas de generación.

(Ella) es una novela de total madurez. Y se trata de un mérito mayor en Thorndike cuando en narrativa es casi imposible encontrar madurez, puesto que los que escribimos nos topamos con esta luego de muchas aguas/años de recorrido. Con esto no quiero decir que Thorndike sea nuestra Alice Munro, menos aún la versión juvenil de Lorrie Moore. Sencillamente, Thorndike supo bien qué era lo que anhelaba escribir, sabía del mundo a radiografiar, y en ese espectro puso toda la ambición de su específico imaginario. En lugar de un jardín, prefirió entregarnos una bellísima maceta. Para escribir se necesita dinamitar el ego, creérsela en justa medida de que se puede hacer algo más que importante. (Ella) no solo es una muy buena novela, que indefectiblemente le traerá justo réditos a su hacedora, también le brinda aires de frescura y vitalidad a la  narrativa peruana actual enfocada. La literatura es la verdad camuflada de mentira, y en esta línea ubicamos a (Ella), que estoy seguro se abrirá paso por sí sola y crecerá más en los próximos años.

Muchas gracias.