viernes, enero 25, 2019

intensidad de la vida


Una de los libros más celebrados del 2018 fue sin duda alguna Ordesa (Alfaguara) del escritor español Manuel Vilas. 
Lo leí de la misma manera como abordo todo texto celebrado, me acerqué a él con todo el escepticismo posible, a la caza de posibles caídas y atento a la utilización mercantil del tema. ¿Qué encontré? En verdad no gran cosa, y ese no encuentro del tópico mayor fue lo que llamó poderosamente mi atención. Lo que hace el autor es contar su vida desde el análisis del dolor, pero no me refiero a uno que obedezca a una actitud que transita desde la superioridad de quien repasa su vida detallando los sucesos importantes (como si estos en realidad importaran a los lectores). Vilas muestra su vergüenza anímica, pero no la lleva a cabo en pos de la catarsis, sino que la direcciona hacia una reconstrucción biográfica que parte de los restos emocionales de sí mismo. El autor escribe de su vida, de sus padres muertos y de la tensa relación con sus hijos. No son pocos los cadáveres vitales que deja en el camino, pero ese es el sendero a seguir si se pretende escribir de uno. En este sentido, cumple con la intención expositiva. Pero ¿esto es suficiente para la referencialidad que tiene hoy su testimonio? Pues no. Lo que marca la pauta de la narración es la tersura de la prosa, su engañosa diafanidad, y esto no es más que producto de un denodado trabajo por dar con la luminosidad de la palabra (no olvidemos que Vilas es también poeta), la verdadera protagonista que le ha generado el suceso: la identificación con los lectores. En otros registros, lo relatado solo habría arribado a un reconocimiento que no pasaría del mediano plazo. Es pues la engañosa transparencia de la prosa, que se reserva el derecho de admisión del lugar común, que eleva el drama personal a una epifanía, consiguiendo de esta manera lo que rara vez vemos a razón del abuso o no entendimiento del registro confesional: la médula de la verdad personal. Es por ello que pasajes que solo cumplirían un fin decorativo o de trámite, proyectan una distinción, a saber, cuando el autor recuerda un viaje en auto con su padre y se ven obligados a detenerse. 
Puedo entender los saludos que viene recibiendo Ordesa, del mismo las impresiones que cuestionan su reconocimiento. Ese cruce de opiniones valorativas es lo que asegura que la publicación no caiga en el olvido. Libro que no se discute, sencillamente no sirve para nada.


intelectuales sin compromiso




La semana pasada recordamos el nacimiento de José María Arguedas. Bien sabemos que JMA es el intelectual que está más presente en el imaginario de los peruanos, incluso entre quienes no lo han leído. Ha dejado de ser una referencia letrada para convertirse en firma de identidad. Su obra literaria y ensayística tuvo un punto de partida: la sensibilidad comprometida que sustentaba el análisis acucioso. Sin este factor anímico resultaría difícil que nos hayamos sentido identificados con su obra y figura.
Hablamos de un hombre que en su timidez demostró carácter sin temer a las consecuencias (a saber, apoyó a Oswaldo Reynoso cuando publicó Los inocentes, en tiempos en los que el correctismo se nutría de una férrea intolerancia a lo distinto, más si la manifestación artística resultaba transgresora) y cuya coherencia social lo llevó a ser encarcelado por ocho meses en 1937.
De vivir, ¿qué pensaría de los nombres titulares de nuestra inteligencia local? Fácil: estaría espantado de tanto hueleguisismo táctico, sabrosa práctica en la que vemos a horrorizados escritores “prestigiosos” y sus obedientes peones blindando a acosadores, relativizando el maltrato si el agresor es de los míos; quedaría decepcionado de los discursos crípticos sobre los años del terror; aterrorizado de la nula empatía de los luchadores sociales con aquellos que dicen defender y de otras maravillas dignas del arribismo.
No olvidemos una cualidad de mujeres y hombres peruanos: somos duchos para detectar la mentira y la atorrantada en quienes florean sobre cultura y moral. Por eso se carcajean de nuestros intelectuales y encima los condenan al remate en eventos feriales. Sus palabras suenan falsas y preparadas para el aplauso inmediato, con análisis superficiales motivados por los posts de Facebook, que ha caído como anillo al dedo en una sociedad tremendamente chismosa como la nuestra (muros vemos, Inboxs no sabemos). 
Nuestros escritores e intelectuales carecen de compromiso real, aquel componente clave que le permitió a JMA conectar con el otro y su circunstancia. He ahí su actual epifanía, que deberíamos intentar seguir.

jueves, enero 24, 2019

"el enano"


Lo vimos en 2017 y también el año pasado: los libros de no ficción y las reediciones salvaron ambas temporadas editoriales. Más allá de algunas excepciones, la ficción peruana está en deuda con sus lectores.
Entre las reediciones, releí muchos títulos, algunos pasaron la prueba y otros no. Los primeros, deducimos, se han impuesto a la tiranía del tiempo, que según el lugar común, es el mejor juez para legitimar un libro.
Ese es el caso de El enano (Tusquets) de Fernando Ampuero.
No somos pocos los que recordamos aún el impacto que supuso la publicación que enfrentaba a dos prestigiosos periodistas del país. Aquí el morbo resultó determinante para los que recorrieron estas páginas por primera vez. No hay que pensarlo mucho: fue el interés chismoso lo que llevó a EE a romperla en 2001.
Hablamos de una obra que suscitó opiniones encontradas, pero que estaban ligadas por un consenso: la capacidad de su autor para hilvanar una historia extremadamente divertida.
La relectura nos permite constatar una vez más su carácter de entretenimiento pero también nos depara otra dimensión que tendríamos que reconocer: su valor como literatura de calidad, ajena a la dependencia de si sus personajes son ubicados o no por el público. En este sentido, el libro se ha divorciado de su contexto inicial e impuesto a los ánimos que llevaron a su autor a escribirlo.
En EE somos testigos de los usos que un creador hace de su arsenal literario. Veamos, destacamos la técnica narrativa que no cae en el fatuo exhibicionismo (algo que deberían aprender nuestros nuevos y no tan nuevos escritores locales, tan desesperados por demostrar el andamiaje cuando el genuino arte narrativo se justifica en la invisibilidad del mismo) y la dimensión humana con la que Ampuero configura a Hache, al punto que arribamos a lo impensado: llegamos a tenerle cierto cariño. 
A riesgo de incomodar: en este regreso a EE he visto lo que no tienen nuestros narradores: soltura para contar y voluntad para la exposición. Claro, Ampuero nos entrega un ajuste de cuentas, que cumple con creces, pero él no duda en aplicar ese ajuste primero con él mismo. Si vas a destrozar, primero destrózate exponiendo tu vergüenza interna. Esta actitud lo llevó a la anhelada nerviosidad de la claridad narrativa, la que garantiza la lozanía de este proyecto y que a la fecha refuerza lo que es ya una impresión generalizada: el estupendo momento de Ampuero como escritor.



autocrítica / informarse


Hace algunos días conversé en una reunión con algunos amigos de izquierda, entre radicales y simpatizantes, porque me interesaba saber, como quien recobra la esperanza en el sentido común, sobre lo que piensan de la situación actual de Venezuela. A la fecha, creo que no exista peruana o peruano que no conozca aunque sea relativamente el contexto venezolano. Más allá de las preferencias y convicciones, resulta obvio que la defensa de un régimen como el de Nicolás Maduro es indefendible por los lados que se mire y analice. Por ese motivo, me sentí aliviado del nivel de autocrítica de mis amigos, que saben, al igual que uno, que el problema no me fue del modelo político, sino del lodazal de la corrupción (en este punto, puedo estar de acuerdo en parte, porque otras de las razones que ha llevado a ese rico país a ser uno sumergido en la miseria y la frustración es precisamente el modelo socialista que ya ha sentenciado su inviabilidad al menos en esta parte del continente), que como tal no conoce de ideologías.
Como dije, me alegra que la gente que aprecio venga mostrando una sana autocrítica. No puedo decir lo mismo de los líderes de opinión que uno ve en las redes y medios tradicionales, que se resisten a asumir la contundencia de la realidad. Yo sé que debe ser difícil aceptar que el sueño romántico en pos de un mundo justo se haya resquebrajado a causa de la corrupción y la pésima gestión, pero es precisamente esa cerrazón la que los lleva a ser cómplices no solo de una dictadura, sino de una insensibilidad que viene dinamitando a una sociedad que se muere de hambre. El fanatismo adquiere niveles de locura cuando uno lee, inevitablemente, comentarios imagino que desesperados (por no decir que solo pueden ser emitidos por quienes tienen la mente cagada) que intentan justificar un régimen que solo se delata. A saber, he leído varios que eructan este tipo de ocurrencias: que lo que ocurre con el gobierno “revolucionario” de Maduro es un ilegítimo golpe de Estado a cuenta de Juan Guaidó (claro, no cito la otra relacionada a un complot internacional). Puedo entender la desesperación discursiva, pero lo que no la imbecilidad, más cuando esta se justifica en la flojera. Basta leer la constitución venezolana para saber que el accionar de Guaidó para autoproclamarse presidente está amparado en el sistema constitucional de su país. 
Muchos aún no salen de la sorpresa, ¿de dónde salió Guaidó? No importa, la Historia de un país no pocas veces la protagonizan los personajes más llamativos. Fácil, pues: los figurones no marcan la diferencia, jamás.





martes, enero 22, 2019

de eso va también: pasarla bien


No es la gran cosa, no creo que esta serie vaya a calificar de obra maestra, pero hasta el momento You pinta muy bien, es divertida y nada posera. Sus productores partieron del principio de no salirse de los cotos del entretenimiento, llevado a cabo sin subestimar a los espectadores, cosa que sí sucede en la última temporada de The Affair y en la evidentemente fallida Gipsy, peor cuando entre su reparto cuentan con actores conocidos y con trayectoria.
Sobre You conversé anoche con una amiga que fagocita series. Me dijo que, efectivamente, era divertida, y que se dejaba ver, rematando la impresión con un “para pasar el tiempo sin perderlo”. Claro, ese fue el remate valorativo sobre la serie, pero aquí viene lo que dijo, y es lo que dijo lo que motiva el post: ¿por qué hay libros peruanos de ficción que son tan pero tan aburridos? Claro, lo dijo en otras palabras pero esa es la idea central.
Hace más de un año publiqué en Caretas un artículo sobre el aburrimiento en el que ha caído la narrativa actual. No sorprende: en estos lares impera una rara costumbre: lectores poseros y críticos consideran que el tedio es sinónimo de orfebrería verbal, se asume el humor como una muestra de la más rancia subliteratura, el asunto/argumento como un retroceso y firma de las limitaciones del autor que lo aplica, ni hablar de la extrañeza, de la que se ha abusado para celebrar bodrios que hoy nadie recuerda.
Bien sabemos que el año pasado no fue pródigo en estupendos libros, sin embargo, considero que hubo algunos que aparte de logro literario (cuestión a discutir) sí consiguieron una empatía con los lectores. Algunas novelas que recuerdo: La guerra que hicieron para mí de Carlos Enrique Freyre, El bizco de la calle Roma de Luis Freire Sarria, Algún día este país será mío de Sergio Galarza, Madrugada de Gustavo Gutiérrez y Perro con poeta en la taberna de Antonio Gálvez Ronceros. 
Esta novela de AGR merece una mayor difusión. Es verdad que ha obtenido buenas reseñas y su presencia en recuentos está más que justificada. Pero ya es verdad de Perogrullo (y si en caso no lo sepas, pues tranquilo porque ahora sí) que las reseñas no aseguran nada, solo satisfacción para el autor de turno. Lo que hace que un libro se lea es su buena distribución en librerías y que las reposiciones se realicen sin tanta demora. De esta manera se consigue el suceso, la verdadera promoción de la obra: la recomendación del boca-oreja, el mágico fenómeno que protagonizan los lectores que no solo celebran la aparición de un buen texto, sino también su ánimo divertido. También de eso va leer: pasarla bien.

lunes, enero 21, 2019

actitud, pues


En estos días me han preguntado por los poemarios de 2018 que me han gustado o parecido valiosos. Queda claro que no he sido un rendido entusiasta de la producción poética peruana del año pasado. Son varios los factores que han contribuido a ello. A la ya dicha falta de interés de nuestros vates por volver a la esencia del ejercicio poético, hay que sumar también la pobreza editorial (hasta las huevas: al editor de poesía se le pide que sea un tigre en la diagramación y este se conforma siendo un holograma en la intervención del texto), la folklórica distribución y, muy en especial, la carencia de espacios serios que den cabida a lo que vienen haciendo las nuevas y recorridas voces, ya sean de Lima y del interior. Obviamente, hay plataformas físicas y virtuales, pero estas no me brindan la más mínima garantía de intento de objetividad. Huelo a trampa y percibo harto vientre de alquiler (método que consiste en la formación de grupo/colectivo que bajo el ropaje de la “gestión cultural” canaliza el contrabando lírico del repentino y buenagentista gestor) que propicia la formación de involuntarias argollas.
Claro, no es nuevo lo que digo, pero en 2018 se juntaron todas las taras para hacer fuerza común, que ha sido tan contundente que a duras penas hemos llegado a cuatro poemarios que calificaríamos de valiosos pese a la irregularidad que delatan sus agujeros textuales. Como rendido lector de la tradición de la poética peruana, la situación me apena y me es imposible no parafrasear lo de Santiago Zavala en Conversación en La Catedral: ¿en qué momento se jodió nuestra poesía? Esta inquietud se refuerza con el fenómeno que al menos vemos dos veces por semana: el reseñismo delivery entre poetas.
*
Quiso el destino que vuelva a leer El libro de los fuegos infinitos del trujillano James Quiroz. Se trata de la última entrega de la editorial Celacanto, que nos presentó a un autor que ha mostrado saludables avances en comparación a su primer poemario: Rock and Roll (2015). Lo que me gusta de la presente propuesta de Quiroz es que la misma es dueña de una actitud, de una especie de achoramiento que lo lleva no solo a cuestionar su circunstancia de poeta sino también a reflexionar en ella. Hay pues una violencia interna, un contenido grito de expresión, que beneficia a la palabra poética en densidad y a la vez en claridad, librándola del efectismo rancio y olvidable. 
Obvio, no es un poemario perfecto, el error de Quiroz ha sido abarcar muchos tópicos cuando lo ideal era cortar más de un poema, pero justo es señalar que se trata de una serie de caídas por ambición y no por defecto. En su imperfección el poemario exhibe una riqueza (el poeta transmite) y lo que importa: la certeza de que estamos ante una voz que sí está creciendo. Ya depende del autor no perderse en la frivolidad limeña, que alberga a un circuito poético en donde la celebración imbécil de la mediocridad es el peaje a pagar para ser admitido en el fiestón del parecer.




domingo, enero 20, 2019

la mujer no importa (2)


Me despierto y comienzo la jornada de domingo, me desperezo con el mejor álbum de Talking Heads, Fear of music. Dejo correr las canciones, paso café y veo las noticias en la pantalla del cel. 
Algo extraño e inconcebible viene sucediendo en el país. Si hasta hace poco nos quejábamos de la impunidad, que con mucho esfuerzo se ha estado combatiendo, ahora esta impunidad da paso a un conchudo blindaje. Por ejemplo, pensemos en la agresión que sufren las mujeres y peor: la protección de la que gozan los agresores. Masacrar, maltratar, violar y abusar de la Mujer no solo se ha vuelto cosa corriente, sino que las pruebas presentadas ya no son hechos suficientes a tomar en cuenta. El problema no es la aplicación de la ley, sino los ojos y los “principios” que la interpretan. En esta sinuosa dimensión, entra a tallar el machismo en toda su magnitud: desde la condena estratégica a la protección de filiación. Lo vemos en todos los estratos, desde aquellos menos favorecidos por la educación hasta los que sí. En este segundo grupo, refiriéndome a nuestro insuperable circuito cultural y literario, podemos corroborar un patrón, encontramos autores que pontifican desde el estrado de las redes sociales, veamos: realizan señalamientos a los embates del sistema neoliberal, se condenan las tropelías de la dictadura venezolana, leemos discursos sobre el compromiso con los vecinos de San Juan de Lurigancho y otras hierbas políticamente correctas. Sin embargo, ¿qué sucede cuando se presentan testimonios de acoso e intento de violación por cuenta de las propias agraviadas? Pues nada. Se aplica el condenable criterio del relativismo. La amistad y la solidaridad grupal por encima de los principios que dicen honrar en los palcos virtuales, tejiendo la aberrante táctica de cuestionar la acusación de la agraviada, a menos que no sepan leer, cosa que sería un sinsentido tratándose de gente dedicada a las letras. Y encima tienen la Concha de indignarse cuando se les critica por esa doble moral. Esta gente necesita cilindros de desahuevina. A este paso se les va a recordar por inmorales y no por los chispazos que alguna vez hicieron en la escritura.





martes, enero 15, 2019

autobiografía


El año pasado presenté en La Casa de la Literatura El color de los hechos (Biblioteca Abraham Valdelomar), que reúne la narrativa breve de Teresa Ruiz Rosas. Fue una presentación concurrida y simpática. Al final de la misma, Milagros Saldarriaga, directora de la Caslit, me saludó y obsequió un título publicado por la institución: La vida que yo viví… de Magda Portal.
Había escuchado de la publicación, me interesaba leerla, pero lo que en ese momento me entusiasmó fue la pulcritud de la edición, que estuvo a cargo de Kristel Best Urday. Se trata de un libro objeto que honra la estética rústica del proceso de escritura. Recordé también lo que hizo Casa de Cuervos en 2014 con Puerto Supe de Blanca Varela, que exhibía la tipografía de la máquina de escribir y las anotaciones a mano de la poeta. No hay que quemar cerebro: son dos bellas ediciones facsimilares.
En estos días releí lo de Portal, como quien refuerza algunas impresiones de la primera lectura. En esta autobiografía la escritora pasa revista a los sucesos que marcaron su tránsito personal, literario y político. Como tema (contenido) resulta más que gratificante asistir a la construcción del carácter y la personalidad de Portal, con mayor razón en un contexto en el que las mujeres no eran habituales protagonistas de la vida social del país. Era una mujer de armas tomar, pero no pensemos que encontraremos a una revolucionaria recalcitrante, porque de haber sido así, considero difícil que tenga la referencia de la que goza hoy. Su ánimo de denuncia descansaba en un discurso cuestionador, en la argumentación del porqué las cosas se presentan como tal. Esta incomodidad ante la Injusticia, que no debemos asociar únicamente al derecho en pos de la mejora de la situación de la Mujer, la honraba mediante la consecuencia. 
Pues bien, no es posible detectar muchas luces en cuanto al nervio de la escritura. Aquí se presentan las interrogantes, una por mientras: ¿cuánto pesa el tema en la valoración literaria de la presente autobiografía? No hay que ser un lector entrenado para darse cuenta de lo obvio, pero tampoco vamos a negar que su escritura transmite sensibilidad y extrañeza al lector, y eso es más que suficiente entre tanta narrativa del yo local que envejece rápido y muy mal.



domingo, enero 13, 2019

¿defensa del ideal?


Poco antes del mediodía me despierto. Espero cuarenta minutos para levantarme y comenzar a planear lo que será este domingo.
En los últimos días me he encontrado fuera de las redes y las noticias, conectado solo en lo esencial. Por esta razón, no pude informarme como debía, pero tampoco es que tuviera un apego por lo que suceda en este país de hermosas montañas. Más o menos uno ya se ha acostumbrado al mal gusto peruano del horror. Sabe cómo se presentarán las noticias y qué línea van a tener, del mismo modo uno especula con las reacciones de los implicados con ellas.
Dicho esto, me pregunto: ¿sorprende o no el comunicado del Frente Amplio sobre la situación venezolana? En estas últimas semanas he estado leyendo y escuchando no pocos disparates, cada uno superior al otro. Estos disparates que cuestionan la presencia de venezolanos y venezolanas, y siendo buenos en la impresión (por esta vez), parten de un orgullo romántico en pos de la defensa de los principios de izquierda. “Esto no puede estar pasando, hay una fuerza superior que permite esta cadena de desprestigio sobre los valores inmaculados de la revolución social, por ello, hay que protegerla del imperialismo”. Puedo entender estos sanos disparates, no será la última vez que los lea y escuche, pero lo que sí me cuesta aceptar es la indiferencia que genera la apología sudorosa del ideal. Esta indiferencia hunde aún más la imagen de los simpatizantes de izquierda, pero si a esta le sumas “involuntario” canallismo, tenemos lo siguiente, que supera el comunicado del FA: cada venezolano(a) que ingresa al país está siendo financiado por grandes multinacionales, que tienen el objetivo de desaparecer el modelo socialista del siglo XXI. 
La esperanza es lo último que se pierde. Yo no creo que la izquierda sea una cagada, pero en estos momentos lo es, los hechos hablan por sí solos: un pueblo muriendo de hambre en un país rico. A veces la realidad es irrefutable y lo sano es observar y cerrar el hocico y amarrarse las manos para no andar comunicando cojudeces.


sábado, enero 12, 2019

la mujer no importa


En la última edición de Caretas se publicó mi artículo Concolón 2018, en donde hacía un repaso al vuelo sobre las incidencias que sazonaron la producción literaria del año pasado. Si gustas, lo puedes leer aquí.
Como el lector del blog ya se habrá dado cuenta, no suelo republicar en este espacio mis textos que aparecen en otros medios (hay uno sobre la muerte de la metaliteratura peruana en Urbanoide que sí me tienta a quebrar mi pacto de “pureza”: reproducirlo para el deleite de los lectores de Lfdls), cosa que sí hacía tiempo atrás.
Pues bien, sé que el artículo de Caretas se ha leído mucho, como todos los que se publican En la yugular, nombre de la columna. Y como es de esperarse, la opinión está dividida, en especial si prestamos atención al segundo párrafo, dedicado a los maltratos que ha venido sufriendo la Mujer peruana a cuenta de autores empoderados en el circuito literario y cultural.
Todos los casos consignados están corroborados, han sucedido. Pero claro, no faltan los quejosos, y me refiero a los integrantes y simpatizantes del grupo poético Kloaka.
¿Ataque artero? Pues no y aquí explico, como para niño: cuando uno de los poetas representativos del grupo fue acusado por una artista local, ¿cuál fue la actitud de los revolucionarios del ayer? Fácil: el silencio y la condena tibia por parte de algunas mujeres de la agrupación. Incluso su poeta mayor quiso apaciguar las aguas y terminó embarrándola más: convirtió una situación grave/delicada en estratégica protección discursiva mediante la mención a Kloaka. Me pregunto/nos preguntamos: ¿qué tenía que ver Kloaka en ese asunto? Absolutamente nada. Se trató de una acusación que no se formuló en función a la agrupación sino en base a la conducta de uno de sus integrantes. Lo que vino tras el pronunciamiento del poeta mayor fue el desentendimiento de integrantes y simpatizantes, cuando lo saludable era conversar más de una vez con su poeta banderita, convencerlo de pedir disculpas y que asuma su responsabilidad, con mayor razón después de emitir su descargo, que tenía más de victimización racial que de decencia.
No pocos allegados a Kloaka llevan a cabo un discurso no solo literario, sino también un señalamiento en contra de los abusos que sufrieron miles de peruanos en los años del terrorismo. Los vemos hablar de derechos humanos y, últimamente, de los atropellos que sufrieron las mujeres durante ese sangriento conflicto. El mensaje que dejaron tras el incidente entre su poeta y la artista es condenable para unos y triste/decepcionante para otros: la mujer no importa si quien la agrede es uno de los míos. 
¿Ataque artero a Kloaka? No, huevas: esperábamos una cuota básica de coherencia que honre un discurso moral y ético que lucha contra las injusticias y la despreocupación/el desinterés por el otro. No te sorprendas, entonces, si tú solo dinamitas tu autoridad/superioridad moral que proyectas cada vez que puedes en redes, artículos y en cuanto lugar te toque estar. Eso.

tdp: "el copista" de teresa ruiz rosas


Para empezar, esta es una noche de celebración: nos encontramos en Escena Libre, librería de espíritu libresco, para hablar de una novela que ha sabido imponerse a las tiranías del tiempo.
Es decir, si la novela breve El copista (Surnumérica, 2018) Teresa Ruiz Rosas goza de vigencia se debe a los favores y escrutinios de los lectores, que han sabido apreciar y valorar sus distintas capas interpretativas, del mismo modo reconocer el oficio narrativo de su autora. Entonces, no es gratuito que estemos en este lugar, una librería, destino y refugio del lector. Es precisamente en espacios como este en los que una voz como la de Teresa Ruiz Rosas ha sabido construir su prestigio, obteniendo la mejor de las promociones: el dato escondido, la información en susurro y el guiño cómplice, productos del boca-oreja.
Hace muchos años leí El copista, tras comprarlo en la Feria de Libro Amazonas, cuyas características obedecen a estas señas de procedencia, dice el sello: Biblioteca Pública Federico García Lorca - Huelva. ¿Cuál fue el tránsito de ese ejemplar a esa feria? No lo sé, pero no deja de ser curioso. Traté de averiguar un poco más de la autora y la verdad es que resultó difícil acceder a una información mínima sobre ella. Teresa Ruiz Rosas se había convertido en un misterio para mí y poco después me enteré de que vivía fuera del país trabajando como traductora.
Vamos a la médula: En El copista se cuentan dos historias que son una sola, unidas por el tronco emocional que despierta la dimensión erótica, pero esta dimensión entra en conflicto mediante la vena del resentimiento, tal y como lo notamos en su personaje central, el copista Amancio Castro.
¿Bajo qué recursos Teresa Ruiz Rosas escribió esta novela? En su brevedad es posible detectar una riqueza narrativa en estado de condensación, esquirlas encapsuladas que taladran la parcela imposible del lector: no solo lo  que narra es erotismo, sino también la palabra literaria. Este detalle es lo que destruye la parcela emocional del lector de ocasión. Así como a los 17 años y en las sucesivas (re)lecturas, El copista proyecta una conmoción en la vida, una especie de jodido extrañamiento. ¿Acaso no todos somos como Amancio Castro? (Cuando hablo de todos, me refiero a hombres y mujeres, total, el deseo es el mismo, no conoce de géneros) Amancio es un tipo desdichado, que tiene mucho amor y semen almacenado y no sabe en quién depositar todo ese fuego pasional y amoroso. Envidia a su patrón, el compositor Lope Burano, pero no conduce su envidia apelando a la queja fácil, sino por el destilado del despecho, o el gesto hipócrita, la única manera para asumirse como protoamante valiente que sabe estar hasta en los momentos de rechazo. Este ánimo contenido de Castro es lo que refleja la prosa de la autora. Somos testigos de un trabajo de orfebrería de estilo, que supongo deudor del oficio-ejercicio de traducción que desempeña Ruiz Rosas.
El crítico James Wood señala que la brevedad en novela es un propósito complicado para cualquier autor. En esta brevedad todos los componentes tienen que funcionar en armonía, basta un acorde mal ejecutado para ser espectadores del desmoronamiento. Se entiende que la brevedad en novela no admite el ripio de las carreras de largo aliento. Su aliento está más relacionado con el cuento y este con la poesía. En otras palabras: no se admite la gratuidad discursiva, ni en forma ni contenido. En este sentido, nuestra autora muestra en la ficción un profundo conocimiento del atribulado mundo masculino. Amancio es una cruel radiografía de la frustración masculina. Pero Ruiz Rosas no se queda ahí, incorpora a la narración la presencia luciferina de una mujer llamada Marisa Mantilla. No podía ser de otro modo, el argumento requería de un personaje que fungiera de sal y condimento.
Para mantener la tensión, Ruiz Rosas pudo usar cualquier registro y optó por la confesión epistolar. Marisa emociona y excita, pero también daña. Amancio es la desesperación y Marisa la metáfora de la libertad. Este cruce de configuraciones en pugna dota a la novela de una lectura extra a su revelación literaria. Pienso en Marisa y me pregunto lo siguiente: ¿no es acaso una representación de lo que es hoy la mujer en cuanto al ejercicio de su prerrogativa mayor: su libertad sexual? Ningún escritor, al menos no entre los que conozco y he leído, elabora sus personajes en función a su salud futura. No creo que este sea el caso. He aquí pues la firma de su vigencia, conseguida gracias a la naturalidad de la escritura, lejana de las ideologías, solo dependiente de la libertad de la escritura. No hay que escarbar mucho: Ruiz Rosas es una autora que escribe desde el instinto y en coherencia con su visión de la vida. Por ello, El copista es también una novela política, pero no de esas que se justifican en la exposición de temas políticamente correctos o aceptables de acuerdo a los mandatos del tiempo. Lo es porque expone sin tregua el furor femenino sobre los hombres, resarciéndolos de la humillación del ego como también hundiéndolos más en el desastre del mismo.
Es cierto que nos encontramos en un periodo histórico en el que las mujeres peruanas que escriben y publican vienen generando atención por parte de los lectores y la crítica. Tenemos voces excelentes, buenas, interesantes y muy malas. Hay de todo como en botica. Por esa razón, es un deber moral reforzar lo obvio: el posicionamiento de Ruiz Rosas como la escritora mayor de la narrativa peruana actual, la meritocracia ante todo y no esas cojudeces de las cuotas.
Esta novela vendría a ser la firma que faltaba a la sentencia: Teresa Ruiz Rosas ya era grande desde sus inicios.
Gracias.

… 

Texto de presentación (tdp). Leído el 13 de noviembre de 2018.

sábado, enero 05, 2019

"perú chicha"


Las argollas no son propiedad exclusiva del mundillo literario, no solo la mayoría de nuestros narradores y poetas han rematado hasta la histórica sartén de la abuelita con tal de tarjetear favores, también las podemos ver en los autodenominados “limpios” terruños de la academia local. En la primera prevalece la frivolidad (ferias internacionales, contratos editoriales, reseñas a pedido, entrevistas arregladas y fotitos), mientras que en la segunda se batalla por la estabilidad: en vez del mérito, manda el lustrabotismo que a más de uno ha llevado a abjurar de sus convicciones éticas con tal de obtener algún puesto universitario, una firmita para una beca y otras maravillas del gusanismo.
Obviamente, no todos asisten a esta feria de la banalidad. Tenemos benditas excepciones a destacar en el espectro académico, que han sabido ganarse el respeto de sus alumnos a cuenta de la consecuencia intelectual y una obra que propicia discusión
En mi época de librero pude ser testigo de las opiniones encontradas que generaba Dorian Espezúa como catedrático: se le odiaba y amaba por igual, pero en ninguno de los casos se le mezquinaba su conocimiento. A ello, sumaría carácter, a saber: el breve texto Parkinson, alzheimer y literatura (2017), en donde manifiesta su posición contra las falsedades de los Estudios culturales que seducen a los despistados que carecen de lecturas formativas. 
El año pasado publicó un atractivo libro, el cual ha pasado desapercibido en la mayoría de los hermosos recuentos que hemos leído en estas dos últimas semanas, que recomiendo por su respiro divulgativo: Perú Chicha. La mezcla de los mestizajes (Planeta). El autor se aleja del código teórico para brindarnos un atractivo licuado de registros que nos permite entender e identificarnos con la pluralidad del poder chicha que ya ha transformado a la sociedad peruana. Su escritura es reposada y nada libre de sentencias polémicas e incómodas, como en los capítulos “La vestimenta chicha”, “La literatura chicha” y “El sujeto chicha”. Léelo.



miércoles, enero 02, 2019

¿recuentos?


Tras algunos días desconectado de todo, aunque resultó imposible no tener presente al miserable Pedro Chávarry, me pongo a leer los recuentos literarios que vienen apareciendo y, cómo no, también presto atención a sus rebotes en las redes, así es, actividad huevera que asumo con todo el ánimo festivo ante semejante despliegue de canonización.
Puedo entender que los autores necesiten alimentar su ego. Los entiendo y en parte los apoyo porque un escritor necesita lectores y más cuando este se considera bueno, como se alucinan absolutamente todos los chancateclas peruanos. Sobre esto escribiré más en los próximos días, si es que los ánimos me ayudan.
Lo que sí ha llamado mi atención, y siendo francos, con mucha pena, han sido algunos recuentos que tranquilamente podríamos catalogar como soberanas faltas de respeto al lector. Por ejemplo, el que apareció el pasado domingo en La República. En ese chiste, el insuperable Pedro Escribano (tan ducho para el condenable reseñismo delivery y otras hierbas cuestionables que se las he dicho), hace pasar cuentarios como si fueran novelas, publicaciones de 2017 como novedades, confunde sellos editoriales. No hay que pensar mucho: no es que no lea lo que recibe, no. Su problema es que ni siquiera revisa. Claro, queda la opción de siempre: lavarse las manos y dejar la responsabilidad en quien lo acompaña en la firma de ese recuento. 
Se reafirma, una vez más, la sospecha: la poca seriedad con la que se ejerce el periodismo cultural en este país de fierro, catre y botella.